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SINOPSIS (No más de 300 palabras)

Lorenzo Castelli ha vivido toda su vida sintiéndose la sombra de su hermano gemelo, especialmente ante los ojos de su padre. Siempre se comportó de manera infantil, hasta que el mal amor de una mujer lo hizo madurar y sentar cabeza.

Isabella Martínez es la hija de una de las señoras del servicio, ha crecido protegida por su madre y toda la familia Castelli. Nunca ha perdido de vista a Lorenzo, lo admira y también lo ama en secreto.

Él nunca la visto de otra manera, hasta que un día la chica le muestra de lo que está hecha y para él puede ser lo que necesite, amiga, confidente… o incluso su amor, pero no será sencillo, porque ese antiguo amor de Lorenzo lo hará sentirse entre la espada y la pared.

¿Podrá Lorenzo decidir correctamente o dejará que el karma se siga cobrando en el amor?

 

 

 

 

 

Capítulo 1

Los primeros errores

 

 

Miro por la ventana de mi oficina, con las manos en los bolsillos, buscando la respuesta a esa duda que he tenido desde hace años.

¿Por qué me ha ido tan mal en el amor?

Desde pequeño siempre quise ser libre, hacer lo que se me viniera en gana, pero cuando las consecuencias de hacerlo llegaban, no me gustaba para nada. De adulto fue casi lo mismo, solo que las travesuras se convirtieron en errores y las consecuencias fueron más altas que de pequeño.

Dejo salir un suspiro mientras espero a que llegue la cita de las tres, una gerente de una nueva empresa de distribución, que ofrece mejores prestaciones, además de más garantías en caso de maltrato o pérdida de los insumos.

Para eso falta un rato, pero siento que me va ganando la ansiedad de verla, porque según me dijo Agustín, yo ya la conozco… y desde hace mucho.

Y, como casi siempre que estoy así, mi mente se va al pasado, a ese en que cometí muchos errores, incluso algunos que pudieron dañar mi familia. A pesar de todo eso, ellos nunca dejaron de darme su apoyo y su amor.

Hace una década yo era un muchacho de veinte, que tenía muchos de esos amigos de parranda, pero ninguno con quien pudiera contar si me pasaba algo. Por aquella época yo era un defensor de la libertad de amar, como buen artista. Pero lo cierto era que me gustaba usar a las mujeres y luego dejarlas a un lado, porque solo eran un pasatiempo más.

Para entonces, Alex tenía sus tardes de estudio, mientras que yo me salía de casa para pasar un rato agradable, hasta que llegó mi primer tormento.

Mariela era una chica bellísima, estábamos en la misma carrera universitaria y pensábamos en que las relaciones serias eran innecesarias, era mejor el amor libre de ataduras, el sexo desenfrenado y lleno de experiencias, hasta que conocí a una mujer que nos cambiaría la vida a todos en la familia…

 

Hace diez años…

 

Que yo me fijara en una mujer era muy raro, porque normalmente todas llegaban a mí solas, dispuestas a que pasáramos momentos agradables y luego cada quien por su lado, pero ella era diferente, porque, a pesar de que éramos iguales físicamente, sus ojos solo se fijaban en Alex.

Pude sentir por primera vez el rechazo de una mujer y eso me irritó por completo, porque no era de los que soportaba bien ese sentimiento. Crecí sintiéndome así por mi padre, que se dedicó a todos, menos a mí.

Por eso, al ver que aquella chica estaba interesada en mi hermano y él en ella, traté de separarlos para que él se diera cuenta que ella no era la indicada, pero ni siquiera eso logró que ellos se alejaran, solo se volvieron una pareja más segura y cercana. Para cuando se enfrentaron las familias, eso solo los hizo más fuertes, mi padre por primera vez le negó algo a Alex y él luchó contra esa decisión.

El hijo perfecto no lo era tanto y esa era mi oportunidad de separarlos.

