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A sus 29 años, Andrew White era un importante cirujano asociado del hospital de Durango, con una carrera envidiable para cualquier hombre. Dinero, mujeres y una familia perfecta.

Han pasado 6 largos años desde que Anaelise dejó Durango, y esos mismos en que jamás pudo superarla.

Muy preocupado por el alejamiento que Andrew está profesando sobre su familia, su padre, Jarol White, interviene en su vida involucrando a una chica que parece inofensiva. Jarol hace un trato ofreciéndole dinero para poder seguir con sus pasantías en medicina, y ante la desesperación, Natali, sucumbe a negociar con el hombre mayor decidida a utilizar todos sus encantos para que Andrew olvide de su pasado.

¿Cuánto le costará a Natali el amor de Andrew? Y ¿cuál será el precio de su amor?

CAPÍTULOS 1-3

Prólogo

Seis meses antes.

Unas lágrimas frías cayeron por el rostro de Natali Simmons cuando su jefe le entregó la carta de despido. La temporada en Durango había sido un desastre de acuerdo a los visitantes, y el restaurante había hecho un recorte de personal por obvias razones.

La chica miró la hoja en sus manos y asintió hacia el hombre que ni siquiera la miraba, y que estaba escribiendo su firma en un cheque, que sabía sería el último dinero que recibiría en este mes. No pudo evitar que su cuerpo temblara de anticipación, al verse en la nada después de esto.

—Puedo saber… ¿Por qué de un momento a otro, señor Shan? —ella preguntó con la esperanza de que las cosas cambiaran en cuestión de minutos.

El hombre levantó esta vez la mirada colocando la pluma en el escritorio y resopló un poco.

—Sabes que no es nada personal. Mi esposa fue la que hizo este recorte. A mí me gusta tu trabajo, pero no pude objetar para con ella cuando sé que debemos ajustarnos a tus horarios. Hay personas aquí que nos brindan su tiempo completo, y tienen prioridad…

Nat asintió y limpió las lágrimas de sus ojos. Este era el mejor trabajo que había conseguido durante el último año. Y el más flexible de acuerdo a sus estudios. Su mente daba vueltas mientras que todo el miedo la golpeó duro. Nunca lloraba frente a nadie, jamás demostraba sus preocupaciones y sus muchas tristezas, porque su escudo siempre era una sonrisa.

Ese era su mayor protección.

Pero justo cuando estaba entrando a su tercer año de medicina, y que más que nunca necesitaría el dinero para sus pasantías, sucedía esto.

Y por supuesto, eso sin contar de lo que pasaría cuando llegara a su casa y todos se enteraran de que no iba a poder contribuir con un dólar más, para absolutamente nada. Estaba completamente perdida.

—Nat… no te pongas así —escuchó que su jefe se puso de pie y caminó hacia ella asomándole el cheque—. No digas nada, pero puse un poco más de tu liquidación y del pago de este último mes.

Ella forjó una sonrisa aguda y desvió la mirada a su rostro.

—Gracias, señor Shan… estoy muy agradecida con usted —Natali tomó el cheque y observó que era una buena suma para quedarse callada por otro mes más en su casa, y así buscar con urgencia otro trabajo.

Solo pensaba, «¿en qué momento?», sus pasantías y estudios ahogarían su vida. A menos que encontrara un sitio nocturno para servir bebidas, y no lo quería por nada del mundo. Se iba a matar así.

Pero por nada iba a declinar en su carrera. Este era el único medio para salir de su casa, para cambiar de vida, y para cumplir los sueños que día a día echaban en sus pies.

No permitiría que su padre la condenara a vivir una vida como la de su madre Grace, jamás permitiría ser como Evelyn su hermana, y por nada del mundo quería seguir bajo la mano de Charles, su padre alcohólico.

Después de que abrió su bolso que estaba colgado de lado, metió el cheque en una de sus libretas y apretó sus labios para cambiar su semblante.

—Señor, Shan… cualquier cosa, estoy a la orden de algún trabajo que salga de último momento —dijo esto sabiendo que él era dueño de unos dos restaurantes más, aunque este era el mejor, y el que más ingresos le generaba al señor Shan.

El hombre le sonrió afirmando, y cuando vio, Natali se giró sobre sus pies, salió cerrando la puerta con cuidado y desapareció de su vista.

¡Vaya chica!, pensó el hombre mientras volvía a su escritorio y preparaba otro cheque para la próxima persona que llamaría para despedir.

Sabía que estaba dejando ir a una de sus mejores empleadas, y aunque le había mentido en cuanto a sus horarios, era vergonzoso aceptar que ella fue la primera candidata que su esposa había elegido para que la echara, ya que siempre se sintió celosa de ella.

No podía negar que, a sus cuarenta años, y a pesar de la diferencia de la edad, Nat le atrajera, pero podía asegurar que nunca se sobrepasó en algún comentario o la diferencia del trato para con ella. Lo que pasaba era que esa chica era un alma reluciente, siempre alegraba el lugar donde llegaba y su sonrisa era tan contagiosa que uno se podía quedar mirándola toda la vida.

