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Capítulo 14 – Ría

Ella no quería admitir que necesitaba el baño con más urgencia del que decía; pero era prejuiciosa con algunas cosas, y una de ella era un servicio público en un estadio abarrotado, durante el descanso de cualquier evento deportivo. No era una desentendida de los deportes, siempre iba al baloncesto con su papá.

Aaron y Connor la escoltaron entre el montón de personas que iban y venían, la gente sonreía, hablaba en voz alta, se tomaba fotos e iba al ritmo de la creciente buena vibra de todos. El italiano se desvió por un pasillo en el cual se leía la palabra vestidores. Llegaron hasta una sala donde un hombre alto, calvo y de piel enrojecida, custodiaba una puerta.

―Hey, Scotty ―saludó Aaron con confianza. El hombretón le sonrió con sinceridad y tomó la mano que el moreno le tomaba.

―¿Qué hay de nuevo Messina? ―devolvió el saludo.

―Vine a hacerle un corto saludo a los chicos, si no hay problema ―explicó―. También quiero que mi chica use el baño, los públicos están abarrotados.

El tal Scotty miró a Ría con suspicacia, se detuvo un poco más de lo necesario sobre su escote y asintió.

―Claro, hombre, sabes que los chicos siempre están felices de verte.

Atravesaron la puerta, del otro lado había un montón de ruido, voces masculinas y risas.

―¡Messina! ―exclamaron algunos al verlo. Se acercaron hasta ellos y lo rodearon, dándole palmadas y abrazos fraternales a Aaron. También saludaron a Connor, él lo había acompañado la temporada anterior, así que lo reconocían de algunas de las fiestas posteriores a las que fue de invitado con el italiano.

―Te ves bien, chico ―le dijo un hombre casi tan alto como él, tenía el cabello rubio rojizo y unos ojos de color miel―. ¿Y quién es la señorita? ―preguntó con voz melosa, mirándola de arriba abajo.

―Soy la chica que necesita un jodido baño de manera urgente si no quieren un desastre en su pasillo ―respondió sin cortarse. Algunos la miraron sorprendidos, pero la risa fue general cuando reaccionaron.

―Sí, lo siento ―se disculpó Aaron, es por esa puerta.

Ría salió corriendo directo al baño. Después de usar el retrete, se lavó las manos y se vio al espejo. El sostén traslucía demasiado debajo de la camisa, a pesar de que el tejido de algodón no era delgado. No quería ponerse de nuevo el suéter que llevaba anudado en la cintura, así que optó por la camisa del equipo que se había colgado alrededor de los hombros.

Cuando salió, encontró a todos conversando. Solo le había tomado unos pocos minutos, y el alivio de sus dos amigos fue patente cuando la vieron con la camiseta puesta.

―Eeeh, miren… una admiradora ―dijo uno de los jugadores. Un intimidantemente grande hombre de color, que llevaba la cabeza afeitada a los costados y una cresta al estilo mohicano, un pendiente de oro y unos increíbles ojos verdes.

―Me gusta tu cabello ―le dijo con una sonrisita―. Salvaje.

―Gracias ―espetó guiñándole juguetón.

―Ella es Ría, Elroy ―la presentó―. Él es el mariscal, Ría.

―¡Sí, lo vi abajo! ―asintió ella―. Tremendo pase, hombre… jodido brazo que tienes ―lo elogió.

Aaron le presentó al resto, el hombre pelirrojo se llamaba Edward, tenía la misma edad del italiano y jugaban en la misma posición. Le obsequió a la latina una sonrisa especialmente seductora.

―¿Puedo tomarles una foto? ―preguntó Ría con los ojos brillantes―. Es para enviársela a mi papá, va a alucinar cuando la vea.

Todos posaron para la ella, incluso Connor le sacó algunas incluyéndola. El entrenador les avisó que debían salir; tras las despedidas de rigor, ellos retornaron a sus asientos. Ría estaba entretenida enviándole las fotos a su padre. Minutos después su celular sonó y comenzó una breve charla con el hombre, que se escuchaba emocionado.

―Sí, papá, mi amigo es exjugador de los Gigantes ―explicó―. El juego ya va a empezar, te quiero, adiós.

Connor y Aaron la miraban divertidos. Hora y media después los Gigantes de Nueva York ganaban once a cinco.

Ella aplaudió con euforia como todos, desde la cancha algunos jugadores enviaron saludos, en particular Edward que se acercó hasta la barda que dividía los asientos de la cancha y les hizo señas para que pasaran por los vestidores de nuevo. Ría y los dos hombres devolvieron el saludo. El italiano asintió a las indicaciones de su amigo.

―Aaron, Connor… esto fue genial, gracias. ―Depositó un beso cariñoso en la mejilla de cada uno.

