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Sinopsis
Amelia era una mujer joven pero con bastantes problemas económicos, la deuda
dejada por sus fallecidos padres era una carga muy pesada para ella. Era
demasiado joven para llevar una vida como la que arrastraba día con día teniendo
que trabajar en dos empleos que la explotaban hasta el cansancio. Por ende esta
hermosa castaña se vio obligada a recurrir a otro método un poco extremista.
Luego de ver un anuncio en el periódico puesto por un empresario millonario
Amelia toma la decisión de alquilar su vientre a ese empresario quien buscaba una
mujer para que tuviese a su bebé.
Erick no buscaba una mujer con la que relacionarse permanentemente, el solo
deseaba tener un hijo. Y por esa razón contrata a Amelia quien lo cautivo desde el
primer momento que la vio entrar en su oficina, desde luego solo por trabajo nada
personal. Lo que desconocían estas dos personas era que terminarían haciendo al
bebé de la manera tradicional.
CAPITULO 1
Su vida no podía ser más miserable, allí estaba ella, tumbada en el pequeño sofá
de su triste apartamento. De hecho no era más que una habitación que no poseía
ninguna separación, el baño era el único espacio privado que tenía y solo porque
existía una puerta de por medio. Pero este espacio era tan pequeño y estrecho
que apenas y lograba relajarse en él, ya que muy pocas veces contaba con agua
tibia. Una de las tantas desgracias con las que contaba ese espantoso lugar al que
llamaba hogar.
Era deprimente tener que dormir en un sofá mullido y más aún en ese
apartamento tan decadente que no inspiraba la más mínima alegría. Era tan
pequeño, que apenas y lograba moverse con plena libertad. Pero lo peor de todo
aquello era su antipático sofá, le provocaba tantos dolores de espalda y en el
cuello que nunca estaba relajada del todo. El ventilador de techo era una agonía
para los días calurosos. ¿Qué podía hacer? Se lo preguntaba una y otra vez.
Sus dos empleos le quitaban la mayor parte de su tiempo, y tampoco se podía
decir que fuesen muy bien pagados, pero era lo mejor que había podido
conseguir. De momento servían para costear algunos gastos, los más importantes.
Con el agotamiento físico y mental por ambos trabajos y las preocupaciones que
la embargaba, no tenía tiempo de salir con sus amistades y el factor dinero era
muy importante para ella ya que no podía darse el lujo de malgastarlo en salidas.
Por muy tentador que fueran.
¡Joder! Tenía 25 años y aún no sabía que era disfrutar de la vida, ¿Pero que era
disfrutar? Si, comenzó a trabajar desde temprana edad ayudando a su madre en
una pequeña cafetería. Esa parte de su vida le había arrebatado las mejores
aventuras de ser una adolecente. Por lo menos había podido terminar los
estudios, aunque lo que más deseaba era matricularse en la universidad. Pero
todo aquello simplemente quedaría como un sueño hermoso, la universidad era
muy costosa y para aquel entonces su madre no podía cubrir los gastos.

Mientras que sus amigas del colegio asistían a la universidad, poco a poco se
habían distanciado de Amelia, ya que estas tenían otras amistades y salían
constantemente, mientras ella tenía que trabajar muy duro para salir adelante.
Todo por esa cafetería, sus padres la adoraban. Ellos habían tenido la loca idea
de invertir en una cafetería sacándola a flote, hasta que Caroline la madre de
Amelia se había quedado embarazada de ella.
Había sido una gran bendición para los padres de esta, ya que ellos le
demostraban su amor a diario. Pero pronto se vieron forzados con los gastos de
un bebé recién nacido y pagos de hipotecas… Jorge el padre de Amelia era
bombero, pero este se había retirado joven para dedicarse a la cafetería y para
poder tener más tiempo para su familia. Pero con el paso del tiempo se vio
obligado a reintegrase al cuerpo de bomberos hasta que cinco años después,
realizando un rescate tuvo un accidente donde murió en seguida. Dejando a su
esposa e hija solas, desamparadas y más que endeudadas.
Al final, las cosas no salieron nada bien para la familia…
En eso, el timbre de la puerta saco Amelia de sus cavilaciones. Perezosa se
levantó como pudo y fue abrir.
—Señor Foster ¿Qué puedo hacer por usted?
El señor Foster no era un hombre muy agradable, era el casero. Muy gruñón y se
quejaba de todo. Amelia no entendía que tanto se podía quejar, si el estado de
todos los apartamentos era terribles. Pero a pesar de ello, era lo único que se
podía permitir pagar.
—Le recuerdo que en quince días le toca cancelar el próximo mes de arriendo. Le
aviso para que no suceda lo del mes anterior señorita Trevol.
—No sucederá señor Foster. Tendré el pago a tiempo no se preocupe.
—¡Eso espero! Sabe que muchas persona están interesadas en alquilar y pagar a
tiempo lo sabe ¿No?
—Yo le pagare a tiempo, no habrá ningún retraso.
Él se le quedo mirándola muy severamente, con esos ojos grandes y sus gafas de
culo de botella. Parecía mucho más viejo de lo que era.
—Ya veremos, esta advertida. Le dijo alejándose hacia el siguiente apartamento.
—Hasta luego señor Foster. El solo levanto la mano en señal de que le daba
exactamente lo mismo.
Cerró la puerta y pensó que ese hombre era el más odioso del planeta. Solo por
haberse retrasado unos días ya le estaba armando jaleo, que pesado era.
Solo esperaba que sus jefes le pagaran puntual, si no, tendría graves problemas
con el señor Foster. No tendría a donde ir si la echaban de allí.
Tenía que armar un plan B para poder obtener otra entrada de dinero, tenía
muchas presiones como la renta del apartamento, los gastos en comida y la deuda
que le habían dejado sus padres, bueno de hecho fue su madre.
Se sentía abrumada por tantos problemas. Y lo peor de todo era que estaba
completamente sola.
Su madre había fallecido hace seis meses, de una enfermedad que le había
consumido todo lo que tenían en la cuenta bancaria. Y lo peor era que su
progenitora no le había hablado de la hipoteca de su casa y de la cafetería.
Seguramente para no darle más preocupaciones más de las que ya tenía con la
enfermedad. Amelia fue hasta la cocina para prepararse algo para comer, no

