Capítulo 47 – Connor
Después de la partida de Ría de su casa el día sábado, se gritaron un poco más. El moreno lo llamó infantil e indeciso, él lo tildó de controlador y falso.
Salió azotando la puerta de entrada, Connor ni se inmutó por el arrebato. La latina tenía razón, el italiano era un maldito hipócrita que no tenía asidero para molestarse por lo que había pasado entre ellos dos. Sí le dolió enterarse que tanto Ría como Aaron habían tenido sexo sin él una de las veces en que se reunieron, pero eso no quitaba que técnicamente no era un engaño, se suponía que las cosas se iban afianzando entre ellos, salían en pareja, como a comer o al teatro, no siempre estaban juntos, así que era una consecuencia natural que el acto sexual avanzara a lo mismo.
Es decir, él y Aaron lo hacían solos, la latina no se molestaba por ello, incluso en más de una ocasión hablaron de eso; a veces la llamaban en pleno acto o tomaban video llamada para que viera, entonces no tendrían que ponerse de ese modo el uno con el otro, porque bien podían hacer lo mismo, tomarse fotos haciéndolo solo para provocar al que no estuviera presente y hacer de su triángulo algo más candente.
Pero entre tanto análisis, que lo agobió durante todo el fin de semana, incluso el día lunes en el que se suponía descansaban, cayó en cuenta que desde Halloween Aaron y él no habían intimado solos; siempre rotaron en torno a Ría, como si fuese un lugar seguro para entregarse al placer sin caer en la agonía de hablar de sus emociones, un espacio neutro donde no había cabida para preguntas sobre el futuro de ellos dos.
Así que el lunes en la noche le dijo al moreno para verse, Aaron no estaba dispuesto, para variar, fue el propio Connor que terminó siendo la voz de la razón. Se citaron en un restaurante a las ocho de la noche, con intenciones de comer algo y hablar de un modo más informal; una especie de ‘La Haya’ de las hamburguesas donde podrían discutir sin terminar a los gritos.
Llegaron casi al mismo tiempo, ordenaron de inmediato y el moreno pidió agua en vez de una cerveza. El irlandés infirió que Aaron había ido a verlo justo después del gimnasio por el atuendo que llevaba. Lo detalló discretamente, no era muy difícil entender por qué las mujeres caían a su alrededor, incluso hombres, como el imbécil de la mesa de la esquina que no dejaba de lanzarle miradas disimuladas, admirando su espalda y brazos marcados debajo de la camiseta súper estrecha que estaba usando.
―¿Cómo has estado? ―preguntó Connor cuando el mesero se retiró a buscar su comida.
―Bien, gracias ―respondió con suavidad. La expresión en el rostro del moreno era serena una vez más, como si hubiese llegado a una conclusión y solo esperaba que fuese la misma que él.
―Creo que tenemos que hablar, Aaron ―soltó sin dar más vueltas, no había forma ni manera de rodear el asunto―. Evidentemente las cosas cambiaron entre los tres.
El moreno lo miró con un deje de suspicacia. Soltó un profundo suspiro y asintió.
―Sí, Connor, las cosas cambiaron ―aceptó. El tono cansado de su voz le indicó que ese hombre también había pasado por un fin de semana de reflexión―. Ha llegado el momento de que dejemos todo en claro y actuemos en consecuencia. Es evidente que tú quieres a Ría, o por lo menos la estimas mucho ―expresó con tristeza, era evidente que le costaba decir todo eso, Connor sintió que el corazón se le estrujaba por esas palabras. Aaron estaba terminando con él y con Victoria y no era eso lo que quería―. Tu vida será mucho más sencilla si ustedes salen juntos e intentan tener una relación de pareja convencional. Es lo mejor para todos.
Quiso hablar, refutarle cada sílaba, pero entre la impresión y la llegada de la comida, no pudo. Los dos observaron sus platos, después de esa confesión era más complicado exponer su plan, explicarle la conclusión que había alcanzado.
