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Todo el mundo sabía que Inés Paige era hija ilegítima de un conde del cual muy poco sabía al respecto. Un tal Phillips L´Roche, que no quiso hacerse cargo de la hija de una prostituta, dejando el tema de su primogénita ilegítima a un lado, no hablaba de sus orígenes y de aquella noche que decidió tomar de más y acostarse con una prostituta, así calmando sus deseos salvajes.

Pero lo más importante es que Inés sabía que era una bastarda. No tenía muy claro como lo llegó a saber, ni mucho menos cuando se había enterado de dicho detalle de su infancia. Creció siendo una niña feliz al lado de la señora Giselle Brown, la que llegaba a considerar como su madre, y así lo era. Aun así todos la querían; la querían desde el momento que llegó a pisar aquel pueblito en Bibury a los diez años.

Se ha llegado a decir que es el pueblo más bonito de Inglaterra, aunque Inés pensaba lo contrario. Desde que tenía memoria se había logrado hacer amiga de Thiago Winchester, un hombre mayor con el peso de un matrimonio en sus hombros, al ser el único heredero de la familia Winchester.

Por ello era muy codiciado, siendo el centro de atención de muchas pueblerinas, incluido ella. No obstante, ellos se seguían mirando a escondidas, como amigos y nada más, es lo que eran, y ella no podía cambiar nada. Thiago Winchester estaba fuera de su alcance, por muchas razones.

Era ridículo pensar que ella podría ser la esposa perfecta para el hijo de una familia adinerada que aún creía en las tradiciones del siglo pasado.

Su amigo debía encontrar una esposa ideal, digna de portar el apellido Winchester con honores. Una señorita en toda la palabra.

Y ella lo ayudaría, así le doliera en el proceso.

Capítulo 1

La Prometida Perfecta

Víctor Winchester seguía observando a su hijo, al heredero de toda la fortuna de su familia, preguntándose por enésima vez, cómo logró llegar a esa posición en la que en ese momento se encontraba.

   Bien, no era lo más apropiado pensar de esa forma, pues ellos se regían por tres facultades las cuales toda la familia Winchester debía cumplir al pie de la letra para así mantener un buen humor y cordura en general con las personas.

   Primero; la familia Winchester era reservada en las reuniones sociales y negocios, por lo tanto las conversaciones debían de ser las más reducidas y necesarias, sin revelar más de lo que debían.

   Segundo; en el caso de que fuera necesario dirigirse a un personaje importante que pudiera ayudarlos en el crecimiento de sus cualidades y fortunas, darle más que un simple saludo y asentimiento de cabeza.

   Y tercero; si cumplía con las anteriores, teniendo buenas relaciones y un empuje para su éxito de ganar más dinero para la familia, cabía la posibilidad de que un matrimonio se viera cerca, extendiendo relaciones más estrechas con la familia ayudante de dicho éxito, así manteniendo un buen estatus en la sociedad, que bien le gustaba caer en cotilleos.

   Su apellido y todo su legado se paseaba de boca en boca en aquel pueblo. Por ello, debían mantener esas tres reglas presentes. Y Thiago lo sabía.

   El hombre con porte serio arrugó su nariz, preocupado por los nuevos cambios, que bien eran reglas del pasado, pero que en ese caso, debido a la situación que lograban presentar, convenía desempolvar para seguir el surgimiento de su legado, ni siquiera hacía falta formular una pregunta para la cual no estaba preparado en escuchar, pues la respuesta era clara y concisa: Mal, todo iba a salir mal, desde el momento que abriera su boca.

   ¿En qué estaba pensando cuando logró aceptar el hablar con el consejo de la familia esa misma mañana?, ¿cómo hablar con su hijo, el cual era conocido principalmente por su mal carácter?

   Thiago Winchester. ¿Qué podía decir de él, conociéndolo como lo conocía? Ese hombre, más que un mal carácter, se lograba categorizar por ser arrogante, serio, persistente, rencoroso, terco y pare de contar. Características dignas de un buen partido para muchas doncellas, atractivas o señoritas de gran linaje. A pesar de ello, su hijo era una persona respetuosa y sabría cómo tratar a una dama.

   Sin duda alguna, darle la noticia no iba a ser lo difícil, sino la reacción que iba a lograr tener. Y aunque él, Víctor, su padre, era el cabeza de la familia, muy pronto pasaría a manos de Thiago, y debía estar preparado para ello.

   Por esto, el consejo, junto con él, tomaron tal decisión tan extrema. Tal vez su hijo necesitaba un empujón, sólo uno pequeñito, para que no estuviera todo el tiempo solo, carente de compañía femenina más que su amiga bastarda. Y aunque a Víctor no le importaba del todo que tuviera ese tipo de amistades, no era bien visto para el ojo de la sociedad.

   Su hijo tenía que comenzar a juntarse con personas que de verdad le proporcionaran una buena imágen social, pues, era lo adecuado para alguien que muy pronto iba a lograr tomar las riendas de la familia y con ello la fortuna de su bisabuelo, abuelo y padre, incrementando las ganancias a las generaciones futuras.

   La familia Winchester había logrado sobrevivir por años a los cambios de la sociedad, siendo una de las pocas familias en Inglaterra que aún mantenía su postura y posición, porque a pesar de que ya se encontraban en el siglo veintiuno, se practican aún las costumbres del siglo pasado; matrimonios arreglados, herencias de años, damas de buen porte para ser unas magníficas esposas, virginales y educadas. Más ahora, por la evolución de la sociedad, los cambios y las nuevas leyes, y ni contar el hecho de que ahora tenían el mismo derecho de los hombres a estudiar y valerse por sí mismas, sus leyes quedaron a un lado por los últimos veinticinco años, hasta ahora.

   Víctor entornó los ojos, mirando nuevamente a su hijo disparar el revólver una y otra vez bajo el arduo sol de verano, solo. Casi siempre lo estaba, salvo cuando se encontraba con sus primas, hijas de su hermano menor.

Melissa y Catalina Winchester.

   Pero la mayor parte del tiempo, entrenaba tiro al blanco en soledad, pues él se hastiaba de lo quejica que lograba ser Catalina en cuanto a la pólvora que caía en su ropa.

   Tomó una bocanada de aire, llenando sus pulmones cuando sintió que alguien lo llamaba. Apartó la mirada de su hijo, notando la presencia de su sobrina mayor; Melissa. Una hermosa mujer de cabello oscuro, ondulado, siendo recogido por una cola alta, debido al calor del lugar. Traía consigo una bandeja llena de panecillos y un par de tazas llenas de lo que pudo oler, era té de manzanilla.

   —Tío —hizo una inclinación de cabeza en forma de respeto, dejando la bandeja en la mesita del jardín a su lado—.

   —Melissa —articuló, en forma de agradecimiento para con ella—.

