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Andrés tiene mala fama y gusta de tergiversar la verdad a su conveniencia. Martina es honesta y disciplinada. Él está a punto de perderlo todo, ella también. Un plan para enfrentar la adversidad del momento, ¿se convertirá en un ganar-ganar? ¿Qué pasaría si los negocios dieran paso al placer? ¿Y si ellos descubrieran las luces del corazón del otro?

Capítulo 1. ¿Ganar-ganar?

…«Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos»…Julio Cortázar.

Noviembre 22, 2019. Buenos Aires, Argentina.

¡No va a ser sencillo! Se dijo agobiado. Esa mujer lo despreciaba, mejor dicho no le daba ni la hora. Pero Andrés Bencomo, siempre había estado más allá de la vergüenza y ese día no iba a ser la excepción. Necesitaba un favor de una chica seria, y Martina Alonso era la única mujer decente que conocía. Tal vez en exceso correcta y mojigata. Se alzó de hombros y se deshizo de la correa de la que pendía Morena, su guitarra, y con sumo cuidado la colocó en su estuche y lo cerró. Al colocarse la chaqueta de piel, palpó el sobre de papel que resguardaba en su bolsillo interno, y suspiró. Bajó entonces del escenario  y caminó resuelto hacia el mostrador del bar. 

—¿Se te perdió algo? —preguntó Martina, con su voz repleta de hostilidad. Mantenía la mirada fija en la tabla donde cortaba limones, con el rostro inexpresivo pero la rigidez de sus dedos al hundir el cuchillo la traicionaba.

—Necesito algo de vos —confesó  Andrés, mirándola atentamente. ¡Dios bendito! Era la primera vez que estaba a su lado estando completamente sobrio, y advirtió unas cuantas cosas de ella que llamaron su atención.

Para comenzar, era más atractiva de lo que había dado por hecho. Su figura no era muy espectacular; Martina era pequeña y delgada, sin apenas caderas o senos. Andrés gustaba de mujeres voluptuosas, y bien dispuestas a tomar parte en los vigorosos revolcones de alcoba con los que solía disfrutar. Pero estando ahí observándola, notó que tenía un rostro cautivador, sus ojos eran castaños y poseía pestañas largas, oscuras y espesas que al dejar caer los párpados sin duda lo someterían de inmediato. Su cabello oscuro siempre recogido cuidadosamente en una coleta alta. Su cutis era perfecto y limpio como el de un bebé. Su boca…¿Cómo es que nunca antes se había fijado en esa boca? El labio superior era un arco perfecto y el inferior, ¡Dios! Él estaba deseando morderlo. Entonces estrechó la mirada cuando ella apretó los labios disgustada.

—No puedo ni siquiera sospechar lo que podrías necesitar de mí —dijo Martina con sequedad—. Soy solo una de las camareras, no alguna de las ram…mujeres con las cuales acostumbras gastar el tiempo.

Andrés se rió sorprendido de su agudeza. Lanzó una mirada a Damian, su primo quién lo esperaba en una mesa del centro del bar, el mismo que había predicho que Martina no le ayudaría en modo alguno. «¡Te lo dije!» pareció gritarle al momento de resoplar y sacudir la cabeza antes de dar un sorbo a su cerveza oscura. Él estrechó sus verdes ojos haciéndole ver que no renunciaría tan fácilmente. 

Volvió su mirada a la chica del mostrador; ella lo haría arrastrarse, lo veía claramente. La escudriñó y tomó en cuenta las razones por las cuales, Martina,  no sentía ningún  gramo de simpatía por él. Eran tan opuestos. Ella era intachable. Él tenía mala fama. Ella era seria y honesta. Él decía verdades a medias la mayoría de las veces. Ella era muy disciplinada. Él jamás se había refrenado en algún aspecto siquiera. En cierto modo la envidiaba.

Comprendió que debía ser franco. Martina Alonso no le parecía una mujer que tolerara evasivas.

—Mi madre se está muriendo —dijo. 

Sus palabras ocasionaron que ella se cortara con el cuchillo. El incidente hizo que Andrés actuará en consecuencia, se movió de prisa con ella hacia la pileta y la hizo colocar bajo el chorro del agua el dedo lastimado. Martina parecía muy sorprendida de que precisamente él, fuera tan solícito y la procurara. Mientras el chico le atendía la herida, le observó con curiosidad.  Era alto y atractivo. Las mujeres solían perder la cabeza por su ondulado cabello castaño y sus verdes ojos. Y Dios esa sonrisa, ella había tenido que recurrir a una abierta hostilidad en su contra para no caer de rodillas. 

—Con esto será suficiente —afirmó él después de cerrar la tirita adhesiva sobre el corte de su dedo.

—Lo siento —murmuró ella sorprendiéndose ambos de que hubiera suavizado algunos grados su tono.

—Yo también, pero tuve la oportunidad de hacer algo por vos —comentó recargando la cadera en la tarja de acero.

—Me refería a lo de tu madre —explicó la chica.

—Bueno, de eso lo que más lamento es que ha decidido desheredarme —expresó Andrés alzándose de hombros—. Ella y vos parecen compartir similares opiniones sobre mi desenfadado modo de vida. Me ha acusado de no tener moderación y ser lo más nefasto que se haya encontrado jamás —una leve sonrisa cruzó sus labios—. Sólo espero que tenga razón.

 Martina exhibía un semblante de franca perturbación por su discurso.

  —Pareces orgulloso de ser tal desilusión para ella—dijo.