Aaron tomó una papa frita y la mojó en la salsa de queso que había pedido, no se la llevó a la boca, se sentía profundamente derrotado, algo roto, una vez más… Sin embargo, esta vez no iba a quedar destruido como con Linda, a diferencia de esa ocasión, en este caso iba a salir mejor parado porque al menos no lo agarró tan de sorpresa.
Connor nunca había inclinado la balanza en su dirección, o por lo menos no de una forma definitiva; había sido él quien alimentó esa creencia porque en verdad le gustaba ese hombre. No solo era el aspecto físico, sino también su personalidad y forma de ser, el rubio complementaba ese aspecto de sí mismo que nunca desarrolló demasiado, la jovialidad, la rebeldía y el riesgo. Siendo sincero nunca pensó que iba a estar en semejante disyuntiva, pero ahí estaba, sintiéndose morir despacio por un chico que era perfecto pero que no podía corresponderle porque su miedo era más grande que el deseo de ser feliz.
No podía continuar esperándolo, porque incluso estando allí frente a él, dudaba de lo que acababa de oír. Se estaba haciendo un lado, facilitándole el camino, tomando la decisión que no se atrevió a tomar antes de conocer a Ría, ni meses atrás después de la fiesta de Halloween. Aaron tenía que avanzar, esa era su naturaleza, y aunque pudiese quererlo todo con el irlandés, dispuesto a luchar con el mundo si era necesario, para ir de frente hasta donde su historia alcanzase, Connor no… y no podría obligarlo, no iba a ponerlo entre la espada y la pared.
El rubio miró a Aaron que sostenía el palito de papa en la mano, se observaban con intensidad. Reconoció la decepción y el dolor en esos ojos verdes; se sintió terriblemente culpable, porque sabía que la causa de todo ese problema era él.
Lo que había pasado con Ría solo fue la válvula que detonó todo, pero tarde o temprano iban a llegar a ese impase. El irlandés deseaba darle lo que quería, una parte de sí mismo anhelaba vivir la vida tal cual Aaron se lo proponía; pero no en la misma medida, la otra mitad tenía miedo y apenas alcanzaba a ser consciente de ello, por lo tanto, solo empezaba a dar los primeros pasos temblorosos para vencerlo.
―No, no lo es… ―dijo al fin. Su mano se fue directo a la botella de cerveza y la tomó sin llevársela la boca, solo la sostuvo, como si necesitara de donde soportarse para decir lo que tenía que decir―. Yo no quiero que te alejes y estoy seguro de que Ría tampoco, en todo caso, tendrías tú más oportunidades de una relación de pareja con ella que yo… ustedes son más compatibles, poseen esa comunicación silenciosa que pocas personas comprenden… ―reveló con tristeza. Ría y él tenían algo distinto, lo sabía, pero no tenían ese profundo entendimiento que ellos dos, tal vez por la edad, o por las experiencias, cada uno a su manera había vivido experiencias duras, lo máximo que había hecho él era sobrevivir a un reality show―. En todo caso, yo no quiero que te alejes, tal vez las cosas están cambiando entre tú y yo, pero eso era algo que sabíamos podía pasar, y a pesar de todo, yo no te quiero fuera de mi vida, eres una persona importante para mí, mucho más de lo que puedes imaginar… Sé que hablamos de tiempo, de que ha pasado más de un año y yo no… no logro tomar una decisión, pero no es sencillo para mí y no te pido que te quedes esperándome para siempre, pero sí te pido, te ruego, que lo intentemos un poco más… solo que esta vez de un modo, un tanto, diferente.
Imprimió en su voz y palabras toda la honestidad de la que fue capaz, sostuvo su mirada siempre que pudo, abrirse así, de una forma tan consciente, no era su estilo.
El suspiró de Aaron se sintió como un puñal en el pecho, cerró los ojos esperando las nefastas palabras con las que todo se acabaría. Llegó tarde por no tener entereza y madurez, por lo menos estaba agradecido de haberlo conocido. Se haría a un lado, dejaría que Ría y él lo intentaran, tenían más futuro ellos dos, porque ciertamente el rubio no se sentía capaz de llevarle el trote a la latina, y no se refería al aspecto sexual.
