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Anaelise estudia el primer año de Medicina en la universidad de Durango Colorado, ciudad donde reside con su padre. Ella trata de llevar una vida, pero sabe que es un compendio de fragmentos que ha tratado de volver a unir por años.

Su terapia una vez a la semana, es el lugar de refugio donde respirar no le cuesta tanto. Todo en su vida debe ser cuidadosamente planeado

Sin embargo, el cambio repentino de su Psiquiatra jubilado y el profesor más verdugo de la academia, que a resumidas cuentas resultan ser la misma persona, desequilibran su supuesta normalidad haciendo que ella saque a flote los rincones más oscuros que ha querido esconder desde hace mucho tiempo.

Xavier está convencido que nadie interrumpirá su rigurosa vida, de hecho, él es lo suficientemente cuidadoso como para que nadie esté a su lado por lo menos 24 horas seguidas.  Es un hombre cerrado, dominante y muy controlador, entre eso, manipulador. Pero cuando Anaelise entra en su campo de visión, no solo sacará lo peor de él, ella romperá sus barreras y desatará el caos que él mantiene oculto.

Ellos son sombras, y estas, se unirán formando un caos interminable.

Prologo

—Entonces… ¡Felicidades, Anaelise!

Ella alzó su mirada lentamente y observó sin ninguna expresión a Oliver Walsh. Su Psiquiatra desde que tenía 5 años. Había pasado mucho tiempo ya desde el primer día en que llegó a este sitio, Anaelise actualmente tenía 19 años, pero su alma parecía como de 80.

Ella sintió algo amargo en la boca al escuchar esas palabras, sabía lo que él intentaba hacer cada vez que ella venía a este lugar. Oliver no era su persona favorita, de hecho, no tenía una. Pero Walsh de cierto modo era el respiro que necesitaba una vez por semana.

—¿Por qué me felicita? —preguntó muy bajo.

Oliver pasó un trago. Eran muchos años estudiando a esa chica que estaba frente a él. De hecho, ahora mismo la consideraba parte de su vida. Anaelise tenía la misma edad que sus hijas, y leer su caso cada vez que estaba por entrar a su consultorio para atenderla, le partía el alma en mil pedazos.

«Ninguna niña merecía haber pasado por lo que ella pasó».

Así que suspiró teniendo la paciencia necesaria.

—Bueno… no muchos logran estar en esa facultad, Anaelise, de hecho, la carrera que escogiste es una de las más difíciles. Y lo digo por experiencia propia.

Él le asomó una sonrisa, pero no obtuvo una de vuelta.

Anaelise se removió en el asiento y luego asintió.

—De igual forma no es para que me felicite —dijo rápidamente—. Son 5 años los que me esperan, si paso ese obstáculo entonces… veremos.

Oliver arrugó el ceño.

—¿Obstáculo? Ya hablamos de eso. Podemos llamarle “meta”, esa palabra suena mejor —respondió su Psiquiatra, pero ella no le siguió la cuerda.

Ella quitó la mirada del hombre y luego la centró en aquella pecera que tanto le gustaba admirar. Allí se encontraba solo un pez. Oliver le dijo una vez que nunca supo qué comprar para llenarla, entonces decidió por los peces que más le gustaron, por lo tanto, después de unos días, algunos se comieron entre otros, y al final, quedó el más pequeño e insignificante en la pecera. Parecía que esa imagen la hacía sentir comprendida, no sabía cómo explicarlo, pero ella se sentía así.

Muy sola.

Después de unos minutos observando la pecera, rodó los ojos hacia el reloj. Detestaba estar a merced del tiempo y parecía que sus horas aquí eran las más rápidas de toda la semana. Suspiró pesado sintiendo una aprensión en el pecho. Después que saliera de esta habitación volvería a enfrentar su vida y pediría en súplica que se pasara el tiempo rápido para volver de nuevo.

—Quiero suspender la mitad de su tratamiento Anaelise…

Ella estaba sumida en sus propios pensamientos, pero definitivamente esta frase aceleró su corazón, como mil corrientes juntas.

Abrió mucho los ojos y se giró de golpe.

—¿De qué está hablando? —preguntó torpemente hacia el hombre.

Oliver pudo sentir el temblor de su voz y trató de ser rápido con lo que quería decirle…

—Anaelise, por favor, escúcheme. Quiero su bienestar, así que he decidido suspender los medicamentos progresivamente, ya son muchos años y…

—¡Usted sabe qué me llevará de esto…! —interrumpió agitada, de hecho, se levantó de su asiento mientras caminaba por ambos lados.

—Lo entiendo. Pero debo hacerlo, inclusive creo que me siento culpable de que su TEPT* se haya vuelto crónico.

Ana soltó una risa irónica a lo que se frenó delante de él.

