Compartir en tus redes favoritas

Esto sin lugar a dudas es una completa locura. Comprendo si no me crees, estás en todo tu derecho a no hacerlo.

Si te atreves a leer mi historia, te darás cuenta la fuerza que puede desatar el amor. El sentimiento capaz de hacer milagros, y la vida se encuentra llena de ellos. La falta de creencias de la humanidad nos ha llevado a caer en el mal. Ante la carencia de amor y perdón, alimentas las entrañas de los demonios. Esos que vigilan para hacerte daño. Ellos caminan entre nosotros, los alimentamos por no aceptar que debemos pagar un sacrifico. Yo lo pagué por la humanidad.

Soy la última guardiana, la última Cladut, la última con las llaves del bien y del mal, la que depende de sus vivencias para convertirse en el escudo de Dios o en la espada del Diablo.  

Después de siglo y medio, continúo caminando por el sendero difícil, del sacrificio, camino por el amor, ese que se me ha arrebatado, pero sigo confiando en el bien porque…

Todo existe… 

CAPÍTULO 1

Viste… Fui una tonta, moría de amor por él, fue mi estúpido auto castigo, no me permití disfrutar del amor de Edmund. Tuvo la paciencia de un santo conmigo. Para mí, él siempre será el hombre perfecto, fue ese amigo incondicional a quien adoraré eternamente.  

Aguantó no solo esa, sino muchas pataletas, pero bueno… valió la pena, él sigue estando dentro de mí, es ese compañero incondicional, estará a mi lado hasta la aparición de su hermano. Esa fue la instrucción, y la sigo al pie de la letra.

«Sí, no debes recordármelo, también lo siento».

Me hubiese gustado tener una vida diferente, algo más común, sin nada sobre natural alrededor. Créeme daría lo que fuera por no haber sufrido tanto. No bastó el encontrar a un hombre perfecto, aún no había alcanzado la felicidad. Por algo te dije al principio que no entiendo a la vida, el destino o el Creador. A mí me han castigado, privándome de la compañía de mis seres queridos.  

«Hoy te escuchas mediocre, pero te valgo todo».

Permíteme tocar fondo una vez más para luego surgir de mis cenizas cual ave fénix… Sí, yo misma me he dado ese apodo, he soportado demasiado a la humanidad y aún sigo aquí, a la espera de no sé qué cosa.

Tardé mucho en reconocer el amor por Edmund, esa es una de las tantas cosas de las que me arrepiento. No haber aceptado mucho antes mi amor por él, para poder disfrutar a su lado más días en sus brazos.

«Sigue, pronto llegará lo bueno… En otras palabras, yo».

Besé la carta, la abracé. Debe estar dormido aún, acomodé las rosas y me dirigí a la cocina. Hoy era día de remojar la ropa, además dentro de poco nos vamos a la nueva casa. Era mejor tener todo limpio. No duró mucho la alegría, tomé la primera camisa blanca, la que se había puesto ayer… tenía labial de mujer en su cuello y no era mío. Sentí la sangre hervir por todo el cuerpo. ¿Cómo se atreve de hablarme de amor si estaba con otra mujer?, dejé la ropa tirada, salí iracunda del lavado. Lo encontré en la sala.

—¡Jenna!

—Permiso señor —dije tratando de contener la rabia.

—Te traje un detalle —quería matarlo.

—Le dije que me diera permiso.

—¿Te pasa algo?

—No pasa nada, las flores pueden dárselas a quien le dé la gana.

Lo desconcerté con mis palabras, Tom entraba en ese momento. Y lo vi como tabla de salvación.

—Llévame a la Iglesia. Y sus flores. —Lo miré—. ¡Entrégueselas a quien le dejó la camisa llena de labial!

Me dio más rabia verlo sonreír. ¿Estoy celosa? —llegué a la puerta donde esperaba Tom quien seguía callado siendo espectador de la escena de celos. Ingresé al carruaje, él también lo hizo con una sonrisa la cual no pudo reprimir durante el camino.

—¿Estás, celosa? —Se notó su alegría.

—No sea iluso señor. Usted significa para mí.

—Eso es muy cruel.

Nada de lo que le dijera lo haría cambiar de sentimiento. Eran evidente mis celos, estoy iracunda al darme cuenta de sus andanzas con otra mujer.

No le dije nada, llegamos a la iglesia, como llegamos tarde nos tocó sentarnos en las últimas bancas, nos tomamos de la mano. Al terminar, volví al carruaje para regresar a la casa. Una vez llegamos intentó acercarse, pero volví a alejarlo.

—Jenna dime qué te pasa.

Hablábamos en los escalones, él dos escalones por debajo de mí.

—Nada.

—Dame al menos el derecho a defenderme —tiene el don de calmarme.

—No debe hacerlo, usted puede hacer con su vida lo que desee.

Estaba enojada, pero eran más los celos, de solo imaginarlo besándose con otra… No quiero verlo al lado de otra mujer.