No sé en qué estaba aquel día, que pensé e hice cosas que no recuerdo del todo, porque Mariela me drogó, pero ahora estoy aquí, sentado frente a un detective de la policía de investigaciones para declarar mi crimen.

—Y bien, joven… ¿en qué puedo ayudarle?

—Vengo a auto denunciarme, por intento de violación.

—Eso es muy grave, ¿sabe a las consecuencias a las que se expone?

—No, pero las que sean, estarán bien —bajo la mirada a mis manos, pensando en que Aurora y mi hermano deben estar lejos ya, en su luna de miel y nadie los molestará.

—Bien, sígame por aquí.

Las horas se vuelven eternas, para cuando mis padres llegan con la abogada de la familia, yo solo quiero quedarme aquí y pagar todo lo que les hice a mi hermano y su mujer, pero las palabras de mi padre me traen a una realidad muy diferente de la que yo creí que vivía.

—¿Por qué haces esto? Si tanto tu hermano como Aurora te perdonaron y ella decidió no denunciarte.

—Porque me lo merezco… desde pequeño fuiste severo conmigo y me enseñaste que todo lo que hiciera traería consecuencias, pero las mías no fueron suficientes.

—Hijo, si una paliza de parte de tu hermano no es suficiente consecuencia, entonces no sé qué podría serlo, ¿una paliza por parte de diez, veinte hombres en la cárcel? Puedes querer castigarte, pero yo no lo permitiré.

—Es mi decisión, no puedes ir en contra de lo que es correcto.

—Si hay alguien que tiene mejor percepción de lo que es correcto es Aurora, esa chica tiene las cosas más claras que nosotros, los mayores, y ella creyó que perdonarte y olvidar lo que pasó era lo correcto.

«Me preocupa más que sigas en contacto con la persona que te drogó, porque sería ponerte en una serie de peligros que no estoy dispuesto a aguantar.

—Por favor, no hagas que te importo —le digo poniéndome de pie y dejando salir un suspiro cansado—, todos sabemos que tu favorito es Alex.

—¿De qué estás hablando? —me dice mi padre entre molesto y decepcionado—. Yo no tengo hijos favoritos, si los tuviera sería un mal padre, ¿soy un mal padre? ¿Acaso alguna vez dejé de darte amor y lo que necesitabas? ¿Te dejé fuera de alguna actividad, me olvidé de tus cumpleaños, dejé de cuidarte cuando te enfermabas?

«Ahora podría dejarte como todo un hombre solucionar esto solo, pero estoy aquí, a las tres de la mañana, tratando de convencerte para que desistas de toda esta locura y llevarte a casa, a tu cama… y quedarme contigo para velar tu sueño.

—Ya no soy un niño —le digo con sarcasmo, pero él me toma el rostro para obligarme a verlo.

—Siempre serás mi niño, mi muchacho rebelde, al que debo ponerle más ojo que a los demás, porque no quiero que termine estrellado contra un muro en carreras clandestinas o en un hospital, por una sobredosis que alguno de sus amigos le metió en la bebida.

«De todos mis hijos, tú eres el que más me necesita ahora y eso debería demostrarte que no tengo favoritos, pero si debiera elegir a uno, sería a ti, porque es obvio que no te demostré suficiente cuánto te amo… y porque eres el único que quiso estudiar arte.

Sus ojos están aguantando las lágrimas, pero los míos no, las lágrimas me caen a raudales y sentir por primera vez que mi padre me dice directamente cuánto me ama, es un peso menos en mi alma. Me abraza con fuerza y después de mucho tiempo, me siento protegido y ruego al cielo que él se quede conmigo por muchos años más.

