Un mal consejo para ganarse el respeto de su padre, lleva a Ofelia Carranza a seducir a Luciano Barrera, un hombre del cual se siente atraída, esa noche tiene consecuencias y no es solo el fruto de ese momento, sino también el profundo odio del hombre que ama y una feroz lucha por la custodia de su hija.
¿Podrá Luciano algún día dejar de odiarla y sentir algo profundo por ella?
Prefacio
Ofelia observó por enésima vez el reloj en la pared. Imperio y Tristán recién habían salido a la cita que maquiavélicamente había planificado para llevar a cabo sus planes. No, no eran sus planes; eran los planes de su padre. Él quería que se casara con un hombre rico, que le ayudara a progresar en su carrera y claramente no importaba el medio para lograrlo.
Era más que claro que le tenía sin cuidado lo que ella pudiera desear o sentir.
«No tengo la culpa de que no nacieras hombre Ofelia. Me hubiese gustado tener un macho y no una…»
—Niña —susurró al recordar las palabras de su padre, el pan de cada día. No había día que él no le recordara el gran pecado de ser una mujer y no un niño cómo era su deseo.
Suspiró y esperó un poco más, estaba nerviosa y cuando el timbre sonó, todo su cuerpo se estremeció, sus manos temblaban. Por lo que se obligó a caminar para abrir la puerta y dibujar una sonrisa en el rostro para que él no se diera cuenta de nada.
—Buenas noches, ¿Cómo estás? —preguntó el hombre parado frente a ella, su sonrisa le derritió el corazón.
—Hola Luciano, ahora me siento un poco mejor, gracias por venir a mi rescate. La verdad es que no quería arruinar la primera salida de mamá con Tristán por culpa de mi abuelo, que finalmente no pudo venir —dijo ofreciéndole una bebida y un lugar en el sillón.
—No te preocupes Ofelia, para eso somos los amigos y tú eres la prima de mi mejor amigo, es lo menos que puedo hacer por Tristán y por tu madre que se ha portado muy bien conmigo —respondió bebiendo el jugo de naranja que ella le había ofrecido.
—Y entonces… ¿Cuál era la emergencia? —preguntó acomodándose en el sillón.
—La primera es que no quería quedarme sola y lo segundo es mi computador, estaaaan viejo que no quiere responder ¿Podrías revisar? —preguntó con una ligera sonrisa.
—No soy experto en computadoras, pero supongo que algo podré hacer —dijo Luciano poniéndose de pie. —¿Dónde está? —preguntó esperando que ella le indicara el camino.
—Está en mi habitación, mamá se molesta si uso el estudio, ya sabes cómo es —dijo caminando hacia las escaleras, esperando que él fuera tras ella.
Luciano pensó que era una verdadera pena que Ofelia fuera tan joven, la primera vez que la había visto, había captado su atención, lastimosamente la diferencia entre ellos eran abismales. Movió la cabeza ligeramente para apartar aquellos pensamientos, Ofelia era la prima hermana de Tristán y era totalmente prohibida para él.
Ofelia abrió la puerta y le enseñó el mueble donde estaba su computadora “descompuesta”
—Es esa, mira es terriblemente vieja, parece que fue de las primeras en fabricarse —dijo con un gesto de tristeza.
—Le hablaré a Tristán sobre un préstamo para que puedas comprarte una computadora nueva, pero mientras eso sucede, voy a revisar esta —dijo acercándose hacia el mueble.
Un repentino calor inundó su cuerpo y conforme los segundos fueron pasando su cuerpo se fue sintiendo terriblemente sensible y el roce de sus propias prendas le molestaba; trató de ignorar ese repentino malestar y revisó el computador. La pantalla no estaba conectada a la corriente y esa era la razón. Pero de repente algo en su cabeza hizo clic.
Ofelia dio un paso atrás cuando Luciano se giró abruptamente y sus ojos se volvieron fieros, su frente estaba perlada de sudor.
—¿Q-qué sucede? —preguntó al verlo caminar en su dirección.