—Exacto —sentí ganas de abofetearlo—. No somos nada, puedo salir con quien desee.

Tiene razón, no he dejado de rechazarlo cada vez que se acerca, lo alejo. ¿Qué pretendo? Tenerlo como un tonto atrás de mí ¿sin nada a cambio?, no era justo.

—Tiene toda la razón, señor. Si me disculpa, quiero descansar.

—Mañana nos pasamos a la nueva casa.

—¿Mañana?

Ya estábamos en la nueva casa, mientras organizaba mis cosas en el armario de la habitación. Martha, una de las empleadas contratadas para los quehaceres de la inmensa casa dejó el baúl del señor, me sorprendí. Él ingresó. La joven salió cerrando la puerta.

—No voy a dormir con usted, esto ya es demasiado. —Fui interrumpida, desde ayer no cruzábamos palabra.

—¿Por qué siempre te adelantas a los hechos? —Su tono fue grosero—. Mi ropa debe permanecer aquí, yo dormiré aquí.

Se acercó a la pared donde había una inmensa pintura, la cual resultó ser una puerta, lo seguí. Había un cuarto mucho más pequeño con una cama, un nochero y una chimenea al frente ya encendida. En mi habitación también había otra.

» También debemos compartir el baño si no hay problema.

—La casa es suya —dije saliendo de su cuarto—. Arregle usted su ropa o llame a su novia.

No dijo nada, tanta ironía lo estaba enojando, no debe importarme. Comenzó a arreglar su ropa. De vez en cuando sentía su mirada, mientras yo arreglaba lo mío. No coincidimos en las miradas ofrecidas por cada uno. En la noche salió como era su costumbre. —Ya era medianoche—. Un rato después lo sentí ingresar a la recámara, cerré mis ojos, sentí sus pasos cerca, se detuvo, tal vez mirándome, luego ingresó a su lugar de descanso.

Todos los días salía, nuestra relación era limitada, solo nos cruzábamos el saludo. A la mañana el cerrar la puerta me sobresaltó. —Fue de mal gusto su tosca forma de despertarme—. Salí de la cama a bañarme, pronto cumpliré los nueve meses. Dentro de poco tendré a mi hijo entre mis brazos.

Hoy era sábado, tenemos una reunión en la casa. Para el señor era importante la vida política de la ciudad. Después de vestirme sentí curiosidad e ingresé a su habitación. El problema de ser una persona curiosa te puedes llevar a tener muchas sorpresas.

No era él quien estaba en la cama, sino una mujer. —Por un segundo no supe qué hacer. ¡Qué descarado! Luego él ingresó por mi cuarto muy arreglado. Lo miré, sentí mucha decepción. Luego la rabia pudo más, sin pensarlo le quité la sábana a la mujerzuela, estaba en ropa interior, se apresuró a taparse, Edmund desvió la mirada. Los dos se asustaron al verme.

—Hágame el favor de retirarse de esta casa ¡ahora mismo! —Hablé entre dientes con determinación—. O le juro que olvidaré mi condición de embarazada y la sacaré como se encuentra a rastras. —El señor Crudt no interfirió.

—¿Qué le pasa a tu mujer?

Dijo mirando a Edmund quien reprimía las ganas de reírse, ese gesto avivó aún más mis celos.

—¡Saca a tu amante de aquí!, solo ten cuidado de los empleados, ¡no quiero ser la burla de la gente! —grité.

—Jenna no es…

—No importa lo que parezca, es evidente —miré a la mujer—. ¿Tú no escuchaste? ¡Qué te largues! —volví a gritar.

La mujer se vistió cuando Edmund salió, luego él muy amable la acompañó. Yo los seguí de cerca. ¿Cómo puede estar profesándome amor todos los días y trae a una mujer a satisfacer sus necesidades masculinas sin importar mi presencia?

—Esa no fue la manera más correcta… —Lo interrumpí.

—No hables de lo correcto o no —levantó una de sus cejas—. ¡Eres un mentiroso!

No lo vi venir, me llevó contra la pared, por un momento temí un golpe, pero no, al contrario, hizo algo completamente diferente logrando desestabilizarme. Acunó mi rostro, estaba feliz con ese brillo en sus ojos, muestra de haber confirmado algo, por eso me besó. Su aliento era fuego ardiente, no le contesté el beso, él insistía, le permití a sus labios humedecieran los míos, su aliento pareció ingresar hasta mis entrañas embriagándome por completo, pero no caí. Reaccioné. Como pude lo alejé, le propiné una fuerte bofetada

—¡Le dije que jamás en su vida me besara! —Lo empujé—, acaba de pasar la noche con ella.

—Lo siento…

—¡Entienda algo yo no lo amo! —tenía mucha rabia, él cambió su expresión—. No se acerque ¿entiende? Se atreve a besarme cuando acaba saciarse con una meretriz, ¿tengo que aguantarle sus bajezas? —Las lágrimas salieron.