Todo eso, a pesar de su situación. Porque, aunque Nat nunca contaba sobre las cosas de su vida, sabía que vivir en esa casa con su familia, era vivir literalmente en el infierno. Y ella lo hacía a diario. La admiraba.

Justo cuando iba a hacer una llamada para marcar a la siguiente chica, un nombre comenzó a titilar en su pantalla que hizo que su pulso se acelerara.

Jarol White.

Con un poco de nervios deslizó el dedo en su celular y fue rápidamente a colocar el seguro a su puerta.

—Señor White, que gusto…

—Hola, Shan —el hombre detrás de la línea parecía bastante desanimado, pero eso realmente no era su problema, sabía perfectamente que este era un hombre volátil, y muy cambiante de ánimo—. Supe que la temporada no fue buena.

Jarol era un empresario rico en Durango, quizás el hombre más rico en toda la ciudad con muchos negocios que se extendían en todo el condado de Colorado. Pero, así como era tan productivo, también tenía un comité en la ciudad donde instaba a los pequeños y grandes empresarios a unirse a sus fuerzas antes cualquier prontitud.

Entre esas, hacia préstamos, invertía en uno que otro negocio y al final, quedaba más rico que antes, sus estrategias no tenían límites, y todos lo respetaban por eso, a pesar de sus movimientos un poco crueles, y una actitud déspota hacia sus inferiores.

Shan por supuesto se había inscrito a esa sociedad, más que todo para obtener apoyo cuando quisiera hacer alguna ampliación en alguno de sus tres restaurantes.

—Así es, señor, fue una muy mala temporada.

El timbre de un teléfono anexó se escuchó en su interior y supo que debía esperar, ya que Jarol se excusó por un momento.

—Andrea… —lo escuchó decir, y por la voz de una chica cerca, supo que el hombre había puesto su altavoz.

Con él estaba hablando de su teléfono fijo y por lo visto tenía una llamada desde su celular.

—Padre, Andrew no vendrá… él de nuevo dice estar ocupado…

—¡Maldita sea con tu hermano!, ¿Qué mierdas le ocurre?

—Padre, por favor, no lo presiones más. Adam se encontrará con él, tal vez lo convenza.

—Andrew me escuchará, ¡estoy cansado de escuchar a tu madre!, ahora te llamo, ahora mismo estoy ocupado.

—Bien… un abrazo…

Shan pasó un trago duro mientras analizó la situación. Los hijos de Jarol eran como las celebridades de la ciudad. Adam White trabajaba en las empresas de su padre como su mano derecha, y además de eso, era el escándalo de todas las fiestas nocturnas. Andrew por el contrario era un ejemplo de hombre, y aunque cambiaba de novia cada semana, era un hombre reservado, y algo distante. Por otro lado, su hija Andrea, además de hermosa, también había seguido los pasos de su padre, y estaba estudiando finanzas. Era evidente que sería catapultada, y jamás le faltaría algún trabajo, es más, si ella no quisiera trabajar en su vida, no tendría que hacerlo.

La familia era fabulosa por donde se viera, y a simple vista la envidia de todos.

Shan no pudo evitar recordar a Natali en el momento, y se dio cuenta de que el mundo siempre se dirigía en unas polaridades extremas que beneficiaba a unos y otros los sumía en las desgracias.

«¿Por qué no recomendarla entonces?», pensó. Jarol tenía miles de puestos vacantes, y la chica necesitaba de su mano. Eso al menos sin que lo supiera su esposa.

El hombre escuchó un carraspeo saliendo de sus propios pensamientos cuando escuchó a Jarol de nuevo.

—Me gustaría que nos reuniéramos con un hombre que llegó nuevo a la ciudad, tiene capacidad de inversión, y se inclina por la gastronomía. Puedes sacar una tajada de eso…

Shan sabía que no podía arrojar un “No” a Jarol, además él no estaba pidiéndole un favor, lo conocía lo suficiente como para saber que, en su petición, había una exigencia.

—Por supuesto —respondió mientras su rostro hizo una mueca y cuando vio que Jarol se despidió, él le detuvo por un momento más—. Señor White, también quisiera pedirle un favor…

Shan no pudo evitar sonreír cuando mencionó la palabra “favor”, pero se apresuró en explicar cuando el silencio gobernó.

—Hay una chica, ella es estudiante… debido al recorte, debimos despedirla.

—Eso me dice que no es buena trabajadora, nunca la despedirías así hubiese un recorte, si ella fuese buena.

—Es buena… bastante. Ella es… estupenda. Además, estudia medicina, en el mismo lugar que su hijo.

Cuando arrojó esto, nuevamente el hombre auricular hizo silencio.

—¿Qué pasa con eso?, miles estudian allí —mintió detrás del auricular. No muchos escogían esa carrera, y nadie era como si brillante hijo.