—¿Qué fue lo que me hiciste? ¡¿Qué fue lo que me diste?! —rugió como si fuese un animal herido.
Luciano se maldijo por haber confiado en ella, había ido derechito a una maldita trampa.
Caminó hacia la puerta, pero la maldita chiquilla le había puesto seguro.
—Lo siento Luciano —susurró Ofelia a su espalda, demasiado cerca para su gusto y su cuerpo se estremeció ante el calor femenino.
—Aléjate de mí —le pidió. Pero sabía muy bien que ya todo estaba perdido, el deseo recorría su cuerpo como lava, quemaba y dolía hasta el punto que empezaba a nublarle la mente.
Luciano hizo un último intento por apartarse, pero fracasó estrepitosamente y de un momento a otro terminó sobre la cama y no fue del todo consciente de lo que sucedió.
Un par de horas más tarde abrió los ojos, estaba sudoroso y desnudo junto al cuerpo de Ofelia. El enojo se abrió paso a través de su embotada mente. Él había luchado contra el deseo que nació y quemó en su interior, pero finalmente no pudo evitarlo. Estaba seguro, completamente seguro que Ofelia Carranza lo había drogado y abusado de él.
—¿Podemos ser novios? ¿Te casarás conmigo? —preguntó Ofelia, había hecho las cosas tal cual su padre se las había indicado. Había sido él quien le había dado el polvo que vertió en la bebida de Luciano. Esperaba que su padre finalmente se sintiera orgulloso de ella, aunque su feminidad doliera mucho, ella había cumplido.
—No quiero volver a saber nada más de ti, no quiero volver a verte —dijo Luciano incorporándose de la cama. Tenía una sensación extraña en el cuerpo, pero se obligó a tomar su ropa y vestirse rápidamente, se sentía asqueado por lo que allí había sucedido.
—Luciano, por favor no puedes hablar enserio después de lo que sucedió —dijo con lágrimas en sus ojos.
—Eres mucho peor que tu padre, Ofelia —respondió, quitó el seguro que horas antes no pudo y salió de esa casa como alma que lleva el diablo.
Capítulo uno. Embarazada
Ofelia permaneció quieta sentada sobre su cama. La puerta había sido cerrada de manera brusca por Luciano. Él se había marchado dejándola con el cuerpo y el corazón dolorido. Ella solamente quería que se fijara en ella, pero escuchar aquellas duras palabras salir de sus labios después de lo que habían hecho, fue como un balde de agua fría sobre su joven cuerpo, cómo una bofetada sobre su rostro. ¡Ella no era como su padre! No lo era, ella solo quería tener un lugar en el corazón de ese hombre frío. Solo quería que la mirara con ojos de orgullo, aunque fuera solo por una vez. Por eso había aceptado aquel plan. «¿Y crees que eso puede justificar lo que le has hecho?», le recriminó su conciencia con dureza. «Le mentiste, lo engañaste para que viniera a ti, lo drogaste para que yaciera contigo, como si fueras una put4…»
—¡Basta! ¡Basta! Solo quiero el respeto de mi padre, solo quiero que por una vez me vea con amor y se sienta orgulloso de mi. Seguí su consejo al pie de la letra, solo hice lo que él me pidió —gritó abrazando su cuerpo desnudo y dolorido.
»Solamente quiero que me quiera —sollozó con lágrimas en los ojos. Lloró hasta que perdió la noción del tiempo. Sabía que debía ponerse de pie y vestirse para que su madre no sospechara nada, pero se sentía rota, como si fuera una muñeca de trapo, sin valor.
«Debiste ser niño Ofelia, cuando acepté casarme con tu madre pensé que tendría un hijo varón que me hiciera sentir orgulloso de llamarlo hijo, que fuera como yo y no una versión más joven de Imperio. Si no fuera por el poco dinero de tu abuelo. Te juro que me habría desentendido de ella y de ti. Únicamente espero por el día que Silvestre muera para quedarme con ese dinero por el cuál he tenido que soportarlos a todos»
El recuerdo de las palabras de su padre dolió nuevamente, eso era lo más tierno que le había dicho, en ocasiones sentía que odiaba a su madre por el padre que había escogido darle y luego se odiaba a sí misma por no ser un niño. Las recientes palabras de su padre se abrieron paso por la bruma en la que se había sumergido.