había mucho de donde elegir así que tomo unas tostadas y preparo café. Se sentó
nuevamente en aquel horrible sofá, aun se pregunta cómo ese viejo casero podía
alquilar apartamentos de esa clase, eran tan feos, pensó viendo las paredes
pintadas de un amarillo pálido y como adorno solo tenía una lámpara muy vieja
que apenas iluminaba la habitación.
Se terminó la tostada y el café, no había quedado conforme pero bueno mañana
seria otro día.
— Tal vez una ducha me haga bien. Pensó Amelia y rogando que el agua
estuviera tibia.
—¡Oh si está muy caliente! Exclamo con gran énfasis.
El agua caliente fue una bendición para su mullido cuerpo, noto que tenía un
hematoma en la costilla.
—¡Bendito sillón! Exclamo furiosa.
Que otra cosa podía hacer, o era dormir allí o dormir en el piso duro. Aunque si lo
veía bien el piso no estaba tan mal.
—¡No! Olvídate del piso, el sofá seguirá siendo de cama. Se dijo desanimada.
Mientras disfrutaba del baño, lo único positivo que podía hacer en ese
apartamento. Pero cuando comenzó a relajarse el agua tibia fue reemplazada
inmediatamente por la fría arrancándole un grito de frustración a Amelia. El agua
estaba tan helada que sintió como si le atravesara has los huesos, cerro la llave
de mala gana y se envolvió en la toalla tratando de mantener lo tibio de su cuerpo.
Se puso un camisón y se sentó nuevamente en el sofá pensando que plan idear
para tener otros ingresos. Su mente divagaba mientras que los parpados fueron
cerrándoseles poco a poco, hasta rendirse al sueño.
Trabajaba todo el día sin parar, juntando cada centavo para poder vivir
honradamente.
CAPITULO 2
—¡Amelia! ¡Amelia!, ¿estás allí? Su amiga Laura la contemplaba como si estuviera
metida en otro mundo.
—Esta mañana estoy un poco despistada, lo siento mucho amiga.
—Ya lo creo que sí, ¿Qué ocurre? ¿Es que no has dormido bien? Seguro fue la
visita del viejo Foster, lo odio, anoche paso por mi apartamento molestando con
eso de la renta puntual y bla, bla.
—Si, por mi casa también paso. Pero no es él quien me tiene así.
Su amiga Laura era la única a la que podía contarle toda la verdad, trabajaban
juntas en uno de los empleos de Amelia y vivían en el mismo edificio, por ende,
ella sabía toda su historia y del porque tenía que trabajar tan duro.
—¡Ya!, oye no te desanimes, veras que pronto encontraras una solución a tus
problemas, sabes que podría darte mi apoyo económicamente pero con los gastos
de la universidad de mi hermano no me da para más que el arriendo y la comida.
Bien sabes que quiero que sea alguien en esta vida.
Ella al igual que Amelia estaba soltera, no querían relacionarse con ningún
hombre que probablemente les rompería el corazón. Laura costeaba los gastos de
universidad de su hermano menor, sus padres habían fallecido y por esa razón su
amiga se había encargado de su pequeño hermano dándole lo mejor.
—Descuida amiga, jamás te pediría nada. Sé muy bien lo apretada que estas.