—¿Culpable? —Preguntó con una risa escalofriante en sus labios—. Usted no tiene nada que ver con esos hijos de…

—Anaelise…

El pecho de ella subía y bajaba agitado. Tenía la cara roja y las pupilas dilatadas. Necesitaba tratar de controlarse, lo que Oliver estaba diciendo solo era una broma. «Debía serlo».

—Por favor —el tono de su voz cambió cuando se dirigió a Oliver de nuevo—. No quiero volver a pasar por esto, no quiero las pesadillas, ni los ataques de pánico, ni nada de esa mierda.

—Escucha… —Pidió Oliver levantándose y tomando sus hombros. Ella rechazó el tacto al instante, a pesar de los años, y de que confiaba plenamente en Oliver, no soportaba ese tipo de gestos hacia ella. Oliver retiró la mano y luego aspiró para tener más calma—. Solo lo intentaremos, además, vas a entrar en una nueva etapa de tu vida, es necesario que te sueltes más, incluso, ¿quién quita que hagas nuevas amistades, y hasta quieras tener un novio?

Por primera vez en mucho tiempo, escuchó una carcajada de Anaelise. Aunque esta carecía de gracia, sabía que la idea le resultó muy graciosa, y eso era un punto positivo en medio de todo su caos.

—Solo dame mi récipe para reclamar mis medicamentos, Oliver —ella le respondió y él le devolvió la sonrisa.

—Solo te lo advierto Anaelise, quiero que sepas que deseo lo mejor para ti, superarás todo esto. Eres fuerte, y lo superarás.

Ella quitó de su rostro todos los rastros de alegría que de forma inexplicable aparecieron segundos atrás.

«Nadie», ni siquiera Oliver Walsh que la había atendido por 14 años consecutivos podría imaginar por lo que ella había pasado. A Anaelise no solo le había robado su cuerpo, su esencia y hasta sus sueños. A ella le había destrozado el alma.

Estaba rota, y sabía que era imposible tener una vida normal, incluso estaba segura de que eso jamás sucedería.

Oliver firmó su récipe, reduciendo en un 10% la medicación. Comenzaría por algo, porque, aunque sabía que ella no lo iba a entender muy bien, lo peor no había llegado. No podía imaginar qué pasaría cuando le dijera la otra parte, esa donde él ya no formaría parte de su sesión semanal.

Así que tomó el papel y lo asomó hacia ella.

La chica agarró el récipe de inmediato y lo dobló para colocarlo en la parte trasera de su jean.

—Lo veré en una semana —se despidió Anaelise, luego de una larga mirada para abandonar así su lugar de refugio.

Entonces Oliver soltó un suspiro largo y luego volvió abrir el archivo gordo que tenía entre sus manos. Pasó las páginas de toda la documentación que tenía de Anaelise, hasta que encontró las líneas que tanto le perturbaba leer.

Estos trazos eran algo torpes, ella aún tenía 8 años cuando Oliver Walsh le pidió que escribiera algo sobre el amor. Así que volvió a leer su escrito:

“El amor puede doler, el amor puede doler a veces. Pero eso es lo único que conozco.

El amor puede sanar, incluso un alma no está lo suficiente rota como para que el amor no pueda componerla. Así que esto es lo único que conozco.

Y si me lastimas, bueno, lo intentaré de nuevo, y eso está bien para mí”

* (TEPT): Trastorno de estrés postraumático.

Capítulo 1

El día era gris, lluvioso y aburrido… aunque la época determinaba que no habría mucha lluvia, hoy era un día de esos en que el tiempo tomó desprevenidos a todos los habitantes de Durango, Colorado.

De hecho, hasta a la misma controladora Anaelise que estaba refutando empapada, mientras trataba de abrir la puerta de su casa.

Ana vivía en una especie de residencia de clase media, en ella solo se encontraban 20 casas alrededor de la suya y sus vecinos siempre trataban de llevar una buena convivencia para la comunidad. Sin embargo, esta casa, donde residía con su padre, nunca sumó para hacer parte de esa armonía. Pagaba su condominio por transferencia y nunca participaba en ninguna actividad que solía realizarse los fines de semana.

Ahora mismo, frustrada por no poder abrir, Anaelise sabía que la señora lambiscona e intrépida estaba en el porche frente a su casa, observándola detenidamente. Ni siquiera sabía su nombre, la tituló “lambiscona” porque siempre trataba de sacarle conversación cuando entraba o salía de su casa. Así que, estar mojada, resbaladiza para tomar sus llaves, y con la mirada insistente de aquella señora, solo le aumentaban la ansiedad y el fastidio.