Sintió una mano cálida apretar la muñeca del brazo que sostenía la botella de cerveza; abrió los ojos sorprendido, rogando que la humedad de los mismos no se desbordara por las mejillas y lo humillara más de lo que se sentía.
―¿Qué tienes en mente? ―preguntó el moreno, mirándolo con esa sonrisa serena y los ojos verdes brillando con un poco de esperanza.
Capítulo 47 – Ría
Cuando la puerta de su departamento sonó sin previo aviso supo de inmediato quienes eran. El Latin Lover y el Duendecillo eran los únicos que llegaban a su casa sin avisar. Suspiró con algo de fastidio, estaba inspirada escribiendo; pero siguiendo su rutina regular, hacía cinco minutos le correspondía una pausa para estirarse y caminar un poco.
Los dos hombres habían hablado con ella, Connor la llamó el mismo sábado para disculparse por haber actuado como lo hizo, le recordó que en su casa estaba su cartera con sus papeles y llaves; ella le pidió que lo enviara por mensajería, pero él se negó, le dijo que cuando estuviese dispuesta a verlo se la entregaría en persona, una especie de rehén para obligarla a acercarse. Incluso bromeó un poco, alegando que la entrega sería en un sitio público y sin presencia policiaca.
A Aaron le tomó más tiempo, pero el lunes en la mañana despertó con un largo mensaje en su Whatsapp. Dos minutos después que las tildes se tornaran azules, recibió una llamada del moreno, donde básicamente le repitió lo mismo que el mensaje: era un idiota, lamentaba mucho su reacción, no tenía palabras para disculparse y esperaba de todo corazón que pudiesen verse para conversar.
A Connor le dijo que si le preguntaban en ese preciso instante sobre lo que haría para recuperar su cartera, ella respondería que iría a sacarse una nueva identificación, solicitaría nuevas tarjetas de crédito y cambiaría las llaves de su departamento.
―Me lo tengo merecido, Princesa ―suspiró del otro lado de la línea―. Solo espero que se te pase la molestia y puedas perdonar a este pobre estúpido inmaduro.
Con el moreno las cosas fueron un poco mejor en cuanto a la respuesta, en especial porque habían pasado un par de días desde la pelea y ella estaba más ecuánime.
―En verdad lo lamento, Victoria.
―Fuiste un idiota, Aaron ―le recriminó.
―Lo sé, y no es tu culpa, Farfalla ―insistió―, es nuestra, mía por esperar demasiado y de él por no decidirse.
―Yo sé que no es mi culpa ―dijo con convicción.
―Sí, pero por largas horas de este fin de semana del infierno, te culpé a ti.
Abrió la puerta y observó con detenimiento a los dos hombres. Se suponía que los martes el rubio estaba trabajando en Brooklyn, así que entornó los ojos un poco, con algo de desconfianza.
―Te traje tu cartera. ―Le enseñó la prenda rectangular de color negro. Connor le sonrió como si fuese un niño pequeño.
―Está bien, de hecho no tienes nada con que puedas lucirla ―respondió con seriedad. Pudo ver un amague de sonrisa en ambas bocas.
―¿Nos invitas a pasar? ―preguntó Aaron con firmeza.
―No lo sé, estoy ocupada y no quiero terminar discutiendo, los gritos resecan mis entrañas ―explicó con tanta seguridad que en los ojos de los dos bombones había rastros de confusión.
―Queremos disculparnos, Princesa. ―El rubio le extendió la cartera para que la tomara―. Y hablar contigo, tenemos una propuesta que hacerte.
Ría entornó los ojos con desconfianza. Miró alternativamente a uno y a otro, pensando si era buena idea. Soltó un suspiro de cansancio, era mejor entrar porque con su suerte era probable que llegara alguna de las vecinas chismosas del edificio para contar cómo la escritora Ría Smith tenía dos hombres de infarto en la puerta de su departamento, mientas ella los recibía en paños menores. Un guión de porno barato, que no se acercaba a las cosas que podían montarse entre los tres en la vida real.