Una oleada de preocupación volvió a golpear el pecho de Jarol al entender que estaban perdiendo a Andrew. Y aunque era un error garrafal lo que tenía en su mente, necesitaba intervenir. No iba a dejar que la sombra de esa mujer siguiera persiguiendo la vida de su hijo, no iba a permitir que él arruinara todo lo que había construido solo por esa estupidez de estar enamorado de Anaelise.

Ya era suficiente.

—Bueno… es mi conocida, y necesita algún empleo con urgencia. Sé que usted es un hombre honorable. Imagínese ella diciendo en las noticias que, gracias a un trabajo dado por usted, pudo cumplir sus sueños. ¡Más puntos a su favor y a su buen nombre!

Shan sabía que había ido demasiado lejos, pero esto era todo lo que podía hacer por una buena chica que se robó su corazón. Y lo decía de buena manera.

—Dile que pase la otra semana por mi oficina principal en Hampton… está semana estaré ocupado y… No prometo nada.

—Está bien, señor, le daré la información. Muchas gracias.

—Adiós —se despidió Jarol colgando su teléfono inalámbrico y colocándolo en la mesa.

Llevó sus dedos al vaso de Whisky que tenía en su frente y de un solo trago lo llevó a su garganta.

Había una lista, una especie de catálogo en sus manos de algunas chicas que eran contratadas para trabajos exclusivos. Unas eran más hermosas que otras, pero todas servían para su fin.

Necesitaba por todos los medios distraer a su hijo, necesitaba que alguien llamara su atención lo suficiente para que se olvidara de esa mujer que lo hizo amargado, seco y distante, un hombre que él ya no conocía, y que le había arrebatado a su hijo favorito.

Capítulo 1

Un viento frío chocó contra su piel en el momento que se bajó del autobús y este arrancó dejándola sola en la calle. Natali abrazó sus brazos y los frotó en tanto comenzó a caminar despacio sabiendo que estaba a solo unas cuadras de llegar a su casa.

«Su casa», pensó mientras miraba al piso y daba pasos lentos. Ese lugar era todo menos eso.

Después de unos días en que la habían despedido, supo que no hablaría en su casa de lo ocurrido por nada del mundo, esperaría a buscar otro trabajo, y así cumpliría con la cuota que ellos exigían. Había pensado todo este tiempo que rentar un piso era su salvación. Pero ya lo había calculado tantas veces, que no quería volver a ilusionarse con esa idea.

No podía cubrir una renta, pagar estudios, y comprar su propia comida, hacer todo esto al mismo tiempo era imposible, apenas con lo que ganaba pagaba la universidad y eso porque ella encontraba descuentos en las matrículas cuando las pagaba adelantado y, además, por sus notas le hacían unas rebajas que no cualquiera podía conseguir. Natali hacia maniobras y siempre estaba investigando como bajar la cuota mensual con trabajos en la biblioteca, ayudas humanitarias y ventas que el mismo instituto promocionaba de sus propios libros.

La otra parte del dinero que le quedaba se lo daba a Grace para que al menos comprara algo de comer, por supuesto, eso, cuando Charles no les robaba.

Reprimió sus ojos. No había nada que hacer, sino soportar. Estaba en su tercer año, ella podía hacerlo y debía esforzarse, debía esforzarse si quería que su vida cambiara y saliera del caos de su casa en cuanto antes.

En unos pocos minutos estuvo frente a su puerta, eran las seis de la noche y solo rezaba por llegar directo a su cuarto y dormir hasta que se le olvidara todo por lo que estaba pasando. Había ido a diferentes sitios durante estos últimos días, y dejó una hoja de presentación, para que la llamaran si consideraban contratarla.

En el momento en que abrió su puerta, fue inevitable escuchar que Charles se encontraba en su casa y que, como de costumbre, estaba gritándole a su madre.

Soltó el aire cuando vio que Evelyn estaba pintando sus uñas en el sofá como si no le interesara lo que estaba ocurriendo, aunque ella siempre era así.

—¡Yo compré la semana pasada!, ¡me parto el lomo en la construcción por esta mierda de casa y siempre está sucia, sin comida! ¡¿Qué carajos haces en todo el día?! —el hombre gritó dando un empujón a Grace, pero ella ni siquiera alzó la cara para mirarlo.

Ella estaba allí de pie, recibiendo todo con total calma.

—Yo di algunos dólares que me quedaban hace unos días, y no me pagan todavía… pero ya llegó la estudiada de la casa… ¡Pídanle a ella!

Todos se giraron y antes de que Natali pasara de largo su hermana la acusó, y no tuvo otra opción que detenerse en seco cuando vio que Charles dio unos pasos en su dirección. Al menos hoy no estaba borracho.

—¿Cuándo te pagan a ti? —preguntó el tipo en tono amenazante.