A muchos les encanta la lluvia, de hecho, la anhelaban para ovillarse en casa y ver películas con la familia. Pero… En su caso, la lluvia era una tortura, eso sumado, a que ella detestaba estar en “esa” casa.

Por fin, después de varios improperios encontró la llave y le dio vuelta para abrir la puerta. No esperó mucho y cerró de un portazo tirando el bolso que tenía colgado de lado a su cuerpo, colocando las llaves sobre una mesilla cerca.

Todo estaba en silencio. “Y esto era normal”.

Nadie la esperaba al llegar, ni tampoco debía recitar como estuvo su día a alguna persona.

Ella era una chica reservada, inteligente y con cero por cierto de relaciones interpersonales. Aunque tenía 19 años, ni siquiera tenía una mejor amiga.

Abrió la puerta de la nevera y detalló todo su contenido. Tomó una manzana verde y luego la lavó para comer. Tomó un lapicero y una libretilla cerca de la cocina y comenzó a escribir en forma de lista las cosas que estaban haciendo falta en la despensa, y mientras ella creaba la lista en su mente fue interrumpida por la voz de Carla.

—Hola, Ana…

La mujer rubia se detuvo frente a ella queriendo pasar a la nevera también. Alzó la vista y le dio el paso mientras daba una ojeada al reloj de pared.

«Carla iba a prepararle la cena a su padre».

Carla Grotts era la cuidadora de su padre desde que cumplió 12 años. Esta se encargaba de todos los cuidados de él, incluso cuando ella estaba presente.

Edward Becher, el padre de Anaelise, hace 7 años sufrió una caída cuando trabajaba para una constructora del estado. Estaba destacando su rol de arquitecto revisando la obra, cuando deslizó de un arnés mal equipado y cayó de casi 4 pisos de altura. El que hubiese sobrevivido, era un milagro, sin embargo, este suceso no fue para nada devastador para Anaelise.

Ella odiaba a su padre.

Luego de este hecho, el estado indemnizó a Edward colocándole una tutela a su hija, junto con el cumplimiento de todos los pagos a sus necesidades; lo que incluía: pago de su cuidadora y enfermera privada, cubrimiento de todas las necesidades de sustentación, y el pago de la preparatoria de Anaelise, incluso su universidad.

Era sencillo de escuchar, no obstante, hubo una condición para que su hija pudiera sacar provecho de todas estas regalías, que a la larga eran justas. Ella debía quedarse con su padre y vivir bajo el mismo techo, como también cuidarlo por las noches cuando la enfermera se fuera del lugar para descansar.

Cuando la chica de 12 años fue citada junto con la persona que se había encargado de su tutela, ella había querido vomitar en el recinto.

La noticia del accidente de su padre en el momento, fue como tirarse en una piscina justo cuando el calor ya no era soportable para el cuerpo. Incluso pensó que después de esto, ese hombre desaparecería de su vida. Pero no fue hasta que le informaron de esta condición cuando sus esperanzas cayeron, y ella no tuvo otra cosa más que asentir.

Viviría nuevamente su infierno, solo verle la cara todos los días a ese hombre que la observaba en silencio era una pesadilla para ella.

Así que, en resumidas cuentas, aunque parecía que las cosas no eran fáciles para Anaelise, simplemente trataba de llevar una vida, aparentemente normal.

—Hoy debo irme una hora antes —volvió a decir la mujer en dirección de Ana—. ¿Estarás bien con eso?

—Sabes que después que dejas a ese hombre en su cama, de la misma manera lo encuentras al otro día —respondió Ana sin mirarla, siguiendo con su lista de compras.

Carla la ojeó por un momento, quería saber de una forma desesperada cuál era el motivo por el que Anaelise odiaba tanto a su propio padre. Incluso en la ciudad se cotilleaban muchas cosas acerca de Edward Becher, pero nada sobre la chica.

Durango, Colorado, era una ciudad pequeña y montañosa, muy ciudad y muy acelerada con su forma de vivir. Pero a la final se podía saber sobre la vida de todos. Así que la casa de los Becher se había convertido en un enigma que hacía picar la curiosidad a muchos habitantes que vivían cerca de la residencia.

Para Carla, el padre de Anaelise era un mujeriego de su época. No era millonario, pero era un hombre profesional que podía tener todas comodidades en su vida.

Sin embargo, cuando Anaelise tenía 4 años, Ross Overent, su madre, enfermó de una neumonía de la que no se pudo recuperar. Después del sepelio de su mujer, Edward dejó ver lo peor de su persona. Bebía casi todo el tiempo, era incumplido con sus trabajos, y se llevaba a cuanta mujer se encontrase en el camino.

