Valeria y Mateo, cansados de los infortunios que han sufrido en sus relaciones amorosas, deciden ambos involucrarse en un sensual y apasionado juego en donde la única regla es no enamorarse.
¿Quién de los dos perderá primero? Y, una vez hubiese uno de los dos perdido, ¿estaría el otro dispuesto a ir más alla de un simple juego sensual? ¿Habrá algún espacio para el amor?
CAPÍTULO 1: DESDICHAS AMOROSAS.
Cuatro meses antes:
El amor no era para ella.
Fue aquello lo que pensó Valeria, pidiendo otro trago, el cual consumió con una premura sorprendente. Aquel mismo día había terminado con su novio tras una relación de más de seis años. Resultaba devastador el hecho de darse cuenta de que había malgastado seis largos años de su vida, y no solo aquel hecho era devastador, sino que, no era la primera vez que le sucedía. Había llegado a un punto en el que cerrarse era su única alternativa, cerrarse al amor, era lo más lógico para hacer, ¿por qué diablos querría que le sucediera de nuevo aquello?
—Dame otro —pidió, empujando el vaso hacia quien lo servía. Un vestido oscuro cubría su cuerpo, delgado, pues su antiguo novio le había dicho que así lucía mejor.
—¿No crees que has bebido demasiado? —Valeria giró de repente, al escuchar una voz detrás de ella, encontrándose con un hombre.
—No es algo que te importe —le escupió, desviando su mirada de él, las escasas —casi nulas— luces que habían en aquel sitio, no le permitían observar el rostro del sujeto con la claridad suficiente, pero lo poco que había visto, le indicaba que era alguien joven. «Al menos eso», pensó en burla, recordando el montón de hombres mayores que se le habían acercado a proponerle una noche juntos.
—¿Estás sola aquí? —preguntó él, acercándose más a Valeria.
—No, y no te me acerques.
Él rió.
—No mientas.
—¿Quién dice que miento?
—Estás sola, y al parecer, despechada —comentó, observando como otro vaso de licor le era servido a la mujer de veintiocho años—. ¿Me equivoco?
Ella guardó silencio, dándole un trago a su licor y suspirando.
—El despecho es duro —continuó hablando el hombre.
—Créeme, lo sé.
—¿Cómo te llamas?
Ella le dio otro trago a su vaso, no dispuesta a contestar.
—¿Para qué quieres saberlo? Ni siquiera te conozco.
—Con más razón. —El hombre rió de manera lenta—. Yo me llamo Mateo —se presentó, tendiéndole la mano que ella aceptó con desconfianza—. ¿Y tú?
—Valeria —le respondió apenas.
Él se acomodó, ella le miró con más detalle, observando una delgada barba que cubría su rostro fino, sobre aquella barba, descansaban unos carnosos labios que de vez en cuando hacían muecas a medida que la miraban, aunque, debía de admitir que lo más atrayente de su rostro, eran sus ojos, de un azul intenso, parecían relucir como dos diamantes en el fondo de la oscuridad.
—Y dime, Valeria, ¿qué te impulsó a estar aquí? —Ella le dedicó una mirada, extrañada—. No luces como la clase de mujer adicta al licor.
—Pues lo soy —respondió, evidentemente no se pondría a hablar de lo mucho que la había herido su separación de esta mañana con un completo extraño que acababa de conocer hace menos de diez minutos—. Además, ya me tengo que ir. —La mujer, dejó el dinero correspondiente en la mesa, y luego se colocó de pie, con destino a la puerta de aquel lugar.
—Infidelidad, ¿no? —Aquellas palabras, dichas por Mateo, frenaron el paso torpe de Valeria, ocasionando que ella le mirara con cautela—. ¿Me equivoco?
—Ni siquiera sé de que hablas.
—He visto a muchas mujeres despechadas por infidelidad, actúan igual que tú.
—Yo no estoy despechada, ya te dije que solo soy una alcohólica.
—Una alcohólica no se tambalearía al beberse unos cuantos vasos, es evidente que pocas veces has bebido en tu vida completa. —Por un segundo, ella tragó saliva ante las deducciones tan inteligentes de aquel completo extraño, aunque, pronto, borró esa expresión pequeña de perplejidad y dibujó su mismo rostro apático.