«—Sabes Ofelia, hay una manera en la que tú puedes hacerme sentir orgulloso, solo tienes que hacer exactamente lo que yo te indique, si lo logras te juro que nunca más te echaré en cara tu condición de mujer, si logras conseguir que deje de ser un simple asalariado.
—¿Qué tengo que hacer papá, dime te juro que haré lo que me pidas, si prometes que me darás tu amor?
Ofelia escuchó atenta las palabras de su padre, mientras le entregaba un pequeño sobre.
—Solo tienes que verter este sobre en una bebida, no importa el tipo que sea, y luego dejar que él haga las cosas que necesite hacer. Tú solo debes cooperar. ¿Estás entendiendo Ofelia?
—Pero…
—Sin peros, necesito que hagas esto por mí ¿Sabes que la empresa de la familia Barrera es una de las más importantes del país? Si logras que me convierta en el suegro de Luciano, y tenga un puesto de acorde a mi nombre o quizás ni siquiera tendré que preocuparme por trabajar, te prometo que las cosas serán distintas.
—Pero mamá se molestará…
—No se lo diremos, cuando las cosas estén hechas, no podrá hacer nada al respecto. Tu madre es tan fácil de engañar, Ofelia, solo debes pensar cómo y cuándo hacerlo. ¿Lo harás por mí querida, le darás a tu padre motivos para sentirse orgulloso o serás como tu madre?»
Ofelia apretó los ojos con fuerza dejando escapar muchas más lágrimas de sus ojos. Esperaba que su padre estuviera complacido porque todo estaba hecho ya.
Mientras tanto Luciano sentía su mundo desmoronarse ante sus ojos. Jamás imaginó que Ofelia fuera capaz de hacer algo tan bajo cómo llegar a drogarlo. ¿Qué era lo que pretendía? Pensó mientras estacionaba el auto a un lado de la carretera. Su cuerpo aun sentía los efectos del afrodisiaco, temblaba y sudaba debido al deseo que aun podía sentir. Echó la cabeza hacia atrás y gruñó para disimular el gemido que salió de su garganta.
—Maldita la hora que atendí tu llamada Ofelia Carranza, no debí confiar en ti. Debí olvidarme de esa atracción que sentí por ti, ahora solo puedo sentir rabia y odio. ¡Te odio con todas las fuerzas de mi alma! —gritó golpeando el volante con sus manos.
Luciano era un hombre adulto y con una madurez que pocos hombres tenían, sin embargo, ni eso pudo evitar que se sintiera ultrajado. Esa era la palabra verdadera. Esa mujer había abusado de él, había cometido un crimen en su contra; Ofelia era mucho mucho peor que Valerio, esa mujer era el diablo.
Luciano perdió la noción del tiempo, no supo exactamente cuánto tiempo estuvo allí en medio de la nada, se sentía terriblemente mal. Su cuerpo dolía y su cabeza estaba a punto de reventar.
Se llevó las manos al rostro y se dio cuenta de que estaba llorando, se limpió con enojo aquellas lágrimas y volvió a encender el motor para volver a casa y olvidarse de lo sucedido, no quería volver a saber nada de Ofelia Carranza, la enviaría al baúl de los recuerdos, de los peores de su vida junto a aquella otra mujer que también tuvo el descaro de engañarlo, aunque comparado con lo que Ofelia le había hecho. Lo otro había sido una inocentada, pero igual de traidoras eran las dos.
Las siguientes semanas pasaron para los dos de diferente manera: mientras Luciano luchaba para olvidarse de Ofelia y de las imágenes que lo perseguían día y noche desde hacía cinco semanas, para Ofelia las cosas eran muy muy diferentes.
