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Capítulo 32 – Connor

La ducha caliente le cayó divinamente. Eran las dos de la mañana y tras la batalla de cosquillas, le cedió el relevo a Aaron para que él fuese a limpiarse un poco, aunque a esa altura, era claro que todo rastro de su divertido encuentro se había secado.

Su petición había sido honesta, en realidad, algo en él le decía que las cosas entre los tres habían dado un salto amplio y no solo eran follamigos como se suponía iban a llevar su relación. Si era honesto consigo mismo, en ese reducto de intimidad mental donde nadie podía increparle, excepto tal vez Dios, podía admitirse a sí mismo que sí sentía algo fuerte por Aaron; pero no era por ser hombre, sino, por ser él.

Con Ría era más o menos lo mismo, sentía que con ella en la ecuación, estar con el moreno se volvía más fácil, como si fuese un hilo conductor entre las emociones extrañas e inmaduras de él, con las complejidad y serenidad de Aaron.

―Perdiste, Latin Lover ―dijo tras salir del baño con una toalla envuelta alrededor de sus caderas, Aaron estaba sentado plácidamente en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero acolchado―. Te ha dominado. ―Le señaló a la mujer que comía chocolates desde un bol apoyado en su abdomen, con la cabeza descansando sobre las piernas del sonriente moreno.

―Todos los hombres deberían comprender cuál es su lugar en la cadena alimenticia ―sentenció la latina con parsimonia―. ¿Quieres chocolate, Cielo?

Connor chasqueó la lengua decepcionado, pero sus ojos delataban lo divertido que le parecía eso. Viendo que Aaron estaba desnudo, optó por hacer lo mismo, así que se encaramó sobre la cama y quitó el envase de bombones del estómago de Ría y reposó su cabeza en ese lugar.

―He secuestrado tus chocolates y tendrás que pagar rescate ―dictaminó con voz seria. Ría soltó una carcajada cantarina que le gustó mucho.

―¿De cuánto estamos hablando? ―preguntó Ría, tratando inútilmente de sonar seria.

―No de cuánto, si no de qué… ―explicó él―. Tienes demasiada ropa, Princesa.

―Estoy de acuerdo con el rubio allá abajo ―dijo Aaron y acarició levemente su cuero cabelludo.

―Me la quitaré cuando haya algo divertido que hacer ―explicó con cuidado, como si hablara con dos idiotas―. Por ahora, Connor, querido, déjame alimentar a la gorda que hay en mí. ―Extendió la mano para que le entregara el bol.

―Es dura para negociar, esta mujer ―suspiró Connor en dirección a Aaron. El italiano asintió. El rubio se puso boca abajo, desenvolvió un bombón de su papel protector y lo mordió con fruición―. Mmmmmm… ―saboreó casi lujuriosamente, solo para picarla. Ella sonrió, esperando que él terminara de paladear el dulce―. Ya sé que vamos a hacer.

Se incorporó de rodillas, abrió la bata esponjosa y dejó al descubierto el cuerpo de Ría. Aaron soltó un suspiro al verla, los montículos de sus pechos se caían ligeramente por los costados; los pezones se estaban endureciendo y encogiendo frente a sus ojos; suave y cremosa piel se extendía por su abdomen y más allá, sobre los torneados músculos de sus piernas largas. Como en otras ocasiones, su monte de venus estaba depilado y toda ella se veía apetecible.

―No te cubras ―ordenó el rubio en un tono juguetón. Connor pudo notar cómo el miembro de Aaron se iba irguiendo ante la visión, incluso él mismo empezaba a ponerse duro. Desenvolvió el primer chocolate y lo dejó sobre su ombligo, luego colocó una hilera de bombones más hasta llegar a su pecho, dejó uno sobre cada teta, que se sostenían precariamente, pero le parecía adorable y erótico al mismo tiempo. Depositó uno en su vientre y otro más en la pelvis―. Listo, eres nuestra personalísima bandeja de postres ―explicó con la voz un poco grave―. Este es el juego, yo me como uno, Aaron se come otro. Cada uno de nosotros, turnándonos, pero solo lo puede agarrar con la boca.

