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Sergio y Silva, son dos almas heridas por sufrimientos del pasado, sin embargo, uno ha vivido con la comprensión de su padre y la otra con su desprecio. Unos laboratorios a punto de la quiebra, un inversor propietario de una clínica que puede evitar el desastre, un contrato de matrimonio aparentemente para evitar la catástrofe, aunque ninguno conoce los sentimientos del otro ¿Qué pasará cuando se descubra la verdadera naturaleza del contrato?

PREFACIO

 Un mar cristalino, un cielo azul y el astro rey brillando en todo lo alto, la combinación perfecta para la felicidad y la dicha, pero no para un niño que acababa de perder al ser que más había querido en toda su corta vida, su madre. Esa persona tan especial quien no sólo lo trajo al mundo si no que durante diez años le dio los mejores momentos de sus días.

Un cáncer de cérvix se la había llevado de este mundo, causándole un profundo dolor a él y su padre, un prestigioso médico, dueño de una de las Clínicas más prestigiosas del país; por ironías de la vida ni todo el conocimiento en salud, ni toda la tecnología dispuesta, ni toda la fortuna a su disposición pudieron hacer frente al proceso de la enfermedad que poco a poco fue consumiendo su existencia.

Sentado en la arena miraba el horizonte, sus brazos envolvieron sus piernas aferrándose a ellas, por momentos con cabeza gacha, intentaba ocultar las dolorosas lágrimas que rozaban sus mejillas.

—¡¿Por qué mamita? !, ¡¿Por qué te fuiste?!, ¡¿Qué será de mí y de papá sin ti?! — preguntó en voz alta, como si esperaba que el viento pudiera llevar ese mensaje al lugar donde ahora ella se encontraba.

De pronto sintió una extraña sensación, una fuerte ráfaga rozó su piel, acto seguido levantó su mirada llorosa, para encontrarse con unos expresivos y hermosos ojos azules, una melena negra que bailaba al compás de la brisa y la sonrisa más cálida que había visto, muy parecida a la de su madre.

—Hola, no llores, ¿Quieres jugar?, estoy juntando caracolas, ¿me acompañas? —soltó la niña de escasos cuatro años, enseñando los curiosos tesoros encontrados en su pequeña travesía.

El niño por un momento la observó sorprendido, esa niña sin conocerlo lo invitaba a formar parte de su diversión, sorbió su nariz, se limpió con sus puños las lágrimas mientras se ponía de pie. Iba a responder, pero escuchó la voz de una señora.

¡Silvia!, ¡Silvia, pequeña! — llamó una adulta muy parecida a la infanta.

—Aquí estoy mamá —respondió recibiendo el abrazo de alivio de su madre.

Ellas habían acudido a ese lugar especial, mientras su padre estaba en un Congreso de Microbiólogos muy cerca de ahí, estaban aprovechando esos días juntas, salían a jugar y caminar por la playa.

» Mira estoy invitando a niño a jugar, está triste — comentó la niña.

Anastasia dirigió su vista al niño en edad escolar, tenía un semblante afligido, ojos llorosos y mano temblorosa que se extendió a modo de saludo.

—Hola señora, yo no quiero incomodar…, disculpe, creo … es mejor me vaya —pronunció Sergio intentando calmar sus sollozos.

—Tranquilo pequeño, no te preocupes puedes jugar con Silvia. ¿Tus padres están cerca? — consultó la señora Anastasia, con el corazón conmovido.

—Sólo mi papá, está en esa barra …— respondió el niño señalando el lugar cercano a la entrada del hotel —… y mi mamita … murió— apenas pudo continuar pues nuevamente sus lágrimas empezaron a brotar sin control, espasmos de dolor salían de ese diminuto cuerpo de niño, recordó que su primo muchas veces le dijo que no era de hombres llorar, pero cómo no hacerlo, si la tristeza había abierto paso por todo su ser. Estaba sumido en sus pensamientos cuando sintió unos pequeños brazos rodearlo, sin esperarlo.

—Ya no llores amigo, mamita está bien, está cuidándote con papá Dios en el cielo —pronunció Silvia mirándolo con ternura.

Ese gesto calentó su corazón, fue algo extraño, pues antes nadie a excepción de sus padres lo había abrazado de esa manera, no tuvo el valor para alejarse, al contrario, no supo que lo impulsó, pero respondió la muestra de afecto envolviéndola en sus brazos también.