—¿Cómo es que sabes que solo he bebido un par de tragos? —preguntó, a la defensiva—. Apenas te acercaste a mí, ¿qué diablos les pasa a los hombres de este bar?
—De hecho, te he estado observando un rato —admitió—. Fui yo que te invité esos vasos. —Valeria elevó su ceja, recordaba que un mesero le había dicho que alguien le había invitado unos tragos, ella, apática, los había consumido sin molestarse en saber de quien se trataba—. Solo los bebiste, ni te preocupaste en saber quien te los había enviado. —Él rió—. ¿Y si yo los hubiera drogado? —Ella guardó silencio, cediéndole la razón—. Pero no debes de preocuparte, no los drogué.
—Ni siquiera estaba preocupada —le mintió, dándole la espalda.
—¿A dónde vas?
—¿A ti que te importa?
Mateo volvió a reír de aquella manera que empezaba a fastidiar a Valeria.
—No me importa a donde vayas, Valeria —le dijo, girando su rostro hacia la claridad en donde ella lo contempló—. Pero ahora que puedo verte mejor, me gustaría invitarte un trago.
—¿Qué te hace pensar que aceptaré un trago de un desconocido como tú?
—Aceptaste los de hace poco.
—Porque no sabía que venían de alguien como tú.
—¿Cómo se supone que es alguien como yo? —Ni siquiera ella misma conocía la respuesta a aquella pregunta, solo que la astucia que revelaban sus ojos le parecía incomoda, molesta, burlona, como si pudiera conocer todas sus razones con el simple hecho de mirarla—. ¿Me vas a aceptar el trago?
Ella lo miró, con duda, poco a poco empezaba a girarse hacia la dirección de Mateo, viendo como el pedía un trago simple para ella. En aquel preciso instante, su misma mente le envió una imagen de la manera en la que había encontrado a su antigua pareja fornicando con otra, en la misma cama en donde él le había jurado que la amaba, ante estos recuerdos, sus ojos se perdieron un instante en la tristeza, en el odio.
—¿Entonces? —preguntó él, sonriéndole.
Ella relajó la musculatura, dedicándola una pequeña sonrisa que apenas fue perceptible.
—Solo un trago —le dijo Valeria—. Luego de eso, me iré —aseguró, tomando asiento al lado de Mateo.
Sujetó el vaso entre sus manos y le dio un trago delicado.
—Supongo que tenía razón —comentó Mateo, para luego ordenar un trago para él también.
—¿Razón en qué?
—Estás despechada.
Ella torció sus labios pintados de un llamativo rojo.
—Tal vez.
Él sonrió.
—Bienvenida al club —bromeó Mateo, dándole un trago serio a su vaso, a pesar de que sonreía, en sus ojos se podía ver las mismas expresiones que hace poco ella sintió; tristeza y odio.
—¿Tú también estás despechado? —preguntó ella, permitiéndole confirmar que él tenía razón.
—Trece años de relación y se embarazó de otro hombre —dijo él, mordiendo sus labios para luego sonreír con amargura.
—¿Por qué te ríes? —preguntó ella, con genuina curiosidad.
—Si lloro, terminaré muriendo —expresó, terminándose el trago más rápido que ella—. En cambio, reírme de mis propias desgracias me hace menos vulnerable al rencor que le guardo a ambos. —Su mirada se clavó en un punto nulo—. La conocí a los veinte, ahora tengo treinta y tres. —Él rió más fuerte, aunque solo era necesario ver en sus ojos la amargura de su alma—. Una vida completa y no decidió darme un hijo, pero a otro hombre sí. —Sabía que tal vez no era una buena idea decirle aquellos puntos vulnerables a una completa desconocida, pero desde que lo había descubierto hace precisamente una semana, no había podido sacárselo del pecho, pues nadie parecía entenderlo lo suficiente como para comentárselo. «¿Y una completa extraña sí?», se preguntó a sí mismo en su cabeza.
—Tal vez te estaba siendo infiel desde hace años —supuso Valeria, dándose cuenta de que no había sido adecuado decir eso—. Lo siento, no quise…
—No importa —la zanjó él—. Yo también pensé eso. —Un suspiro se escapó de los labios de Mateo—. Supongo tengo que perdonarla y seguir adelante.
Valeria rió.