Llega la mañana y mi abogada me dice que estoy libre, porque no hay víctima. Aurora no respondió el teléfono y cuando llamaron a sus padres, el señor Russo negó conocerme siquiera. Luego de un buen regaño del detective y un tirón de orejas de mi madre para sacarme de allí, vamos camino a casa, subo como zombi a mi habitación, me dejo caer en la cama, cierro los ojos y solo quiero dormir hasta que mi cuerpo diga que ya estoy bien, pero unas manos cálidas me acarician la cabeza, alguien me cubre con una cobija y siento a mi padre cantar bajito para que me duerma.

Los días se va pasando, Mariela no deja de llamarme, pero no le respondo porque no quiero tener contacto con ella.

Bajo a tomar desayuno, aprovechando que es sábado y mi madre tiene el ánimo de prepararnos el desayuno. Me encargo de ordenar los cubiertos y los platos, mientras que Francesca canta una canción de moda para batir los huevos con más ritmo.

Helen llega con el ceño fruncido, regañando sola por algo y mi madre se acerca a ella para saber qué le pasa.

—Disculpe, señora, pero estoy molesta con Isabella. Debía hacer un busto para el lunes y no dijo nada, porque se le olvidó.

—Pero tiene tiempo, no te molestes con ella…

—Sí, pero debemos ir por arcilla a la tienda y yo tengo mucho que hacer aquí.

—Yo voy con ella —le digo a Helen y ella me mira extrañada—. Nana, no me mires así, que de algo sirva que estoy estudiando arte. Yo puedo ir con ella a comprar esos materiales y luego le ayudo a hacerlo.

—¿No tienes tus cosas que hacer? —me pregunta Helen con las manos en la cintura.

—Mientras yo hago lo mío, ella puede hacer lo suyo, no le haré el trabajo, solo le diré cómo debe hacerlo.

—Gracias —dice finalmente y yo solo le sonrío.

La puerta se abre y aparece Isabella con la mirada en el suelo, se nota que esta vez Hellen la regañó muy feo, me acerco a ella, me arrodillo frente a ella y sus ojitos castaños me miran asustados.

—Te invito a desayunar y luego vamos por esa arcilla, para que hagas tu tarea, yo te ayudaré.

—¿En serio? —me dice emocionada.

—Claro que sí…

No termino de hablar, porque ella me abraza fuerte y eso me causa un sentimiento especial, porque además de mi familia, nunca nadie me ha abrazado de esa manera. Se separa de mí más contenta, mira la mesa y luego busca las servilletas.

Mi madre me mira feliz, por primera vez en varios días la veo sonreír, porque mi situación la tenía bastante acongojada.

Nos sentamos todos a comer, Isabella se sienta entre mi madre y Francesca, que la están ayudando con el italiano. Me sorprende que la pequeña lo habla bastante fluido, algunas palabras no las conoce, pero en cuanto mi madre o mi hermana le enseñan a pronunciarla, ella lo hace de maravilla.

—Si sigues así, creerán que naciste en Italia —le dice Piero orgulloso.

—Yo digo que los profesores se quedarán sin trabajo —dice Fabio que es un par de años mayor que ella—. Ella habla muy lindo.

Los más grandes nos miramos sorprendidos, todos entendemos que puede ser que a mi hermano le guste la pequeña.

Luego de terminar de comer y limpiar entre todos, espero a Isabella para ir por sus materiales. Una vez en la tienda, ella busca la arcilla, mientras que yo hecho varias cosas más que necesitará para moldear, la pintura y un sinfín de cosas que necesito yo para mis trabajos.

—Joven Lorenzo, yo no tengo dinero para esas cosas, mi madre solo me dio para esto —me dice señalando el paquete de arcilla.

—Bueno, el resto es un regalo de un maestro para su alumna —le guiño un ojo y la veo sonrojarse—. Y por cierto, deja de decirme joven Lorenzo… nos llevamos solo por unos pocos años, eres como mi hermana pequeña.

—Mi mamá se enojará si te llamo así.

—Déjame a tu mamá a mí, vamos.

La tomo de la mano y vamos a la caja para pagar todas las cosas que llevamos, salimos de allí al tiempo que un par de chicas van entrando y me ven con lascivia.