—Mamá sabe que todos los últimos de mes, aún faltan tres días para eso… —ella contestó con todo aglomerado en su mente. Ya casi hacía una semana en que se quedó sin trabajo, y aún tenía su cheque sin cobrar en su libreta.

El hombre apretó su mandíbula reprimiéndose y luego se giró hacia Grace de nuevo.

—¡Entonces rinde las migajas, pero tú te quedarás sin comer hoy!

Natali desvió la mirada hacia su madre, y la vio asentir aceptando las condiciones de Charles. Toda esa actitud le revolcaba el estómago, odiaba que ella fuese tan débil delante de su padre.

—Yo no comeré… en el trabajo me dieron algo, así que toma mi porción para ti mamá —Grace levantó la mirada hacia Natali y luego sacudió las manos en su delantal.

—Iré a hacer la cena…

—Mi pan sin mantequilla, por favor —exigió Evelyn cuando la mujer se fue a la cocina, y Natali vio que su padre sacudió su camisa y prendió el televisor con exagerado volumen.

Negó varias veces mientras le dio un vistazo por última vez a su hermana con los pies encima de un sofá desgastado, y se preguntó cómo ella no se aburría de esta vida que llevaba.

Evelyn trabajaba en un despacho de un viejo abogado que la había contratado como su secretaria. Ella no había estudiado profesionalmente, pero si había hecho algunos cursos y aprendió el movimiento en ese viejo bufé. Ganaba promedio. De hecho, podía pagarse un piso y su propia comida si así lo quería, pero por supuesto, ella prefería comprarse ropa cara que la dejaba con deudas y despilfarraba en salidas nocturnas con sus amigas, que a la larga no eran tan amigas.

Dejaba unos diez a veinte dólares en su casa para comprar unas nimiedades, y para decir que ella aportaba algo. Pero era ridículo pensar que con esa cantidad se podía comprar mucho.

Por lo tanto, Evelyn también era una carga, y una persona que ni siquiera podía considerar hermana para Natali.

Entrando a su pequeño cuarto, dejó su mochila dentro de un cajón para luego quitar sus zapatos, y así prepararse para darse un baño y acostarse a dormir. Mañana tendría que ir a clase hasta la tarde, y se alegraba porque al menos estaría ocupada en lo que más le gustaba hacer. Lejos de este lugar.

Sacó su móvil y sonrió al ver que la cinta adhesiva lo hacía ver peor de lo que se veía, pero al menos lo hacía funcionar.

—Sobrevivirás un año más, tengo confianza en ti —le dijo a su teléfono como si fuera una persona, y luego le escribió a Lana, para decirle que había estado ocupada durante todo el día.

Lana, y Peter eran sus dos compañeros de clase, no eran muy unidos, pero al menos hacían tarea y se reunían para trabajos juntos. Estaban en su mismo curso, pero por supuesto ellos compartían más sus ratos, porque no tenían que trabajar.

Les había tomado mucho cariño, porque de alguna forma cuando estaban juntos, Nat podía olvidarse de todo por un rato.

No pasó más de diez minutos cuando se dio un baño y regresó hasta su habitación para encontrar a su madre sentada, esperándola.

—Come algo, te hice unos sándwiches…

Había un plato en su pequeña mesa, y ella aprovechó el momento de sentarse junto a Grace.

—Podré darte dinero en unos días… no debes preocuparte —la mujer asintió.

—Evelyn necesitó de unos zapatos, por eso descuadre un poco la alacena—ella explicó el por qué Charles estaba gritándole.

Nat torció los ojos y luego negó.

—Evelyn gasta todo en ella, deja que se haga cargo de sus responsabilidades. ¿Acaso no sabes que tiene 25 años?

—Los necesitaba con urgencia para el trabajo… —Grace defendió y antes de que siguiera, la puerta de su habitación fue abierta de un portazo.

—Papá necesita que le pases unas cervezas —Evelyn se cruzó de brazos exigiendo, como si Grace fuese su esclava.

En ese momento Nat se levantó un poco furiosa y fue hasta su lugar.

—¿Por qué no respetas?, no estás hablándole a una persona cualquiera, ella es tu madre.

—Ella es cualquiera para mí…  —Evelyn respondió sin inmutarse y sopló sus uñas.

Sin poder soportarlo, y con todos los días acumulados, Nat tomó su pelo y comenzó a zarandearlo muchas veces entre tanto su hermana gritó.

En cuestión de segundos sintió el forcejeo y la súplica de Grace, pero esta vez no iba a desperdiciar la oportunidad. Jaloneó varias veces a su hermana a ver si sus neuronas podían conectarse y servir para algo en la vida. Sin embargo, unos brazos duros, juntos con su cuello apretado no le dieron más opción que soltar a Evelyn de golpe, mientras su cuerpo fue arrojado al piso.

—¡Basta! —Charles gritó eufórico mientras la cara roja de Evelyn derramaba lágrimas.

Natali se levantó enseguida apretando su brazo, y parándose firme puso a su madre detrás de ella.