—¿Primera vez pasando por esto? —preguntó con un deje de burla—. Eso me decía yo. “Hay que perdonar y seguir adelante, no puedo encadenarme a él” y es la insistencia por perdonar lo que me mantiene atada al recuerdo de cada relación fallida, estoy harta de buscar perdonar, quisiera… algo distinto.
—¿Algo como qué? —cuestionó Mateo, enarcando una ceja.
Ella sonrió de manera coqueta.
—Una especie de venganza.
—¿Venganza? —Mateo se acomodó—. ¿A qué te refieres con eso?
—Así como él se acostó con la primera que se le cruzó en frente, yo podría hacer lo mismo, ¿no es así?
Mateo sonrió de lado, acomodándose en su silla, comprendiendo el mensaje que ella quería enviarle.
Cap 2.
Un beso acuoso se posó en los labios de Valeria, robándole el aire por unos instantes, empujándola a devolver el beso con la misma intensidad.
—Ven, vamos a mi auto —sugirió Mateo, ansioso por liberar la erección que el roce con el cuerpo de Valeria le había generado, pero no consiguió soportarlo y en medio camino, la sujetó por el rostro, besándola una nueva vez.
A pasos torpes, ambos llegaron hacia el auto de Mateo, ella lo observó con detenimiento, deduciendo que era un auto lo suficiente costoso, luego miró a Mateo, preguntándose si el hombre con el que estaba a punto de acostarse era una especie de adinerado mujeriego, ni siquiera le importaba de ser así, lo único que buscaba aquel día era que el placer disipara sus malas memorias.
Él la introdujo en el auto, arrancándolo con una prisa que revelaba su desesperada condición.
No les costó demasiado tiempo llegar, de hecho, en unos diez minutos, ambos se encontraban frente a la vivienda de Mateo, quien no soportaba más, menos con las coquetas caricias que recibía por parte de Valeria, que se divertía con su sufrimiento.
—Vamos —le indicó con voz ronca una vez ambos llegaron, la ayudó a salir y la sujetó por el brazo izquierdo, incitándola a caminar hacia la casa; una enorme y solitaria.
—¿Vives aquí solo? —se vio ella en casi obligación de preguntar, lo que menos quería era que alguien se apareciera allí en medio del acto.
—Sí —respondió Mateo, con la voz áspera de la excitación, en su rostro se podía ver lo poco que soportaría, ella lo confirmó cuando fue tomada por el cuello con suavidad, siendo arrojada hacia el sofá, en donde él la empezó a besar, introduciendo su lengua en la boca de Valeria, quien jadeó del placer. La lengua de Mateo recorrió todos los márgenes de la boca de Valeria, el beso se prolongó hasta que ambos quedaron sin aliento. Luego, él empezó a succionar el cuello de la mujer, dejando pequeñas, pero visibles marcas en este.
Con apresuramiento, mientras se frotaba contra ella, fue deshaciéndose de su pantalón, liberando aquello que había estado comprimiendo por más de quince minutos. La sujetó por el cuello con debilidad, pero firmeza, indicándole que se colocara sobre el suelo. Una mirada coqueta se le escapó a Valeria de los labios, de manera lenta se colocó de rodillas sobre el suelo, recibiendo aquello que él tenía para darle.
Al instante, se sintió llena de él, sus movimientos se convirtieron en rápidas succiones que ocasionaron bruscos jadeos en Mateo. Ella fue sostenida por el cabello, sintió como los largos dedos de él se enredaban en su oscura melena y la impulsaban a succionar con más rapidez, con mucha más profundidad, cuando menos lo imaginó, se encontraba asfixiada por la inmensidad de un excitado Mateo, quien meneaba sus caderas con apresuramiento. La lengua de Valeria iba desde el g lande hasta cerca de los t estículos, succionándolos también, transportándolo a un mundo de placer en el que jamás se había podido concebir.
Solo cuando sintió aquel líquido blanco escurrirse fuera de su boca repleta, se detuvo y le observó directo a aquellos ojos hambrientos, aquellos ojos que claramente quería más de ella, mucho más de un placer que ella estaba dispuesta a darle.