—Que lindo como va de compras con su hermanita… —dice una sin quitarme la mirada de encima.

—Yo feliz me iría de la mano con él.

Niego con la cabeza, tiempo atrás habría aprovechado de pedirles su teléfono, pero ahora en verdad no me interesa. Nos subimos al auto y escuchamos una canción, Isabella se sonríe.

—¿Qué te causa tanta gracia?

—La canción, mi mamá me dice que eso se llama karma, que cuando haces algo malo o vives haciéndole daño a las personas, el karma te lo regresa el doble.

—¿Ah sí?

—Sí, y lo comprobé… un día le tiré la tarea al inodoro a uno de los chicos que me molesta en la escuela, su mamá lo regañó porque no le creyó —me detengo en el camino, la miro con los ojos abiertos y puedo ver que lo dice sin el más mínimo sentimiento de culpa—. Y ahora, yo me olvidé de la mía, pero mi mamá no solo me regañó, también me castigó sin televisión una semana.

—Isabella, eso no está bien… no debiste hacerle eso a tu compañero, si te molesta, tienes que decirle a tu madre o a un profesor.

—Mi mamá ya habló con el profesor, pero no la escuchan porque es solo la empleada de la casa —se encoge de hombros y suspira con dramatismo—. Pero no importa, un día yo seré importante y haré que los despidan, ya sabes, por eso del karma.

No sé si reír o decirle que no piense así, pero sería inútil, porque se ve la decisión en sus ojos. Lo que sí haré es darle una visita al director de la escuela, porque hay cosas que no soporto y una de ellas es que molesten a la gente que me importa, y esta pequeña perversa está dentro de ellos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 2

La mentira más grande del mundo

 

 

Estamos con Isabella en el estudio de trabajo que usamos para nuestras cosas de artes mi padre, mi madre y yo. Es una excelente alumna, aprende rápido y además tiene iniciativa propia. Yo estoy terminando una pintura, que es precisamente de ella trabajando en el busto, se me hace de lo más adorable verla con el ceño fruncido, la trompa estirada y muy concentrada.

Llaman a la puerta, se asoma Hellen y sonríe al ver a su hija haciendo su tarea.

—Joven, disculpe que lo interrumpa, pero una muchacha lo busca en la sala.

—¿Muchacha? ¿Quién?

—Me dijo que se llama Mariela y que necesita hablar con usted lo antes posible.

—¡¿Mariela?! —digo saltando de la silla, sin poder evitar que caiga con un estruendo sordo.

Salgo de allí hecho una furia, porque le dejé claro que no quería nada con ella, ni siquiera en la universidad le he dirigido la mirada, nada. Llego a la sala, con las manos en los bolsillos, mi expresión de odio sin reservas y la voz gélida.

—¿Qué haces aquí? ¿Acaso no dejé claro que no quería verte?

—Lorenzo, llevo tiempo tratando de hablar contigo, pero no me has dejado explicarte…

—¿Qué quieres explicarme? ¿Por qué me drogaste? Mejor vete, porque no te quiero aquí.

—Hijo, ¿ya terminaste con Isabella? Necesito que me ayudes con… —mi madre se detiene en seco cuando me ve, seguro que sabe no estoy contento, mira a Mariela y enseguida se para mi lado—. ¿Y ella?

—Una mujer que se irá ahora si no quiere verme enojado —siseo.

—No, soy la mujer que te dará un hijo —esas palabras son como una bofetada, doy dos pasos a ella y no puedo acercarme más porque mi madre me detiene, pero ella toma mi lugar. No puedo verla, pero me la imagino mirándola como si quisiera conocerle la vida entera.

—¿Dices que estás embarazada de mi hijo?

—Sí, estoy esperando un hijo de Lorenzo y él no ha querido escucharme para decírselo, por eso yo…

—¿Cuánto tiempo tienes? —la interrumpe mi madre y ella se pone nerviosa.

