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Un anuncio en un portal de citas, dos hombres descubriendo sus sexualidades y una mujer con una fantasía por cumplir.

Aaron y Connor rompieron las barreras de su amistad, y tras varios meses juntos, lo que parecía ser una simple relación física se ha tornado más seria. Aún quedan ciertas dudas, ¿ya no les gustan las mujeres? Es por eso que responden al anuncio de Ría, una mujer que desea ver a dos hombres teniendo relaciones, y si la ocasión lo permite, participar.

Su encuentro deja más preguntas que respuestas, y tras desaparecer después de su fantástica noche, tanto Aaron como Connor desean encontrar a la misteriosa desconocida que, por cosas del destino, aparece seis meses después en la tienda de tatuajes de Connor.

Ellos ansían que ella esté en sus vidas, Ría no desea ser la manzana de la discordia; sin embargo, ninguno de esos hombres va a dejarla escapar y para eso están dispuestos a proponerle un arreglo.

¿Puede funcionar un amor de tres?

PRÓLOGO

Connor envidiaba la serenidad de Aaron, él le aseguraba que para hacer negocios y dirigir una empresa como la que dirigía había que tenerla. En cambio él, no podía manejar bien la ansiedad. En ese preciso instante, estaba que se comía las uñas hasta las cutículas.

Aaron soltó una risita, en otra persona hubiese sido burlona, pero en él era fantástica. Se inclinó hacia Connor mirándolo a los ojos haciendo que se envarara en su sitio; habían conversado sobre la posibilidad de hacer pública su relación, así que estaban experimentando ser cariñosos para ver si se sentían cómodos; sin embargo, él no estaba en su mejor estado como para que Aaron intentara un acercamiento, allí… un viernes a las nueve de la noche, dentro de un vagón lleno de gente que podía mirarlos.

―Connor, tómalo con calma, ¿sí? ―le susurró al oído, lanzándole su aliento mentolado que acarició su piel, erizándolo de pies a cabeza.

―Sé que debo tomarlo con calma ―respondió, buscando no analizar las emociones despertadas por su cercanía―. Estoy nervioso, quiero decir, es la primera vez que hago algo como esto.

Cualquiera pensaría que, con su aspecto rebelde, tatuajes y rostro de portada de revista, sería una persona más segura de sí misma, pero que se jodieran todos. No era como si fuesen a cenar, iban a un encuentro con una desconocida, que podría determinar si ellos hacían pública su relación o no.

«¡Maldita sea!»

Como deseaba una cerveza en ese momento, o uno de los insípidos escoceses de Aaron.

Bajaron del tren, avanzaron en silencio en dirección al Hotel Concorde en la 55. Aaron propuso ir en el subterráneo y luego caminar, para que pudiesen echarse atrás si él no estaba seguro. Envidió su estoicismo, era impresionante cómo el hombre a su lado andaba con pasos suaves, las manos en los bolsillos de su chaqueta, sonriendo, atrayendo las miradas de varias mujeres que pasaban a su lado.

En la recepción preguntaron por la señorita Lux. La recepcionista no se amilanó, los escaneó sin pudor y sonrió, mientras tendía una llave e indicaba el piso y el número de habitación.

―La señorita Lux no ha llegado, pero me pidió que les avisara que venía en camino ―informó―. Un compromiso de último minuto, estará aquí, a más tardar, nueve treinta.

Aaron asintió, tomó la llave y se encaminaron al elevador; Connor sintió la incomodidad creciendo, aquella recepcionista sabía para qué estaban allí. Cuando las puertas se cerraron, intentó no demostrar sus emociones, su compañero le tomó la mano con discreción y apretó.

Se repetía que aquello era una prueba, que iban solo a tener sexo; el plan era provocar a la vieja para que participara y luego decidir si eran, de manera definitiva, una pareja gay.

Pensó en la clase de mujer que contactaron, casi aseguraba que era una cuarentona, que quería hombres jóvenes para saciar alguna fantasía; y por lo que veía, era adinerada, porque cuando abrieron la puerta, encontraron una lujosa suite, con una enorme cama.