Con ayuda de la mano de Mateo, ella se paró del suelo, un jadeo de sorpresa se escapó cuando fue alzada por él y conducida hasta la habitación del hombre, fue arrojada sobre la cama con las piernas entreabiertas, de inmediato, sintió como él se acomodaba sobre ella y volvía a unir sus labios en lo que era tal vez el beso más placentero que alguna vez ella había sentido.
La lengua de él se escurría de maneras inimaginables por su boca, luego, salió de allí y fue descendiendo por todo el abdomen de Valeria, quien de manera agitada, solo observó como él empezaba a desnudarle y arrancarle la ropa interior.
Un fuerte gemido se escapó de sus labios trémulos del placer cuando sintió como la lengua de Mateo jugaba en el interior de ella, intercalando la profundidad, haciéndola jadear entre temblores que era incapaz de soportar, sus ojos se transformaron en dos círculos blancos, poseídos por el placer que los movimientos de Mateo le provocaban. El hombre alzó las piernas de Valeria, llevando sus movimientos hasta el límite en el que solo jadeos de placer podían ser escuchados en aquel cuarto. Ella gimió de manera estremecida cuando él empezó de nuevo a subir hacia su cuello. Se estremeció cuando sintió como los dedos del hombre se introducían poco a poco en ella, entre movimientos que terminarían enloqueciéndola del placer.
Débiles mordidas se iban aferrando al cuello de la mujer a medida que esta se desvanecía de placer por aquellos dedos que pronto salieron de ella. Las manos de Mateo se aferraron a la cintura de Valeria, quien le observó a los ojos cuando una profunda embestida se apoderó de ella, de su cuerpo, de sus sentidos. De inmediato, una lluvia de embestidas le siguió a la primera, tan fuertes y profundas, eran una combinación de placer y dolor que convertía aquel instante en el más placentero de toda su existencia.
La sujetó por la espalda, sentándola sobre él, y hundiéndola mucho más. Sabía que era demasiado grande para ella, pero no decía nada, siempre había tenido la idea de que había un enorme placer en el dolor físico, justo como en aquel instante en el que sus energías se desvanecían mientras era profundamente penetrada por un completo desconocido.
Él apretó ambos pechos de la mujer, con fuerza, luego se aferró de nuevo a la cintura de Valeria, meneando sus caderas con tanta rapidez que solo los gemidos sofocados e intermitentes de ella podían ser escuchados. De pronto, él la giró, dejándola en una posición en donde ella le diera la espalda.
La mano de Mateo viajó hasta el cuello de Valeria, apretando con poca fuerza, el gesto que apenas vio, le indicó a Mateo que apretara, y así él lo hizo, un corto gemido se escapó de los labios de Valeria, y una sonrisa se escapó de los labios de Mateo.
—Así que te gusta el dolor —le murmuró, ocasionando que un placentero escalofrío se apoderara de todo el cuerpo de Valeria—. Si te gusta el dolor, yo estoy dispuesto a dártelo. —Ella, fue sostenida por la cintura, arrinconada contra la pared, sintió como el miembro de Mateo, tomó otra vía mucho más estrecha, una que nunca había sido visitada por nadie—. ¿Te gusta esta clase de dolor? —le preguntó él, con la voz rasposa del placer.
—Nunca lo he experimentado —admitió, con sus energías casi extenuadas.
—¿Quieres experimentarlo? —le preguntó él, apretándola cada vez más de la cintura, ella guardó silencio por unos instantes, parecía analizárselo, jamás lo había hecho por detrás, de hecho, lo evitaba siempre con su antigua pareja, no tenía ninguna experiencia por aquella zona, solo había escuchado que dolía enormemente, pero, equilibrar el dolor de algo nuevo, con el placer de los movimientos sorprendentes de aquel desconocido, le parecía algo demasiado atractivo para hacer.
—Sí, hazme sentir el dolor —pidió, entre placenteros nervios.
Él dejó que una sonrisa se trazara en su rostro cubierto por el sudor del placer y la fue poco a poco posicionando.