—¡Salgan de mi habitación! —exigió, pero la furia de su padre en su rostro le dejó claro que tendría una larga noche.

—¡Es mi puta casa!, mi propiedad… y la próxima vez que le toques un pelo a Evelyn te golpearé…

En ese momento Grace se adelantó para inspeccionar el cabello de Evelyn y Nat sintió un nudo en su garganta.

—¡Es una salvaje…! Una desagradecida, papá… ¡Suéltame tonta! —exigió Evelyn cuando su madre quiso arreglar su cabello.

—Escucha… —el dedo del hombre volvió a la frente de Nat sentenciándola—. Estás entre mis ojos, y no te perdonaré la próxima vez… así que desaparece de mi vista, a menos de que tengas dinero para cubrir tus gastos aquí —dio con su dedo contra su frente sentándola de golpe en su cama.

Y con esto tanto Evelyn como Charles, salieron de su habitación.

Grace se quedó por unos segundos, y dando una última mirada hacia ella, se retiró también.

Natali desvió la mirada a los panes que su madre le había traído hace unos momentos. Estaban tirados en el suelo, y sin pensarlo dos veces, los recogió y comenzó a comérselos con las lágrimas en los ojos.

***

—Este fin de semana será de locos —Nat escuchó que uno de sus compañeros dijo cuando estuvieron sentados en el cafetín de la universidad. Estaban saliendo de su última clase de la mañana y estaban tomando un refrigerio.

Todos hablaban de una fiesta que se realizaría en la casa de uno de los chicos más populares del recinto, uno que tenía mucho dinero y daba fiestas cada mes, con comida y tragos gratis. Todo el curso de medicina había sido invitado y nadie dejó de hablar de eso en toda la mañana.

Sin embargo, los pensamientos de Natali estaban muy lejos de ese lugar, ella solo hacía cuentas en su cabeza, y estaba pensando a qué lugar ir, cuando saliera esta tarde de las clases. Pensó en un restaurante que estaba cerca del recinto, sería muy fácil para ella trabajar allí por la distancia de la universidad, y cuando estuvo a punto de poner una alarma en su celular para recordar ese restaurante, escuchó que Lana le preguntó muy bajo.

—¿Qué pasa contigo?

Nat se giró y le ofreció una sonrisa. Si había una característica que todos conocían de Natali era su alegría constante, y que a todo le veía un lado positivo.

—Nada, solo estoy apuntando algo para que no se me olvide. Ya sabes soy olvidadiza.

—¿Segura?

—Segura…

Lana se relajó y luego giró en dirección de Peter.

—¿Irás a la fiesta? —preguntó invitándolo a la conversación.

—Claro… ¿Ustedes?

—Yo sí, no me lo pediría por nada… —Respondió Lana entusiasmada mientras guardaba sus libretas en la mochila.

—Yo… no creo que pueda, tendré un fin de semana muy ocupado.

El rostro de sus amigos decayó al instante mientras se miraron con intriga.

Peter arrimó su silla para reducir más su círculo y colocando los codos en la mesa, se acercó hacia Nat.

—Ya estoy pensando que tienes una vida oculta. Nunca compartes, no sales…

Natali sonrió negando.

—Hablo en serio, saben que debo trabajar.

Lana torció una sonrisa, y luego tuvo una idea.

—¿Y si te damos lo que ganas en un día y pides permiso?

Una risa fue gesticulada de parte de Nat al ver como la vida se les hacía fácil a ellos, y justo cuando fue hacerles una broma, su teléfono vibró en sus manos.

El contacto del señor Shan titilaba en su perolito sobreviviente.

—Esperen amigos, debo contestar esta llamada.

Ambos asintieron y ella salió de la silla para caminar y distanciarse un poco de la bulla que había en el lugar.

—Señor, Shan —Nat respondió con un poco de nervios. Todos los supuestos se aglomeraron en su cabeza, en un posible nuevo trabajo.

—Natali, me alegra escucharte —escuchó detrás del auricular y su aire salió lento de sus pulmones—. Escucha, no tengo mucho tiempo, pero quería llamarte para darte una propuesta.

En ese momento Nat arrugó su ceño pegándose más el teléfono a su oído, el volumen del aparato estaba bajo, eso debido a que se estaba muriendo poco a poco.

—Si señor Shan, le escucho…

—Bien, Nat, lo que pasa es que te recomendé, ya sabes, quiero que encuentres un trabajo y sigas con tus estudios.

Ella cerró los ojos de golpe sintiendo un alivio tremendo y sin poderse controlar, dio un grito sin sonido para que la emoción saliera de alguna forma.

—¿Nat?

—¡O sí, señor!, estoy aquí, escuchándolo…

«Bajo, pero le escuché», dijo ella en su mente moviendo sus hombros como haciendo un baile por la emoción.