Se acomodaron en la sala, tenía un sofá de color blanco, decorado con cojines de tono borgoña y dorado; de las paredes claras colgaban cuadros abstractos que daban una sensación elegante, reforzada por los acabados en madera. En la mesa de centro, descansaba una bandeja con tres copas, botellas de vino y aperitivos sencillos. Al lado, reposaba una tarjeta que Aaron leyó en voz alta.

“Opté por la opción más común para los aperitivos: el vino. Pónganse cómodos, espero estar con ustedes muy pronto. Ojalá les guste la habitación.”

Connor se apresuró a descorchar una botella y servir dos copas, la primera se la tomó de un trago, y aunque no le gustaba el sabor, agradeció que la mujer con la que se habían citado tuviese la delicadeza de buscar relajar el ambiente.

―¿Qué? ―le preguntó a Aaron cuando este lo miró divertido.

―Nada ―respondió―. Solo me causa gracia que estés así. No es el fin del mundo, ¿sabes? Y si no quieres hacer nada y deseas que nos vayamos, nos iremos.

Se alivió al escucharlo, aquello era lo que tenía ansioso, que si deseaba dar marcha atrás, Aaron no lo siguiera. No es que estuviera enamorado, no habían llegado allí, eran más lo que se conocía como follamigos, y ninguno de los dos tenía una novia o prospecto de una.

Tenían seis meses así, después de que se hubiesen conocido en una despedida de solteros. A Connor lo llamaron para que tatuara, y no se negó porque la clienta era una niña mimada que pagó bastante por su servicio, dinero que usó para abrir la segunda tienda en Manhattan.

Todo fue descontrol, drogas, alcohol, música, desnudistas y tinta… Cada invitado salió con un tatuaje de esa fiesta; incluso Aaron se acercó con una petición simple, un ancla diminuta en la base del cuello.

Su compañero ya se había sacado la chaqueta, se acercó a él y lo despojó de la suya; lo sostuvo por la nuca, apretándolo con fuerza, descansando su frente sobre la de él. Connor sintió el aliento mentolado de Aaron entremezclándose con el suyo con sabor a merlot; unió sus labios, sin presión y sin prisas, un beso suave que buscaba hacerlo sentir seguro.

Se escuchó un golpeteo y se separaron, la cabeza de Connor se giró en dirección al sonido, oyeron cómo accionaban la manilla de la puerta. Aaron se alejó hasta la silla que había usado de perchero, dejó la chaqueta de él sobre la suya y se colocó a su lado mientras observaban a la mujer que entraba.

«No es una vieja.»

La joven se detuvo dentro de la habitación, recostándose sobre la puerta, sosteniendo un cuaderno de tapas negras en su mano. Se examinaron mutuamente, ella con una sonrisita de satisfacción, mientras ellos la detallaban de arriba a abajo, pensando que aquella mujer no era lo que esperaban.

―Hola, soy Ría.

Su voz sonaba juvenil, lo que les dificultaba identificar su edad; tenía el cabello largo, castaño oscuro y algo rebelde; mechones caían alrededor de sus ojos de un tono marrón. Vestía con un desgastado vaquero negro, botas del mismo color y una camisa gris, debajo de una chaqueta de cuero. Era alta, aunque no tanto como ellos, las botas le otorgaban unos ocho o diez centímetros de estatura. Connor pensaba que tenía entre veinte y veintisiete, Aaron apostaba a que alcanzaba los treinta.

Tal vez su mayor atractivo era el aire latino, con su piel tostada y las curvas pronunciadas de sus caderas y busto; se veía que estaba en buena forma.

―¿Y ustedes no tienen nombre? ―preguntó ella tras unos minutos, enarcando una ceja  con expresión divertida.

A Aaron le gustó, era inteligente y astuta, alguien sagaz.

―Soy Aaron ―se presentó―. Este de aquí es Connor.

―Un gusto conocerlos. ―Asintió, dejando su bolso y el cuaderno en el único escritorio del lugar―. Qué bueno que comenzaron con el vino ―dijo―, en realidad estoy algo nerviosa, es la primera vez que hago esto ―confesó.