—On-once semanas.

—Guau… es mucho, casi tres meses —mi madre la mira de pies a cabeza y sé que en su mente hay algo dando vueltas, pero yo le disipo las dudas.

—No es mío —mi madre me mira, no muestro ni una pizca de duda en mi respuesta. Yo sé que no es mío, si es que está embarazada.

—¡Claro que es tuyo! ¡¿Quieres insinuar que soy una cualquiera?! —dice llorando y cubriéndose el rostro.

—No es mío, es imposible.

—Tuviste sexo, ¿verdad? —me dice mi madre y yo asiento—. Supongo que con protección —vuelvo a asentir y ella suspira—. Pero sabes que falla, tu hermano es la muestra de ello.

—Sí, pero dime, yo dejé de tener intimidad con ella desde que conocí a Aurora, saca tus cuentas.

Mi madre entrecierra los ojos, sé que está sacando sus cuentas y luego mira a Mariela, pero el tono que usa nunca se lo oí antes.

—Mira, Mariela, soy una mujer muy cariñosa, amorosa y que atiende bien a los extraños en mi casa, solo por eso, te daré la oportunidad de salir de aquí por tus medios o el medio seré yo… —y su voz se vuelve más temible—. Y créeme, no quieres que lo haga yo.

—¡Pero…!

—¡¡Pero nada!! —retumba la voz grave de mi madre, como su estuviera poseída por una bruja malévola y es mejor que nunca sepa la comparación que acabo de hacer en mi mente—. Sal de aquí ahora, o te haré conocer el infierno, muchachita… si estás embarazada, que lo dudo, ve a buscar a los otros con los que te revolcaste.

—¡Por supuesto que estoy embarazada!

—Aquí donde me ves toda estupenda, tuve cinco embarazos… y tú no estás embarazada ni del espíritu santo.

Mariela abre mucho los ojos y comienza a caminar a la salida, se voltea a verme, me mira con odio y me dice.

—Te juro que te arrepentirás de haberme rechazado —mi madre se acerca a ella y le dice con el mismo tono.

—Y yo te juro que te arrepentirás de haber amenazado a mi hijo, perra.

La toma por el cabello, haciendo que Mariela chille, yo trato de acercarme para separarla de ella, pero mi padre llega y niega con la cabeza, se queda viendo la escena divertido y con los brazos cruzados.

—¡¿No harás nada?! ¡Podría estar embarazada!

—Y ni siquiera eso detuvo a tu madre… debió hacer algo muy mal.

—Quiso decir que tendría un hijo mío y me amenazó.

—Si no fuera un caballero, también le estaría dando su merecido —lo miro con la boca abierta y él sonríe nada más—. Nadie se mete con la familia, eso lo sabes.

Se va, mientras yo quiero pensar que mi madre sigue siendo aquella mujer delicada, amable y que se podría romper si alguien le grita. Cuando la veo entrar, lleva la sonrisa más llena de satisfacción que le he visto en mucho tiempo, se acerca a mí y me mira con el ceño fruncido.

—Espero que desde ahora mantengas esa cosa en tus pantalones, porque a la próxima no tendrás tanta suerte y aunque no sea tuyo, te obligaré a casarte, ¿entendido?

—Sí, mami —le doy un beso como cuando era pequeño y hacía travesuras, para luego irme al estudio.

Hellen está allí, mirando a su hija trabajar, al verme se acerca y me abraza.

—Gracias por ayudarla, esta noche te haré de cenar tu comida favorita.

—Con mucha crema, por favor —le doy otro beso a ella, como cuando me daba más postre y se va riendo.

—¿Yo también me ganaré un beso por ser buena estudiante? —me dice Isabella y me sorprendo.

—No —me ve con tristeza, me acerco a ella y le doy un beso en cada mejilla—. Uno por ser buena estudiante y el otro por ser una buena hija —le revuelvo el cabello, para después irme con lo mío—. Nunca te olvides, que las madres siempre tienen la razón.