   A veces olvidaba que sus sobrinas estaban esa temporada con ellos en la casa, y que Melissa, más que nada, se encontraba visitando el pueblo, ya que allí se efectuaría su matrimonio con un noble joven del lugar, que bien no era de una clase social adecuada a los estándares de la familia, pero que había sido aceptado por su padre, sin importar que dijera el consejo al respecto.

   —Por su rostro compungido, noto que aún no se lo ha dicho.

   —No es fácil cuando se tiene un hijo con su porte —gesticuló, tomando la taza de té para llevarla a su boca—. No creo que lo tome con mayor felicidad.

   —Aun así, debe de enterarse por su boca y no por la del consejo —susurró la mujer, apoyando su peso en su pierna derecha y echando sus hombros hacía atrás—.

   —Todo sería más fácil si tan solo no tuviera esa actitud con todos —soltó cansado, ladeando la cabeza de un lado a otro, escuchando de fondo los disparos—.

   Y tal como lo predecía, le daba al blanco sin mayor dificultad. Su hijo tenía una puntería excelente y envidiable. ¿Cómo no estar orgulloso de él si desde que tenía memoria el joven acataba las reglas al pie de la letra? Claro, le gustaba la justicia y la respetaba.

   —¿Quiere que se le prepare? —preguntó con voz sutil Melissa, tomando una postura relajada al no verse observada por las criadas de la casa—.

   A veces le gustaba ser ella misma, sin tener que seguir tantos protocolos, siendo una mujer que siempre dibujaba dentro de las líneas, hablaba con gracia y gentileza.

   Ahora que estaba comprometida, el peso de la sociedad recaía en sus hombros. Conversando con porte y una sonrisita en sus labios siempre, parándose derecha y su cabeza en alto, manteniendo ese dosel que tanto odiaba, pero que su madre le obligaba a usar, junto a sus medias debajo de las faldas o vestidos.

   Una familia conservadora, que no dejaba a las mujeres usar pantalones, salvo cuando iban a cabalgar, lo cual era ridículo, pero aun así lo hacían.

   Melissa relamió sus labios al no recibir respuesta de su tío. Pensaba ir con Thiago a disparar junto a él, así demostrándole que ambos podían formar un buen equipo de caza.

   Claro, si él la aceptaba, lo cual lo miraba muy raudo de su parte. Conocía muy bien a su primo para saber que no dejaría a su primita participar en dichos eventos que eran “para hombres”.

   —Hey, Thiago —saludó con algarabía la mujer, dejando de lado a la señorita perfecta y mostrando a la verdadera Melissa, esa chica llena de alegría y entusiasmo—.

   —¿Qué haces aquí? —la pregunta más que ofenderla, le sacó una sonrisa de los labios—.

   Melissa ladeó la cabeza y con manos ágiles le quitó el revólver a Thiago. La sintió caliente ante su tacto, notando como el humo de la pólvora se volatizaba frente a sus ojos. Le agradaba ese olor. Cargó el arma y apuntó, inhaló por la nariz y exhaló por la boca al momento de soltar el disparo y darle justo en el blanco. Sonrió victoriosa al verse observada por su primo y el patriarca de la familia.

   —Te enseño a disparar un revólver.

   Thaigo exhaló un suspiro y le quitó de mala gana el arma a su prima. Esa mujer no era una dama, era todo lo contrario. Aún así, no sólo podía ignorar el hecho de que muy pronto dejaría sus hobbies a un lado para ser una esposa ejemplar, ama de casa y madre de tal vez cinco niños, si corría con suerte.

   —Yo fuí el que te enseñó a disparar en primer lugar.

   —Y has perdido la práctica, Winchester. Mira que darle a cinco de seis dianas es algo grave para tí —se burló con porte. Muchas veces no perdía la oportunidad para molestarlo y notar como su nariz se arrugaba y su ceño se fruncía—.

   Tal vez a muchos le hubiera asustado ese cambio del hombre, pero no a ella.

   Lo escuchó soltar una pequeña maldición de sus labios y rio más. Melissa se acercó a él y limpió el sudor de su frente con su mano para mirarlo. A pesar de que ella es menor que él por tal vez unos dos años, Melissa lo trataba como un niño, malhumorado y hostil, pero así lo quería. La sangre Winchester recorría por sus venas, le quemaba por dentro como lava ardiente. Un vínculo tan grande como lo tenían ellos, muy pocos lo poseían.

   Thiago se apartó solo un poco al momento de sentir la mirada de su padre tras él. Sabía que lo examinaba desde hacía un par de minutos, lo intuyó mucho antes de que su prima apareciera. Tragó grueso, dándole un par de vueltas al revólver entre su dedo índice y guardarlo con gracia en su lugar.

   —¿No deberías estar preparando tu boda? —quiso saber el hombre, echando su cabello oscuro hacía atrás, sintiendo el sudor recorrer su espalda—.

   Melissa bufó.

   —Es dentro de un mes y medio, aún hay tiempo. Además, la fiesta de compromiso es en quince días hábiles. Madre la tiene todo cubierto.

   —¿Y el señor Perozo lo está?

   —¿Qué tiene que ver mi prometido con ello?

   —Mucho, Melissa. Te recuerdo que él fue aceptado por… lástima —Thiago lograba ser muy directo e hiriente algunas veces, no importando si los sentimientos de la otra persona fueran afectados con sus palabras—.

   La mujer frunció el ceño, cruzando sus brazos bajo su pecho, y dejándolos ver más voluptuosos de lo que eran bajo ese vestido granate de hilos suaves.

   —No fué lástima, fué amor.

   —¿Amor? No lo creo, Melissa. Ese hombre no…

   —Piensa lo que quieras, Thiago —le cortó su prima. No iba a comenzar una nueva disputa con su primo por un tema que ya estaba saldado en su familia, y él lo tenía que aceptar—. Si yo fuera tú, ahora mismo debería pensar en lo que todos esperan de tí.

   Melissa se dió la vuelta, justo después de palmear su hombro con algo de pena. Al menos ella había logrado elegir a su prometido. Thiago la miró caminar dentro de la casa, no sin antes despedirse de su padre.

   El hombre arrugó su nariz, analizando las palabras de su prima. No obstante el calor sofocante del medio día, junto con la mirada de su padre, lograron hacer que se mareara un poco.

   —Thiago —llamó entonces el patriarca de la familia, terminando su taza de té y tomando un panecillo—.

   —¿Sí, padre?

   —Es suficiente por hoy, el sol está a su tope.

   —Pero… aún no estoy cansa…

   —Ven a tomar un poco de té y comer un panecillo, que muy amablemente tu prima nos ha traído —justo cuando Thiago iba a replicar, su padre negó—. Hay algo que tengo que hablar contigo —dijo su padre al momento en el que el hombre se sentaba pesadamente a su lado—.