Luego de llamarle a su padre y decirle que todo estaba hecho, espero que Valerio cambiara su actitud hacia ella. Sin embargo, su padre simplemente le dijo que tenía que esperar un poco más para saber si sus planes habían o no funcionado. Ella no entendía exactamente a qué se refería con esas palabras.
—Me has mentido —susurró con lágrimas en los ojos. —¡Me has mentido! —gritó mientras las náuseas volvían a estremecer su cuerpo. Corrió hacia el cuarto de baño y vació el contenido de su estómago. «Solo falta que termine por vomitar mis intestinos, llevo días sin poder probar bocado», pensó mientras se aferraba al retrete.
Había tenido que mentirle a su madre y decir que no tenía hambre y que comería algo en el colegio para evitar que le hiciera preguntas. No sabía si esto que le pasaba era provocado por algún virus estomacal o… «¿Era esto lo que papá estaba esperando?», pensó levantándose del suelo para lavarse la boca y los dientes. Se sentía de la patada y su aspecto no era mejor.
Bajo sus ojos había bolsas negras, las ojeras estaban muy marcadas y difícilmente podría cubrirlas con algo de maquillaje, aunque tenía una buena justificación en caso de que su madre preguntara, estaba en semanas de exámenes y era la excusa perfecta. Sin embargo, difícilmente podría explicar la pérdida de peso. Su rostro también se notaba más delgado.
Luchando contra una nueva ola de náuseas que le asaltó se dio una rápida ducha; estaba tarde y tenía que ir al colegio, no pudo evitar que su madre la llevase por lo tanto tenía que soportar el olor a diésel del auto y terminar visitando los baños del colegio.
Ofelia esperaba que Luciano pronto la buscara, él debía hacerlo o de lo contrario todo sería en balde y su padre estaría nuevamente molesto con ella.
Los siguientes tres días el patrón fue exactamente el mismo.
Ofelia visitó el baño religiosamente. Las náuseas matutinas no mejoraron, todo lo contrario, fueron haciéndose más y más molestas. Hasta que no pudo ocultarlo más y aquella mañana solo era el principio de todo lo que tendría que enfrentar.
—Ofelia, cariño, ¿Estás bien? —escuchó la voz de su madre en la habitación. Su cuerpo tembló, pero no pudo hacer nada para evitar volver a vaciar el estómago, llamando la atención de su madre al baño.
—¿Ofelia?
—No te acerques por favor —pidió poniéndose de pie y caminando al lavamanos para lavarse los dientes.
—¿Estás bien? —insistió.
—Creo que he cogido un virus estomacal, llevo algunos días así. ¡No quiero enfermar! —se quejó poniéndose en modo dramático para que su madre no preguntara tanto.
—Te llevaré a la clínica, estaré esperando abajo.
Ofelia ni siquiera respondió. Ella también quería saber lo que le ocurría a su cuerpo, se dio una ducha rápida y salió para encontrarse con su madre.
Media hora después salieron del consultorio para hacerse los chequeos que la doctora había solicitado.
—¿Por qué no me dijiste que te sentías mal? —escuchó a su madre preguntar.
—Nunca te das cuenta de nada mamá, desde que Tristán llegó a casa toda tu atención es para él, apenas te fijas en mí.
—No digas eso, Tristán es quien me ayuda a…
—Sé muy bien que Tristán te ayuda en la cocina, pero no puedes culparme. Nunca me enseñaste que debía hacerlo. Me dejaste suelta por la casa, nunca me delegaste ninguna responsabilidad por miedo a que hiciera algo malo o quebrara alguna de tus vajillas y papá terminara enojado. Prácticamente caminamos sobre la punta de nuestros pies cuando se trata de él —interrumpió a su madre, no sabía porque tocaba el tema o porque lo tenía atorado en su garganta y necesitaba sacarlo.
—Ofelia, no digas eso, yo solo…
—Tú solo te dejas llevar y hacer, si papá dice rana tú saltas. Nunca te he visto llevarle la contraria. Aceptas cada cosa que te impone y perdóname si el otro día no te apoyé con la oferta de trabajo que tenías, pero no tenía sentido ir en contra de papá si finalmente ibas a terminar haciendo lo que él te dijera.