Se hizo a un lado y los dejó entrar. Después de cerrar la puerta los siguió hasta la sala y les ofreció café. Accedieron con una sonrisita de triunfo tan pedante que casi quiso echarles la infusión caliente sobre el regazo, ¡qué pena que los muebles fuesen blancos!
Entregó una taza a cada uno y para ella tomó una Pepsi-Cola, se sentó en el suelo frente a ellos y los miró con expresión aburrida. Cada uno se había adueñado de uno de los asientos, así que no tenía modo de colocarse a la par; si tomaba asiento, quedaría entre ambos cuerpos y no se las iba a poner tan sencillo.
―Queremos que seas nuestra novia ―expresó Connor con seguridad―. Sé que ya estábamos en algo así, pero en este caso, deseamos poner las cartas sobre la mesa y ser completamente claros.
Ría no dijo nada, se limitó a beber de su lata y los miró de manera inexpresiva.
―Hablamos la noche de ayer, Farfalla ―continuó Aaron, que sabía que la latina no iba a emitir palabra, eso iba a poner nervioso al rubio y no podía permitirlo, era desaprovechar la determinación del hombre―. Llegamos a la conclusión de que estamos interesados en ti, que la pasamos bien juntos y que es tonto no pensar en que tengamos espacios de intimidad de pareja, como una pareja heterosexual lo haría.
―No es como que no lo hagamos ya ―hizo hincapié el irlandés―. A pesar de tus viajes, siempre tuvimos espacios para salir solos tú y yo, a sitios a los que Aaron no le apetecía ir. Lo mismo hiciste con él.
―Y aunque nunca fueron en plan romántico como tal ―intervino el moreno―, eso nos hizo estrechar los lazos, era apenas natural que pasara lo que sucedió entre todos nosotros.
―Entonces pensamos que sería ideal que simplemente hiciéramos un horario semanal ―propuso el rubio, Ría entornó los ojos de una forma intimidadora―. Se me ocurre que por lo menos yo, que tengo los lunes libres, use ese día para salir contigo, sea que nos quedemos aquí o vayamos a una cita, o duermas en mi casa.
―Yo podría estar contigo los jueves, Connor está en Brooklyn trabajando, yo estoy en proceso de montar mi propia empresa, pero eso solo significa que dispongo de todo mi tiempo ―explicó el moreno.
―Los fines de semana la pasamos los tres juntos, como hemos venido haciendo ―acotó el irlandés―. Saliendo los tres, divirtiéndonos a montones, teniendo el mejor sexo de todo el jodido planeta.
―¿Qué dices, Farfalla? ―preguntó Aaron con verdadero interés. Ella los observó con ganas de reírse en sus caras.
Podía contar un montón de cosas que saldrían mal, pero ese no era el punto, porque a sabiendas de las fallas uno podía trabajarlas con calma y ser cuidadosos. No, el problema era que se habían olvidado de una pieza fundamental.
―¿Y qué día escogieron para ustedes? ―preguntó tras un rato donde la tensión escaló a niveles de telenovela mexicana. Los dos hombres se pusieron rígidos de inmediato. Ella no se creía que habían sido tan estúpidos como para no caer en cuenta de eso. Bueno, sí podía creérselo, pero quería darles el beneficio de la duda.
―Ría, nosotros… ―empezó Connor.
―Ustedes… ―Insistió ella cuando no dijo nada.
―Aún no hemos definido eso bien ―respondió Aaron optando por ser sincero―. Las cosas entre nosotros están en un punto endeble, Farfalla, no queremos forzar nada.
Ría achicó los ojos de forma amenazadora, se enderezó en el suelo y luego negó con la cabeza.
La latina se puso de pie, recibió las tazas vacías, llevó todo a la cocina y regresó con una expresión resuelta en el rostro.
―Gracias por traerme mi cartera ―dijo con total seriedad―. Solo aceptaré su propuesta si establecen un día en el que ustedes dos estén juntos ―exigió―. Los viernes son míos, eso significa que no me buscarán ni me llamarán, yo decido si ese día me quedo en la cama o salgo con mis amigos… Piénsenlo bien y me avisan. Si no hay más que decir, debo continuar con mi trabajo, por favor cierren la puerta al salir.