―Me gusta este juego ―dijo Aaron mirando a Ría con intensidad.

―¿Y qué gano yo? ―preguntó la mujer con picardía.

―Nada ―dijo Connor con malicia―. Este juego no es para ti ―se burló. Ría soltó una carcajada.

―¿Ni un chocolate? ―insistió. Connor reviró sus ojos hacia arriba.

―Bueno, te daré uno… ―accedió aparentando fastidio―. Aaron comienza.

―Pero se va a tener que parar y yo estoy cómoda ―se quejó Ría.

―Mira cómo sufro por tu dolor ―se mofó el rubio―. Pero no se puede mover de su posición, se queda allí, a tu cabeza.

―Está bien ―accedió el italiano.

Se deslizó por la cama, para que Ría depositara su cabeza sobre el colchón, el moreno se inclinó sobre ella, haciendo que la nariz de la latina le hiciera ligeras cosquillas en el pecho. Tomó con su boca el chocolate más cercano que era el de la teta derecha, pero antes de cogerlo, desplazó su lengua por la turgencia de la piel, rodeó el bombón y aprovechó el dulce pezón que se endurecía por el contacto frío y húmedo de la lengua. Succionó un poco, ella gimió, luego, con la sonrisa más canalla que pudo componer, tomó el chocolate y lo engulló con glotonería.

―Es el mejor chocolate que he probado ―aseguró el italiano. Connor sonrió.

―Mi turno.

Escogió un bombón que estaba en medio de su estómago, hizo la misma operación que el moreno. Acarició con su nariz, mordisqueó la suave piel, lamió un camino alrededor y finalmente tomó el dulce. Luego le siguió Aaron, que agarró el que tenía en el centro del pecho. Se intercalaron con sus caricias, mientras el cuerpo de la latina se estremecía con los sensuales toques. Connor tomó el del pecho izquierdo, se explayó con los dientes y los chupones, cuando recogió el chocolate un reguero marrón quedó sobre la piel, así que procedió a retirarlo con entusiastas lamidas que hacían que Ría gimiera cada vez más.

Quedaban dos y era el turno de Connor, tomó el que estaba sobre su vientre, no pudo evitar soltar una risita, la temperatura del cuerpo de femenino estaba tan caldeada que el chocolate comenzaba a derretirse.

Aaron se estiró sobre el cuerpo de Ría, arrastró su anatomía dura y sexy sobre ella para alcanzar aquel premio sobre el erizado montículo. Siseó por la cálida caricia, Ría había aprovechado la cercanía y el miembro erecto del moreno no pasaba desapercibido. Con su diestra lengua recorrió toda su longitud, paralizándolo en el acto.

―Joder, Farfalla ―jadeó con necesidad, ella solo había girado el rostro en dirección a su cuerpo, era imposible que entre tantos toqueteos no se hubieran excitado. Con su mano Ría sostuvo el trozo de carne que empezaba a gotear el transparente líquido que delataba lo profundo de su deseo.

―Ya que no me dan chocolates ―murmuró cerca de la sensible zona, desencadenado una tormenta de sensaciones cuando el aliento caliente rozó el glande. Ría sostuvo la erección con una mano y la engulló completamente.

―Oooohh, Ría ―musitó, mientras se sostenía precariamente sobre una mano.

La latina chupaba con ímpetus, apretaba sus testículos con firmeza para combinar la ruda caricia con las cariñosas lamidas que le daba. Chupó la cabeza con especial atención, acción que hizo que Aaron gruñera de gusto. Se impulsó sobre ella para acomodar sus muslos a cada lado de su rostro y alcanzar por fin el dulce chocolate que lo esperaba en su monte de venus.

El italiano lo tragó casi sin masticar, solo para separar sus muslos y deslizar la lengua endulzada sobre el pequeño botón oculto entre los labios vaginales. Ella gimió y se retorció, justo cuando más profundo estaba en su garganta, las vibraciones erizaron cada poro de su piel, espoleándolo para que sus caricias fuesen más profundas dentro de aquel ardiente lugar que lo llamaba con desesperación.