Capítulo 14 – Connor

―¿Quién quiere un trago? ―preguntó el rubio, mientras se desviaban de nuevo a los vestidores―. Ahora que desocupaste tu vejiga ¿te gustaría una cerveza? ―inquirió el rubio, mirando burlonamente a Ría.

―Sabes, la cerveza me da ganas de hacer pipí, pero te reto a una de chupitos… vas a caer niñito… vas a caer ―advirtió ella con malicia.

―No puedes invitar a beber al hijo de un irlandés de ese modo, Princesa ―soltó con una risita maligna―. No cuando has vivido más de diez años de celebraciones de San Patricio.

―¿San Patricio? ¡Ja! ―soltó Ría con chanza―. Ustedes, gringuitos* creyéndose la gran vaina… Apuesto lo que quieras a que solo te emborrachas con cerveza y un par de vasos de bourbon, ¿a que sí? ―lo retó―. En cambio, en Venezuela, a los quince, ya te has vuelto mierda con ron o anís, y créeme, las borracheras de anís son una porquería…

―Con que esas tenemos, ¿no? ―Connor continuó puyándola―. Entonces tenemos una cita para el dieciséis de marzo, pequeña busca pleitos.

―¿No es el diecisiete? ―preguntó Ría algo confundida.

―Cae domingo, por eso lo van a hacer el sábado ―le explicó Aaron, mientras los miraba a ambos con diversión―. Conmigo no cuenten ese día, no pienso limpiar vómito de nadie.

―Yo no vomito ―expresó Ría con una risita triunfal―. Tengo buen estómago y riñones, herencia del lado materno.

―¿De las veces que has venido, alguna vez fuiste o viste el desfile de San Patricio? ―preguntó Connor. La había tomado por los hombros, en un gesto bastante fraternal y la pegó a su costado―. Tienes que vestirte de rojo, porque si no, te hacemos maldades.

―Eres un ser malvado, Connor Hayes… ―se carcajeó la mujer―. No soy una estúpida extranjera… ¿qué me quieres hacer que estás buscando que no use verde ese día?

Aaron soltó una carcajada profunda.

―Te descubrieron, Campeón.

―¡Vas a caer, rubito! ¡Vas a caer! ―espetó la latina con malignidad.

Alcanzaron los vestidores. El pasillo estaba lleno de personas que esperaban a los jugadores para felicitarlos y pedirles autógrafos, la mayoría eran jóvenes, no mayores de veintiuno; algunos niños iban con sus padres. Ría sonrió ante el griterío y la algarabía. Aaron le hizo una seña a Scotty, que asintió y fue despejando la entrada para que pudieran pasar. Ría quedó en el medio, el italiano iba adelante, así que se aferró al final de su camisa. Connor iba atrás, sosteniéndola por ambos hombros.

La gente los miró con curiosidad, atravesaron el pequeño espacio que abrieron al rodar la barrera plástica.

―Gracias ―soltó Ría y le sonrió ampliamente. El hombre frunció un poco el ceño, como si no estuviese acostumbrado a recibir esos gestos y luego sonrió con diversión, aunque casi de inmediato recompuso su semblante hosco de guardia de seguridad.

―¿Qué fue eso? ―inquirió Connor con curiosidad, colocándose a su lado.

―Amabilidad. ―Se encogió de hombros.

Aaron abrió la puerta para ellos y ella fue la primera en entrar. Se detuvo en el umbral y sonrió. Un fuerte silbido se escuchó en el lugar, había sido Ría que miraba a todos con ojos brillantes.

―¡Dios! Un montón de hombres sexys medio desnudos… ¿Morí y me enviaron al paraíso? ―exclamó. Casi todos se detuvieron al instante y levantaron la vista en su dirección. Ella sonreía traviesamente.

―Hey, hombre… esta chica sí me gusta ―dijo Edwards con una risita.

―Le sube la autoestima a cualquiera ―soltó otro más allá. Todos comenzaron a reír, Connor frunció el ceño ante el comentario y Aaron no estaba muy seguro que sentir.

―Lo siento, Ría… no pensé que estuviesen así tan pronto ―se disculpó el italiano.

―¿Por qué? ―preguntó ella con malicia―. No es como si no hubiese visto antes lo que tienen.

Los que escucharon aplaudieron con entusiasmo, silbaron y soltaron exclamaciones de júbilo.

―¿Sabes, nena? ―soltó el pelirrojo Edward―. Necesito una novia como tú.

Ella se encogió de hombros. Pero no pasó desapercibido para nadie como Aaron se había movido sutilmente, cubriendo su cuerpo de forma parcial para obstruir la mirada coqueta que le había lanzado el jugador. Connor fue un poco más allá, abrazó a Ría por los hombros, pasando su brazo por delante de sus clavículas y atrayéndola hacia él.