—No te preocupes pequeño, ven te acompañamos, te llevo con tu papá y le pedimos permiso para comer un helado, ¿Te parece? —agregó la señora Anastasia, extendiéndole la mano e invitándolo a caminar con ellas.

—Gracias— susurró con voz entrecortada, sintiéndose después de varios días en paz, una paz que le había dado principalmente una niña de tan sólo cuatro años.

Silvia y Sergio se volvieron inseparables, jugaban, corrían, reían; Jorge, estaba más que satisfecho luego de varios días de dolor, por fin pudo ver a su hijo sonreír, sin pensar ese viaje creó una luz en su túnel, felices e inolvidables recuerdos. Luego de tres maravillosos días, los niños debieron darse un emotivo adiós.

—Te voy a extrañar amiguito … y..ooo, yo …eespero… verte pronto —dijo la pequeña, con sus mejillas rosadas cubiertas por el llanto, mientras sus pequeños bracitos lo abrazaban con fuerza.

—Yo también Silvia, prometo… que no te olvidaré, … así pasen los años te buscaré, te encontraré y volveremos …. a pasar momentos juntos… —expresó el niño con voz entrecortada.

» Si algún día me necesitas, … yo estaré para ti, te cuidaré …. y pasaré mis días contigo —continuó apretándola con fuerza.

—¿Lo prometes? ­— preguntó elevando el rostro, con los ojos nublados productos de las lágrimas, una mirada tierna, aunque triste, que se coló sin aviso en el interior de Sergio.

—Te lo prometo —se separó de ella con delicadeza, mostrándole el dedo meñique.

Acto seguido los dos niños unieron sus pequeños deditos, sellando el pacto, uno que una mente frágil y pequeña olvidaría sin querer, pero en la otra permanecería como eco de voces no sólo en la misteriosa conciencia, sino en el corazón.

 *****

Un día, Anastasia y su pequeña Silvia salieron a dar un paseo por el parque, como toda niña inquieta saltó, corrió, disfrutando del verde de los árboles y el colorido de las flores.

Anastasia no dejaba de sonreír viendo a su hija, feliz por la familia que la vida le había dado después de estar tantos años sola, un esposo al que amaba con todas sus fuerzas, con un futuro prometedor, y una hija maravillosa, sonrió para sí misma tan solo de pensar en ellos.

Un señor se le acercó, le ofreció una pelota con luces, la cual compró y se la extendió a su pequeña quien emocionada la recibía con euforia.

La niña se puso a jugar con su nueva adquisición, no contaron con que el objeto esférico se soltara de sus manos, lo que hizo que ella corriera tras él para alcanzarlo sin importar salirse de la acera.

Por infortunios de la vida un auto venía a toda velocidad, hubiera sido un trágico destino para Silvia, si su madre no reaccionara en ese momento, gritó, corrió con todas las fuerzas que sus piernas le permitieron, se interpuso en el camino, y empujó a su hija, recibiendo ella el impacto del vehículo.

Todo pasó tan rápido, entre la huida del coche, el cuerpo de la mujer yaciendo en la pista en medio de un charco de sangre y su respiración entrecortada que se estaba haciendo cada vez más lenta.

La niña fijó sus ojos en la escena, se nublaron de repente, por la impresión, el susto y el dolor.

Como pudo y con las rodillas laceradas y adoloridas se lanzó a los brazos de la mamá mientras con sus pequeños puños golpeaba el cuerpo ya inerte de su madre.

—¡¡Mamita!! Por favor… Abre los ojos —pedía la niña, mientras con sus pequeñas manos intentaba abrir los ojos de su madre —p-prometo ser una niña b-buena —sollozaba con voz temblorosa, mientras el miedo de ver a su mamá allí tirada la invadía.

Sacudió el cuerpo inerte, siguió con su desesperante llamado, explotando en gritos de negación y preguntas sin respuestas, mientras su pecho hiperventilaba, subiendo y bajando en movimientos incontrolables.

—¡¡Mamita!! Por favor, despierta… Tú no puedes estar muerta…. Vamos a casa… — insistió abrazando a su madre con fuerza — ¿Estas enojadas? … ¿Por qué no despiertas? ¿Te duele algo mamita? …¡¡Mamaaaaaá!! — vociferó, explotando en un incesante llanto.

Un tumulto se fue formando alrededor de la triste escena, el sonido de las sirenas, la hicieron levantar ligeramente la vista, para luego ser apartada con renuencia del cuerpo inerte de la persona con quien más tiempo pasó sus primeros años, esa persona que le había dado la vida y le había dedicado los mejores momentos de su existencia, su madre.