Capítulo 47 – Aaron
El italiano siempre pensó que Ría era una excelente negociadora, pero nunca imaginó que fuese mortífera. Connor y él no tuvieron más remedio que irse, quedaron de hablar esa noche, porque ambos tenían cosas que hacer; el rubio debía ir a la tienda de Brooklyn y Aaron tenía que reunirse con Nirek, su nuevo socio, para hablar del capital disponible para su futura empresa.
La conversación esa noche fue sincera, Connor no estaba seguro de volver a estar juntos a solas, no porque no lo quisiera, según sus propias palabras; sino porque no quería ilusionarlo y que al final él no pudiese corresponderle. Agradeció su honestidad de todo corazón.
Llegaron a la conclusión de que era mejor no forzar las cosas, porque inevitablemente iban a estar juntos los fines de semana.
―Si en unos meses la situación cambia entre tú y yo a algo más, como antes de Ría, entonces bien ―sentenció el rubio.
Pero ninguno se levantó de su silla en el bar de siempre, pidieron otra ronda de bebidas y las tomaron en silencio, pensativos, buscando una solución para ellos.
No se mentía a sí mismo, sus sentimientos por el irlandés estaban allí; al lado de lo que sentía por Ría, así que quería eso, quería tener por lo menos los fines de semanas para estar juntos, su dinámica era buena, tenían todo lo que cualquier pareja querría y que envidiaría con creces si los vieran. Secretamente, muy en el fondo, guardaba un ápice de esperanza, porque había sido iniciativa del propio Connor el contactarlo.
―¿Y si fingimos? ―preguntó el italiano en voz baja―. Le decimos que escogimos… no sé, el martes… y ese día simplemente salimos a algún bar o vemos deportes, como al principio ―sugirió.
El irlandés lo observó con los ojos ligeramente abiertos por la sorpresa, pero asintió.
Ese pequeño acuerdo los había conducido a su fin de semana de reconciliación en el Park Lane, su lugar por excelencia.
La tarde había comenzado de lo más tranquila, almorzaron los tres en un restaurante en el SoHo cuando fueron a buscar a su chica latina. Él había hecho la reservación desde el día jueves y diseñó un itinerario para divertirse sin que se notara que estaban en plan únicamente sexual, porque no era así. Ría iba a ser su novia oficial, así que debían comportarse de ese modo.
Era evidente que no iban a ir por ahí de las manos al mismo tiempo, primero porque no estaban preparados para dar ese paso tan obvio; segundo porque bueno, ¿dos hombres y una mujer? Ya se imaginaba lo que iban a pensar de Ría. Era más que probable que a ella no le importara una mierda ser la comidilla de la sociedad, pero tanto el moreno como el irlandés consideraron mucho el hecho de que estaba en pleno surgimiento de su carrera literaria, con un pie en el mundo de la producción cinematográfica. No estaba de más ser precavidos.
En el hotel se arreglaron para salir a bailar, terminaron en uno de los tantos bares de azotea circundantes a Parque Central. No duraron mucho allí, principalmente porque Ría decidió jugar con su casi nula fuerza de voluntad y se atavió con un ajustadísimo vestido, tacones que realzaban su trasero y una melena rebelde que hacía que todos en ese puto bar la miraran. Ella insistió que no, y si lo hacían, era porque andaba con dos hombres que estaban para comérselos con chocolate y caramelo.
Connor estaba vestido enteramente de negro, su cabello rubio contrastaba contra la monocromía y cargaba una risa seductora de los mil infiernos. Eso sin contar que el corte de su camisa dejaba ver claramente los bordes de su tatuaje sobre el cuello y en el antebrazo. Toda una estampa de rebelde contenido que incluso a Aaron se le antojaba apetecible.
Él había optado por algo más informal, desde que había dejado su trabajo abandonó también los trajes hechos a medida; esa noche llevaba un vaquero ajustado junto con un suéter de tela suave muy ceñido a su torso y brazos, de un color verde oscuro que resaltaba el tono de sus ojos.