Connor se relajó ante su comentario, no era el único que estaba que se subía por las paredes.

Ría se acercó a la mesa, sirvió una copa y se dejó caer sobre el sofá. Bebió casi la mitad del contenido y les sonrió.

―¿Qué tal si rompemos el hielo? ―propuso la mujer―. Siéntense y hablemos, tampoco es como que quiero que se desnuden de inmediato.

―¿Siempre eres así de directa? ―preguntó Connor sentándose a su izquierda, en el extremo opuesto a ella. Ría asintió con una sonrisita.

―¿Para qué dar rodeos sabiendo para qué estamos aquí?  ―Se encogió de hombros y dio un sorbo a su copa―. No es como que yo quiera seducirte, Connor.

―¿Esta es tu fantasía? ―se adelantó Aaron, interrumpiendo. Ella hizo un gesto indeciso.

―Podría decir que sí ―contestó con lentitud―. En realidad, soy dibujante y escritora, y lo que deseo es dibujarlos mientras tienen sexo.

Connor se atragantó con su bebida, Aaron tenía la mirada brillante, los ojos ligeramente entrecerrados y una sonrisita perversa. Los observaba desde el centro de la habitación.

―¿Dibujarnos? ―inquirió curioso―. Dibujarnos.

―Tengo una novela que llevará ilustraciones ―explicó ella―, decidí hacerlas yo, y un par de escenas son erotismo gay. ―Se encogió de hombros y rellenó su copa―. Sé lo que piensan, podría ver porno gay y dibujar, pero no es lo que busco.

Connor sí lo pensó, con tantas webs y canales por cable, tenía cómo inspirarse.

―Busco algo más que dos tipos sudorosos cogiendo ―continuó ella―, quiero algo íntimo, erótico, salvaje… me enfocaré en la anatomía y no en sus rostros, esos bocetos serán la base para las ilustraciones, no quiero poses que se vean bien en cámara, quiero algo real…

Aaron asintió y se bebió el contenido de su copa, Connor observaba a la mujer, que parecía relajada, a pesar de que estaba con dos desconocidos en una habitación de hotel.

―¿A qué te dedicas, Connor? ―preguntó ella, sacándolo de sus pensamientos.

―Soy artista del tatuaje ―respondió.

―Eso es cool ―aseguró Ría―. Me gusta el timbre de tu voz, debe ser fantástico escucharte susurrar cuando estás excitado.

Connor enrojeció, Aaron soltó una carcajada, Ría lo miraba intensamente, con una sonrisita de medio lado.

―Eres malvada ―le dijo tras unos minutos.

―Y tú bastante tímido, a pesar del aspecto rudo ―espetó ella.

Ría se inclinó sobre la mesa, tomó una de las fresas del cuenco y mordió la mitad, mientras regresaba a su posición despreocupada.

―Entonces, ¿cuáles son los límites? ―los increpó.

Connor contrajo las cejas. Aaron cerró los ojos brevemente; pero ninguno dijo nada. Ella se rio.

Se levantó del sofá rápidamente, caminó hasta el escritorio, sacó del bolso una cartuchera, tomó su cuaderno y dejó todo en la mesa de centro.

―¿Y quién es el pasivo? ―preguntó Ría. Se sirvió vino de nuevo.

―Somos versátiles ―contestó Aaron. Ella asintió.

―¿Y han tenido novia? ―inquirió mientras se sacaba las botas y las medias, dejándolas debajo del escritorio, también se deshizo de la chaqueta que colocó al lado de la primera botella acabada.

Ambos asintieron.

―Es nuestra primera relación de este tipo ―contestó Connor, Ría le sonrió con complicidad.

―¿Y tú has tenido relaciones gays alguna vez? ―preguntó Aaron.

―Sí, un par… aunque no diría relaciones, solo fue sexo con mujeres ―respondió. Ría se sentó en el suelo junto a la mesa, frente a Connor, dejando vacío su espacio en el sofá―. Para que te sientes a su lado, porque esa mirada de gerente controlador apaga cualquier fuego. ―Se rio con picardía. Connor la acompañó.