—Yo no…

—¡Cállese! —grité—. No quiero una mentira más. Haga con su vida lo que se le antoje, solo no me deje como una pobre mujer engañada. ¡Jamás lo voy a permitir! Si ama a esa mujer pues dejemos esta mentira.

—¿Qué estás diciendo, Jenna? Déjame explicarte.

—¡No quiero escucharlo! —Le di la espalda.

—¿A qué le tienes miedo? —preguntó—. ¿Acaso le temes a tus sentimientos?

—No sea ridículo, no le temo a nada. Después de todo usted resultó ser como todos, una falsedad, es decepcionante.

—Estás… ¿Celosa? —dijo una vez más con esa típica ironía.

—No sea tan presumido —salí de la sala.

—No pasó nada con ella, te recuerdo tenemos una reunión hoy —llegué hasta las escaleras.

—Dígale a su novia. —Di la vuelta para verlo—. No asistiré a una farsa más, tampoco se atreva a tocarme.

Me encerré en la habitación. En la tarde la gente fue llegando, por mi parte la rabia seguía intacta carcomiendo mis entrañas. Pensé en cada situación. Analicé la actitud de Edmund, él parecía estar feliz por mi reacción. Parecía sincero al decir que no ha hecho nada con ella, pero las evidencias lo desmienten. Estaba sentada en la cama cuando ingresó.

—Jenna, los invitados preguntan por ti —cerró la puerta, su tono no era nada conciliador, era una orden de su parte.

—Ya te dije que no bajaré.

Seguía enojada, bueno… estoy celosa, el estómago lo tengo hecho un nudo, me llevan los demonios de la pura envidia… Otra durmió con él.

—Por favor… Pregúntame y sabrás la verdad —Se arrodilló ante mí.

—Señor Edmund, usted puede estar con quien sea de su agrado, ya se lo dije.

—Ese no es su deseo. A veces no la entiendo, me mira con amor y al acercarme recibo insultos y desprecios ¿Qué quiere que haga?

—Nada, de mi parte no hay interés. —Nos miramos.

—La espero abajo, señora Jenna —Dio una orden, su voz de mando no te da lugar a la desobediencia.

Salió después de eso. Quedé pensando en todo lo ocurrido en mi vida, tenía razón al decir que a veces lo miro con amor. No negaré lo atraída que estoy por él. Y sin discusión mi arrebato fue un ataque de celos, porque otra lo besa, lo acaricia cuando quiero hacerlo yo. Me tapé la boca.

Dios, estoy enamorada de Edmund, ¿ahora qué hago? Espero un hijo de otro hombre, aunque eso no parece importarle. Salí de la cama, me senté en el tocador para arreglarme un poco. Ya estaba bueno de sentirme como si no mereciera volver a vivir. ¡Ya era suficiente con recriminarme!, solo nosotros dos, aparte de Tom sabemos la verdad. Ha demostrado que quiere ser el padre de mi hijo y muero de ganas porque lo sea, además anhelo besarlo.

—Arregla este desastre, por tonta —dije mirándome al espejo.

Bajé las escaleras, la gente esperaba en la sala de invitados, él hablaba con el capitán y su esposa. Saludé a un par de invitados, caminé en dirección al piano, ese hermoso regalo de su parte, hacía mucho que no tocaba. Este era el momento para hacerlo.

Me dejé llevar como la otra vez, dejé salir mis sentimientos a través de la música, comencé con unas notas tormentosas, notas agobiantes para luego transformarla en una tranquilidad absoluta y luego llevarlas a la plena felicidad. Mientras conectaba las teclas con el sentir de mi alma recordé las tardes cuando Edmund me hacía reír, en las caminatas a su lado, en los detalles, las miradas, la compañía, su protección, las veces que por sus actos quería besarlo, todo lo transmití por las notas. Plasmé el agradecimiento, el amor de verdad, él era un ángel en mi vida. En el momento más oscuro y tenebroso fue la luz de mi camino.

Al terminar todos se habían reunido alrededor, me miraban. Solo deseaba ver los ojos grises. La gente comenzó a realizar conjeturas, las cuales no las escuché. Estaba perdida en esa mirada.

—fue una hermosa melodía —comentó alguien.

—Es como si un ángel rescatara el alma de un cristiano de las puertas del infierno. —Ese comentario me gustó, logré transmití lo que deseaba.

—Fue conmovedora, nunca había escuchado esas notas —sonreí— ¿Cómo se llama la canción?

—Edmund. —Si él estaba asombrado ahora se sorprendió—. Él es mi ángel.

Caminé en su dirección, entrelacé mis dedos con los suyos, lo vi asustado, no sabía el significado de mí actuar. La gente sonrío, algunos aplaudieron y se alejaron del piano para seguir con sus conversaciones, nosotros nos quedamos mirándonos como un par de tontos.

—Te quiero Edmund.

Comentar con Facebook