—Bueno pero estaré para ti para darte buenos consejos, para que luego no
cometas ninguna loca locura de la que te puedas arrepentir.
—Gracias, pero tranquila no cometeré ninguna locura. ¡Me conoces bien!
—Porque mejor no entramos al trabajo antes de que Jack se ponga de mal humor
como de costumbre.
—Si tienes razón, no estoy para sermones ni mucho menos para que me echen
del trabajo.
Salieron del vestíbulo donde todo el personal se cambiaba de atuendo poniéndose
el uniforme del restaurante, unos pantalones negros en conjunto con una franela
de algodón del mismo color.
—Caramba las señoritas decidieron salir de la fabulosa charla allí dentro ¿no?
Exclamo su jefe en tono desdeñoso.
—Pues aún faltan diez minutos para nuestra hora de entrada. Le dijo Laura sin
miedo a que le gritara.
—¡Ah sí! sí, claro. ¿Pero qué hay de las muchas veces que han llegado tarde?
Estos diez minutos me los cobro por todas esas veces que llegaron tarde. Así que
pónganse a trabajar. Y dicho aquello se metió en su oficina.
Jack siempre gritaba mucho, pero hasta ahora no había despedido a nadie.
—Que fanfarrón, no sé cómo es que lo aguantamos.
—Porque necesitamos el dinero y las propinas.
—Sí, las cuales últimamente han sido muy pocas. Pero sé que en algún momento
encontraremos otro empleo y le gritare mi renuncia a ese odioso hombre, será
muy satisfactorio. Sonríe su amiga.
—Yo también lo espero.
Se fijaron en las mesas del restaurante, estaba comenzando a llenarse de
clientes, era un lugar sencillo pero la comida sí que era fenomenal. Tom el chef
cocinaba de maravilla y era el mejor pagado en el restaurante.
—Bien chica te veo al rato entonces. Le dijo su amiga mientras se alejaba
parándose frente a una pareja de ancianos para tomarle la orden.
Amelia suspiro y pensó que tenía que haber algo más para ella que simplemente
estar allí como camarera, no es que su trabajo fuese degradante por lo menos le
daba para vivir y a duras penas pagaba las deudas. Pero ella quería más que
aquello, le hubiese encantado estudiar y ser alguien de éxito en la vida. Puso fin a
sus pensamientos y se dirigió a una mesa para atender a una familia.
[…]
Ya había terminado el turno de Amelia y la joven se encontraba en el vestíbulo
cambiándose para salir deprisa a su próximo trabajo, solo tenía una hora para
llegar. Cuando estuvo lista Laura entro diciéndole que la vería al día siguiente, ella
asintió y se marchó corriendo para tratar de tomar el autobús que la dejaba cerca
del su segundo trabajo.
Estaba hambrienta y cansada, el día había sido muy duro en el restaurante y
pensar que tendría que trabajar hasta la una de la mañana en el bar, el día
anterior lo había librado y al menos había descansado un poco o lo que su sofá le
había permitido.
—Hola Vanesa, ¡llegue a tiempo! Le sonrió.
—Si con tiempo de sobra. Vanesa era la compañera de Amelia en la barra del bar,
ambas preparaban las bebidas.

—¡Hoy estará esto de locos! Le dijo con pesar Amelia.
—¡Si lo sé! Por cierto Jeime te dejo algo, deberías echarle un vistazo antes de que
abran las puertas.
—De acuerdo ¿Qué podrá ser? Jaime era el novio de Vanesa pero ella lo había
conocido a través de Amelia. Desde entonces eran inseparables.
Advirtió un envoltorio en la parte de debajo de la barra, lo tomo y observo que era
algo que a ella le encantaba, eran donas de chocolate y una malteada de
chocolate con almendras.
—Ese Jaime, no debería gastar su dinero en cosas así ¿Por qué lo dejas hacerlo?
—Oye para el rollo, él quiso hacerte el presente, y yo lo apoyo. Le dijo riendo. Le
tendió una dona pero su amiga la rechazo.—Ya me he comido tres al venir aquí,
ya no puedo más.
—Entiendo, entonces guardare unas pocas para cuando este en casa. Se tomó la
malteada con gran satisfacción junto con una dona. Se sintió feliz y con muchas
energías.
Al final la noche se hizo eterna y conforme pasaban las horas el bar se llenaba
más y más. Muchos clientes habituales y otros nuevos llenaban el local.
—¡Por favor dos cervezas!
—¡Oye dulzura, dame una cerveza!
—¡Guapa dame tres cervezas! Que nochecita pensó Amelia le faltaba muy poco
para irse a casa.
—Hola ricitos, dame una cerveza y si es posible tu nombre.
Amelia giro el rostro para observar detenidamente al hombre que se dirigía a ella,
era formidable, su cabello era oscuro o eso creía ya que en la oscuridad del bar no
se podía apreciar, e igual que el color de sus ojos no podía saber si eran claros o
si eran oscuros. Sus facciones era muy elegantes y vestía de traje sin corbata,
realmente era un hombre muy guapo. Pero Amelia no sintió interés en él, tenía
mejores prioridades.

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Escrito por

Yonmary Alfaro

Hola queridos lectores. Me llamo Yonmary Alfaro soy escritora de diferentes tipos de género en especial (mafia e historia de vaqueros). Soy de Venezuela y amo escribir tanto como leer. Espero que les agraden mis novelas. Nos estamos leyendo bellezas, un beso enorme.