Aaron se acomodó donde ella había estado sentada. Ría estaba abriendo la segunda botella y se dispuso a rellenar las copas de ellos.

―¿Puedo tocarlos si la situación se pone interesante? ―preguntó mirándolos a los ojos alternativamente, Connor estaba cada vez más cómodo, y la actitud de ella le parecía divertida.

―Eso decía el anuncio ―dijo Aaron, pero ella negó.

―No tocaré, si no quieren ―soltó con seguridad―. Limitaré las manos a mí misma y nada más. ―Soltó una carcajada porque ambos hombres levantaron una ceja suspicaz―. ¿No esperaban que por lo menos me tocara a mí misma? ―Se rio y apoyó ambas palmas en el suelo, inclinándose hacia atrás―. Con lo atractivos que son, como mínimo me hago un par de pajas hoy, y posiblemente unas más cuando esté mejorando los bocetos.

―¿Y nosotros podríamos tocarte? ―preguntó Aaron mirándola con intensidad, Connor sabía que intentaba intimidarla.

Ría no se amedrentó.

―Podríamos hacer un trío, cariño. ―Le guiñó un ojo.

A Connor, la idea de que ella pudiese estar entre los dos, mientras él la penetraba desde atrás, en tanto Ría le hacía una mamada a Aaron, se le antojaba demasiado morbosa. Empezó a sentir que se excitaba.

―Es bueno saberlo ―dijo Aaron inclinando la cabeza de lado.

―Sí, lo es ―le confirmó―. Pero, ahora, la única soy quien tiene menos ropa.

―¿Y has hecho tríos antes? Quiero decir, ¿con dos hombres? ―preguntó Connor.

Ella lo miró.

―Cielo, con esa voz haces que a cualquiera moje la ropa interior ―le sonrió con picardía.

Sí, comenzaba a crecer la erección. La forma en que Aaron miraba a Ría, le decía que él también estaba excitado.

―Lo he hecho, aunque nunca con dos hombres a la vez… fue una situación un tanto peculiar, ¿cuenta que estaban en el mismo cuarto? ―Se rio. Los miró con detalle―. Sería muy interesante hacerlo con hombres tan guapos como ustedes…

Ría sí estaba excitada, la forma en que la miraban la hacía sentir caliente. Connor con su cabello rubio y su aspecto duro le había gustado bastante, se adivinaba un cuerpo torneado. Los tatuajes que bajaban por su antebrazo derecho y sobresalían por el borde del cuello se le antojaban sexys, el tipo era un bombón de los buenos, con el plus de la timidez que escondía una bestia en la cama; lo intuía, por la forma en que había cambiado el timbre de su voz y se le había oscurecido la mirada. Esos iris azules arrebatadores debían quitar el aliento si la miraban directo a los ojos mientras se la follaba.

Y ni hablar de Aaron, se notaba que era meticuloso y controlador; más fornido, más alto y con el rostro más fuerte, tenía el cabello liso y un rastro de barba que faltaba en la mandíbula del rubio. Sus ojos eran verde oscuro, ella apostaba a que tenían un tono grisáceo que le daba un aire misterioso; y su piel era bronceada, como si fuese del mediterráneo. Ella había sentido su escrutinio, la observaba con intensidad, esperando que delatara nerviosismo. No pudo evitar ampliar su sonrisa.

―¿Por qué te sonríes así? ―le preguntó Aaron.

―Estoy imaginándome cómo se vería él. ―Señaló a Connor con la cabeza―. Comiéndote la verga. ―Connor jadeó con sorpresa, Aaron la miró retador―. Quiero verlo ―demandó ella.

El rubio sintió su voz como un ramalazo de electricidad, volvió el rostro hacia Aaron cuando se levantó del sofá, se desabotonó la camisa y la dejó caer en el cojín, descubriendo su torso torneado y bronceado. Era evidente que una erección se escondía debajo de su pantalón de vestir, Connor lo sabía y se estremeció pensando que debajo de la tela fina y elegante, lo esperaba un miembro libre de ropa interior.