―Si, bueno… haz fila ―murmuró el rubio mirando al hombre con cara de pocos amigos.

Edward abrió los ojos. Ría solo se largó a reír.

―Pensé que habíamos superado esto después de lo del fin de semana ―se burló de ambos hombres, en voz lo suficientemente baja para que solo ellos dos la escucharan.

―Mmmmmm… ―gruñó Aaron, mirándola de reojo.

―No sé si no te has dado cuenta, pero ese. ―Connor señaló al italiano―. Y yo, solo compartimos entre nosotros, ¿comprendes?

Capítulo 14 – Aaron

Los chicos del equipo los habían llamado para invitarles al departamento de uno de ellos por unos tragos, habían ganado, y aquellos que no estaban casados y con hijos, querían hacer una pequeña celebración. Podía sentir la mirada del irlandés taladrándole la parte posterior de la cabeza, como si lo culpara de todo aquello. Quería soltar un largo suspiro, ambos tendrían que aprender a lidiar con el hecho de que Ría podría llamar la atención de los hombres a su alrededor, y mientras ella se presentase como una amiga, entonces no podían exigir nada.

―Tú querías un trago, ¿no? ―le soltó Ría―. Bueno, creo que ya tenemos a donde ir.

Siguieron haciendo bromas. Ría les preguntó si estaban dispuestos a firmarle la camiseta que llevaba puesta, todos accedieron y alguien sacó un marcador negro de su casillero y lo lanzó al aire.

―La condición es que no firmen esta área. ―Puso la palma sobre su corazón, señalando que ese espacio debía quedar libre. Luego se sacó la camiseta y la extendió en uno de los bancos.

―¡Bebé, por favor! ―exclamó Edward al verla con su camisa blanca―. ¿Quieres que nos dé un infarto? ―preguntó exageradamente. Ría se carcajeó ante el intento de conquista.

―Así entré la primera vez y no dijiste nada ―le soltó―. Ahora no me vengas con que ver un par de tetas te va a dar un infarto… apuesto a que has visto mejores tetas.

Más sonidos de abucheos para Edward y exclamaciones de diversión para ella.

La camisa pasó de mano en mano, al final, cuando el último terminó de firmarla, se la tendieron y ella se la colocó de nuevo.

Elroy fue quién dio las indicaciones pertinentes para que se encontraran en el departamento de Edward en la 56 Leonard Street en TriBeCa en un enorme rascacielos que parecía un montón de legos de vidrio apilados desordenadamente uno sobre otro.

El pelirrojo ofreció irse con ellos en la camioneta en caso de que no consiguieran el rascacielos, a Connor no le quedó más que acceder, a pesar de que el jodido edificio era uno de los rascacielos más conocidos de Nueva York. Salieron junto con el equipo que se detuvo a saludar a la fanaticada, mientras el trío se alejaba hasta las salidas.

Esperaron pocos minutos, casi cuando alcanzaban la camioneta, el jugador apareció y muy caballerosamente abrió la puerta para que Ría subiera. Aaron sonreía, aunque sus ojos no participaban. Connor se mantenía callado, concentrado en la carretera, pero con la música bajita para escuchar la conversación que se desarrollaba en la parte de atrás.

Aaron estaba incómodo, desagradado porque Ría respondía sus preguntas con cordialidad y se mostraba amable con él, tal vez demasiado amable. Comprendió que había cierta tendencia alrededor de la mujer, era bastante carismática y todos se sentían impresionados cuando revelaba que era escritora, pero no de novelas románticas. Edward se rió con fuerza y exclamó que él no era fanático de Juego de Tronos, pero que sí le iban más las películas de acción. Así fue como Ría confesó que ella adoraba todas las películas de acción, excepto tal vez la franquicia de Rápidos y Furiosos, y que el mejor Batman de todos los tiempos era Cristian Bale.

El ático del jugador, que contaba con su propia terraza privada y compartía el piso con otro de mismo diseño, tenía una vista espectacular de la ciudad y se veía enorme por los amplios ventanales que delimitaban las paredes externas. Edward se ofreció a darles una visita guiada, a la que ella accedió ante de que los otros pudieran negarse; fueron a ver las habitaciones, eran cinco en total y una de ellas había sido convertida en una especie de mini salón de la fama de Edward Crow, donde amplios posters de él, vistiendo ropa interior de Calvin Klein, camisas de Armani y luciendo accesorios deportivos de Puma, adornaban las paredes. La cara del jugador fue un poema, y Aaron tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no reírse estruendosamente, cuando Ría pasó de los abdominales marcados y se mostró más interesada en los trofeos deportivos y las fotos de eventos de beneficencia que los Gigantes habían llevado a cabo.