CAPITULO 1. UN DOLOR EN EL ALMA

La joven se miraba en el espejo de su amplio dormitorio, un reflejo hermoso detallado en esa superficie pulimentada, rostro natural de tez pálida, cabello negro como el ébano y ojos azules profundos, misteriosos hermosos, pero tristes.

Lágrimas pesadas caían por sus mejillas mientras un “te extraño” rodeaba sus pensamientos, apretó con fuerza los párpados, quería negarse a seguir llorando, pero cuán difícil es si había perdido lo que uno más ama en la vida, cuando los vagos recuerdos de una niña pequeña que vio morir a su madre se apoderaban de su mente, sumado al abandono emocional de quien debió protegerla, cuidarla, abrazarla en los años que más de alguien necesitaba.

Sintió su cuerpo a punto de desfallecer, por lo que tuvo que sentarse en la silla más cercana, apretando con fuerza el retrato de la mujer a la que se parecía mucho, mientras sus sollozos salían sin control, lágrimas gruesas que fluían y acariciaban sin cesar cada centímetro de sus sonrosados pómulos, y cómo no, si ese día se recordaba quince años de la muerte de su madre.

—¿Por qué no fui yo? ­— se preguntó en voz alta abrazando la imagen con vigor —No era que te interpongas mamita, era yo quien debería estar en una tumba, eso quizás hubiera sido lo mejor.

» Me dejaste sola, me enseñaste a ser una buena niña, pero no a vivir sin ti. Mi padre me odia, y ni si quiera sé por qué, nunca soy lo suficiente buena para él.

» La que fue tu mejor amiga ahora es mi madrastra, ella y Sara no me miran bien, hasta parece que me detestan, me siento tan sola, sino fuera por Alex creo que nada tendría sentido.

Unos toques en su puerta la sacaron de su pequeño monólogo.

—Silvia, ¡Apúrate!, ¿Hasta qué hora te vamos a esperar? —gritó el hombre enfurecido.

—Ya voy… papá — respondió con voz entrecortada, besó la foto de su mamá para luego dejarla con cuidado en su tocador.

—Tienes cinco minutos o te quedas sin almorzar — ordenó, para luego dirigirse al comedor.

La joven se limpió las lágrimas con premura, caminó hasta el lavatorio de su baño, donde el contacto con agua fría, borraban con ligereza los rastros de su tristeza. Se lavó con toques suaves, y con tres respiraciones prolongadas, estuvo lista, al final no le quedó más remedio que consolarse y reponerse ella misma, como siempre lo había hecho.

Se miró una última vez en el espejo y ya lista, decidió descender y reunirse con su familia. Si eso se podía llamar familia, un padre difícil y ausente, una madrastra que la odiaba y una media hermana que la despreciaba.

—Buenas tardes —saludó a los presentes, observando que al final no la esperaron, todos ya habían comenzado a comer.

—Te dije cinco minutos y te demoraste ocho —pronunció su padre haciendo una mueca de disgusto — no estamos para ser considerados contigo.

—Está bien —expresó con nostalgia.  A veces se preguntaba por qué su padre no la quería, nunca, desde que perdió a su mamá no había tenido una sonrisa o palabra delicada para ella.

—Es verdad, tu padre tiene toda la razón, la familia no tiene que esperarte, o ¿Qué crees?, ¿Qué estamos a tu disposición? —agregó Lucila, la actual esposa de su padre con desagrado.

—Claro que no, señora, sólo no me estaba sintiendo bien —respondió.

—Como siempre mi hermanita indispuesta, no vaya a ser que esté embarazada —comentó Sara con saña.

—No digas tonterías Sara y tu Silvia ni se te ocurra, porque al día siguiente tus maletas estarán fuera de esta casa —gritó su padre golpeando la mesa.

—No.. pa.. pá te juro que … además yo nun… ca …— aclaró nerviosa.

—Sería el colmo que fueras una perdida como tu madre —atacó Lucila.

Silvia prefirió no responder en ese momento, se sintió impotente quería llorar, gritar salir corriendo, con la cabeza baja, apretó sus puños hasta escuchar a su padre.

—De esa mujer no hablamos en esta casa.

—Es mi madre, papá y hoy es un año más de su muerte, me gustaría ir al cementerio y dejarle flores, por favor— pidió con los ojos nublados, otra vez las lágrimas amenazaban con salir.

—¡Basta!, no quiero que me la recuerdes, y no pienses en ir a ese lugar, ella no merece nuestro tiempo, nuestras atenciones, no merece nada — refutó con un rostro enrojecido, y unos ojos que destellaban un profundo rencor.