—Vale, escucha, no sé si conoces al señor White, aunque todo el mundo en Durango lo conoce…

Natali asintió en silencio. Por supuesto, era el hombre más rico del condado.

—Sí, señor…

—Bueno, él te espera mañana en su oficina, te recomendé, y él intentará emplearte en algún trabajo que sea beneficioso para ti. Te enviaré la dirección, pero por favor, llega en la tarde a primera hora de oficina, así podrá ver que de verdad quieres el trabajo, ¿De acuerdo?

Nat abrió la mano y la cerró varias veces muy nerviosa, pero la sonrisa no desaparecía de sus labios.

—No… no lo puedo creer… señor Shan… ¡Muchísimas gracias!

El hombre rio detrás del auricular, y estaba por decirle algo más, cuando vio a su esposa venir.

—He… bueno, ya debo colgar, te enviaré la dirección, buena suerte.

—Mil gracias de verdad… mil gracias y … —ella no pudo proseguir porque varios tonos titilaron en sus oídos, y cuando intentó ver la pantalla rota, supo que la llamada había sido finalizada.

Pero eso no impidió que ella saltara como una cabra y fuese en dirección a sus amigos dando unos gritos de alegría.

Lana y Peter recibieron su efusivo abrazo cuando se les lanzó encima, y recibieron los besos en sus cabezas mientras Nat desordenó sus cabellos.

—¡Si esto funciona…! —dijo agitada—. ¡Les juro que iré a esa jodida fiesta!, bailaré en una mesa, y… y …

—Besarás a la persona que yo te indique —le ofreció Peter entre carcajadas que hicieron que Lana se tensara.

Pero la emoción y la felicidad de Nat era tanta, que tomando la mano de Peter afirmó:

—¡Hecho!

Capítulo 2

Jarol pasó un trago duro cuando vio que su hijo entró a su oficina, y su secretaria corrió detrás de él suplicándole con la mirada, que la disculpara por la interrupción.

Con sus ojos le pidió que se retirara y ella cerró la puerta pausadamente dejándolo solo con él.

—Andrew —el hombre mayor se levantó del puesto ajustando su corbata—. No te esperaba.

Amaba como su hijo se veía por fuera, un hombre derecho, excelente médico, muy formal; pero odiaba con todas sus fuerzas en cómo estaba por dentro.

—¿Seguro? —preguntó Andrew caminando alrededor de la mesa.

—Hace unos días te esperamos para la cena… nunca apareciste, y tu madre está preocupada.

—No soy un niño, y tampoco el mismo que ustedes quieren controlar, ¡entiéndanlo de una buena vez!

El hombre se quedó en silencio y le enseñó el sillón para que se sentara, pero por su mirada supo que estaba perdiendo el tiempo pidiéndole cualquier cosa.

—De repente… una chica llega a mi casa, diciendo que se equivocó de dirección… por supuesto una nada decente, casi mostrando su alma, y pidiéndome ayuda a los segundos después… ¿Te suena eso, algo familiar?

Jarol suspiró hondo y fijó la mirada en Andrew. Otra oportunidad que había perdido, esa agencia era una mierda, y la descartaría para siempre. Tendría que pensar en otra cosa.

—No sé de lo que hablas, tal vez debas reforzar la seguridad de tu residencia.

Todas las cosas de su escritorio salieron de golpe porque Andrew las tiró. Se levantó rápido de su puesto y abrió los ojos al ver la cara roja e iracunda de su hijo.

—¡Te lo digo por última vez, papá! ¡Déjame en paz!, no me acuesto con prostitutas, ¡no soy como tú!

—Andrew… —el hombre se acercó, pero su hijo le asomó la mano para detenerlo.

—No…

—Estoy cansado de esto hijo, estoy preocupado por ti…

Andrew sonrió cínicamente y deslizó la mirada hacia su padre.

—Preocúpate por mamá, y en no ponerle amantes cada semana —acercándose nuevamente a su escritorio habló muy bajo—. Deja mi jodida vida en paz.

*

Natali llegó al piso que le indicaron, y arreglando su ropa caminó hacia un amplio salón donde había una mujer un poco nerviosa, hablando por teléfono.

Antes de seguir caminando se giró y observó en esa pared de vidrio, que toda su indumentaria estuviera perfecta, y su cabello y el maquillaje que elaboró, la ayudara un poco en.

Había comprado este jean y una blusa presentable, hace un tiempo de una tienda. Sus botas de cuero, pero elegantes, las había dejado para una ocasión especial y solo esperaba que esta fuese esa ocasión.

Con el corazón taladrando en su pecho apretó sus labios esperando que nadie supiera que estaba estrenando esta ropa y que se sentía muy creída por el hecho. Así que colocándose frente a esa mujer que hablaba en susurro, carraspeó a su espalda para llamar su atención.

—Disculpe —dio unos toques con los dedos en los hombros de ella y vio cómo se apartó enseguida colgando el teléfono.

La mujer frunció el ceño arreglando su chaqueta y observándola sin tacto.