Era turno del moreno para pedir una nueva ronda de bebida, el lugar estaba tan abarrotado que los meseros no se daban abasto; en la barra le hizo señas al cantinero que reconoció la orden: dos cervezas, una para Connor y otra para él, y un tequila sunrise para Ría.
―Hola, guapo ―dijo una mujer asiática sentada en uno de los altos taburetes de la barra, le sonrió de manera seductora mientras él esperaba por los tragos―. ¿Me dejas invitarte un trago?
Aaron le sonrió, era inevitable sentirse halagado por semejante avance.
―Es un honor, pero no gracias ―dijo con un toque de galantería―. Mi chica me está esperando ―informó.
La mujer se giró en la silla para ver la mesa donde estaba sentado. Ría sonreía ante los comentarios que el rubio decía muy cerca de su oído. Elevó una ceja suspicaz y se volvió hacia Aaron que no se había percatado del gesto.
―Pues creo que tu chica está muy ocupada con tu amigo ―soltó con un ligero toque de condescendencia. El moreno se giró a ver lo que le decía; en efecto, Connor descansaba el brazo sobre los hombros de la latina y jugueteaba con un mechón de su largo cabello.
―Sí ―respondió acentuando su sonrisa―. Verás, es que él es nuestro chico.
Pagó las bebidas cuando las recibió, no se detuvo a ver la expresión de la asiática, se deslizó al otro lado de Ría y depositó un beso en su mejilla, muy cerca de la comisura de los labios.
No duraron más allá de la medianoche, entre risas y toqueteos, decidieron volver al hotel. El ascensor fue testigo de las manos juguetonas de ambos hombres debajo de su falda; esa vez fue el italiano el voraz que la alzó en vilo, obligándola a rodear su cintura con sus piernas mientras la besaba con avidez; sus manos se aferraron a las redondeces de sus nalgas expuestas porque la falda del vestido se había arremangado sobre las caderas.
Connor abrió la puerta dándole paso a la pareja, pero apenas cerró la misma, se aferró a la cintura de Ría, regando besos por los hombros y la espalda, aspirando el aroma de su oscura melena ondulada. Aaron avanzó hasta el borde de la cama y se sentó, sus manos subieron por el frente y apretaron los pechos sobre la tela, los dientes del moreno mordieron la tierna piel debajo del mentón y sonrió ante el gemido involuntario que esa caricia desencadenó en la mujer.
El rubio bajó el cierre del vestido para sacarlo sobre la cabeza de la latina. Aaron se apartó lo suficiente para no estorbar en el proceso, pero luego se lanzó como un poseso sobre los pezones de color caramelo, chupándolos con avidez. El irlandés aferró el rostro de ella, llevó su boca sobre los labios y la besó, disfrutando de los entrecortados jadeos que escapaban de lo profundo de su garganta debido a las diestras caricias que el italiano le estaba prodigando.
―Estoy demasiado duro, Princesa ―murmuró sobre sus labios, ella casi gimoteó, como si esa simple afirmación exacerbara todo dentro de su cuerpo. Connor se apresuró a quitarse la ropa, tomó a Ría de la cintura y la alzó del regazo del moreno para que también pudiese desvestirse. La latina se arrodilló en la cama, colocando su rostro a la altura de la polla dura y palpitante del rubio; se relamió los labios, la miraba hambrienta con la respiración acelerada ante la expectativa.
Connor la tomó del cabello, sabía que Ría podía disfrutar de un poquito de rudeza sin asustarse, enrolló los mechones en su mano y orientó la punta de su glande a esos labios que por aquella noche llevaban un labial rojo muy atractivo. Ella abrió la boca solícita, esperando que ese trozo de carne se alojara en su garganta. Él siseó cuando la fuerte mano del italiano se cerró alrededor de su tronco, los ojos verdes estaban enfocados en la imagen de la mujer, en cuatro, con una pequeña pieza de encaje cubriendo su intimidad, los parpados caídos, los pechos bamboleantes en el aire con la piel enrojecida por los chupetones que la boca pecaminosa del moreno le dio a cada centímetro de su pezón.