Connor miraba arrobado la escena, apreciando las rodillas cimbradas sobre el colchón, permitiendo que la diestra boca del italiano se adueñara del sexo jugoso de Ría en un profundo beso que la hiciera estremecerse. El rubio quería ser parte de ello, de ese dulce sesenta y nueve, así que se posicionó a la espalda de Aaron y con cuidado separó las nalgas para dejar que su lengua jugueteara con la estrecha entrada de su trasero.

Gruñó ante el jadeo del moreno, que sintió un escalofrío nacer desde lo más profundo de su columna vertebral, cuando la lengua gruesa y caliente del rubio se aventuró sobre su ano para lubricarlo, pudo sentir la necesidad, las ansias, que se estrellaban sobre su cuerpo y se propagaban por su boca sobre los labios externos e hinchados, que pedían a gritos que los apartaran para ser penetrados por su hombría.

Aaron detuvo a Connor, aquel juego se estaba prolongando más de lo que era necesario, el rubio lo vio así y accedió. Hicieron que Ría se despojara de la bata de paño, quedando a merced de las manos diestras de los dos hombres. Aaron hizo recostar a la latina de espaldas a él, y guió su miembro erguido y palpitante lo más profundo que pudo, Ría gimió por la intromisión, delatando las ganas que su cuerpo tenía de sentirlo así.

―Penétrame, Campeón ―jadeó Aaron, manteniéndose quieto para que Connor se posicionara de medio lado también, guiando su verga larga y caliente dentro del canal estrecho. Aaron mientras esperaba que la intromisión de aquel trozo de carne llegara hasta el fondo de su ser, acarició el clítoris de Ría en pequeños círculos, mientras gemía en su oído cómo el irlandés que inundaba su cuerpo―. Joder, Farfalla… ―susurró―. Está entrando tan adentro… aaaaaahh… tan profundo…

La latina se estremeció por lo sucio que sonaba todo eso, cuando los tres se acoplaron, comenzaron los vaivenes de las caderas; ella iba hacia atrás, esperando que el pene de Aaron atravesara todo su ser y la remontara en la culminación orgásmica. Connor empujaba con fuerza, sintiendo las suaves nalgas del italiano envolver su polla. El dedo experto de Aaron se aferró al botón hinchado de la mujer, mientras con su otra mano trataba de mantenerla cerca de su pecho, sintiendo el calor de ambos cuerpos rodeándolo. Se aferró al seno izquierdo y lo apretó con suavidad cuando un gemido especialmente profundo delató que Ría estaba próxima a alcanzar su orgasmo; eso solo sirvió para que el moreno buscara moverse con más celeridad, porque sentir su culo lleno y su verga encajada en el sexo caliente de ella, estaba exacerbando su deseo, catapultándolo hasta el final.

―Oh, mierda… oh, mierda ―soltó Ría cuando no pudo contenerlo más, sus piernas cedieron, su cuerpo se estremeció, y ese abandono a su más tórrido placer, sirvió para que Aaron se apretara más a ella y a esa hinchazón que la volvía más estrecha.

Farfalla, joder, Farfalla… sei così stretto[1]… oh, Farfalla ―murmuró cuando el peculiar cosquilleo de sus bolas se extendió más allá y explotó entre miles de lenguas de fuego que lo recibían en aquel abrasador interior que era la estrecha vagina de Ría, tal y como le había dicho en italiano.

Connor no tardó mucho en alcanzarlo, porque en el orgasmo del moreno, sus espasmos y convulsiones, solo apretaban más, el de por sí, ajustado recto, y en ese vaivén, más la imagen tan caliente de sus dos amantes culminando, lo empujaron por el precipicio y él se dejó ir.

Allí quedaron los tres, sosteniéndose mutuamente en los últimos vestigios del orgasmo.