—Estás siendo injusta Ofelia —susurró Imperio.
—¿Injusta? Injusta es la vida que tú me has dado al lado de mi padre, ¿De verdad no pudiste fijarte en otro hombre? —preguntó con decisión. Tenía que decirle todo lo que pasaba a su espalda. Decirle que la vida perfecta que creía tener era una mentira. Decirle el odio que su padre le mostraba por el simple hecho de ser una chica. Pero sus palabras se quedaron en la punta de su lengua, cuando la enfermera les entregó el resultado y les pidió pasar a la clínica de la doctora que la estaba atendiendo.
—Hablaremos de esto en casa —dijo su madre y ella se encogió de hombros, estaba segura que no volverían a tocar el tema nuevamente.
Ofelia escuchó las palabras de la doctora sin mucho interés según los exámenes realizados sólo tenía una ligera anemia que seguramente se arreglaría comiendo. Hasta que el semblante de la mujer cambió y la miró con interés.
—Me dijiste hace un momento que no habías intimado con ningún hombre —dijo la mujer arrugando el ceño.
Ofelia miró primero a su madre y luego a la profesional.
—¿Qué pasa? —preguntó al notar el silencio y la mirada de su madre sobre ella.
—Estás embarazada Ofelia, esperas un hijo….
Capítulo dos. ¡Cometiste un delito!
Luciano miró a Tristán con intensidad después de haberle revelado la verdad sobre lo que Ofelia le había hecho y lo que había ocurrido entre ellos.
Había guardado el secreto de todo, porque pensó que no tenía ningún sentido hacerlo público, ¿Qué ganaría con exponerla? Él era un hombre hecho y derecho, ¿Quién creería que había caído en la trampa de una mujer que apenas empezaba a vivir? Esas dudas le habían hecho callar, pero había sido un error en toda la extensión de la palabra. Porque no había dejado de pensar en lo ocurrido hasta el punto de no poder conciliar el sueño.
Las imágenes de dos cuerpos desnudos entrelazados lo perseguían y el sonido de los labios de Ofelia lo atormentaban que finalmente había sucumbido al deseo y la necesidad de expresarse, pensando que de esa manera podía arrancarse el recuerdo de la cabeza y la sensación, esa sensación extraña que recorría su cuerpo por las mañanas, llegó a pensar incluso que estaba enfermo cuando de repente las náuseas le asaltaban, no era normal.
Luciano esperó una reacción por parte de su amigo, podía ser y es que existía la posibilidad de que él pusiera en tela de juicio sus palabras, podía ser que Tristán no le creyera ni media palabra de lo que le había dicho; de una u otra manera nada podía cambiar lo ocurrido aquella noche hacía cinco semanas.
Cinco semanas en las que apenas había podido conciliar el sueño, como sí el culpable de todo fuera él; y quizás de cierta manera lo era por no adelantarse a los hechos, por no sospechar de las intenciones de Ofelia, pero jamás se le hubiera ocurrido que en ella existiera tanta maldad, como para tenderle una trampa y…
—No sé qué decirte Luciano, no sé ni siquiera cómo digerir esto que estás diciéndome —dijo el hombre evidentemente asombrado.
—Quizás no debí decírtelo yo… necesito salir de aquí —dijo Luciano tomando su saco y saliendo de la oficina, no quería hablar más, no quería pensar más, si pudiera regresar el tiempo jamás hubiera manejado hasta ella para «socorrerla», se rio de su propia estupidez, ella no necesitaba ser protegida de nada ni de nadie, esa chiquilla era el diablo hecha mujer y lo único que deseaba era dejar de pensar en ella, olvidarse de Ofelia y que la tierra se la tragara y la escupiera en el corazón del sol.
Por supuesto que en ese momento Luciano Barrera estaba lejos de pensar que las cosas terminaban allí. No tenía idea de que aquella noche tendría consecuencias que llegaría en poco menos de ocho meses.