» Comamos en paz y en silencio —ordenó.

Y así se hizo, al finalizar cada uno se levantó, Silvia se dirigió a su dormitorio, se encerró allí, no quería ser molestada, se sentía mareada, con los ojos pesados, tomó una vez más la foto de su madre para sujetarla y buscar paz teniéndola entres sus brazos.

—Perdón mamita, no quise desobedecerlo, te prometo pronto ir a visitarte y regalarte unas hermosas flores — habló mientras sus parpados se cerraban producto del cansancio y de tanto haber llorado.

En sus sueños estaban las dos, madre e hija corriendo por una playa, jugaban, reían, ella era una niña y su mamá una bella señora con hermoso cabello ébano que se movía al compás del viento, de pronto vinieron unas imágenes de un niño regalándole una hermosa sonrisa, lástima que fue lo único que pudo distinguir entre las nublas de su incierto subconsciente.

*****

En su departamento de soltero, Alexander Wiesse sonreía desde su balcón, con copa de vino en mano veía lo majestuoso de la zona exclusiva donde residía. A sus cortos veintidós años tenía dinero, pues pertenecía a una de las familias más pudientes de la ciudad, popularidad, era el típico rompecorazones, con sonrisa baja bragas que derretía a las mujeres.

Se sentó en el cómodo sofá recordando la apasionada noche que tuvo con una mujer, la cual conocía muy bien, se rio para sus adentros tan solo de recordar las posiciones y lugares donde le habían dado rienda suelta a sus bajos instintos.

A pesar de haber sido una buena experiencia, se sentía inconforme, pues la mujer que realmente deseaba, su actual novia, no era más que una de esas castas, virginales y aburridas señoritas, que se guardaban para la fantasía de la noche de bodas.

— Niñerías en pleno siglo veintiuno — dijo de manera despectiva.

Tomó su celular para revisar su agenda, observó con atención la fecha y recordó la relevancia de ésta.

—Así que hoy es un año más de la difunta, qué tal si la aprovechamos a mi favor, mi Silvia debe estar triste, que mejor que sacarle provecho a ese sentimiento— comentó en voz alta, sin dejar de sonreír.

» Vamos a ofrecerle consuelo, este pechito, estos brazos y por qué no; besos, caricias y …

Salió disparado a ducharse, con una emoción desbordante que se formaba en su entrepierna de sólo pensar que hoy sería la oportunidad que tanto esperó.

Se cambió, cogió su celular y marcó el número de su novia, caminó por el pasillo intentando frenar sin éxito los latidos desbordantes en su corazón y de otra zona de su cuerpo que la había estado esperando deseoso por mucho tiempo.

*****

El sonido insistente del celular hizo levantar a Silvia de un sobresalto, se sentó con cuidado, frotó sus ojos y observó en la pantalla el nombre de la persona que la había despertado.

No pudo evitar emocionarse, coger el móvil y presionar el botón verde con premura.

—Amor, ¿Cómo estás?, no sabes cuanto te he necesitado, te estuve llamando anoche —pronunció la joven con ternura, sólo pensar en él y en su hermosa sonrisa era como un estimulante. Luego de tantos años sintiéndose sola disfrutaba algo de dicha, gracias a ese apuesto joven que había puesto sus ojos en ella.

—Si bueno …, tenía el celular en silencio, y… estaba lejos de mí, no quería fuera una distracción, estaba estudiando Biología y necesitaba concentrarme — trató sonar convincente.

—Tú siempre tan responsable mi amor, ¿Sabes? me emociona la idea de estudiar en una universidad y que mejor, la tuya, estaríamos cerca y juntos en los recesos —comentó esperanzada.

—Si, bueno… oye, el motivo de mi llamada es que quería invitarte a dar una vuelta, para que te distraigas, porque pensé deberías estar triste, debido a lo que se recuerda hoy, ¿Qué dices? —intentó persuadirla.

— ¿Y qué tal si me llevas al cementerio mejor? — preguntó la joven con ilusión. Esperaba su novio, la pudiera llevar a visitar la tumba de su mamá y dejarle flores.

—¿No crees que si vas ahí estarás más triste? —debatió, tocándose el puente de la nariz, controlando su frustración— mejor déjame sorprenderte y hacerte sonreír hoy.

» ¡Anímate!, ¡vamos! — sonó de los más convincente.

—Está bien, vamos —aceptó la chica con voz débil, casi perceptible a modo de susurro, no era fácil para ella ocultar su tristeza.