   Por lo visto no era de total desagrado sentarse un rato a tomar el té, mientras su entretenimiento de ese sábado quedaba en segundo plano.

   Tomó la taza de té, ahora frío, y miró al frente, dejando que el paisaje rural los envolviera hasta el punto de sentirse en plena calma. Thiago logró divisar a un par de palmos a la derecha el jardín que fué de su madre, y que ahora, con gran sentimiento, lograba cuidar en sus tiempos libres de bailes, trabajo y entrenamientos.

   Thiago sintió la mirada de su padre sobre él. Sabía que le escondía algo, más no sería él quien rompiera el silencio entre ellos y esa tensión que se formó en sólo un par de segundos. Aunque, mientras más rápido acabara con esa charla incomoda, más rápido podía irse a seguir practicando con el revólver y las dianas.

   Sin embargo, Víctor no pensaba de la misma manera. El hombre continuaba mirando a su hijo, el cual llevó nuevamente su taza de té a sus labios, fingiendo demencia ante la situación tan hermética que se lograba apreciar.

   Tras unos segundos se sentirse incómodo preguntó:

   —¿Pasa algo, padre?

   El hombre suspiró resignado, de nada valía seguir ocultando lo evidente.

   —De hecho, sí. Así es, hijo —susurró Víctor, entendiendo que por más que quisiera posponer esa charla, no podía—. En esta semana se ha presentado una reunión del consejo —el semblante de su hijo cambió al escuchar hablar del consejo—.

   —¿Fué importante? —claro que lo era. Siempre que el consejo se involucraba en ciertas decisiones de la familia, éstos terminaban por ser de suma importancia—.

   El rostro del hombre mayor se contrajo al escuchar esas palabras provenientes de los labios de su heredero. Thiago lo supo así, el asunto lo era. Uno que tal vez involucraba a toda la familia, pues el hombre, a pesar de ser el hijo del actual heredero de la fortuna Winchester, junto a las villas fuera de aquel pueblito, también tenía influencias en la sociedad. Y no había nada que no llegara a los oídos de la familia más antigua y que aún mantenía sus tradiciones meramente intactas con el paso de los años.

   —Sí, es respecto a la familia principal —contestó él, apartando la mirada de su hijo y ahora mirando el jardín de amapolas de su difunta esposa—.

   —Vaya… —susurró, bajando un poco la guardia—.

   En dado caso que algo pasara con la familia principal, él sería el primero en enterarse, ya que al ser dos hermanos en la generación pasada, siendo su padre el mayor, era el que tenía gran probabilidad de ganar o perder en dichas situaciones y ésta vez, parecía algo serio.

   Su familia se regía por sus herederos. Recordó que las generaciones pasadas, cuando la mujer de la familia daba a luz a más de un heredero, el primer hijo tomaría el mando principal de la familia, pasando a ser el cabeza de la rama, y ese era el caso de su padre y su tío, que aunque se llevaban sólo seis minutos de diferencia, Víctor había logrado ser el heredero total de la familia principal, y su tío Angust, el secundario.

   Pese a la posición que lograban tener, ambos hermanos se trataban con respeto, siguiendo las reglas del consejo al pie de la letra, tal y como su abuelo y bisabuelo lo hicieron en el pasado.

  Rascó su nuca, no comprendiendo del todo la situación. Aunque lo catalogaran como un “genio”, hijo del hermano mayor de los Winchester, si había algo con importancia de tal grado para dejar a su padre con esa expresión, entonces, ¿por qué su tío no se hallaba allí con ellos también?

   —¿Alguna situación de vital importancia?

   —En realidad, sí. Nos hemos reunido para determinar el futuro de la familia —soltó con porte serio—.

   Thiago volvió su vista en un rápido movimiento a su padre. La noticia no estaba fuera de sus manos, pues al hablar de “futuro de la familia”, siendo el único hijo de Víctor, todos los problemas recaían en él y no en sus primas.

   Tragó grueso, sintiéndose acorralado. ¿No era acaso lo que pensaba?

   —Thiago, al ser el único heredero de la familia principal, hemos tomado la decisión sobre tu actual situación.

   —¿Cuál situación? —ahora sí que estaba dudando de sus palabras. Dejó la taza de té ahora vacía a un lado y suspiró—.

   —Tú situación sentimental, hijo.

   —¿Sentimental? —parecía un autónomo al repetir cada una de las palabras que su padre decía—.

   Sintió el enojo crecer en su interior. Esas palabras eran un tabú para él. Cumplía con todas las reglas, con absolutamente todas, hasta la que los caracterizaba a los hombres de esa familia, por más absurda que fuera. ¿Por qué ahora tenía que meterse en su vida extra personal así de la nada?

   —Por así llamarlo del todo —Thiago estaba furioso, claro que comprendía lo que eso se refería. Negó, queriendo que todo eso fuera una broma. Una de muy mal calibre. Víctor vió a su hijo de pies a cabeza, muy en el fondo sabía que su reacción no iba a ser una de las mejores, ya lo había pensado mucho esa mañana—. El consejo, decidió que tanto el heredero principal como el secundario, han de buscar y aceptar una prometida o prometido antes de la próxima temporada.

   Thiago sintió que su mundo daba vueltas, lo entendió a la perfección, más de lo que creyó.

   —¿Prometida?

   —Así es, hijo —accedió el patriarca de la familia, cerrando sus ojos, para abrirlos y tratar de acostumbrar sus orbes a los rayos del sol intensos del lugar—.

   La mirada de desesperación de Thiago, era tal que se hacía cada vez más evidente. ¿Prometida?, ¿él?

   —Esto tiene que ser una broma de mal gusto, padre —a pesar de todo no podía perder la compostura. Tal vez si lo pensaba con cabeza fría no sonara tan mal—.

   —Esta decisión no la tomé yo solo, Thiago, sino con el consejo a la par. Fué tomada y analizada por los representantes de ambas familias, tanto tu tío como yo estuvimos de acuerdo con lo establecido. Los dos llegamos a la decisión que un hombre como tú, con ese linaje y alto potencial para las muchachitas y negocios, se encuentra en la edad ideal para el matrimonio.

   —Tengo veinticuatro años —replicó, indignado—.

   —Muchos se han casado incluso a los dieciocho años.

   Thiago negó con su cabeza. Por lo que sabía, sus abuelos se habían casado teniendo diecisiete años, su padre con su madre en los veinte y su tío fué el que más lo sorprendió, casándose a los quince con su primera esposa, la cual murió a los dos años de matrimonio, no logrando dejar herederos. Meses después de enviudar, logró conocer a la madre de sus primas, y allí estaban; una familia feliz, en espera de la boda de su hija mayor.

   Melissa se casaba a los veintidós. Si lo miraba desde esa perspectiva, él estaba más que listo para contraer nupcias.