—¿Sí?, ¿en qué puedo ayudarla, señorita?

Natali ofreció una sonrisa colocándose lo más erguida posible.

—Tengo una cita con el señor White…

La mujer pareció más confundida rodeando la mesa grande de su oficina, para luego revisar su libreta.

—¿Me da su nombre?

—Natali… Simmons —la vio ojear la agenda y rápidamente agregó—. Creo que no es una cita formal… verá, el señor Shan fue el que me dijo que estuviera aquí y…

Pero un portazo que la inquietó, la detuvo, incluso todo el edificio se estremeció con ese sonido.

Amabas mujeres giraron en la dirección del golpe, y Natali pudo observar al hombre que ahora mismo estaba saliendo de esa puerta.

Por un momento se sintió sumida en un instante, como si el tiempo se hubiese detenido cuando ese hombre de cabello rubio solo la ojeó por una pausa.

Era alto, muy atlético, pero con una mirada como la mierda. Sus ojos intensos solo se apretaron y sus cejas se unieron en un ceño cuando ella no apartó los ojos de él, y arrastrándola tanto a ella como a la secretaria, siguió su camino sin disculparse por el hecho de haber tirado la puerta como lo hizo.

Un escalofrío recorrió su cuerpo entero al golpearse con la energía que emanaba, cualquiera diría por su rostro, que estaba muy enojado con la vida, y por sus expresiones supo que la rabia era su amiga íntima desde que se levantaba de la cama.

«¡Vaya hombre!», dijo en su mente un poco aturdida.

El silencio gobernó el pasillo hasta que lo vio desaparecer. El ascensor estaba listo para él, y ella solo pudo negar al pensar que el mundo era realmente loco. Para él si estaban las cosas listas.

A ella se le pasaba el autobús, se le rasgaban las medias, vivía de accidente en accidente y la felicidad había sido repartida para cuando ella ya había nacido.

Soltó un suspiro largo y se giró nuevamente hacia la secretaria dando una sonrisa de oreja a oreja, volviendo a concentrarse en el propósito de su venida a este lugar.

—¿En qué íbamos? ¡Ah sí!, en mi cita… tengo una cita con el señor White…

—Señorita… usted no tiene una cita.

A Natali se le borró la sonrisa mostrando una cara de preocupación cuando la mujer se puso seria.

—Le digo la verdad, si desea, vaya y pregúntele a su jefe, dígale que soy la chica que envió el señor Shan, y que…

En el momento, nuevamente fueron interrumpidas porque Jarol White estaba saliendo de su oficina.

—Leila, me iré… deja todo lo que está pendiente para el lunes… —anunció este.

—Sí señor…

«No, no», pensó Natali agitada, y sin pedir permiso, se adelantó para ponerse frente a ese hombre.

—¡Señor!, usted pidió que viniera aquí, ¡por favor!

Jarol se detuvo a mitad de camino. Lentamente observó de pies a cabeza a la chica que hizo que él se detuviera, y luego miró su mano puesta en su brazo. Ella retiró rápidamente su toque, y enseguida la escaneó.

Era una chica sencilla, pero muy fresca, y muy, muy bonita.

—¿Yo le pedí? —él se giró solo un poco y gritó—. ¡Leila!

—Si señor… —la mujer llegó a su lado para posicionar los ojos en Natali—. Le he dicho a la señorita Simmons, que ella no tiene una cita, pero parece que…

—¡Le he dicho que he venido por el señor Shan! —Nat se excusó colocándose roja por la pena—. Él dijo que usted me atendería por la tarde…

Jarol frunció el ceño recordando la llamada que le hizo a Shan, y que en último momento aceptó ayudarlo con un trabajo para alguien a quien había mencionado. Él no supo por qué, pero cuando la observó nuevamente, un montón de ideas se le vinieron a la cabeza, como también recordó cuando Shan le dijo que la chica estudiaba medicina.

Arregló su chaqueta carraspeando y cambiando de aptitud, cuando giró la vista hacia Leila.

—Regresaré a la oficina… y que nadie me interrumpa —la mujer asintió un poco extrañada y él le hizo una venía a Natali para que lo siguiera.

Ella aún no podía creer que todo estaba siendo real. Sentía el cuerpo agotado de los nervios y solo pudo tomar el aire, mientras asomó otra sonrisa que la ayudara a ocultar su miedo.

Cuando llegaron a la oficina, Nat se quedó de pie, entre tanto vio como Jarol se quitó la chaqueta y la puso en su sillón. Por alguna extraña razón el hombre parecía tenso, y en cuanto dejó su chaqueta y se sentó, le envió una sonrisa que le provocó escalofrío.

—Puedes sentarte —le ofreció con la mano con toda la amabilidad.

Teniendo la duda dentro de su mente, solo pudo llegar a la conclusión de que este hombre tenía buenas relaciones con el señor Shan, quizás le debía algunos favores, y por ese motivo estaba tan atento ahora con ella.