Aunque le hubiera gustado ir al cementerio, no fue capaz de rechazarlo, ella era así, siempre callaba sus deseos y anteponía el de los demás. Nunca se había puesto a pensar que a veces eso podría meterla en problemas y situaciones incómodas, difíciles de procesar o hasta olvidar.

CAPITULO 2. HASTA ENCONTRARTE

En las oficinas de la Jefatura de Clínicas Wiesse, un joven se encontraba revisando sus últimos expedientes y archivos administrativos, se sentía satisfecho consigo mismo, justo ese día se cumplía trescientos sesenta y cinco días de haber regresado a su país luego de estudiar por muchos años en el extranjero.

La vida en lo laboral le sonreía, hace semanas, su papá, el exitoso médico Jorge Wiesse lo nombró director de la Clínica familiar, no sólo por ser su hijo, sino por sus estudios y méritos alcanzados, ese camino no fue nada fácil, tuvo que prepararse mucho para llegar a ocupar ese sillón y demostrar su auto valía.

En lo sentimental había salido con algunas mujeres, aunque no era un promiscuo, tampoco era santo, una de sus últimas conquistas, Andrea Zeballos, aún no asimilaba que su relación había dado por finalizada, cada vez que podía, por no decirlo casi todos los días, hacía acto de presencia en su trabajo, casa, convirtiéndose en una persona realmente insistente.

Era hermosa, sí, muy buena figura, cabellera rubia y unos hermosos ojos azules, aunque no tan hermosos como los que vio una vez cuando era aún un niño. Quizás por eso había sido la mujer con la que más tiempo tuvo una relación, ocho meses para ser exactos, pero al igual que las anteriores, terminó encontrándole un “pero “o diciéndose “no es como ella”.

Cansado de lo mismo, decidió seguir el consejo de un amigo de la primaria, Rodrigo, quien le dio el número de un investigador, sentía la necesidad de saber, ¿Que había sido de ella?, ¿Dónde estaba?, ¿Con quién vivía?, si ella, ¿lo recordaba?, un conjunto de preguntas que estaba esperando pronto poder hallarles respuestas.

Unos toques en la puerta los sacaron de sus pensamientos, movió la cabeza de lado a lado con ligereza, buscando relajarse.

—¡Adelante! — invitó a pasar, acomodando su saco blanco, optando una postura profesional.

— Hola hijo… —saludó su padre, el médico cardiólogo Jorge Wiesse — … caramba que buen porte, se nota que eres mi sangre— bromeó.

—Buen día, papá — respondió sonriente, poniéndose de pie — que gusto verte, justo necesitaba de tu asesoría con unos documentos — habló abrazando a su padre.

— No sabía que aún podrías necesitar ayuda de este viejo — expresó tomando asiento, miró a su hijo con orgullo, siempre fue un muchacho noble, dedicado, muchas veces se preguntó si estaba haciendo un buen trabajo con él, pues desde la muerte de su esposa, su único amor, solo estuvieron ellos dos teniéndose el uno al otro.

—No digas eso papá siempre necesitaré tu ayuda, por más estudios que tenga, nunca podré superar tu buen ojo y, sobre todo, tu experiencia — expresó, regalándole un guiño.

—Eso es verdad … —se quedó viéndolo por unos segundos — ya entendí la referencia, chistoso — se paró dándole un ligero manotazo cerca de la frente — ¿Me estás diciendo que estoy viejo?

—Yo no lo dije, tú fuiste quien lo mencionó primero, además papá, sabes que me gusta aprender de ti, tu experiencia y nuestra química supera a cualquier libro, referencia, docente o colega, siempre serás mi primera opción —declaró con sinceridad, desde que se quedaron solos él y su padre se habían vuelto los mejores amigos, ni los años o la distancia pudieron quebrantar esa relación.

—¡Ay, hijo!, si tu madre viera el hombre en que te has convertido, estuviera tan orgullosa —acotó, a la vez que sus ojos se nublaban.

» Sabes ella siempre será el amor de mi vida, nunca podré olvidarla, por más que hayan pasado los años, jamás ha dejado de ocupar mi mente y corazón y así seguirá siendo hasta mi último suspiro —aseguró con vehemencia.

