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SINOPSIS

Mariana Solis sólo ha amado a un hombre desde que tiene uso de razón, por eso cuando su tutor le propone casarse con él, no puede evitar la ola de felicidad o eso es lo que ella cree.

Germán Villavicencio es un hombre frio e inteligente, cuyo abuelo obliga a casarse a cambio de la dirección de la compañía de motores más grande de la región. Su esposa, alguien mucho menor por la que no siente la más mínima atracción o eso es lo que él cree.

¿Podrá nacer el verdadero amor de la indiferencia? ¿Dejara de ser los sentimientos unilaterales? ¿O será el divorcio la mejor opción?

 

PREFACIO

 

El silencio de una gran casa se fue tras resonar el alza de una voz en las cuatro paredes del despacho, lugar donde dos hombres de distintas generaciones se miraban en forma retadora.

 

—¡¿Pero qué demonios dices abuelo?! —gritó el joven con el ceño fruncido, formando puños a cada lado de su cuerpo a tal punto que sus nudillos se tornaron de color blanco. No podía creer lo que estaba escuchando, era una completa locura.

 

—Lo que oíste Germán, es mi deseo te cases con Mariana, mi protegida —expresó el anciano con sinceridad.

 

—¡Esto no puede ser! ¡Le llevo siete años! —exclamó indignado, negando con la cabeza.

 

—La edad no es un pretexto, estoy seguro que tienen mucho en común, además Mariana es dulce, inteligente, responsable y sensible, justo lo que tu carácter complicado necesita.

 

—Tal parece que a ti te gusta, no dejas de alabarla —debatió con sarcasmo, una media sonrisa se formó en sus labios.

 

—¡No digas tonterías! —refutó a punto de perder el control —Ella es más como una nieta para mí, sino fuera por ella, hace mucho hubiera perecido con el trato de ustedes, por lo menos es la única persona que sé que me trata de manera desinteresada.

 

—¡Claro! por ello, le ofreces a tu único nieto en bandeja —pronunció apretando los párpados con fuerza.

 

—Estoy seguro que en algunos años te arrepentirás de estas palabras —dijo en forma profética, al menos era lo que esperaba.

 

—No lo creo —siguió negando con la cabeza.

 

—Bien hagamos algo, si en tres años no te has enamorado de ella, podrás pedirle el divorcio. Y automáticamente la dirección de la Fábrica de Motores pasará a tu nombre. Tendrán que vivir en una de las casas anexas y compartir habitación. Sin embargo, si decides hacerlo antes, todo será de ella.

 

Aunque Germán por un momento quiso fulminarlo con la mirada, lo pensó mejor, tres años pasarían rápidamente y luego podría ser libre para hacer lo que le plazca, sin una niñata que altere su perfecto mundo y le complique la existencia.

 

—Acepto, no tengo otra opción al final —comentó encogiéndose de hombros mostrando indiferencia, aunque por dentro sus emociones estaban flor de piel, un volcán queriendo hacer erupción y explotando en una serie de insultos y reproches.

 

El sonido de la puerta hizo girar a ambos hombres, y tras ella una voz exasperante que al menos por esa tarde no hubiera querido escuchar.

 

—Pasa querida —invitó Rafael con tono dulce, muy diferente al utilizado hace minutos.

 

La puerta se abrió dando paso a una menuda jovencita de piel blanquecina, y unos ojos de color caramelo tan llamativos que imposible no dejarse perder en ellos, a excepción de él. Germán no sería capaz de sucumbir en sus encantos veinteañeros, eso era lo que su mente repetía.

 

—Buenas tardes, pensé que podrían tener hambre, les traje té de naranja y unas galletas recién horneadas, esperando sea de su agrado —pronunció con los ojos brillantes sumergidos en la presencia del hombre al que siempre había amado en secreto.

 

—No te preocupes linda, pasa. Justo hablaba con mi nieto de la boda.

 

—¿Boda? —preguntó con asombro, la cuchara con la que había estado endulzado se resbaló de sus manos.

 

—Así es, la tuya con Germán —anunció el anciano con una sonrisa, bajo las miradas de ambos jóvenes, una de furia y la otra de ilusión.

 

—Pero… ¿Cómo? ¿Él y yo? —preguntó ansiosa sin dejar de observarlo uno al otro, no creía lo que escuchaba si era un sueño, pedía no despertar.

 

—Sí Mariana, Germán y tú se casarán… ¿Qué les parece en dos meses? —preguntó como si fuera algo de lo más normal, como si se tratara de dos jóvenes enamorados ansiosos por unir sus vidas.

 

—Yo… —titubeó ella, con el rostro totalmente carmesí.

 

—Me da igual, si me permiten me retiro —se levantó de su asiento no si antes dar una última mirada despectiva a la joven.

 

Mariana quien había estado sumergida en sus pensamientos, se incorporó y salió a su encuentro, lo alcanzó y tomó su brazo entre sus manos para detenerlo. En ese momento una corriente eléctrica se extendió por ambos miembros, el rostro perfilado y varonil de German giró para verla a ella, sus ojos chocolate fundido se posaron en esos marrones caramelo que los miraba con ilusión, provocando una sensación extraña en él, algo que se negaba en averiguar.

 

—¿Qué quieres? —preguntó con indiferencia, retirando su brazo del contacto, había sentido una extraña sensación, pero decidió ignorarla.

 

—Yo… sólo… quería decirte que serás muy feliz, seré buena esposa y te agradezco…— sus palabras fueron interrumpidas.

 

—Que te quede claro Mariana, casarme contigo es idea del abuelo, tú no me gustas, no te quiero, ni eres capaz de provocarme un mal pensamiento, espero te quede claro, este matrimonio sólo será por un tiempo, así que no esperes más nada que mi indiferencia —con estas palabras se soltó de su agarre con un vacío inexplicable, pero con pasos seguros que lo más conveniente era estar alejado lo más posible de ella.

 

Mariana lo observó retirarse por el pasillo, llevó su mano a su corazón y una lagrimas escapó por su mejilla, que difícil era cuando un sentimiento era unilateral.

 

—Tengo fe, que algún día puedas sentir lo que yo siento por ti —susurró para ella misma, sabía perfectamente que no la amaba, pero estaba dispuesta a lograr que él lo haga.

 

 

Con la esperanza que con el tiempo su indiferencia sea transformada en la más linda ilusión, un sentimiento que ella había anhelado desde niña y con el que había soñado desde que tenía uso de razón, su amor.

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