Nunca había conocido un placer como aquel, él de sentir como poco a poco, su cuerpo se hundía en el dolor más intenso pero delicioso que había experimentado jamás. Ella apretó sus puños, las venas de su cuello parecían reventar, sus ojos se cerraron con fuerza, sudor se empezaba a escurrir por su frente, solo tenía una parte adentro, sentía que no podía soportarlo, pero al mismo, quería sentirlo completo, no era capaz de comprenderse. Un profundo y ronco jadeo se escapó de los labios de Valeria cuando la mitad se encontró dentro de ella, dejó su caer su cabeza sobre el hombro de Mateo, quien sonreía al ver las expresiones de la mujer, poco a poco, él empezó a moverse dentro de ella, Valeria se aferró al brazo de Mateo al sentir aquello, mordió sus labios con tanta fuerza que se lastimó.
¿Cómo algo tan doloroso y placentero podía existir?
Él siguió introduciéndolo, esta vez, dispuesto a introducirlo completo. La sujetó con fuerza por el estómago, lamió su oreja y empezó a respirar de manera ruidosa, observando la expresión que se apoderaba de Valeria cuando lo tenía casi completo en ella.
—No sé a ti —le murmuró Mateo, con la voz tan ronca del placer que apenas fue capaz de ser entendido—… pero a mí me gustan las cosas rápido. —Un fuerte jadeo se escapó de los labios de Valeria cuando de una sola estocada, lo tuvo todo dentro de ella, fue sostenida por el cabello y embestida con tanta rapidez que su cuerpo empezó a temblar del placer, era incapaz de pensar, era incapaz de hablar, solo podía sentir el dolor más placentero que alguna vez un hombre la hubiese hecho sentir.
Sus glúteos colisionaron contra la cadera de Mateo, ella intentaba buscar algo en donde sostenerse, los movimientos iban tan profundos en su interior que tenía el presentimiento de que no se le haría demasiado fácil caminar luego de aquello, rió pensando en eso.
—¿De qué ríes? —preguntó Mateo, embistiéndola más fuerte, una sonrisa perversa también se deslizó por sus labios masculinos—. ¿Tanto te gusta el dolor?
—Sí, d-demasiado —apenas pudo ella decir, la presión que sentía en su cuerpo era demasiada como para poder hablar—. Pero recuerda que… recuerda que esto es solo un juego entre ambos…
… un juego en el que pierde quien se enamora.
Cap 3.
Actualidad:
Desde el día en el que la había tocado por primera vez, no había podido sacársela de la cabeza, se habían encontrado una infinidad de veces desde ese entonces, recordándose siempre al terminar, que aquello solo era un juego en donde sus cuerpos estaba involucrados, no tenían que tratarse como una pareja, pues no lo eran, ambos tenía la libertad de hacer lo que quisieran una vez estuvieran el uno lejos del otro, tampoco tenían que asistir a citas juntos, ni hacer nada de lo que se supone que se requería para enamorarse de alguien, pero, para la desgracia de Mateo, en esas últimas semanas no había podido sacársela de la cabeza, no era capaz de explicarlo adecuadamente, pero no había podido sacarse de la cabeza, no solo el toque del cuerpo de Valeria, si no su voz, su risa, sus ocasionales bromas, su manera de ser… sabía que aquello era algo malo, sabía que era probable que ella estuviese acostándose con otro hombre mientras él se encontraba allí, guardándole una estúpida fidelidad.
A nadie le había hablado sobre sus encuentros ocasionales con ella, pues una de las reglas del juego era aquella: nadie tenía que saber lo que ambos hacían, pues al final, ninguno de los dos guardaba un compromiso con el otro. Entonces, si sabía aquello ¿por qué diablos sentía lo que sentía cada vez que la recordaba? No eran solo ganas de poseer su cuerpo, eran ganas de que ella lo mirase como algo más que su simple compañero s exual.
—Eres un estúpido, Mateo —se dijo a sí mismo, arrojando su cabeza hacia atrás—. Un completo estúpido —murmuró acariciando su sien con arrepentimiento.
Terminó de organizar unos cuantos papeles que habían dispersos en su escritorio y se preparó para irse de allí. Tenía ganas de muchas cosas, pero las energías para casi nada, así que elegía mejor ir a su casa a dormir, o tal vez ir a beber un poco, no era alguien demasiado bebedor a decir verdad, pero en esos últimos cuatro meses, solía ir al bar en donde la había conocido, especialmente en las últimas semanas, pues cada vez que iba, la encontraba hablando con un hombre, aquello, lo hacía enloquecer de celos, pero se decía a sí mismo que tenía que tranquilizarse, pues una vez más: ellos no eran nada. Solo compartían cuerpos, él no tenía algún derecho sobre ella.