» Me gustaría, tú encuentres un amor así, no como el de esa chica Andrea, que, a pesar de ser guapa, es demasiado superficial. Creo que debería ser alguien noble cómo tú, cálida, empeñosa…

Los pensamientos de Sergio se fueron a aquel viaje que realizaron él y su padre hace más de quince años, recordó a la pequeña niña que lo ayudó a sonreír nuevamente, con la que jugó y disfrutó unos días en la playa, no pudo evitar la sonrisa que le salió de los labios y el brillo emitido por sus ojos.

El sonido de un choque de dos palmas frente a él, le provocó un sobresalto que lo hizo regresar de su ensoñación.

—¿Qué pasó papá? — preguntó incorporándose.

—No sé dime tú a donde viajó esa mente … y por el brillo en tus ojos… ¡Ay!, ¡¡no!!, ¿Andrea? —preguntó sin importar mostrar su semblante preocupado.

—Claro que no — negó con la cabeza — te parecerá loco, pero la estuve recordando — confesó, tras emitir un suspiro, recostándose en su asiento.

— ¿A la niña, cierto? —consultó con interés, conocía a su hijo muy bien, y estaba enterado que pesar de los pocos días que pasaron juntos siendo unos niños, él nunca la había apartado de sus pensamientos, ni de su corazón, donde estaba seguro, le había reservado un lugar especial.

—Si papá, he decidido buscarla, quiero saber qué fue de ella, a lo largo de estos años he comparado a las demás con ella, creo que por eso no he tenido éxito en lo sentimental.

» Te parecerá tonto, porque éramos niños cuando la conocí, pero hay esencias del alma que no se olvidan, a veces tardo en dormir preguntándome ¿estará bien?, ¿me recordará?… quiero verla papá he tenido grabados esos ojos azules todos estos años, sueño con ellos…— se sinceró, mientras pasaba sus manos por sus cabellos — creo que se me soltó una tuerca — bromeó, riéndose de sí mismo.

Jorge sonrió, su hijo era noble espontáneo con una gran madurez y autocontrol, pero verlo así, le provocaba varias sonrisas, decidió hablar.

— ¿Sabes que me enamoré de tu madre a primera vista?, cuando la conocí me pareció una diosa, hermosa, agradable, inalcanzable, tuve mucha suerte que se fijara en mí. A las pocas semanas de frecuentarnos, le confesé lo que sentía y me aceptó, no sabes lo inmensamente feliz que fui.  No pasaron más de seis meses para casarnos y a las semanas me dio el más grande regalo que le puede hacer su mujer a un hombre enamorado, me anunció que estaba esperándote — contó los detalles de su relación con la misma ilusión de la primera vez, como si los recuerdos estuvieran pasando a modo de película frente a sus ojos.

» A los que voy hijo, es que sigas a tu corazón, si tu deseo es encontrarla, búscala, que nada te detenga, yo al menos no lo haré — mostró su completo apoyo caminando hasta él y dándole un golpe suave en su hombro.

— Si, sobre eso …

Unos toques en la puerta interrumpieron la conversación, para dar paso a la secretaria, una señora de aproximadamente cuarenta años de edad.

—Dr. Wiesse, Dr. Wiesse, en la recepción se ha reportado un señor, Jaime Jiménez, me dijeron que traía un sobre consigo y que desea hablar urgente con usted — anunció la mujer desde la puerta, haciendo una pequeña reverencia.

—Dígale a la recepcionista que lo deje pasar … — pidió el galeno más joven.

—Está bien doctor —movió su cabeza en aprobación, retirándose en el acto.

— Así que, ¿Jiménez el detective, amigo de los Ferrer? … — miró a su hijo entrecerrando los ojos, como queriendo confirmar las sospechas que se daban paso en su interior.

Sergio encogió lo hombros, al final no tuvo que contarle sobre Jiménez, todo había caído por su propio peso y atando cabos supo por su mirada, que su padre había descubierto el enigma.

El sonido de la puerta anunciaba la llegada del hombre en mención, inmediatamente la puerta se abrió invitando a pasar a Jiménez, un hombre de edad madura, muy bueno en su trabajo, vestía un traje gris a medida, sombrero elegante y lentes oscuros dignos de un personaje misterioso, entre sus manos cargaba un sobre con contenido interesante.

—Buen día s-señor … — titubeó al ver a su contratante acompañado.

—Adelante Jiménez, por mi padre no se preocupe, está enterado, puede proseguir.

—Bien en ese caso, tal como lo prometí aquí tengo el fruto de mi trabajo —extendió el sobre sellado.

Sergio lo tomó con manos temblorosas, su corazón latió fuerte, desbocado, era una sensación emocionante y extraña, empezó a sentir como cuello de su camisa lo estaba apretando, por lo que tuvo que abrirse los dos primeros botones, abrió con ímpetu el sobre y sacó unas hojas texto y la foto de una hermosa chica.