 —Lo  estoy — aseguró con una sonrisa vacía—. Tal vez…

Ella sacudió la cabeza y se giró para regresar a sus labores, él fue tras ella.

—Mira estoy ocupada, aprecio que me ayudaras con lo del corte, pero no me interesan tus líos —dijo ella exasperada al girarse con rapidez y casi chocan pues él no alcanzó a anticipar ese movimiento suyo, y se frenó a nada de embestirla.

—Para mí no es sencillo pedirte un favor, ¿sabés? 

Martina exhaló el aire de los pulmones, mortificada por estar siendo tan grosera; ese hombre siempre se las ingeniaba para sacar lo peor de ella. Andrés reparó en que la chica titubeaba y señaló con su mano hacia una mesa. Ella aceptó escucharlo.

En pocos minutos descubrió que las cosas no suelen ser siempre lo que se ve a simple vista. Andrés era  el dueño del local, pero también el heredero de una importante empresa textilera, de las pocas  que mantenían en funcionamiento la economía del país. Eso último, jamás lo habría imaginado dada: su desaliñada apariencia, su afición por beber y trasnocharse. Gastar el tiempo metido en esas cuatro paredes o entre las piernas de alguna mujer. Ella lo consideraba un músico genial que sin embargo no se tomaba en serio así mismo.

—Todo lo que has dicho solo me confirma que eres un niño mimado —expresó ella con el ceño fruncido—. Estas aquí en lugar de ocupar tu sitio en la empresa de tu familia y hacerte cargo como un hombre serio. Por supuesto que a ti te atraen más las jornadas largas, y el ambiente desenfadado.

—No todo en la vida es firmar cheques Martina —replicó con seriedad, y logró captar su atención—. Podría estar en una oficina con excelentes vistas, es cierto. Pero preferí apostar por mi país, con algo más pequeño. Algo que me perteneciera solo a mi, que no me hubiera sido dado. Puedo no parecerlo, pero soy responsable de cada persona aquí, incluyéndote. Porque todos ustedes, sus gastos, sus deudas, sus sueños; dependen del mío. Sí te pido ayuda, es porque no me da la gana que me arrebaten lo que se supone también me pertenece.

—¿Y exactamente qué necesitas de mi? —cuestionó recargándose en el respaldo de su silla y cruzando los brazos a su pecho.

—Necesito que finjas que entre nosotros ha surgido un interés. Que me acompañes a una gala de beneficencia de la empresa y después a algunos otros eventos, hasta que mi madre se convenza de que en verdad he dejado de perseguir faldas y me encuentro interesado en una mujer decente.

—Nadie va a creerse esa broma —bufó ella, él estrechó la mirada—. Sé la clase de chicas que persigues, y tú jamás te interesarías en una mujer como yo.

«¡¿Qué él jamás se interesaría en ella, había dicho?!» gritó en su mente. ¡Dios del cielo! En ese preciso momento deseaba alzarse sobre su exquisito cuerpo y besarla hasta que perdiera el sentido. Anhelaba romper los botones de su sencilla blusa y desnudar sus respingones senos, lo cual en verdad le resultaba extraño dado que siempre se había interesado por mujeres más dotadas.

—Soy muy persuasivo cuando así lo quiero —se limitó a responder—, haré mi papel a la perfección. ¿Tú podrías?

Martina le obsequió una evaluativa mirada.

—Supongo que podría, no estas tan mal —replicó después de unos segundos, en realidad no lo estaba considerando solo le tomaba el pelo—. Debajo de ese aspecto descuidado tuyo, eres mono.

Andrés arqueó una ceja sorprendido. No se consideraba vanidoso, y rara vez pensaba en su apariencia excepto para asegurarse de que estaba limpio. Sin embargo sabía que las mujeres lo encontraban atractivo.

—¿Qué gano yo con todo esto? —preguntó ya harta de estar perdiendo el tiempo con ese mimado.

—Sí vos accedés a ayudarme, puedo pagar tus deudas y evitarte problemas con migración —ofreció deslizando sobre la mesa el documento que llevaba a resguardo dentro de su chaqueta.

Ella tomó el sobre y sus manos temblaron al leer su contenido. Era una copia de su expediente laboral, y otra de su pasaporte y visado expirado. 

Andrés experimentó una oleada de depredadora satisfacción, al leer el horror en su mirada y su agobio cuando ella decidió mirarle de nuevo a los ojos.

—Tu permiso para estar aquí ya expiró. Sí te negás, yo mismo te entrego a migración. Y sí alguien filtra que se perdió un dinero para el pago de proveedores, que resulte ser la cantidad de tus deudas; eso podría dificultar tu vuelta a este país y tu hermano se quedaría a la deriva—presionó esbozando una sonrisa calculadora y cruel. La sonrisa de su madre, meditó.

Martina se sintió enferma, su hermano no tenía a nadie más. Era un chico brillante en cuestión académica, pero le faltaba malicia. Sin ella a su lado, apoyándolo podría tirar todo por la borda y el esfuerzo de los últimos dos años no habría valido nada. 

—Infeliz…—murmuró ella apretando los puños y arrugando los documentos. 

Durante unos segundos guardó silencio, Andrés, sintió como se le retorcía el corazón y quiso retirar sus amenazas, tranquilizarla…prometerle que jamás permitiría que alguien la dañara o a su hermano.

—De acuerdo —pronunció ella al sostener de nuevo su mirada.

Y él se guardó su arrepentimiento para esbozar una socarrona sonrisa.

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