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Ofelia sintió la mirada de su madre sobre ella; pero no volteó a verla. Su corazón latía a mil por hora al escuchar las palabras de la doctora. «¿Era esto lo que papá quería?» se preguntó, mientras la mujer frente a ella le daba instrucciones a las que apenas prestó atención, su cabeza solo giraba en torno a la noticia, un hijo. Ella estaba embarazada de Luciano, una ligera sonrisa atravesó su rostro pensando que el hombre ya no podía negarse a casarse con ella; y…
—Vamos a casa —la voz de su madre la sacó de su letargo, caminó detrás de ella en completo silencio. Ni siquiera se recordó de despedirse de la doctora, tenía tantas cosas que pensar y planes que hacer.
Media hora más tarde volvieron a casa y ella sabía que los problemas comenzaban a partir de aquí.
—¿Qué es lo que tienes para decirme, Ofelia? —preguntó Imperio levantando las hojas con el resultado de la prueba de embarazo. Ofelia tenía cinco semanas de gestación.
—No tengo nada que decir, ya la doctora lo ha dicho todo —dijo sin parpadear.
—¡Estás embarazada! ¿Entiendes lo que eso significa? —preguntó con enojo. —Llevas un niño en tu interior, recién acabas de cumplir los dieciocho años ¿En qué demonios estabas pensando? —añadió lanzando las hojas contra la chica.
—Solamente hice lo que mi padre me pidió hacer —gritó sin poder evitarlo, de todas maneras, ya no había nada que su madre pudiera hacer.
—¿Qué?
—Papá me dijo exactamente lo que tenía que hacer y eso fue lo que hice ¿No es eso lo que me has enseñado, mamá? —le cuestionó. —Me has enseñado a obedecer ciegamente a lo que él quiera y pide, tal como lo haces tú, no puedes echarme en cara lo que hice —dijo con lágrimas en los ojos.
—¿Qué fue lo que hiciste? ¡Habla! —gritó la mujer perdiendo la paciencia con su hija.
—¡Lo drogué! —gritó antes de sentir la bofetada de su madre impactar contra su mejilla, haciéndola caer sobre el sillón.
—¿Qué clase de persona eres, qué clase de ser humano eres Ofelia Carranza? —le gritó su madre con lágrimas en los ojos.
—Solamente soy lo que ustedes han hecho de mí, solo sé obedecer la voluntad de mi padre, pregúntate a ti misma por qué —dijo sosteniendo su mejilla; era la primera vez que su madre le ponía una mano encima.
—¡Cometiste un delito!
—¡Solo quería que Luciano se fijara en mí! Y papá dijo que haría hasta lo imposible para que me casara con él —dijo levantándose nuevamente.
—¿Luciano? ¡Te has vuelto loca! —gritó Imperio enloqueciendo al darse cuenta de todo lo que significaba.
—¡No! no estoy loca, ¡Únicamente quiero asegurar mi futuro, como papá lo hizo contigo! —gritó con enojo, recordando las palabras de su padre.
—No puedo creerlo Ofelia ¿Y esperas qué Luciano responda por tus acciones? —le cuestionó Imperio.
—Tiene que hacerlo, estoy esperando un hijo suyo, no puede dejarme aquí, él no puede dejarnos aquí.
—Vete a tu habitación y no salgas de ahí —le pidió y ella salió corriendo sin mirar atrás.
Ofelia se encerró en su habitación, no supo en qué momento se quedó dormida, pero los gritos que provenían de la sala captaron su atención al darse cuenta que eran sus padres quienes discutían y era más que evidente que el motivo era ella y su embarazo.