— ¿Eso quiere decir?… — preguntó con voz entrecortada y un brillo especial en sus ojos.

—Así es señor, la encontré…

CAPITULO 3. LA RAZÓN DE SU ODIO

No hay peor batalla que la que se ha librado contra uno mismo y Fabio lo sabía muy bien, tras ese incómodo almuerzo, llegó a su estudio frustrado, jalándose los cabellos y cogiendo su cabeza con desesperación, cerró la puerta con fuerza tras de sí, dando un grito sonoro mientras golpeaba la pared con tanta vehemencia lastimándose los nudillos de su mano.

Miró el enrojecimiento y laceraciones en sus artejos, y apretó sus párpados con fuerza, dirigiéndose con paso acelerado a su caja fuerte, digitó su combinación y sacó la foto ligeramente maltratada de una mujer con gran belleza, la viva imagen de su hija Silvia.

—¿Por qué Anastasia?, Nosotros nos amábamos, creí que eras feliz conmigo, ¿Por qué tuviste que engañarme?, ¿Acaso no era lo suficiente para ti? — se preguntó en voz alta, en medio de la soledad esas cuatro paredes, estrechando la imagen de su difunta esposa con fuerza, mientras sus ojos enrojecidos lanzaban chispas de enfado, reteniendo las lágrimas que amenazaban con salir.  Así había sido todos estos años, desde que ella murió, atormentado por su recuerdo, por sus sentimientos, por las preguntas que se quedaron sin respuestas. Apretó los párpados y los recuerdos de sus últimas semanas de dicha vinieron a su mente.

“— Mi amor llegaste por fin – habló Anastasia corriendo hacia él, lanzándose al cuello de su marido, mismo koala a su árbol favorito, envolviéndolo con sus brazos y dándole un apasionado beso en los labios que casi los deja sin aliento.

— ¡Wow!, que gran recibimiento, de ser así, creo que la próxima vez me iré de congreso por más de una semana – expresó con burla, sonriéndole a su esposa sin soltarla.

— Fueron cinco días que te extrañe mucho – hizo un puchero de lo más tierno, que no hizo más que mandar un mensaje a la entrepierna del hombre.

—Mentira yo también te extrañe a horrores, sino era por las llamadas me hubiera vuelto loco sin saber de ti y la niña — comentó abrazando su cintura con posesión— además sabías que era necesario, tengo que estar al día con las innovaciones médicas y en laboratorio, todo para darnos la vida que merecemos.  Cuéntame, ¿Pasaron tiempo de madre e hija?, ¿Cómo les fue? — preguntó con curiosidad.

—¡Bien!, la niña hizo un nuevo amigo, lástima que él y su padre tuvieron que viajar temprano. Me hubiera gustado lo conocieras, es de lo más encantador —expresó con picardía.

—¿El padre o el niño? — inquirió con molestia, sin dejar de observar su expresión.

—Obvio que el niño — sonrió divertida — yo no tengo ojos para otro hombre que no seas tú, Fabio —concluyó con un beso apasionado y exigente que hizo intensificar en ellos, el llamado de la pasión.

—¿La niña?  —preguntó Fabio con voz ronca, tras separarse con renuncia de los labios de su esposa, sus respiraciones se iban volviendo más agitadas, el pecho de ambos subía y bajaba, mientras sus sentidos gritaban por todos lados entréguense al amor.

—La partida del pequeño la puso de lo más triste, mi niña estuvo llorando sin consuelo casi todo el día, la hubieras visto llamando a su amiguito entre lágrimas, felizmente ya se ha quedado dormidita —contó estremeciéndose por el besó en el cuello que le dio su esposo mientras respondía.

Entonces debemos aprovechar… — le susurró con voz ronca, acto seguido la levantó de las nalgas obligándola en envolverlo con sus piernas y se dirigió a la cama, entre sábanas blancas la desnudó, besando su cuerpo con veneración, poniendo atención a cada parte sensible de su anatomía.

Ambos demostraron cuanto se habían extrañado, reclamando sus cuerpos como suyos, llevando al amor y la pasión a su punto más alto, donde al hombre aún se le permite soñar”.

—¡¡Todo fue una mentira!!— golpeó el escritorio tres veces seguidas, moviendo su cabeza con desesperación, no sabía por qué la mujer con la que había compartido tantos años había sido tan falsa. Él lo hubiera dado todo por ella, en su mente seguían agitándose los recuerdos vividos.