   —Nunca había escuchado hablar de que tengo que casarme a tiempo definido —soltó con desdén, dejando al hombre respetuoso de lado. No estaba para juegos, y menos cuando su futuro dependía de un matrimonio—.

   No estaba en contra de ellos. Aunque, si quería ser claro en un punto que parecía ser bastante necesario para ese concepto tan abstracto, sus sueños no incluían exactamente a una mujer. Si por él fuera, sería un solterón hasta los treinta años o tal vez más. Su vida se resumía en asistir a los bailes de la sociedad, sacar a una linda chica a bailar de vez en cuando, estar al tanto de los negocios de la familia y divertirse disparando. Una vida simple, sin mayor preocupación. ¿Por qué ahora se complicaban con querer casarlo?

    —Es una norma anticuada, del siglo pasado —accedió su padre—, pero debido a que la mayoría de los miembros de la familia estaban casados antes de la edad acordada, ha pasado un gran tiempo desde que se usó —continuó el patriarca, notando cada una de las expresiones de su hijo—.

   —Padre —el hombre movió su mano al frente, interrumpiendo sus palabras—.

   —No obstante, el que no se utilice, no quiere decir que no siga en vigor. De hecho, tu bisabuelo se casó bajó esa regla.

   Thiago frunció el ceño. ¿No bastaba con que a su bisabuelo lo obligaran a casarse bajo esa regla tan absurda y poco inadmisible? Sin amor, sin atracción de por medio. Su estómago gruñó, queriendo devolver el té que había tomado recientemente.

   Demasiada información para un día.

   —Melissa…

   —El tema de tu prima ya fue aceptado, por ello se casará con el señor Bernald Perozo —concluyó su padre—.

   —¿Y qué hay de Catalina? Ella también está en edad, ¿no? —quería salir de allí, se encontraba desesperado—. En dado caso ella también es de la familia secundaría.

   —Lo es, pero no se trata de la secundaria, Thiago, sino de la principal, donde estás tú ahora.

   El hombre miró a Víctor con aire de preocupación, un golpe fuerte a su orgullo, uno que dejaría una marca muy profunda.

   Repasó mentalmente con las mujeres que había estado esa temporada, descartó a varias. Bien, no habían sido algo legal más que un acostón, y en dado caso que quisiera contraer matrimonio, esas mujeres no eran las más indicadas. Trabajadoras de noche. Nunca había estado cerca de una mujer con intenciones amorosas, más que los que habían en la noche. Claro que no hacía falta las descaradas que se le insinuaban.

   La lista era muy larga y extensa para hablar de ella en ese momento.

   —Es denigrante, padre —soltó lleno de molestia, levantándose de su lugar con el firme propósito de irse de allí lo antes posible—.

   —Thiago. Hay algo más que debes saber —no contestó, sentía que si lo hacía, podría salir pestes de su boca, y no era lo más indicado en aquella situación—; dentro de un par de semanas, como sabrás, se llevará a cabo la fiesta de compromiso de Melissa.

   —Eso no había que decirlo. Es de lo que todos hablan aquí —entornó los ojos, apretando los puños con fuerza—.

   —Y también —Víctor se relamió los labios, sintiendo la tensión entre ambos, sofocarlo—, se llevará a cabo la selección de tu prometida perfecta —Thiago volvió su vista hacía su padre, frunciendo el ceño, pero prefirió no alegar nada al respecto. La familia Winchester se regía por reglas las cuales cumplir, y él más que nadie lo sabía. No podía sólo ignorarlo y ya. No se valían por eso. Inhaló y exhaló con fuerza para darle un asentimiento antes de marcharse—. Thiago.

   —¿Ahora qué, padre? —el hombre llevó su vista hasta su cinturón, y señaló el revólver, en un claro deseo de hacer que lo dejara allí y no se lo llevara—. Bien —increpó, sacando el arma de su funda y desarmárdola ante los ojos del patriarca. Dejó que las balas cayeran ante sus pies, igual que el revólver—. ¿Hay alguna forma de evitar todo este protocolo? —quiso saber, como última esperanza, mirando con algo más que frustración a su padre.

   —No.

   —Eso pensé.

   Thiago salió de la vista de su padre, caminando por los arrabales de dicho pueblo, sintiendo su cuerpo arder. El sol, que mucho antes se encontraba al tope, ahora no era más que un bello atardecer, el cuál se vio pintado por el cielo rojizo. Pudo divisar como un par de nubes daban ese aspecto de que pronto caería una torrencial lluvia, más no era lo que más le preocupaba, al fin al cabo estaban en Inglaterra, rara vez dejaba de llover en esa época del año, y cuando así era, el sol los torturaba de tal manera que era imposible salir a dar un paseo sin una sombrilla.

   Se encontraba furioso, quería estar lejos de la familia Winchester, de su padre, de sus primas, de las estúpidas normas que le impedían ser feliz; ser un solterón sin mayor preocupación, pero más que nada, quería estar lejos del sexo opuesto. Sintió un odio intenso cuando pensó si quiera en las palabras de su padre.

   Una prometida, una majadera prometida que bien no amaría, pero eso no le importaba al consejo, sólamente su propio beneficio. Y lo comprendió al pie de la letra; únicamente lo estaban usando a su antojo. Lo casarían a él, en pleno siglo veintiuno, en un matrimonio por conveniencia.

   Maldijo una y otra vez su mala suerte y el hecho de tener que casarse en un par de semanas. Tenía días para conseguir a una prometida que sólo el consejo aprobaría.

   —No estás de muy buen humor —escuchó a su lado, y frunció mucho más el ceño —¿por qué Dios lo castigaba de esa manera?, ¿por qué no lo dejaba solo por un par de horas para pensar en su nueva situación? Entornó los ojos, sin importar que varios pueblerinos lo miraran con desaprobación ante aquel gesto, que bien era desagradable para muchos. A él no le importó en ese momento. Gruñó al escucharla de nuevo—. Thiago…

   —No estoy de humor ahora, Inés.

   —Eso no es novedad, señor —odiaba las veces en la que lo trataba con tanta formalidad, cuando habían crecido juntos jugando en la pradera—.

   Inés Paige, su amiga de la infancia, no era más que una molestia en ese momento, y aunque sonara duro, así lo era. Quería estar solo, y allí estaba ella; cargando las compras de la cena que prepararía esa noche. Por el olor a carne y la bolsa de verduras, supo que haría un estofado de cerdo.

   —¿Qué haces tan tarde de compras? —preguntó, aún furioso. Esas no eran horas para que una dama, por muy bastarda que fuera, estuviera en las calles, sin compañía—.

   Thiago la examinó de pies a cabeza, su vestido por debajo de sus rodillas, arrugado por cargar las bolsas de la compra, su cabello atado en una cola alta, dejándolo ver más corto de lo que era, la punta de su nariz llena de lo que parecía ser hollín de la cocina a leña donde trabajaba y su fleco despeinado, echado a un lado.