«¿Y por qué diablos no puedo dejar de pensar en ella todo el tiempo?», se cuestionó, abrumado.
—Creo que tal vez estoy perdiendo el juego —se murmuró, sabía que si perdía aquel juego y ella se daba cuenta, no solo todo se terminaría, sino que ella se iría con otro, y él no quería que ella se fuera con otro, porque él…
Porque él la quería… la quería de verdad.
Cuatro meses habían sido suficientes para darse cuenta de que no solo se trataba de un deseo carnal el cual sentía sobre ella. Y sabía que tarde o temprano, haber roto las juegas del juego, le lastimaría.
**
Como siempre, ella se encontraba allí, en una esquina del bar, con una botella en la mano, le daba la espalda, él no iba allí para llamar su atención, iba solo a relajarse un poco, pero no podía evitar sentir unos profundos celos cada vez que un hombre se le acercaba.
—Dame un vaso simple —pidió, y pronto le fue entregado.
—Hoy estás más preciosa que nunca. —La cabeza de Mateo se giró con brusquedad cuando escuchó cuando un sujeto se le acercó a Valeria y le dijo aquello, de manera disimulada, se aproximó a ambos, con intenciones de escuchar sus palabras.
—Ni siquiera sé quien eres. —Mateo no pudo negar la relajación profunda que sintió al escucharla decir aquello.
—Yo tampoco —había dicho el tipo, que, por su manera de hablar, era evidente se encontraba ebrio—. Pero, ¿a quién le importa? ¿Quieres ir a dar una vuelta conmigo?
Ella guardó silencio, parecía pensarlo.
—Tal vez —dijo ella, ocasionando que el estómago de Mateo se retorciera de los celos, le dio un trago profundo a su bebida y continuó escuchando lo que ella decía—. ¿Qué tienes para ofrecerme?
—Muchas cosas, guapa. —El ebrio se aproximó más a Valeria, quien no se movió ni siquiera un poco, él parecía que en cualquier instante la besaría, y a ella no parecía molestarle. Mateo estiró un poco su cabeza, intentando ver quien era el sujeto que coqueteaba con Valeria, dándose cuenta de que se había equivocado en su primer juicio, pues había supuesto que se trataba de un viejo ebrio de esos asquerosos que abundaban en el bar, sin embargo, se trataba de un hombre joven, incluso más joven que él, de aspecto atractivo, mucho más atractivo que él. Las inseguridades de Mateo se despertaron luego de un largo letargo, no recordaba la última vez en la que se había sentido celoso en su vida, había aprendido a desconfiar de las mujeres una vez que descubrió que a quien consideró el amor de su vida le era infiel con otro.
—¿Cosas como qué?
—¿Quieres verlas? Vamos, eres demasiado atractiva, alquilemos un cuarto en el motel que está a cinco minutos de aquí.
—No —se negó ella, tranquilizando a Mateo—. No hasta que me digas que puedes ofrecerme. —Una sonrisa coqueta se esculpió en el rostro de la mujer.
—¿Qué puedo ofrecerte? Cariño, además de la mejor noche de tu vida, puedo ofrecerte dinero, joyas, ropas, lo que sea, solo vamos, estoy perdiendo la paciencia.
Mateo bufó con pesadez, diciéndose mentalmente que él podía ofrecerle eso y mucho más a Valeria, diciéndose que él podía ofrecerle amor, algo que ella, por lo visto, no buscaba ni un poco.
—¿Eres adinerado? —preguntó ella, jugando con su bebida.
—Sí, querida, vamos, te lo mostraré.
Ella guardó silencio, terminando su bebida.
—Mejor no —pronunció Valeria, antes de ponerse de pie y retirarse, no sin antes ofrecerle una burlona mirada a Mateo, quien en aquel instante se sintió atrapado—. Deberías aprender a espiar mejor —le dijo, antes de retirarse contoneando su cuerpo.
Él le dio un trago más a su vaso casi vacío, luego suspiró, afligido, sería difícil sacarse a esa mujer de la cabeza si ella elegía irse con otro.
Y lo peor, era que en cualquier momento algo así podría ocurrir.