“Quedó deslumbrado al verla por primera vez, ella no tenía familia, se crió en un orfanato desde los dos años, pero eso no fue impedimento para salir adelante y labrarse un futuro, llegó como practicante de Microbiología al laboratorio que él administraba, su trato diario hizo que se quedara prendado de su belleza, dedicación e inteligencia.

Se casaron a los pocos meses y formaron una hermosa familia, eran muy felices hasta el día de su trágica muerte, o al menos eso creyó él.

.

No se hubiera caído la venda de sus ojos si el día del fallecimiento de su esposa no le hubiera llegado un sobre con unas fotos de su hermosa y perfecta Anastasia ingresando a un hotel y abrazándose con un hombre mientras, el susodicho le acariciaba el rostro con ternura, besando con calidez sus frente y mejillas.  

Por un momento quiso hacer caso omiso a la evidencia, pero analizando, había notado un cambio en ella en sus últimos días, Anastasia se distanció de él, se volvió retraída, regresaba tarde a casa, salía en secreto, no contestaba el teléfono en su presencia, muchas cosas que elevaron sus sospechas y al parecer confirmaban el contenido de las imágenes.

La estocada final y que dio por hecho la infidelidad de su esposa fue cuando le dieron su celular tras su deceso, él lo desbloqueó y leyó los mensajes que terminaron por desgarrar su corazón.

Recibido de desconocido

“Gracias por la tarde de hoy, lo pase muy bien. Te quiero”

En otro se leía;

Recibido de desconocido

“Siempre es bueno encontrarnos y ponernos al día, ¿Cuándo le dirás a tu esposo?”

Se quedó congelado, tuvo que leer varias veces tratando de buscar justificación o lógica, hasta conversó con la única persona de confianza de su esposa, quien no desmintió los hechos, para qué tapar el sol con todo lo evidente. Dio tanto amor y al final le respondieron apuñalando su corazón”.

Aún rememoraba como si fuera ayer, habían pasado quince años, pero el dolor, los recuerdos seguía ahí atormentándolo. Guardó la foto en la caja fuerte y se acercó al mini bar de su despacho. Hoy era un día para tratar de olvidar y que mejor que con un compañero, ese liquido ámbar que lo pudiera ayudar a perderse de su realidad y escapar de sus penas, al final no sería la primera vez…

*****

Luego que Alexander la recogiera, Silvia y él llegaron a su apartamento, un pulcro y ordenado lugar, donde aparentemente no había pasado nada la noche anterior. Los ojos de la joven se movían con curiosidad examinando cada detalle, a paso lento fue ingresando, abrazándose a sí misma, sentía como una corriente fría le erizaba su piel y terminaba en su espina dorsal.

Tomó asiento en el amplio sofá de cuero, mientras se aferraba con fuerza a su chaqueta. Sentía una sensación extraña como si algo le dijera que huya de ese lugar, levantó la vista y observó al joven acercársele con gesto seductor y copa de vino en mano.

—¿Deseas? — le ofreció, sentándose al lado de ella, recorriéndola con la mirada, deteniéndose en sus labios, en cada curva bien puesta, mismo depredador acechando a su presa.

—No tomo vino, gracias — se negó moviéndose un poco, buscando espacio por instinto.

—¿Entonces alguna cosa más que tomar? —insistió.

No te preocupes, así estoy bien— expresó, frotando sus manos, se sentía realmente nerviosa, el lugar, ellos dos solos, no quería ni imaginarse en que podría terminar y realmente no se sentía preparada. Lo quería, pero no deseaba en ese momento perder para ella lo único valioso que le quedaba.

» ¿Pondrás una película? — intentó calmar el ambiente con inocencia, su dedo señalador temblaba apuntando al televisor pantalla plana de última generación frente a ella.

—En realidad…, tengo una mejor manera de entretenernos —pronunció recorriéndola con la mirada, pasando su lengua por sus labios, como si fuera una jugosa fruta en el paraíso terrenal.

Ella pasó saliva, sus mejillas enrojecieron, sus manos empezaron a sudar y su cuerpo en general, a temblar. Alexander acortó la distancia, empezó a acariciarle la pierna derecha, mientras se apoderaba de sus labios con exigencia, sintiéndose extasiado, por fin se cumplirían sus deseos, al fin tendría la inocencia de esa belleza natural, haciéndola temblar y gemir debajo de su cuerpo, su más grande sueño erótico haciéndose realidad.

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