Capítulo 32 – Aaron

El primero en salir fue Connor, casi desplomándose sobre la espalda del moreno, tratando de controlar el resuello de sus pulmones. Aaron solo aferró más a Ría, que respiraba acelerada, pero en silencio. Su pene continuaba dentro de ella, aún duro a pesar de que su corrida amenazaba con salirse entre sus pliegues. Pasaron los minutos y ninguno de los dos daba señales de querer despegarse, y en ese calor tan apacible del interior de Ría, se sentía condenadamente bien, lo demostraba su miembro que seguía rígido y dispuesto, a pesar de lo transcurrido.

Connor soltó una carcajada.

―Me gustó ese juego ―declaró y se levantó con cuidado en dirección la ducha; por más lametones y chupadas, no todo el cuerpo de Ría se había salvado de regueros de chocolate, así que ambos hombres tenían rastros marrones y dulces por su cuerpo.

El italiano se removió un poco, ella gimió ante el roce de su sexo; él quería salir, pero se encendió ante el suave sonido de su placer. Entró de nuevo, en un lento vaivén de sus caderas, mientras regaba besos en la piel que tenía a su alcance. Se suponía que tras cada orgasmo era más difícil alcanzar la cumbre del siguiente, pero a veces, podía más el morbo. Así que apretó el pezón que estaba entre sus dedos, su otra mano volvió a la carga sobre el nudo nervioso que también volvía a la vida. Ría estaba hinchada por los orgasmos, su interior estaba más apretado, más caliente, más jugoso y eso solo servía para que todos los pensamientos sensatos de su cabeza se dispersaran en voces incoherentes a las que no les prestaba atención.

La hizo girar sobre su abdomen, posicionando toda su robusta anatomía sobre la espalda de ella. Ría, complaciente, abrió un poco las piernas y elevó las caderas para que su miembro pudiese abrirse paso hasta lo más recóndito de su ser sin obstáculos. Sus suaves nalgas chocaban contra la pelvis dura de él, y esa esponjosa sensación le erizó la piel; se clavó con fuerza esperando escuchar el arrebatador sonido de sus gemidos, pero Ría no lo soltó, y lo hizo abrir los ojos, se inclinó sobre su hombro, solo para descubrir que la latina mordía la almohada para amortiguar el sonido.

Se pegó más a su espalda, porque el contacto de su piel lo atraía, estaba sediento, necesitado; besó sus hombros, su mejilla, mordisqueó su lengua cuando alcanzó su boca, mientras su cuerpo entraba y salía de la húmeda cueva. Suspiraba, sin entender por qué, él tampoco gemía con fuerza, sus jadeos eran solo para los oídos de la mujer, que podía sentir estremecerse debajo de él.

―Farfalla, ¿qué estamos haciendo? ―preguntó entre susurros y gemidos, mientras Ría se contraía y mordía más la almohada. Aaron lo sintió, el abrasador calor del clímax, las contracciones que parecían querer engullirlo más adentro de su vagina y la estrechez de las paredes rugosas, que acariciaban la sensible piel de su tronco. Perdió el control, se abandonó y tras un par de estocadas firmes se liberó sobre ella, con fuerza y con entrega, se dejó ir, junto con la pregunta que no quería hacer en voz alta.

―Joder, ¿qué hicimos? ―preguntó nervioso.

―Tener sexo ―respondió ella con un deje divertido. Pero él pudo notarlo en sus ojos.

―Connor ―suspiró, saliéndose de su cuerpo, esperando ver al rubio en la puerta del baño, mirándoles con lujuria y no con decepción. No obstante, no había nadie allí, la ducha continuaba sonando. Se sintió confundido.

―¿Cuánto duró? ―inquirió. Nunca en su vida había durado tan poco para obtener su placer. Ría se giró sobre sí misma, alejándose de su cuerpo, poniendo el espacio suficiente entre ambos.

―Lo suficiente ―respondió con un resuello―. Y fue genial. ―Le guiñó un ojo, juguetona.

―La ducha está disponible ―informó Connor con la voz risueña. Ría lo miró.