   No era una mujer atractiva para los ojos de los hombres, ni siquiera para él. Aún así, era una dama, después de todo. Tal vez se hubiera ofrecido a ayudarla a cargar las compras, lo hubiera hecho de no ser por que se encontraba molesto, malhumorado y ella no aceptaría la ayuda.

   —Vengo del trabajo, hoy me tuve que quedar hasta tarde —constó, sin apartar la mirada de los ojos destellantes de su compañero—.

   —Ese trabajo no te conviene.

   —Eso mismo dijiste del anterior —rezongó, colocándose frente a él, e impedir que siguiera caminando—. ¿Qué pasa? Estás más irritable que nunca —soltó sin miramientos la chica, ladeando la cabeza, y examinándolo con la mirada.

   —No estoy de humor, Inés —cortó sin una pizca de amabilidad, haciéndose a un lado para seguir caminando—.

   Sin embrago, no contó con la rapidez de la mujer, tomándolo del brazo, ignorando las miradas de las personas a su alrededor. A pesar de que Thiago le llevaba una cabeza de estatura, ella lo encaró, arrugando su nariz.

   —Pareces molesto —volvió a decir, impidiendo que se moviera de su lugar—.

   —Lo estoy, Inés. Ahora, por favor, apártate.

   —No hasta que me digas que sucede —llevó su mano libre hasta su cadera y negó con la cabeza, en un claro arbitraje que no se apartaría si él no hablaba—.

   Thiago estaba cansado de todo aquello. La noticias, el matrimonio, el consejo y ahora su amiga.

   Se inclinó hasta ella, mirándola a los ojos. La sintió tensarse, siempre era así, era el efecto que sus ojos oscuros lograban en los de ella.

   —Thiago, por favor.

   —Inés, ¿¡qué no comprendes que me caso y no hay nada para poder evitarlo!? —soltó con molestia, mirando hacia los lados para notar que nadie más se encontraba cerca de la acera donde estaban. Agradeció internamente por ese hecho. Había soltado la noticia sin pensarlo—.

   Inés tragó grueso en su lugar, inhaló y exhaló para apartar la mirada y asentir. Thiago pensó que con eso lograría que se quedara tranquila, más grande fue su sorpresa cuando ella le sonrió de lado y siguió caminando como si nada hubiera pasado.

   —Ven, te invito a cenar. Tal vez mi nana ya haya adelantado algo del estofado —dijo con alegría, mirando al frente, llamándolo con su mano—.

   Sin duda alguna su amiga no iba a aceptar un ‘no’ como respuesta. Y aunque era mal visto que un hombre cuyo compromiso estaba más cerca que nunca se pasara por la casa de la nana de su amiga, no le importó. Tal vez si se desahogaba, podría ser una ayuda para él. 

Capítulo 2

La Prometida Perfecta

  A Inés le quedó el aire atrapado en los pulmones mientras esperaba la aparición de la Marquesa de Marbury. Intentó inhalar y exhalar para tratar de relajarse en ese momento de angustia, pegando su rostro contra el cristal de la ventana que la buena señora Philippa, con todo gusto, logró limpiar en la mañana con su ayuda.

   La nueva marquesa de Marbury Halls, su nueva jefa, recién esposa del marques viudo. Conocía sus historias de aristocracia por la señora Philippa, la ama de llaves de la familia.

   Debería decirse que Inés Paige tenía un secreto. No era un secreto grandísimo, nada que contar al parlamento más de lo que sabía, nada que pudiera destruir a una familia… un secreto mas bien personal. Y se espantó el saber que esa mujer sacara conclusiones apresuradas en cuanto a su legitimidad. No debería ser sorpresa porque hasta ese día, una nueva persona se enteraría de su estado; una bastarda.

   Muchas veces sentía el rechazo de las que la rodeaban, más que todo, los de la alta sociedad, cotilleando por su legalidad, aún cuando se encontraban en los años de más impacto en el mundo.

   No bastó sólo con que una mujer comenzara a usar pantalones para montar a su libre antojo a caballo, ni que pudieran estudiar fuera de casa, lejos de su institutriz. Lo que más logró hacer caer en chisme a todo Londres fue el hecho de que un buen hombre con una posición aristocrática de envidiar, tuviera regados hijos bastardos como si fueran tierras de grandes extensiones las cuales esconder.

   Pero fuera de ese dilema, a Inés la lograban querer. Era todo un fenómeno que una chica tan joven con un peso de una legitimidad de procedencia dudosa, se encontrara firme, llena de alegrías y amor por lo que hacía, siendo que no encajaba en el perfecto mundo de la alta sociedad. 

   Mirando por la ventana, Inés vio el auto de la mujer, con sus movimientos gráciles y elegantes, su vestido lleno de encajes, muselina, seda fina de un color cálido, perfecto para la temporada de lluvia, recordándole lo delicadas que lograban ser esas damas de la sociedad. La mujer cargaba con una sombrilla que bien hacía juego con su vestido, lleno de plumas naranjas que brillaban al sol.

   Inés esperaba que la nueva señora no fuera como una aristocrática sin escrúpulos, mandona y mala. No podía decir lo mismo de sus modales a puertas cerradas del pueblo. Bien, ahora le parecía una mujer elegante, con una belleza impresionante. Debía conocerla mejor para dar su opinión.

   Conocía a varias empleadas más que hubieron pasado por la casa, llegando a ella en busca de un empleo que bien sabían podían adquirir. Se aprendió de memoria las historias de varias, como la de Sally, la cocinera. Con un historial de maltrato por sus jefes anteriores, y humillación en cuanto a su procedencia.

   El mismo caso fué el de Antonella, una doncella de la difunta señora Marbury. En su trabajo anterior como doncella de una muy bien portada y educada hija de una condesa. Comenzó a sufrir abusos verbales por el patriarca de la casa, llegando incluso a una violación tras otra del padre de la joven condesa. Cansada de sus abusos decidió escapar de ese infierno, llegando allí, siendo recibida con buen trato y un puesto de doncella de la propia señora Marbury.

   Inés se preguntaba cada día desde que comenzó a trabajar para esa familia, la tercera en el año, por qué aún seguían con esas absurdas reglas de etiqueta. Muy pocas familias para esos años habían perdido sus posiciones, ya fuera por el rechazo de los aristocráticos o por dejar años y años de tradiciones en el pasado, comenzando con las nuevas innovaciones.

   Para lo que el parlamento y el Rey era una pavura, para el resto de los que ella conocía como empleados o bien familias nobles, no era más que reglas, años y años de tradiciones las cuales ya no le daban importancia.