La muchacha estaba segura de que su madre no podría comprender jamás la necesidad de querer hacer sentir orgulloso a su padre. Porque su abuelo Silvestre era un amor, la apoyaba y siempre tenía palabras de aliento para ella. Mientras ella había vivido los últimos diez años de su vida atormentada por Valerio, mientras Imperio jugaba a la casita feliz, ella era víctima de abuso emocional. Cada vez que su padre le echaba en cara el pecado de ser mujer, las veces que le gritaba que habría deseado tener un hijo varón al cual poder llamar hijo y de quien podía sentirse orgulloso. Y finalmente ahora que podía complacerlo, que por fin le había sido de ayuda, su madre se interponía. Ella quería a Luciano e iba a darle un hijo, ¡Un hijo! Porque sería varón.
«Eres inútil igual que tu madre, no sé cómo mierda fuiste a salir niña», aquellas palabras se repetían una y otra vez en su cabeza.
Se dejó caer sobre la cama, se hizo un ovilló, sentía su alma desgarrada, su intención no había sido causar daño, ella solo quería por una sola vez no ser víctima de esos insultos que la minimizaban haciéndola sentir insignificante. No pudo dejar de llorar, por haber sido una hija no deseada por su padre, porque Luciano la miraba con odio, porque su madre se sentía decepcionada, lloró por sí misma, por su hijo en el vientre, por nunca haber conocido la felicidad, lloró desconsoladamente, sintiendo como si alguien estrujara con fuerza su corazón lastimándola, sin embargo, en el fondo de ella tenía una leve esperanza de que Luciano finalmente pudiera librarla de ese tormento y pudiera cambiar su vida. Deseaba con todas sus fuerzas de que Luciano fuera su caballero de brillante armadura y la rescatara de la miserable vida que tenía.
Sin embargo, todo se complicó. Su madre terminó echando a su padre de casa y ella estaba en el limbo. No tenía a su padre y su relación con su madre era imposible. Ella la miraba con desprecio por lo que había hecho y su padre, no estaba para cumplir lo que le prometió.
Los siguientes días no fueron distintos, todos los días visitó el baño, vomitó hasta casi vaciar el estómago. El niño que crecía en su interior parecía estar castigándola por sus acciones, había adelgazado mucho más y sus ojeras se marcaban en su rostro y para terminar de rematar su abuelo el único hombre que de verdad le había mostrado afecto y cariño sincero, la miraba con ojos de decepción y con enojo, incluso la había ignorado durante el desayuno, se había marchado sin siquiera hablarle y eso le dolió. Se sentía sensible por el embarazo y ver a su abuelo enojado no ayudaba a su estado de ánimo.
Se ocupó de levantar los platos y limpiar la mesa tal como su madre se lo había pedido. Era claro que ya no tendría los pequeños privilegios que su madre le daba y con lo que pensaba que llenaba el desastre que era su matrimonio.
Una vez que terminó de fregar los platos se dirigió al estudio de su madre tal como se lo había pedido. Sabía que venía una charla nada agradable, pero que debía escuchar lo quisiera o no.
—He terminado con lo que me has pedido —dijo apenas abrió la puerta.
—Siéntate —le ordenó con evidente molestia.
—No quiero esto mamá —dijo refiriéndose a su embarazo.
—Lo siento Ofelia, es lo que tú querías y es lo que has obtenido.
El dolor atravesó el corazón de Ofelia al escuchar las palabras de su madre. No era lo que ella quería, era lo que su padre le había pedido.
—Lo siento, por favor perdóname —pidió con lágrimas en sus ojos. Sin embargo, su madre no se apiadó de ella; le dejó las cosas muy claras en cuanto a lo que tenía que hacer y no había manera de negociar.
Imperio le ofreció todo su apoyo incondicional para terminar sus estudios, pero le dejó claro que el bebé era completamente responsabilidad suya.
Ofelia subió a su habitación después de la conversación con su madre, se sintió abatida y por un momento deseó no tener al niño. Era un sentimiento extraño, pensar que dentro de su joven cuerpo crecía otro ser. «Un hijo de Luciano», pensó con entusiasmo, quizás no todo estaba perdido para ella; quizás tendría una oportunidad de casarse con él y de formar una familia a su lado, solo debía encontrar una manera para decirle que estaba embarazada, que esperaba un hijo suyo.