―Ve tú ―le ofreció ella y cerró los ojos por un rato.

El italiano se levantó con rapidez y se encaminó al baño, pensando en por qué Ría estaba tan tranquila y él se sentía tan culpable.

Capítulo 32 – Ría

La mañana llegó relativamente temprano, después de un encuentro adicional, donde Connor por fin le dio los azotes que “se merecía” por ser una princesa mala, cayeron rendidos los tres.

La ventaja de hacer ejercicio de manera regular para evitar caer en el sedentarismo de la profesión, le ayudó a no sentirse tan magullada esa mañana; aunque deseaba continuar durmiendo, tras tantos orgasmos (después del quinto no siguió la cuenta), su cuerpo estaba tan relajado que no necesitó tantas horas de sueño para reponerse; lo ventajoso fue que las cuatro o cinco que tuvo, fueron de descanso total.

Su piel se erizó ante el suave contacto de unos dedos sobre su espalda, aún no abría los ojos, pero supo, por las silentes respiraciones de sus amigos, que estos estaban despiertos; también por la risita que soltó Connor cuando notó como los poros de su brazo y piel descubierta, se brotaban tan rápidamente.

Noviembre se estaba presentando bastante frío, en contraste al deleble clima de mediados de otoño que una semana atrás todavía seguía siendo un poco caluroso; por esa razón, Ría no se quejó de calor cuando descubrió que Aaron estaba frente a ella, con su mano izquierda descansando sobre su cintura; y Connor estaba a su espalda, deslizando sus juguetones dedos por la curva de su costado, mientras ella podía percibir la nada disimulada erección mañanera que estaba casi entre sus nalgas, y una de sus torneadas piernas, acomodada entre las de ellas.

―Por lo menos no te estás quejando porque tienes calor ―susurró Aaron con un deje de burla. Ella soltó una risita.

―Es que está haciendo frío ―explicó sin muchos aspavientos―. Yo soy como una especie de radiador, expelo calor, seguramente ustedes tuvieron frío y se fueron acercando a mí en la noche ―dijo sin abrir los ojos y acomodándose un poco más en el colchón, con ánimos de holgazanear un poco más.

Solo que sus planes de flojear en aquel mullido lecho se estaban desviando en otra dirección, un poco más caliente. Connor se había acomodado un poco más sobre su espalda y sus dedos ya no la recorrían, sino que, con más audacia de la que se imaginaba Ría que tenía el rubio, se escurrieron entre las sábanas y bajaron por su abdomen muy despacio, mientras su boca carnosa iba dejando besos cálidos en su nuca.

Era imposible no sentirse excitada cuando despertabas rodeada de dos moles de músculo y deseo, como también era imposible no emocionarse porque ellos querían continuar con sus juegos. Recordó su último encuentro, Connor había perdido el control como siempre, y tras darle un par de nalgadas, decidió comprobar si ella estaba húmeda.

Lo siguiente fue un gruñido, los brazos fuertes del irlandés alzándola casi en vilo, hasta dejarla sobre el regazo de Aaron y le preguntó si recordaba cómo había sido la última vez en su departamento.

El dulce Connor y su sex appeal salvaje, joder, de solo acordarse de cómo la había embestido tan profundamente mientras Aaron la sostenía para que no se cayera, dedicándose solo a estimular su clítoris y a embeberse sus gemidos con cada beso que le daba.

Se estremeció con el recuerdo, porque la resistencia del irlandés se hizo presente, ya había eyaculado unas cuantas veces, así que su orgasmo se hizo un tanto cuesta arriba; por lo tanto, entre los dedos insistentes del italiano y el miembro duro dentro de ella, se corrió un par de veces antes de que el rubio alcanzara su liberación. No podía negarse que la química sexual entre los tres era excelente.

Connor soltó una risita, cuando Aaron jadeó de repente. La mano del rubio abandonó la piel de su abdomen y siguió de largo hasta adueñarse de la polla del italiano, que se había removido para estar más cerca de ella. Ría entreabrió los ojos y presenció el suave vaivén de la mano, mientras escuchaba la respiración pesada del irlandés muy cerca de su oído, delatando su excitación.