  En los pueblitos como ese, pocos se regían con aquel tema, siendo ellos mismos, personas con corazón, alma, como cualquier otro, sin necesidad de larguísimos  vestidos, largas charlas a la hora de tomar el té y bailes de temporadas. Pese a ello, personas con un ápice de “cordura” –como su antiguo jefe lo había catalogado– mantenían el liderazgo, las buenas costumbres y sus estatus intactos. Teniendo la necesidad de contratar montones de criados, lacayos, doncellas y ama de llaves.

    Inés tragó grueso al ver al patriarca de la familia acercarse con pasos elegantes a la escalinata de mármol de la entrada, tomado del brazo a la mujer. Llevó su mirada tras su hombro, soltando la tela de su falda al ver como todos los demás ya se encontraban formados según su categoría. Ella debía buscar su puesto rápido si no quería dar mala impresión a la nueva integrante de la casa. No era primera vez que trabajaba para una familia con título. Recordó que las anteriores la categorizaban por ser una chiquilla desarraigada, sin ningún futuro más que de fregar los pisos y lavar la loza.

   Rápidamente se situó al lado de Sophie, según su categoría, pertenecía a las mujeres de la cocina, las que limpiaban y lavaban los pisos y ollas al finalizar cada comida.

   No le molestaba su posición, ganaba bien a pesar de todo. Pese a eso, ella podía ser una excelente institutriz si se lo proponía; tenía modales, hablaba italiano gracias a su trabajo anterior, en las noches se colaban en la biblioteca y leía hasta quedarse dormida. Y su nana, su buena y adorada nana, le mostraba como ser una chica adorable y con cerebro.

   Repentinamente abrumada por categorizar sus pros y contras, decidió que era momento de cambiar la percepción de las nuevas personas que se metían a su vida.

   El ama de llaves notó el cambio de la respiración de Inés, formando una sonrisa en sus labios al momento de escuchar las grandes puertas caobas de la entrada ser abiertas por uno de los mayordomos, dando una inclinación antes de volver a tomar su postura hermética.

   El marqués de Marbury presentó a la marquesa al mayordomo, y el mayordomo presentó a los patriarcas a los empleados. Uno a uno, dándole la categoría que cada persona desempeñaba en la casa.

   La mujer se acercó a cada uno, examinándolos con la mirada, asintiendo o negando cada que podía. Hasta llegar a ella.

   —¿Y quién es ella? —preguntó la marquesa curiosa—.

   Y entonces Inés la examinó a ella, sin escrúpulos, sin restricción. Una grosería para muchos, pero un gesto gracioso para la mujer que bien no pasaría de cuarenta años.

   La mujer con rasgos finos, nariz respingada y pequeña, con grandes ojos color avellana, atrapando su cabello dorado en un extravagante peinado, le mostró una amplia sonrisa al momento de apartarse, en espera de que alguien le diera una contesta a su pregunta.

   —Como ya la han presentado, amada mía, ella es Inés Paige, la fregona de la cocina —le contestó el marqués, con porte serio—.

   La marquesa de Marbury asintió, clavando una mirada evaluadora, y entrecerró los ojos.

  —Será mi nueva doncella.

   La sorpresa no pasó desapercibida por los presentes. El marqués, un hombre de unos cincuenta años, con una par de canas pintando su oscuro cabello ébano, se aclaró la garganta antes de hablar.

   —¿Estás segura? Tenemos a una excelente doncella —buscó con la mirada a Antonella, dando con ella a un par de pasos de él—. Ella será una buena…

   —No tengo duda de ello. Pero no quiero tener la misma doncella de su antigua esposa, Milord —mostró porte y simpatía para con Antonella, la cual sólo le dio una reverencia como respuesta—.

   El marqués asintió quedamente, sin saber cómo proceder ahora. Inés se encontraba obnubilada, procesando la información de diferentes formas, ni en sus más locos sueños logró imaginar que algo así pasaría.

Se colocó recta. Bien, quería hacer un cambio en su vida, pero pasar de ser una simple fregona a una doncella… ¡Santo cielos!

   Resollando, escuchó la firme voz de la marquesa antes de verse atrapada por las palabras de la mujer. Comenzaría al día siguiente en la mañana, se mudaría a Marbury Halls para estar en plena disposición de la marquesa a toda hora, la acompañaría a todas partes y tendría un día libre a la semana si así lo requería.

   No podía ser mejor.

   Su sonrisa se ensanchó tanto en la última hora, pero quedó hasta tarde a limpiar el hollín de las ollas, teniendo la aprobación de Phillippa, y un gran abrazo con un par palmadas de alegría en su hombro.

   Caminó sin prisa pero sin pausa, mirando el atardecer caer con rapidez. Debía contárselo cuanto antes a su nana, le agradaría saber que ahora podrían pagar algunas cuentas pendientes, y quien sabe, darse el lujo de comer un estofado esa noche. Así que con esa idea en mente, torció su camino hacia los pequeños puestos de comida cerca de una avenida, la cual servía para los vendedores ambulantes.

   Compró verduras y hortalizas –que bien no estaban del todo bonitas al ojo del mejor chef de Londres, pero aún así eran comestibles–, un trozo de carne de cordero y muchas especias. Pensaba darse un banquete ese día con su nana.

   O eso pensó, hasta que lo vió.

   Apresuró el paso, sintiendo el frufrú de la falda rozar con sus piernas ante el movimiento. Sólo un poco más y…

   —No estás de muy buen humor.

   Ella lo miró tensar los músculos de su espalda, sus puños cerrarse en torno a sus dedos y, soltar un sonoro gruñido ante sus palabras.

   Le parecía en cierta forma graciosa la forma como la que su mejor amigo se comportaba estando en público, olvidando por una fracción de segundo que era un Winchester y dejándose llevar por la rabia que lo consumía. Muy pocas veces lo lograba ver colérico y arisco con ella. Extrañándola, quiso acercarse más, decir algo más. No obstante un segundo gruñido vino acompañado de sus palabras.

   —No estoy de humor ahora, Inés.

   —Eso no es novedad, señor —sabía que él odiaba cuando lo trataba con tanta formalidad, cuando bien habían crecido juntos jugueteando en la pradera.

Pero un poco de humor no le caía mal a nadie, ¿verdad?—.

   —¿Qué haces tan tarde de compras? —preguntó, aún furioso, sin embargo, pudo visualizar el pequeño recorrido que hicieron los orbes de Thiago por su cuerpo. De pies a cabeza.

   —Vengo del trabajo, hoy me tuve que quedar hasta tarde —constó, sin apartar la mirada de los ojos destellantes de su compañero—.

   Quería contarle las buenas nuevas, demostrarle por una vez, desde que comenzó a trabajar como empleada para los grandes aristocráticos, que no solo era una chica que fregaba pisos y ollas, que una persona logró ver su potencial. La llama en su interior que la consumía día y noche por lograr ser aceptada por más personas. Después de todo era una mujer con sentimientos.

   —Ese trabajo no te conviene.