Aaron dio un par de pasos hacía él, manteniéndose de perfil para que Ría pudiese verlos, se bajó la cremallera y fue el propio Connor quien metió la mano para sacar el pedazo de carne erecta. La mujer apretó las mandíbulas, frente a ella había una verga bastante robusta pero no tan larga, gruesas venas se marcaban por todo el tronco, que fue desapareciendo dentro de la boca del rubio, que recibía el miembro con los ojos cerrados y la expresión relajada. Cuando alcanzó el fondo de su garganta, comenzó un mete-saca lento, en el que Connor alternaba lametazos por toda su extensión y succiones duras sobre el glande.

El moreno mantenía sus ojos fijos en ella, que observaba con concentración la escena, mientras se mordisqueaba el labio inferior por la parte de adentro. Ría soltó un suspiro, tomó el cuaderno, un lápiz, y comenzó a bosquejar.

Aaron decidió darle lo que quería, ella deseaba ver el verdadero proceso detrás del sexo entre dos hombres. Así que cuando comenzó a sentir el cosquilleo en sus bolas, lo detuvo, obligó a Connor ponerse de pie y empezó a besarlo, mientras le sacaba la ropa.

Ambos se abstrajeron de la mujer. Aaron tomó entre sus manos la erección de Connor, masajeando muy lento su miembro, que era más largo que el suyo. Sin darse cuenta se habían movido de lugar, abandonando el estrecho espacio entre el sofá y la mesa, trasladándose más cerca de la cama.

El moreno besó el pecho del rubio, fue bajando despacio hasta que su boca estuvo a la altura de su tronco que se erguía al cielo sin dificultad; ambos respiraban pesadamente, porque a pesar de que solo ellos estaban en el acto, de vez en cuando percibían a la mujer que dibujaba con movimientos furiosos, sin perder ningún detalle; cuando prestaban atención podían escuchar cómo Ría tomaba aire de forma ruidosa, inclusive notaban los pezones erguidos debajo de la tela del sostén.

Aaron empezó a lamer de arriba abajo el miembro de su compañero, largos, húmedos y calientes lengüetazos que fueron ensalivando la verga que iba masturbando tan, pero tan despacio, que el rubio soltaba pequeños quejidos de desesperación. El moreno aprovechó y ensalivó uno de sus dedos, y cuando se introdujo la polla de Connor en la boca, lo penetró despacio.

Él hacía todo despacio, prolongando el placer casi como una tortura.

Cuando se aseguró que Connor estaba listo, lo hizo recostarse boca arriba sobre la cama y se introdujo profundo dentro él, el rubio soltó un gruñido de placer que le erizó toda la piel. Aaron miró a Ría, que sostenía el lápiz sobre el papel y no perdía detalle de la escena; ese sonido calaba dentro, él le daba la razón.

Comenzó a bombear, manteniendo su vista en ella, sus ojos se trabaron uno en el otro; la situación era tan morbosa, casi quería pedirle que se desnudara y se pusiera sobre el rostro de Connor para que, mientras él se lo follaba, el rubio le comiera el coño.

La imagen mental lo hizo perder el control, y el vaivén acompasado que torturaba a su compañero se volvió violento, como un animal. Connor gruñó, un sonido ronco que vibraba en el centro de su pecho; Aaron reaccionó a tiempo para no correrse tan pronto.

El rubio se quejó, con voz entrecortada exigió que continuara.

Aaron lo besó con lentitud, apaciguando el ímpetu de ambos, volviendo al ritmo lento que convertía el simple sexo en algo más.

Salía y entraba despacio, mientras mordisqueaba su mandíbula, su barbilla, su cuello y sus labios; el sudor les cubría el cuerpo, el olor de sus colonias se entremezclaba embriagándolos más que el propio vino.

Un ligero gemido le hizo detenerse y concentrarse en la mujer, ya no llevaba pantalón, y escondía su mano debajo de un bikini negro. Se acariciaba despacio, observándolos, el cuaderno quedó abandonado sobre el suelo; alcanzó a vislumbrar unos trazos precisos de ellos dos.