Ría abrió los ojos al fin, no podía fingir que estaba dormida o adormecida cuando la situación estaba escalando rápida y calurosamente; Connor se frotaba libidinoso contra ella, su duro miembro estaba disfrutando los roces contra la piel de sus nalgas, en movimientos suaves y provocadores. Ella levantó la cabeza para encontrarse con la mirada verde y profunda de Aaron, que observaba sus reacciones con expectativa. Sus dedos se cerraron sobre la cintura de ella cuando intentó contener un gemido de gusto, seguido por la risita maliciosa del rubio sobre su oído.

―Mira, Ría… ―Sacó la mano debajo de la sábana para mostrar la palma y los dedos, donde pudo percibir una humedad transparente―. Está tan excitado…

La mujer sonrió con malicia ante la mirada de Aaron, sacó su lengua y deslizó la punta por el borde de la mano, entre el pulgar y el índice. Saboreó el líquido ante la atónita mirada del moreno, que parecía observarla con relámpagos en los ojos. Connor solo gruñó un ‘Princesa’ y soltó una carcajada.

―Eres la mujer más pervertida que conozco ―le dijo con una risita gutural.

―Entonces no has conocido a las mujeres indicadas ―contestó ella con sensualidad.

Connor mordisqueó su hombro y metió la mano debajo de la sábana, una vez más; las yemas de sus dedos recorrieron cada centímetro de piel con deliberada lentitud, mientras ella sostenía la turbada mirada del italiano, que parecía dispuesto a deleitarse en el placer que pudiese expresar con sus gemidos. Su mano no se movía de la cadera, conformándose únicamente con apretar aquel pedazo de piel sobre la sábana. El rubio se movió más al sur, rodeando sus muslos, bajando por el lateral de sus nalgas y tomándola desde atrás, hasta invadir su cálida intimidad con sus dedos juguetones.

―Siempre estás tan dispuesta, Ría ―susurró el rubio―, como si siempre quisieras más… ―Mordisqueó de nuevo la piel del hombro, sosteniendo la mirada de Aaron.

―Yo siempre quiero más ―confesó con voz cargada de deseo.

El irlandés coló dos dedos dentro de su vientre, arrancándole un sonoro gemido a Ría, que procuró no cerrar los ojos, mientras su cuerpo se retorcía por las sensaciones.

―Joder, Princesa ―farfulló Connor, alejándose del ardiente lugar y mostrándole a ambos los dos dedos recubiertos con su excitación―. ¿Quieres probarla, Aaron? ―preguntó con malicia―, tal y cómo ella te probó a ti.

Aaron sostuvo la mirada en los ojos cafés de Ría, que observaba la escena con un brillo de maliciosa diversión; el moreno sostuvo la mano con firmeza, sacó la lengua y la deslizó desde el nacimiento del dedo hasta la yema del índice. No esperaba la reacción de la mujer, que se apoyó sobre su codo y elevó el torso para estar cerca de la mano; imitó la operación, pero del lado contrario, hasta que sus lenguas se encontraron sobre la punta de los dedos y se tocaron ligeramente.

El juego pervertido rindió sus frutos, porque Connor no pudo prolongarlo, así que elevó la pierna de Ría hasta que pudo encajarse en su interior con un solo movimiento. Ría se quejó, pero no pudo continuar, porque Aaron aferró su rostro con las manos y profundizó el beso, adueñándose de la lengua, mordisqueando sus labios…

Ría no sufrió mucho la incomodidad dolorosa en su interior, porque los roces de Connor eran suaves, comedidos; así que el dulce placer llegó más pronto de lo que pensaba, el calor se irradió por el resto de su cuerpo, mientras esas manos la tocaban como si fuese un instrumento musical, arrancándole acordes desde lo más profundo de su garganta.