—Eso ya lo sabía, recuerda… lo aprendí con eso del karma.

Y con esas palabras me quedo pensando en mí.

Desde los quince años he despreciado y jugado con muchas chicas, incluso algunas que estaban interesadas en Alex. Si eso es cierto, tendré mucho que pagar, que sufrir y me da miedo. Tal vez lo mejor será no volver a fijarme en nadie más, tratar de ser bueno y…

—Parezco niño esperando navidad —susurro.

—No eres un niño —me dice Isabella, sin quitar su atención a su trabajo—, pero pareces uno que espera Halloween… tienes una cara del terror.

Solo puedo reírme, porque esta niña es demasiado ocurrente.

Las horas se van pasando como si nada, para cuando casi es de noche, Isabella da un bostezo, pero se aleja de su obra y sonríe satisfecha.

—Lo terminé… creo que me quedó bien, solo tengo que esperar a que se seque.

—Podemos colocarlo en el horno, lo calentamos y lo dejamos allí para que pierda la humedad —le digo revolviéndole el cabello—, verás que para el lunes estará perfecto.

—Gracias, en verdad fue lindo lo que hiciste por mí hoy.

Isabella me abraza y sale de allí entusiasmada, yo tomo su trabajo y me doy cuenta que es en verdad muy bueno, esta niña tiene…

—¡Tiene talento para la escultura! —me quedo con la boca abierta por dos razones, una porque es realmente perfecto, con cada detalle del rostro, y la otra… es que soy yo.

Capítulo 3

La mujer de mi vida

 

 

Los meses se van pasando, mientras trato de seguir con mi vida de la manera más tranquila posible, evadiendo las fiestas, periodo en el que me he dado cuenta de que aquellos «amigos» que tenía, nunca lo fueron en verdad.

Pero no es algo que me preocupe ahora, porque la relación con mi familia ha mejorado bastante. Ahora los veo de una manera muy diferente, ellos se preocupan de mí y yo de ellos, estamos todo lo que podemos juntos, aun cuando uno de ellos nos falta y al parecer otra más se irá, ya que Pía quiere su propio espacio para estar con Ángello y sus bebés.

Hoy se han suspendido las clases en la facultad, por un corte en el suministro de agua que no estaba programado. Me subo al auto pensando en que no quiero ir a casa aún, así que tomo la ruta a uno de mis lugares favoritos, el mirador en el cerro Santa Lucía.

Mi madre me dice que allí descubrió dos cosas el mismo día: que mi padre tiene los ojos como el cielo de Florencia en un día de sol, y que él era el hombre de su vida.

Al bajar del auto, me voy directo a la cima, en donde me quedo observando la ciudad unos minutos y decido que por la noche iré a algún lugar que sea tranquilo, seguro Pía o Agustín saben de alguno, ellos han visitado varios y sé que no tendré problemas para pasar desapercibido.

Necesito despejarme, pero no de la misma manera en que lo hacía antes.

Cuando siento que ya he tenido suficiente de aire puro y de planes para mi futuro, tomo el rumbo de regreso al auto, le envío un mensaje a mi madre y me pierdo en la ciudad de regreso a mi hogar. Al llegar, le escribo a mi hermana para que me recomiende un lugar y, tras decirme a dónde puedo ir, me ruega que me cuide.

Sí, ahora todos me ven de una manera diferente, ya no soy la oveja negra de la familia, sino el más sentimental, porque en realidad todo me afecta de una manera diferente.

Me voy directo a mi cuarto, busco la ropa que me pondré por la noche y me doy cuenta de que mi camisa favorita no está, hasta que recuerdo la usé hace un par de días, así que me voy a buscar a Helen para preguntarle por ella y si es que consiguió lavarla o de una vez elegir algo más.