   —Eso mismo dijiste del anterior —rezongó, colocándose frente a él e impedir que siguiera caminando—. ¿Qué pasa? Estás más irritable que nunca —soltó sin miramientos la chica, ladeó la cabeza para examinarlo con la mirada. La noticia debía esperar por el semblante iracundo de su mejor amigo—.

   —No estoy de humor, Inés —le dijo sin amabilidad absoluta, haciéndose a un lado para seguir caminando—.

   Sin embargo, Inés fué más rápida, logrando tomarlo del brazo, ignorando las miradas de las personas a su alrededor. A pesar de que Thiago le llevaba una cabeza de estatura, ella lo encaró, arrugando su nariz.

   —Pareces molesto —volvió a decir, impidiendo que se moviera de su lugar—.

   —Lo estoy, Inés, ahora por favor, apártate.

   —No, hasta que me digas que sucede —llevó su mano libre hasta su cadera y negó con la cabeza—.

   En un claro arbitraje que no se apartaría si él no hablaba, ella comenzó a mover su pie derecho de arriba abajo. Thiago se inclinó hasta ella, mirándola a los ojos. Inés se tensó, como era costumbre, ese era el efecto que sus ojos oscuros, lograban en los de ella.

   —Thiago, por favor.

   —Inés, ¿¡qué no comprendes que me caso y no hay nada para poder evitarlo!? —soltó con molestia—.

   Inés tragó grueso en su lugar, inhaló y exhaló para apartar la mirada y asentir. Pero, luego de unos segundos, ella le sonrió de lado y siguió caminando como si nada hubiera pasado.

   —Ven, te invito a cenar, tal vez mi nana ya haya adelantado algo del estofado —dijo con alegría, mirando al frente, llamándolo con su mano—.

Capítulo 3

La Prometida Perfecta

   —Entonces es verdad —dijo Inés, moviendo con la punta del pie unas pequeñas piedrecitas por su precario jardín, en casa de su nana. Thiago se mantuvo en silencio, no hacía falta decir lo que ya era evidente. Su amiga no era tonta y en el caso de que ahora lograra estar en la ignorancia por motivos que no estaría dispuesto a adivinar, le costaba horrores volver a repetir sus palabras—; te casas —casarse. Thiago se vió obligado a buscar a una jovencita casadera fuera de la temporada más excitante de la sociedad en Londres. Buscar una heredera digna de los parlamentos de su familia. Y allí se encontraba él, luego de haber pasado exactamente cuatro horas de la gran noticia que bien lo dejó sin aliento. Contarlo a su amiga no había surtido mucho efecto de calmarlo, en cambio, lo consumió un inmediato sudor frío al escuchar la palabra hacer eco en su masa encefálica—. Creo que es inevitable, teniendo en cuenta que estás en la edad para hacerlo —Inés tocó con la punta de sus dedos los pétalos de un tulipán, formando una pequeña sonrisa triste, que apenas fué perceptible por el Winchester—. ¿Y bien?

   —¿Y bien qué? —se detuvo cuando ella lo hizo, mirando con suma atención los pétalos entre sus dedos—.

  Su amiga se notaba distraída. Su mirada fija en el tulipán bajo sus dedos, su nariz suavemente arrugada y su postura tan rígida como el palo de una escoba. 

   —¿Qué piensas hacer al respecto?

   Hasta los momentos, nadie le había preguntado qué era lo que quería hacer. ¿Cuál era su decisión en cuanto a la noticia? Más que darle órdenes.

   La pregunta era tan amplia y abierta, y sus respuestas miles… Él dudó por un instante, pensando aceleradamente; ¿Qué era lo que quería? Lo que de verdad quería…

   Libertad.

   La palabra susurró a través de él y no era un simple eco de sus pensamientos, un hilo conector entre sus deberes con su familia y sus deseos personales. Era su anhelo poder olvidar todo el liderazgo, las reglas de etiqueta y ser sólo un hombre libre, sin restricciones. Y tuvo celos de su amiga, de ser como era; alegre, llena de vida, emociones, pero fuera de los estatus de las personas.

   Apretó los puños, apartando la mirada de la muchacha. No eran iguales. Ella era una bastadas alegre, y él, de un linaje alto y amplio, era infeliz.

   —No puedo hacer nada.

   —Pero… —Inés llevó con rapidez sus ojos oscuros al rostro compungido de su amigo, escrutándolo. Se percibía afablemente molesto—.

   La mujer retrocedió un paso, sólo un poco para mantener la distancia con él. Incluso, mientras enviaba pequeños temblores de ansiedad subiendo vertiginosamente a través de ella, le contuvo la mirada.

   —¿Acaso no puedes negarte a esa regla?

    —No es tan sencillo como parece, Inés.

   —¿No? —arqueó una ceja—.

   —No —dictaminó, queriendo dejar el tema de lado—.

   Bien, había ido a comer a casa de la nana de su amiga. Lo habían hecho sin muchos comentarios de su matrimonio al respecto, salvo el sentido pésame de la mujer de ochenta años. Inés se rió, pero él no. Ahora, cuando se encontraban bajo los tenues rayos de la luna siendo la única iluminación en el jardín de Inés, hablaban de lo que lo mantenía molesto. Ella hacía comentarios pocos ortodoxos y que pudieran ayudarlo al respecto.

   Inés notó la mirada de desconcierto de Thiago. Ella no lo entendía, lo sabía. No podía comprender del todo las raíces nobles que rodeaban a su amigo, y él parecía no querer adentrarse en el tema esa noche.

   —Entonces explícamelo —ella tocó su brazo, sintiendo la tela suave de su camisa hacer contacto con sus manos resecas por fregar tantos pisos sin reparo en su corta edad—.

   —Inés, no somos iguales. Tú vives una vida de libertinaje, y yo…

   Las palabras resonaron como un murmullo en algún lugar recóndito de su mente, ese tono artero matizado con ese acento que tanto odiaba de él, lleno de porte, siendo una persona recta, cuando tenía en claro que con ella podía ser él mismo.

Estaba comenzando a aborrecer esa conversación. Sabía a lo que él hacía referencia. Cuando comenzaron los cotilleos de su legitimidad por el conde L´Roche, todos la miraban con lástima, asco.

   Darse cuenta de aquello fué como recibir un puñetazo en el estómago. Y ahora su amigo ponía una barrera entre ellos, una que no había hace poco.

   —No tengo el linaje para ostentar tal honor, señor.

   Dicho comentario hizo que la tensión se tornara densa. Entonces Inés soltó un brazo para seguir caminando, dando pequeños punta pies a las piedrecitas del camino.

   —Inés.

   Ella negó.

   —Tu familia es muy aristocrática, llena de reglas ridículas que no dejan en el pasado. ¡Por Dios, estamos en el siglo veintiuno! —Thiago la miró fieramente, dejando saber que ya la conversación había acabado hace rato. Sin embargo, la siguió de cerca, mirando la fina línea de su espalda tensarse ante la idea de saber que ya no podía hacer nada al respecto—. Me gustaría hacer algo para ayudarte.