―Trágatelo todo, Farfalla ―ordenó con voz seductora. Guió el miembro largo, que comenzaba a chorrear líquido preseminal y lo introdujo dentro la boca, sin detenerse, engulléndoselo hasta que esos labios rojos se cerraron en la base de la polla. Connor jadeó, la fuerza de la mirada oscura de esa mujer lo tenía hechizado―. Así es, como una buena chica.
El rubio empezó a moverse muy despacio, disfrutando de la cálida caricia que esa lengua le daba a todo su pene. Aaron subió a la cama, posicionándose detrás del cuerpo de Ría, su mano se deslizó por la curvatura de la nalga apretando con fuerza, separando los pliegues para ver la apretada entrada de su recto. Un dedo juguetón pasó por esa zona, haciéndola estremecer, el moreno sonrió, inclinándose sobre los montículos, mordisqueándolos un poco, colando sus dedos firmes por entre la fina tanga que estaba empapada, para tocar esa dureza sensible que brotaba entre los labios de su vagina.
Aaron no podía contenerse, no solo estaba excitado, sino también se saltaba todos los límites y maneras que lo caracterizaban; siempre suave, siempre controlado, esa noche estaba desbordado. Su verga hinchada dolía a rabiar de tanto deseo, solo podía pensar en clavarse en esa prisión estrecha que lo esperaba detrás de esos labios que empezaban a rezumar la excitación del cuerpo femenino. Pasó su lengua por allí, solo porque no podía contener las ganas de probar su sabor.
Ría jadeó y respingó ante la caricia, el gesto hizo que Connor gruñera de gusto y moviera sus caderas un poco más rápido. Aaron tomó el lateral de la prenda y sin pensarlo mucho la rompió, dejándola caer sobre la cama, enredada sobre sus rodillas. La hizo separar un poco más las piernas, para que empinara su culo lo suficiente; la palma de su mano ardió cuando la nalgada restalló con fuerza, Ría brincó por el golpe y el italiano se introdujo con una rápida estocada que la obligó a soltar la verga del rubio para poder gemir.
Las embestidas comenzaron, firmes y certeras, a Ría empezaba a temblarle el cuerpo, la piel se erizaba y su placer se expandía desde ese núcleo caliente hasta el resto de su cuerpo. Arqueó la espalda, aceptó el beso demandante del irlandés que mordisqueó sus labios hasta un punto doloroso, mientras con la mano libre pellizcaba los pezones sin piedad.
Aaron se estrellaba contra ella, parecía el mar embravecido durante la tormenta, sus pieles chocaban con un sonido atronador, el aplauso placentero que inundaba la habitación; el moreno se inclinó sobre ella, pasó su mano por debajo de su cintura, adueñándose del clítoris hinchado, al cual pellizcó sin contemplaciones haciéndola jadear escandalosamente.
Perdieron el control, el orgasmo fue inminente para ella, su interior se contrajo, Connor obcecado por la escena volvió a la carga dentro de su boca, no pudo contenerlo mucho tiempo, la sincronía de los cuerpos masculinos fue exquisita; el italiano es corrió dentro de ella, sus jugos se mezclaron y descendieron por los muslos firmes y bronceados. El irlandés se derramó en su boca y la blanca esencia escurrió por la comisura de sus labios. Ría no se quejó y trató de tragar todo lo que pudo.
La latina se dejó caer desmadejada, sus brazos fallaron pero los solícitos bíceps de Connor la sujetaron, descansándola amorosamente sobre la cama. Deslizó unos dedos delicados por el borde de su rostro, el italiano abandonó su apretado interior, dejándola ir sobre el colchón, persiguiéndola para cubrirla con su calor.
La mirada verde y azul se encontraron, un entendimiento silencioso se implantó. Ellos estaban necesitados, famélicos de Ría, de los dos juntos y de lo que eran entre esas cuatro paredes.
Aaron elevó su cuerpo un poco, aferró la nuca de Connor y lo atrajo hacia él.
―Esta noche apenas empieza, Campeón ―susurró con una promesa implícita en sus palabras. Y en efecto, no se detuvieron sino hasta que salió el sol y sus cuerpos no dieron más.