―Ven ―invitó Aaron, saliéndose de Connor. Lo hizo ponerse de pie y darse la vuelta. Separó las rodillas del rubio, regó besos por toda la espalda, mordisqueó las nalgas y deslizó su lengua alrededor de su ano, haciéndole gemir. Ría observaba el proceso con tanta atención que ni siquiera se tocaba, se había puesto de rodillas y casi a gatas, registraba en su cabeza la imagen, las formas, pero sobre todo, el rostro de Connor arrebolado por el deseo.

Aaron se enderezó y escupió un poco en su palma para lubricar su miembro, luego se deslizó de nuevo por el culo de Connor y se enterró hasta el fondo. El rubio jadeó, Aaron lo obligó a erguirse también, aprisionó ambos brazos detrás de la espalda de Connor y lo hizo caminar firmemente hasta ponerse delante de Ría, que lo miraba con los ojos abiertos por la sorpresa. Aaron no estaba seguro qué cambió en su cabeza, pero le gustaba esa sensación de manejar a Connor así; lo hizo inclinarse lo suficiente, afianzó los pies en el suelo y comenzó a embestirlo.

El gemido ronco de Connor la estremeció, estaba a escasos centímetros de ella, podía extender la mano y acariciar los muslos del rubio, su miembro brincaba con las acometidas de Aaron, él la miraba, con sus ojos azules brillando de deseo, con la boca enrojecida por los besos.

―Tócalo ―le ordenó Aaron a la mujer.

El sonido de sus cuerpos chocando aturdía, piel contra piel, como un aplauso; se sentía tan acalorada que ella también sudaba, nunca pensó que ver a dos hombres cogiendo podría convertirse en una escena tan erótica. No solo quería tocarlo, quería lamerlo, morderlo, chuparlo. Tuvo razón, Aaron tenía una vena de dominio y control, la pequeña fracción de tiempo en que lo perdió, ella misma casi había alcanzado su orgasmo solo de escucharlos a ambos jadear y gruñir.

Se puso de pie, eran bastante altos, por lo menos el rubio le sacaba diez centímetros. Se detuvo frente a él y trabaron miradas: la de Connor turbulenta, la de ella ávida.

―Tócame ―pidió él con voz ronca. Ella dio un paso, levantó su mano y la cerró alrededor del miembro caliente. Connor gimió al contacto, Ría bajó y subió tan lentamente como lo hacía Aaron, era tan desesperante que quería gritar―. Más ―demandó, pero ella le sonrió con malicia y ralentizó más las caricias.

Gruñó de frustración, descansó la cabeza sobre el hombro de ella, mientras se removía con la necesidad del contacto, sentir su mano aferrándolo despacio era una tortura.

Sintió las uñas arañando con suavidad su tronco, eso desencadenó un montón de sensaciones nuevas que se arremolinaron en sus testículos, subieron por su espalda y explotaron entre las manos de ella.

Por instinto apretó las nalgas y el recto, lo que hizo que Aaron gruñera, llevaba aguantando su liberación, pero el sonido ahogado del rubio y su reacción hizo que se corriera profusamente dentro de él, clavándose hasta el fondo de su ser.

Ella se alejó un poco, Connor la miró con ojos turbios, lleno de deseo. Hubiese querido correrse en su boca o dentro de su cuerpo, Ría solo sonreía con satisfacción.

Aaron se salió de su compañero, apoyó la frente sobre su espalda y lo abrazó con fuerza.

―Creo que necesitan ducharse ―sugirió Ría, había vuelto al suelo y recogía sus implementos, empezando a dibujar.

Ambos hombres se encaminaron al baño, el rubio agradeció que la ducha era amplia y los dos dispusieron de la misma. Mientras el agua caía por el cuerpo de uno, el otro se enjabonaba. Se bañaron en un plácido silencio.

―Dios, Aaron… ―soltó después de un rato, cuando se estaba enjabonando y el moreno se aclaraba el jabón―. Quiero follarmela. ―Quiso evitar el tono culpable de su voz, pero no pudo. El moreno la miró.

―Yo también ―respondió sin avergonzarse.

Salieron de la ducha, Aaron con la toalla alrededor de sus caderas, Connor completamente desnudo, secándose el cabello.

Ambos querían lo mismo.