―¿Y la biblioteca? ―preguntó tras un rato. Connor fue quien sonrió esa vez, muy burlonamente.

Edward la miró confundido.

―Toda esta magnífica vista para disfrutar con un buen libro de Mark Twain y tú no tienes biblioteca ―expresó ella con una nota de humor condescendiente―. Es una pena, la verdad.

El pelirrojo sonrió juguetón, encajando con humor el comentario.

―Nunca antes una chica me había pedido, ni siquiera, la guía telefónica, al estar en mi departamento ―explicó.

―Eso deja en claro dos cosas ―soltó Ría mientras salían de la habitación, rumbo a la sala―. Primero, ya sabemos la clase de mujeres que frecuentas. ―Lo miró maliciosamente―. Segundo, que no sabes cómo ligarte a una escritora… Entonces, ¿para cuándo los tragos?

Connor y Aaron se largaron a reír, mientras Ría fingía sonreír con inocencia. El italiano no pudo evitarlo, sintió admiración. Edward entornó los ojos un poco, pero se echó a reír con ellos; mientras servía las cervezas, cinco hombres entraron, todos miembros del equipo, seguido por una docena de mujeres. Ría notó de inmediato quiénes habían llegado con sus respectivas parejas, las que eran amigas de siempre y quienes estaban allí para amenizar.

Extrañamente la latina demostró que era bastante buena en fiestas, se fue paseando de grupo en grupo, incluso hizo migas con las hermosas chicas ―espectaculares chicas― hablando de temas que a ellas les gustaban.

Aaron estaba en la terraza, al lado de Connor, admirando la vista. Iba a ser cerca de la medianoche y estaban discutiendo a qué hora sería apropiado irse. El italiano debía trabajar el lunes.

―Entonces, ¿qué tan larga es la fila? ―preguntó Edward acercándose y tendiéndole dos botellas de cerveza, que ambos tomaron. El ambiente se encontraba más relajado, lo que podía considerarse un alivio.

―¿De qué hablas? ―preguntó el rubio confundido.

―Dijeron que había que hacer fila para ser su novio ―se mofó él. Se apoyó en la baranda, dándole la espalda a la vista, viendo hacia el departamento―. Es bastante simpática.

Los otros dos lo imitaron y observaron a Ría. Ella se envaró en su sitio y repentinamente se volvió hacia ellos. Los tres le sonrieron, se veía graciosa con la camisa del equipo toda firmada. La latina le devolvió la sonrisa, y Edward levantó la mano, saludándola.

―Tiene un no sé qué interesante ―murmuró el jugador―. A parte de ustedes dos… ¿Hay alguien más?

Aaron entornó un poco los ojos. Ría rebuscaba algo en su bolso con especial ahínco.

―Hasta donde sabemos, Robert O’Brien ―respondió.

―¿El hermano de Savannah O’Brien? ―preguntó el otro ceñudo.

―Los conoces… ―no fue una pregunta de parte del italiano. El pelirrojo se encogió de hombros ligeramente.

―Salí con ella un tiempo… ―respondió con un tono evasivo.

De repente la mujer se acercó hasta ellos, en el camino se detuvo un momento en el grupo de Elroy y le pidió una foto que una de las chicas tomó.

―¿Puedo? ―preguntó, enseñando el móvil. Los tres asintieron y ella pidió que se quedaran así, en esa posición que tenían y accionó la cámara―. Gracias.

―¿Quieres otro trago? ―le preguntó Edward solícito. Ella negó.

―El tal Ivannov y yo nos bajamos tu botella de vodka, creo que es suficiente. ―Le guiñó un ojo.

―¿Se bebieron la botella de Smirnoff completa entre los dos? ―preguntó con incredulidad. Ella hizo un gesto desenfadado.

―Soy buena bebiendo, ¿qué te puedo decir? ―se burló, lanzándole una mirada de advertencia a Connor―. Ten eso presente, Campeón.

Todos rieron.

―Me falta una firma ―dijo Ría tras un rato. Sacó del bolsillo trasero de su pantalón un marcador y se lo tendió a Aaron―. La tuya. ―Aaron la miró confundido, Connor sonreía con diversión.

―Pero yo ya no juego ―dijo.

―¿Y eso qué? ―Enderezó la espalda y estiró la camisa para que la zona sobre su corazón quedara plana―. Firma.

Los otros dos veían interesados cómo Aaron estampaba su rúbrica en el pecho de la latina. Luego le devolvió el marcador y ella sonrió.

―¿Qué tal una foto? ―preguntó Connor divertido, arrebatándole el celular del bolsillo trasero a Ría y apuntándolos. Ella se volvió, hasta pegar su espalda del pecho del italiano, que la envolvió con ambos brazos y depositó un beso en su mejilla.

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