Connor abandonó su interior repentinamente. ―Vamos, Princesa, sobre nuestro Latin Lover ―ordenó, retirando la sábana que los cubría, dejando ver el erecto miembro de Aaron, brillando por la humedad del líquido preseminal que delataba lo listo que estaba para alojarse dentro de ella. El moreno la tomó por la cintura, buscando ayudarla a estabilizarse, para deslizarse lentamente en su interior y disfrutar del rugoso aprieto que era su núcleo, caliente y jugoso, donde él quería ahogarse.

Pero no pudo hacerlo, porque la mano del rubio se mantuvo en el centro de la espalda de ella, evitando que su cuerpo se moviera, mientras él se inclinaba sobre el erecto miembro y lo engullía hasta el fondo. Aaron jadeó con fuerza, bajo la atenta mirada de Ría, que sintió el roce del cabello rubio en sus nalgas, adivinando las intenciones del irlandés. El moreno no se contuvo, la lengua fría contrastaba con el calor de su piel, así que se adueñó del sonrosado pezón que tenía a su alcance, chupándolo con fruición, acercando a la mujer contra su piel, disfrutando del ardor que guardaba su entrepierna, ahora en contacto con su estómago. Apretó con sus dientes, porque la carnosidad entre su boca ameritaba mucho más, despertaba instintos que él solía tener controlados, pero en el fondo, deseaba morderla, dejarle alguna marca delatora de que ellos, tanto Connor como él, eran los privilegiados de tenerla.

Soltó el pezón para concentrarse en el otro, aplicando los mismos movimientos de succión, castigando la sensible piel con sus dientes.

―Ven, Princesa, deja que Aaron te abra para mí ―susurró Connor con voz ronca. Tomándola de las caderas, posicionó el miembro del moreno para que se deslizara dentro de su trasero; Ría se quejó, pero el rubio comenzó a besar y mordisquear sus nalgas, a pasar su lengua llena de saliva allí donde los dos se estaban uniendo. El italiano entró lentamente, hasta el final, quedándose quieto para que Ría se acostumbrara a la intromisión―. Así, Ría, justo así…

Ella se mantuvo erguida, con los ojos entrecerrados y las manos apoyadas en el abdomen de Aaron. Connor abandonó su posición, situándose cerca del rostro del moreno, dejando al alcance de su boca la sonrosada cabeza de su pene. No lo dudó ni un momento, separó sus labios para que el rubio pudiera disfrutar también; así que mientras él movía las caderas muy lento para entrar y salir del culo de Ría, Connor se deslizaba adelante y atrás para que su boca se encargara de darle placer.

Un profundo gemido de Aaron delató su deseo, Ría había apretado los músculos internos de manera involuntaria debido al placer. El irlandés se había inclinado hacia ella, y la sostuvo de la nuca para poderla besar; así que mientras el italiano se movía dentro de la latina y le daba sexo oral al irlandés, ambos se besaban con necesidad. La escena era tan erótica, y casi no lograba imaginarse cómo podría mejorar, hasta que ellos se separaron buscando aire.

Ría se dejó caer hasta que su torso se sostuvo al colocar sus manos a ambos lados del cuerpo de Aaron, lo que la llevó a acercar sus rostros; ella no lo pensó, solo sacó el miembro de aquella boca y lo metió en la suya, lo que hizo gemir a Connor.

Aquella situación solo sirvió para que Aaron deseara moverse más, así que la aferró de las caderas y movió su pelvis con más rudeza. Ría gimió casi sin aliento, abrió los ojos para encontrarse con la intensa mirada del moreno, que observaba concentrado cómo ella lamía, chupaba y acariciaba el largo mástil del rubio. Sonrió con malicia, y deslizó una mano debajo de su nuca, obligándole a que se elevara, de ese modo, las dos bocas se adueñaron del pene de Connor, que únicamente gruñía y desplazaba sus caderas de atrás a adelante para que los cuatro labios abarcaran mucho más.

―Ría, ¿quieres sentirnos a los dos dentro de ti? ―preguntó Connor con un hilo de voz. Ella detuvo su boca lujuriosa y lo observó con una sonrisa perversa.