A Ría, ensartada entre los dos.

Ella los miró complacida, Aaron se acuclilló a su lado y examinó los bocetos que se extendían en el suelo; no pudo negar que eran buenos, bastante detallados a excepción del rostro, como prometió.

El moreno deslizó su mano por la mejilla de ella, bajando hasta su cuello; su piel fría contrastaba con la de ella.

―Estás caliente ―le soltó en doble sentido. Ella se rio.

―No tienes ni idea ―respondió.

―Entonces debemos bajarte la temperatura ―indicó Connor, invitador.

Ría sintió una opresión en su abdomen, una mezcla de cosquillas y vacío, como si estuviera en una montaña rusa. Se mordió el labio, ellos dos eran pareja, no estaba segura si quería meterse en medio de una relación.

La ventaja era que, después de esa noche, ya no los vería de nuevo.

Los músculos de su vientre palpitaban, podía sentir la humedad en su ropa interior.

―¿Acaso tienes miedo? ―La voz ronca de Connor y el toque burlón le hacían estremecer, deseaba escucharlo gemir. Apenas asintió las poderosas manos del moreno la izaron casi en el aire y la llevaron a la cama.

Ambos la miraban enajenados por el deseo, el moreno se posicionó a su derecha y el otro a la izquierda, las caricias discordantes comenzaron a subir, por un lado, su abdomen hasta alcanzar su pecho, mientras por el otro bajaban hasta su muslo y se colaban debajo de su ropa interior.

Connor era desesperado y brusco, como si se le fuese la vida en ello; gruñó de deseo en su oído cuando sus dedos entraron en su interior. Ría jadeó ante la intromisión, abriendo las piernas para que llegara más profundo.

Aaron se enfocaba en sus pezones, a los que prodigaba lánguidas caricias mientras su boca regaba besos y mordidas por el largo de su cuello.

―Estás tan lista ―ronroneó Connor y su voz la estremeció.

Se incorporó sobre ella; le sacó el resto de la ropa y los grandes senos surgieron, coronados por unos pezones de un tono caramelo; en la uve de su entrepierna descubrió un monte de venus carnoso, decorado con una delicada hilera de vellitos que culminaban allí mismo, dejando al descubierto unos labios depilados, gruesos y húmedos.

Connor tomó un pezón dentro de su boca, mientras el moreno tomó el otro. Ría gemía, absorbida por las sensaciones, por las manos que la tomaban con fuerza en contraste con las otras delicadas pero firmes. El rubio no aguantó más, se enderezó entre sus muslos, la alzó por las nalgas, dejando parte de su cuerpo en vilo y se clavó en su interior.

Un gemido de doloroso placer escapó de sus labios, Connor se mantuvo allí, atento a su reacción, Ría tenía los ojos cerrados, disfrutando del placer que se irradiaban a todos lados, comenzó a gimotear meneando las caderas, porque el hombre no se movía.

―Más ―exigió―, hazlo con fuerza.

Connor sonrió perversamente.

Los embates comenzaron; ella gemía, Aaron observaba cómo su compañero la embestía, jadeando con fuerza, tensando los músculos, con el rostro transfigurado de deseo. Ría se aferró a su muslo, tratando de mover su cuerpo para ir al encuentro de la verga que la partía en dos. Ella giró su rostro hacía el moreno, le sonrió con perversidad y desplazó su mano hasta su miembro, que comenzó a masturbar. Él no pudo contenerse, se arrodilló cerca de su rostro poniendo al alcance de sus labios la polla húmeda, Ría no se hizo de rogar, la introdujo en su boca, permitiendo que los mismos embates de Connor acompasaran la mamada.

Ría se detuvo en un punto, sus quejidos se tornaron en gemidos ahogados, sus manos se aferraron a sus pechos donde castigó sus pezones sin piedad.

―Me-me-me-cooo-co-coo-me corro ―anunció. Connor gruñó y se detuvo.

―Mujer…

Ría apretaba los músculos internos con fuerza, mientras las convulsiones del orgasmo se sucedían. Connor llegaba profundo, moviéndose con violencia, sabiendo que ella no iba a romperse.