Al llegar a la cocina, la escucho regañar a Isabella, trato de no meterme, pero cuando oigo el motivo, no puedo quedarme ajeno.

—¡No puedo creer que te suspendieran por golpear a ese chico! ¡¿Acaso te gusta?!

—Y yo no puedo creer que mi madre me haga esa pregunta, te he dicho cientos de veces que ese chico me molesta y hoy en verdad me colmó la paciencia, porque me insultó con lo que más me importa.

—No me digas que se metió con tu cabello, porque en verdad que te ganas el par de nalgazos que no te di de pequeña.

—¿Mi cabello? ¿Crees que eso es lo que más me importa? No, mamá, eres tú… ese mocoso idiota se metió contigo, me dijo que eras nadie y que por eso los profesores no te hacían caso cuando les reclamas porque ellos me molestan.

Puedo ver el dolor en la cara de Helen, pero más en el rostro de Isabella.

Ahora mismo soy un pacifista, pero estoy de acuerdo con que el chico se merecía el golpe que le haya dado Isabella.

—Isabella —le digo con tranquilidad, mientras me preparo un sándwich—. Quiero que me des el nombre de ese chico.

—Joven Lorenzo, no se preocupe, yo misma arreglaré esto, aunque sé que no le levantarán la suspensión.

—No, no lo harán, porque lo que haremos será cambiarla de ese colegio clasista, hablaré con el director de la escuela en donde está Fabio.

—Yo no puedo pagar ese colegio.

—¿Acaso he dicho que deberás pagarlo? Ni tú ni Isabella se merecen ese trato tan odioso, mi niña se irá de allí, no se hable más… pero primero me oirán, ya verás.

—Tú no eres su apoderado suplente.

—¿Y quién es?

—Nadie, solo yo…

—Bueno, ahora mismo me vas a dejar como apoderado suplente, así mañana yo me voy con todo —le doy una mordida a mi pan, saco mi teléfono y llamo a mi padre para que me ayude a hacerle un espacio a Isabella.

Me dice que sí de inmediato y en veinte minutos tenemos solucionado el colegio para Isabella. Ella llora bajito, Helen ha sido dura y no se ha molestado en conocer las verdaderas razones. Me mira con dureza, porque no le gusta que se metan en la crianza de su hija, la abrazo para aplacar ese enojo y le digo con cariño.

—Que conste que venía a preguntar por mi camisa favorita, pero no me gustó que la regañaras sin saber realmente lo que pasó. Isabella no es una niña mentirosa, ni tampoco problemática, no actúes sin saber sus razones antes.

—Y tú no vuelvas a decidir por ella, porque su madre soy yo. No la cambiaré de escuela.

—¿Y dejarás que siga con esos compañeros tan odiosos? ¿Tienes idea de que un día tu niña puede explotar y tomar una decisión drástica? Eso está afectando su autoestima, es inteligente y se merece que en el futuro su seguridad sea la de una mujer genial, no la de una mujer asustadiza.

Me hace una mueca con la boca, pero asiente. Pero con el uslero me advierte que sea la última vez que me meta en sus cosas con Isabella. Cuando estoy saliendo de la cocina, Isabella me tira de la playera y me entrega la camisa limpia.

—Espero que no sea para ir a hacer de las tuyas —me advierte Helen nuevamente.

—Me portaré bien, iré a un lugar muy tranquilo que me recomendó Pía, y ella sabe de esas cosas, recuerda que a Ángello no le gustaba ir a sitios muy escandalosos.

Le revuelvo el cabello a Isabella y me voy a la habitación un rato.

Ya por la tarde noche, me despido de mis padres, quienes me piden que si bebo no conduzca, que llame un taxi o a ellos para ir por mí, pero en verdad estoy en plan de no beber, solo quiero ver gente, aunque la gente no me vea a mí.

Se ve deprimente, pero eso es lo que pasó luego que se esparciera la noticia del embarazo de esa loca y de que yo ya no fuera más a las fiestas.