―Siempre, Cielo ―respondió. Luego miró a Aaron debajo de ella―. Me encanta sentirlos a los dos dentro de mí a la vez.

No necesitó más invitación, como si fuesen un solo ser, Aaron elevó a Ría sobre su cuerpo hasta salirse de su recto y con una sola estocada se clavó en su vientre. Ella gimió y sus brazos flaquearon, dejando que su cuerpo se cayera sobre el cuerpo del moreno, su rostro quedó encajado en el hueco existente entre el cuello y el hombro.

Jadeó por las sensaciones que se desencadenaron en su piel, como si miles de agujas se hubiesen clavado en todo su ser a la vez, estremeciéndola hasta la médula. Donde Connor era largo, Aaron era grueso, así que todas sus terminaciones nerviosas reaccionaban al roce de ambas carnes en ese lugar caliente. El moreno la tomó del cabello con algo de rudeza, elevando su cabeza hasta que sus bocas se encontraron; el beso fue necesitado, violento, jugoso; las lenguas se tropezaban la una con la otra en una danza sensual; sus gemidos ahogados, producto del roce de su miembro en su vagina, se intensificaron cuando el rubio se sumó a la partida, deslizándose en su trasero con un movimiento suave pero indetenible.

Era deliciosa la sensación de presión que ambos penes generaban en ella. No supo cómo se acompasaron al ritmo del otro, pero cuando Aaron salía, Connor entraba, haciéndolo con suavidad, para poder acariciarse con la delgada piel de por medio. El rubio se aferraba a su cintura, rozando sus dedos con el italiano, jadeando y gimiendo ante la vista de la tersa espalda de la latina.

―Princesa, debes dejarme rayarte ―soltó repentinamente, mientras su mano subía por el centro de la espalda, haciéndola estremecer―. Me excita la idea de hacerte un tatuaje ―confesó en un gruñido.

Ría no prestaba atención, porque estaba sobrepasada por las sensaciones, atrapada entre ambos hombres, sus movimientos eran limitados y se encontraba a merced de sus caricias; lo que dejaba que Aaron hiciera lo que le daba la gana con ella: mordía su cuello, chupaba sus tetas, pellizcaba los pezones hasta que ella delataba su placer en gemidos estrangulados de dolor.

Connor soltaba una esporádica nalgada, enrojeciendo la piel ligeramente, para luego deslizar una caricia suave que aumentaba el escozor de la piel. Y, esas miles de sensaciones tan dispares, unidas a las dos pollas que se alojaban en su interior, sobrepasaron los límites de Ría, que explotó con un gemido estrangulado, liberando el placer en oleadas que convulsionaron sus caderas, haciendola rogar por más.

―Más fuerte, más rápido, más… por favor ―lloriqueó sin vergüenza, descontrolando a ambos hombres, que comenzaron a mover las caderas con más fuerza y velocidad―. Sí, más… por favor, más… me corro, mierda… me cooo… oh, oh, oh… aaaaaaahhh.

No supo quién llegó primero, pero sí sintió cómo el calor invadía su recto, cómo las vergas se hinchaban dentro de ella, el preludio de la liberación y el orgasmo. Rugieron, Connor y Aaron sonaron como bestias, embistiendo una y otra vez, incluso después de que se derramaron dentro de su ser, buscando prolongar esa electricidad que los envolvía y que amenazaba con consumirlos.

Ría descansó su cuerpo magullado sobre el pecho de Aaron, que de forma cariñosa comenzó a acariciar su espalda, buscando que ambos ralentizaran sus jadeos. Connor salió despacio, dejando algunos besos amorosos en su cuerpo, acomodándose al costado del moreno, a su izquierda, justo la dirección en que miraba la latina, que le sonrió amodorrada, cuando él la besó en los labios.

Estuvieron en silencio un rato, Ría se removió un poco, como si su cuerpo hubiese sido azotado por un escalofrío, luego soltó una risita y se incorporó, observándolos con diversión.

―Así se dan los buenos días ―sentenció.


[1] Estás tan estrecha

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