   —No hay nada que tú puedas hacer.

   —De eso me doy cuenta.

   A Thiago le hubiera encantado hacer que olvidara el argumento, que nunca más se volviera a pronunciar el tema de su prometida. Y así lo hizo, dando un par de zancadas, colocándose a su lado para tomar su brazo y enroscarlo en el de ella sin preguntar.

   Ella no se quejó, cada acto que el Winchester hacía, repercutía con mayor peso en el futuro. Lo sabía con todo su corazón, más se miró privada de alejarse del calor de su amigo.

   —Inés… yo no…

   —No me digas que esto lo cambia todo ahora, Winchester —rezongó, mirando al frente con decisión—.

   Estaban llegando al límite de la pequeña propiedad de su nana, indicándole a ambos que su conversación llegaba a su fin, y con ello la visita de Thiago.

   El hombre llevó su vista asombrado a ella. Nunca lo había llamado así. Siempre que hablaba con Inés bajo un tema serio, o en público, la muchacha lo llamaba “señor” o “su majestad”, en el caso más casual, ella usaba su nombre; Thiago. Nunca requirió de utilizar su título, y ahora… el cambio lo inquietaba.

   Detuvo su andar.

   —Inés.

   —No me inmiscuya ahora como llamarlo, es su título después de todo y yo no soy más que una bastarda. Que ingenua, ¿no?, Lord Winchester —hubo un largo silencio antes de que ella pudiera añadir en un simple italiano que, sabía, él entendería:—. Sólo me he referido a mí misma como lo que soy. Esto ha conseguido de relieve lo que ya usted y todos sabían. No se sorprenda, ¿qué es lo que dicen todos? ¿Bastarda obstinada sin modales? Sí. Era eso.

   Sus palabras rezumaban una tristeza devastadora; una tristeza que resonó entre ambos, hasta sintiendo una opresión en su pecho. Mientras más aceptara lo que era, menor iba a ser el dolor.

   Thiago se vió incapaz de soportarla. Aclarando su garganta dijo:

   —Para mí no eres más que mi amiga —dijo en español, haciéndola entrar en razón por una vez en su vida. Como si fuera más fácil hacerla entender si hablaba en su lengua habitual.

   Ella rió por lo bajo, negando antes de soltarse de su agarre y plantarse frente a él, sintiendo el frío de la noche recorrer su espina dorsal.

   —¿Realmente crees que a ésta sociedad le importa el infortunio de una chica negada por su propio padre?

   Claro que había una persona aparte de él, y esa fué la marquesa de Marbury, esa misma tarde. Pero él no tenía por qué enterarse, no aún.

   —Inés, no pienses de ese modo.

   —Thiago —nuevamente usaba su nombre—, sólo mírame —se señaló con sus propias manos, echando un paso atrás antes de comenzar a enumerar con sus dedos—. Soy gritona, mandona, trabajo fregando pisos y apenas tengo tiempo para arreglarme adecuadamente para un baile que tengo bien en claro que tu familia sólo me invita por lástima —los ojos se llenaron de lágrimas cargadas de rabia mientras pronunciaba sus palabras. Después se dio la vuelta, dándole la espalda, y continuó hablando—. ¿Tengo todas las características que le gustan a las personas de aquí? De Inglaterra o Londres… —soltó ahora sarcástica—. Yo creo que no.

   Las palabras penetraron en él, causándole una furia irracional contra ella por pensar aquello. Incapaz de detenerse, se acercó a la joven, le dio la vuelta y clavó la mirada en ella mientras la sostenía por los hombros.

   —A algunos sí —soltó más para él que a ella, no comprendiendo lo que le estaba pasando—.

   Inés abrió los ojos con sorpresa.

   Las decisiones en su cabeza se vieron afectadas, de cierta forma, por el tema del matrimonio arreglado, de la fiesta de presentación y el hecho de poder conseguir a una linda dama que fuera digna de su linaje y apellido.

   Sin embargo, su atención estaba puestas en otra cosa, en unas pequeñas lágrimas que corrían el rostro de su amiga, llevada por la molesta y el pique que llegó a dar a la conversación inicial. Su atención se centró en sus labios rosados, carnosos, y se atrevía a decir que suaves… Temblorosos al tratar de contener las ganas de gritarle allí mismo.

   Thaigo se abofeteó internamente al notar el rumbo que lograba llevar sus pensamientos. No estaba pensando así de cualquier mujer, sino de Inés, su amiga desde los nueve años. Él negó un par de veces, queriendo acercarse a ella y enjuagar sus ojos. No le gustaba verla llorar, nunca lo soportó.

  Inés se mantuvo al margen, no importando del todo si él la miraba. Sorbió su nariz.

   —Thiago, ¿qué haz dicho?

   —Es tarde —susurró—, debo irme —con decir eso la soltó, tomando distancia —su voz salió recta, llena de laudo. A ella le costó horrores asentir. Su amigo no se caracterizaba por ser muy afectuoso, no le gustaba cuando ella lloraba, y cuando eso sucedía, como era el caso hoy, se excusaba, le daba un beso en la mejilla y se iba. Siempre era así. Y aunque se lo reprochaba, él sólo negaba, diciéndole que no era la más apropiada para hablar del tema. Asintió quedamente antes de echarse a un lado, abriendo la puerta de la cerca que daba a la calle. El hombre se acercó un poco, únicamente para darle un toque en su frente con sus dedos índice y corazón. Una corriente eléctrica recorrió a la chica. Hace tanto no hacía ese gesto de cariño para con ella. Forzó una pequeña sonrisa antes de cerrar los ojos—. Dentro de un par de días se realizará un baile en la mansión Winchester, estás invitada.

   —Vaya que amable… otra invitación por lástima —se escuchó la ironía en su voz—.

   Thaigo soltó un gruñido animal.

   —Te estoy invitando yo, y estoy casi seguro que no te tengo lástima —escuchó la rudeza de su voz, e intentó suavizarlo, pero falló estrepitosamente—.

   —Tan afable como siempre.

   Él la ignoró, pasando por su lado y llegar hasta la cerca de madera.

   —Vas a ir.

   —¿Tengo opción?

   —Conmigo no.

   Ella entornó los ojos, gesto que sabía no era bien visto para nadie. Pese a ello lo volvió a hacer, cruzando sus brazos sobre su pecho cuando él se dio la vuelta para irse.

   —Winchester —lo miró tensarse y lo supo; él reaccionaba ante pequeños cambios como el dejarlo de llamar por su nombre y comenzar a usar su título—. Disculpe —aclaró su garganta antes de proseguir—. Señor, que pase buenas noches.

   —Buenas noches, Inés.

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