Las mismas chicas que antes me miraban con deseo, ahora lo hacían con desprecio, según Francesca por eso de la solidaridad femenina, pero que no las tomara en cuenta, porque estaban todas igual de locas.

Me subo a mi auto, conduzco con cautela y llego al lugar, que afortunadamente está muy cerca de la casa. Busco dónde estacionarme y camino hasta el local, al entrar la música no es muy alta, busco dónde ubicarme y elijo un espacio alejado de todo.

Uno de los chicos que trabaja allí se acerca para pedir mi orden y agradezco que también sirvan comida, así que pido una tabla con distintas cosas para comer y una limonada con menta y hielo. Lo primero en llegar es la limonada, comienza a revisar mi teléfono, donde los mensajes de una de mis primas en el grupo familiar me hace reír.

Y esa risa provoca que una voz angelical llame por completo mi atención.

—¡Que lindo sonido! Bendita sea la persona que te provocó aquella risa tan linda —me giro para ver a la mujer más linda que he conocido.

Sus ojos se ven de un marrón claro, sus labios como un corazoncito que quisiera besar y su sonrisa que podría dejármela pegada en el techo para dormir cada noche.

—Solo es una risa, nada del otro mundo —le digo poniéndome de pie y noto que ella debe verme hacia arriba—. Pero esa sonrisa… podría detener el mundo si quisiera.

La veo sonrojarse y así se ve más hermosa todavía. Nos quedamos así unos segundos, hasta que ella rompe el silencio.

—Mi nombre es Melike, mucho gusto.

—El mío es Lorenzo —le digo ofreciéndole mi mano y en cuanto la toco, siento algo más—. ¿Te vas?

—Sí, la persona que estaba esperando no llegará.

—Que lástima, ¿no te gustaría quedarte a compartir algo de comida y risas?

Ella se me queda viendo con intensidad, no sé si esa persona es una amiga o su novio o alguien que iba a conocer, pero deseo que en verdad se quede conmigo. Vuelve a sonreír y se sienta, hago lo mismo y ella comienza una conversación muy interesante.

La hora se nos pasa volando, sin que podamos darnos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor. Nuestros teléfonos suenan al mismo tiempo y nos reímos, a ella le escribe su madre y a mí, mi padre. Le respondo que en unos minutos me iré a casa, la miro y veo que ella también tiene que irse.

—Supongo que no podíamos quedarnos a hablar por el resto de la noche —le digo haciéndole el gesto al chico para que traiga la cuenta.

—Pero espero que un día sí pueda ser así —le dice ella, mordiéndose el labio y puedo ver que no quiere irse.

—Si me das tu teléfono y yo el mío… creo que podríamos hacerlo, ¿no te parece?

Ella asiente, me quita mi teléfono, lo desbloqueo y anota su número, llama para guardar el mío y me manda un emoji de la luna.

—Es un hecho, Lorenzo —se gira para irse, pero se detiene, la veo dudar, pero se regresa y sé lo que viene a hacer, por eso la tomo de la cintura y la atrapo cuando me besa.

Es suave, dulce, me envuelve en una nube de calidez que hace mucho no sentía… bueno, en realidad nunca la sentí con una mujer. Cuando se separa, me ve a los ojos y sonríe.

—Espero tu llamado…

—Lo recibirás.

Se va de allí, mientras me quedo flotando. Solo por eso debería llamar a mi padre para que venga por mí. Luego de pagar, salgo de allí directo a mi auto, pero sin quitarme la sonrisa de encima. Al llegar a casa, mi padre me está esperando, al verme no puede evitar sonreír también y me pregunta.

—¿Y esa cara?

—Ha sido la mejor salida que he tenido.

—Vaya, quiero que me cuentes, ¿por qué piensas eso?

—Porque creo que conocí a la mujer de mi vida, papá… y es perfecta.

 

 

 

 

 

 

 

 

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