Una vez que tomó asiento, Natali apretó sus manos e intentó mostrar una cara alegre para ese hombre.

—¿Quieres algo de tomar?, ¿Tal vez, café?, tenemos uno de los mejores…

—Claro… —aceptó.

El hombre tomó el teléfono y ordenó a su secretaria un café muy cargado y otro con vainilla a petición de Natali, y luego colgó.

—Bien… ¿Cómo es tu nombre?

Natali Simmons, señor.

—Un bonito nombre —Nat asintió y luego se escucharon unos pequeños toques en la puerta, para que la secretaria de Jarol entrara con la bandeja.

—Leila… no me pases llamadas. Después de esta reunión me iré a casa, ¿de acuerdo?

—Sí señor…

Después de que quedaron solos, Natali tomó la taza de porcelana y llevó el café a sus labios.

—Me dijo Shan que estudias medicina.

Ella afirmó sonriente.

—Comencé el tercer año.

—¡Wow!, pasantías… —expuso él sabiendo muy bien el punto.

—Así es, también estoy emocionada por esto.

El silencio gobernó por unos segundos, entre tanto ambos bebieron el café. Natali apartó la mirada un poco incómoda, y no pudo evitar ver el retrato familiar que había en ese escritorio.

Por supuesto estaba ese hombre mayor que estaba sentado frente a ella, con una mujer muy hermosa a su lado.

También había una chica flacucha, como de quince años, y dos jóvenes entre veinte y veintidós años.

—Bonita familia —expuso ella para cortar con la incomodidad, y de inmediato Jarol tomó el portarretrato.

—Gracias… Fue hace unos seis o siete años… pero por supuesto, las cosas son muy diferentes ahora —el hombre deslizó los ojos a los de la chica, mientras puso el retrato lentamente en la mesa—. Natali…

Ella parpadeó varias veces y apretó la taza en sus manos, no sabía por qué tenía una sensación en su pecho. Este hombre no le inspiraba confianza.

—Sí… señor, le escucho…

—Shan me dijo que le urge un trabajo, y puedo imaginar que ahora que inicia sus pasantías, vendrán muchos más gastos.

Nat no lo había pensado tanto en el tema de universidad, ella solo quería cubrir los gastos que ya tenía, pero ajustándose a la realidad, era verdad, tendría muchos más compromisos económicos en las pasantías.

Ella levantó la cabeza y sostuvo su mirada.

—Es cierto, he perdido mi trabajo, y… necesito uno con urgencia, he trabajado muy duro para poder seguir en la universidad, mis notas son…

Su discurso se detuvo cuando vio la palma del hombre extendida hacia ella para que se callara.

—Tengo un trabajo para ti… uno que te dará muchas oportunidades, incluso lo que nunca ni siquiera soñaste.

Nat frunció el ceño mientras dejó la taza casi vacía en el escritorio.

—Tengo experiencia como mesonera, pero puedo hacer otros trabajos. ¿Más o menos de qué se trata?

El hombre se recostó en su asiento e hizo un gesto de limpiar su cara.

—Es un asunto personal, tan personal que, si esto sale de aquí, puede costarte incluso tu carrera, tu familia, y tu propia vida…

Jarol no parecía disgustado, pero la sentencia con la que le habló a Natali le crearon miles de puñaladas en el estómago y aquella magia que irradiaba su propio rostro, desapareció.

—No… no estoy entendiendo, señor…

—No te preocupes… tenemos tiempo, y voy a explicarte paso por paso, pero antes, te mostraré los beneficios.

—¿Beneficios?

—Así es —Jarol corrió su silla y se arrimó tanto como pudo.

—Un sueldo digno, por supuesto, uno que te permita pagar la universidad, tu apartamento, si rentas uno, ropa nueva, salidas, todo en lo que una chica como tú, gasta, lo entiendo perfectamente por qué tengo una hija muy cerca de tu edad.

Nat pasó un trago duro sin saber aun en qué gastaría la hija de ese hombre, pero estaba segura de que no tenía nada que ver con su vida.

—También puedo colocar un auto a tu disposición si lo deseas, eso sin hablar todavía en el privilegio de tus pasantías…

—¿Qué?

—Puedo colocarte en un sitio privilegiado a tus pasantías…

Nat pareció atragantarse con su saliva, aún no podía comprender todo este asunto.

—Señor, yo la verdad le agradezco, pero no entiendo nada de lo que me dice. Ni siquiera sé cuál será mi trabajo.

Ella vio como el hombre sonrió y volvió a tomar el retrato señalando a unos de los chicos en la foto.

Este era el más alto de todos, y rubio, con una sonrisa encantadora, y parecía muy feliz.

—Este… era mi hijo, Andrew.

Natali desvió la mirada a los ojos de Jarol.

—¿Ha pasado algo con él? —preguntó interesada mientras lo vio asentir.

—Sí… le robaron su alma…

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