―Sabes que esto aún no acaba, ¿cierto? ―preguntó Connor con voz cargada de deseo―. Queremos follarte los dos.

―¿Al mismo tiempo? ―preguntó ella. Él asintió―. Sé gentil, cariño ―pidió a Aaron que la veía con avidez.

Connor se tumbó en la cama, sentándola sobre su erección. Ambos gimieron, ella no pudo contenerse y comenzó a menearse. El rubio la tomaba por los muslos, aupándola para que lo hiciera más duro. Aaron no sabía cuánto tiempo iba aguantar, porque aunque se había corrido previamente, la situación era morbosa, Ría se entregaba sin reparos, disfrutando de lo que le daban.

Cuando ella se inclinó para apoyarse en el colchón y seguir con el mete-saca, Connor la apresó entre sus brazos inmovilizándola. Aaron aprovechó para trabajar su culo, con largos lametones que iban desde el tronco de Connor hasta arriba. Ría gemía, sonidos calientes que se mezclaban con los jadeos del rubio. Él sentía que dirigía una orquesta, podía estimular a ambos, obligando a Connor a que elevara las caderas un poco.

Separó las nalgas de Ría todo lo que pudo, penetró el estrecho orificio con su lengua, ensalivándolo; introdujo un dedo, ella se estremeció, con las suaves caricias que él le estaba dando y las palabras de aliento que Connor susurraba, pronto fueron tres dedos los que entraban, mientras la propia Ría se movía buscando la fricción en su vagina y trasero.

Aaron posicionó su glande en la entrada y lo deslizó despacio, su grosor era considerable, así que no podía ser violento, no podía estacarse de una sola vez como deseaba, así que comenzó el vaivén, entrando cada vez un poco más.

Los quejidos cambiaron a gemidos, fue la misma Ría quien movió su cuerpo para que él se enterrara más profundo. No pudo contenerse, el último tramo lo hizo sin medir las consecuencias. Ría se quejó, pero él se mantuvo estático, mientras Connor la sostenía, rozando despacio su miembro dentro de ella.

Aquello era magnifico. Podía sentir a Connor del otro lado, acariciando su propio miembro.

―Deja que yo me mueva ―pidió―, podríamos lastimarla.

Connor se detuvo, liberó el cuerpo de la mujer y la sostuvo de las caderas. Ría se apoyó en la cama, dejando su boca muy cerca de la de él.

Aaron se movió lento, disfrutando del placer que nacía desde su tronco. Aquello era nuevo, nunca había experimentado la doble penetración. Se aferró a la cintura femenina, pellizcó sus nalgas hasta que enrojecieron, no supo en qué momento sucedió, pero el vaivén lento se salió de control, los tres gemían desesperados, Connor elevaba las caderas deseando llegar más adentro, Ría se movía adelante y atrás, los tres consiguieron la sincronía ideal.

La primera en alcanzar la cumbre fue ella, la estimulación sobrepasó todo en su cuerpo y estalló como si el mismo inicio del universo estuviese sucediendo en su vagina.

Connor anunció su orgasmo, y en el último minuto sacó su miembro, regando su semilla sobre su propio abdomen, aprisionando su polla entre ambos cuerpos. Aaron se clavó un par de veces más, cada vez más adentro y gimió sonoramente antes de sentir cómo estallaba en las entrañas de esa mujer.

Los tres se desplomaron sobre el colchón, con Ría en medio de los dos. Aaron miró a Connor, jadeante, despeinado, sexy.

Ambos comprendieron, en esa comunicación silenciosa, que había un problema.

Se gustaban, pero comprobaron que continuaban gustándoles las mujeres. No obstante, el cuerpo tibio de Ría se sentía bien entre ellos dos, no había motivo para pensar en eso; en la mañana, tal vez todo tendría más sentido, incluso podrían repetir.

Y se durmieron.

Al día siguiente encontraron una hoja sobre el escritorio, un dibujo de ellos dos durmiendo. Aaron apoyaba la cabeza sobre el hombro de Connor, mientras este descansaba su mano sobre el abdomen de él.

De Ría… no supieron más nada.

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