Entonces el hermano de Ross, Ned Overent, tío de Anaelise, llegó a la casa para transcurrirla de vez en cuando y tratar de componer la situación para que a la pequeña no viese el mal ejemplo que su padre le estaba dando. Ese hombre llegaba y se iba durante al menos 5 años consecutivos, hasta que un día sin que nadie entendiese, desapareció. “Quizás se había obstinado de la situación”, pensó la gente.

Todos hablaban de más, pero siempre decían que ese incidente de Edward había sido algo como un suicidio, que, por cuestiones de la vida no se materializó. Así que la llegada del tío de Anaelise fue como el ruego que todos habían hecho para esa niña desprotegida. Ya que después que Edward despertara en el hospital, el médico anunció que quedaría cuadripléjico de por vida, y aunque él podía hablar, nunca más lo hizo.

Carla volvió a remover la salsa para la pasta de la cena y movió los labios indecisa, luego de recordar toda esta historia.

—Anaelise…  —dijo de forma cuidadosa. Sabía cuál volátil era la muchacha—. He leído varios periódicos, y sabes, a veces la prensa miente…

La chica quitó los ojos de la libreta y miró fijo a Carla, el tono de la voz de la mujer le decía a gritos que tocaría un tema que iba a incomodarla.

—¿Sobre qué? —preguntó rápido dejando su lapicero en el muro.

—Es que, ya sabes, dicen que hubo una denuncia contra tu padre, pero que fue cerrado el caso…

La agitación en el cuerpo de Ana comenzó a multiplicarse, de hecho, la rabia era de la misma magnitud como las otras veces cuando alguien quería meter la mano en la llaga, ella conocía los síntomas a la perfección. Pero, por un momento pensó que esto era insignificante y que no valía la pena gastar energía en ello.

Dio una mirada rabiosa hacia Carla y no titubeó más de dos veces en responder.

—Señora Grotts, a usted le pagan por cuidar a mi padre, no por la información que yo le dé. Si está muy interesada…

—¡O no, Ana…! ¡Lo siento! —se disculpó la mujer de inmediato sin dejarla terminar. Así que Anaelise se giró sobre sus propios talones y subió a su habitación sin pensarlo.

Estaba agotada, hizo todos los trámites para el inicio del año y solo ese hecho la hacía temblar. Leyó que esa facultad era 50 veces más que su pequeña preparatoria. Y saber esa cifra, más todas las personas con las que tenía que lidiar a diario, le hacían querer pensar en declinar sin haberlo intentado.

Se detuvo frente al espejo y escuchó las palabras de Oliver en su cabeza.

Esta era una de esas estupideces que él le colocaba hacer a diario, y tenía mucho tiempo sin hacerlo, recordándolo ahora. Vio su imagen de pies a cabeza, pero no encontró nada que la hiciera sentir bien.

Era delgada, su cabello era castaño y cualquier persona que la viera a simple vista, podía concluir que ella era una chica linda, y agraciada. Pero lastimosamente ella solo podía ver oscuridad en su cuerpo, incluyendo la repulsión que le causaba este.

Se quitó los zapatos y se tiró a la cama ovillándose mientras una lágrima corría por sus mejillas. Quería, y estaba tratando, pero en días como estos incluso, solo quería echarse a dormir y abandonar el esfuerzo.

—No puedo Oliver… —susurró antes de quedarse dormida.

*****

Anaelise leyó muy bien el número de aula, pero volvió su mirada al horario que tenía en sus manos. Allí estaba impreso en detalle, las horas y el número de clase que le correspondía de forma ordenada.

Esta era la universidad, Fort Lewis College. Hoy era lunes, eran las 8 de la mañana y este era el salón correspondiente para que ella entrara. Pero, temblaba por dentro.

Muchas personas pasaban por su lado, algunas chocaban los hombros con ella generándole ciertas corrientes en su cuerpo. Su mente le pedía a gritos que se fuera, que esto era perdido. Así que justo cuando iba a girar sobre sus talones para rendirse, se estrelló con alguien a quien en el momento no le pudo ver con claridad.

El golpe había sido duro y había tumbado la libreta y el horario que tenía en sus manos hacia el suelo.

Se agachó rápidamente recogiendo sus cosas, pero no alcanzó su hoja. Fue hasta que ella estuvo de pie para revisar nuevamente a la persona que estaba frente a ella.

—Hola… esto debe ser tuyo —dijo un chico rubio y alto de ojos claros asomando su horario.

Ella asintió y tomó rápidamente la hoja sin hacer contacto con el muchacho.

—¿Cómo te llamas? —él volvió a preguntar y Anaelise le devolvió un gesto desconfiado—. Vi que tienes clase aquí —Señaló el salón—. Así que seremos compañeros de estudio… me llamo Andrew White…

El chico, que era más o menos de la edad de Ana extendió su brazo, pero ella no recibió el gesto, y esto lo hizo extrañarse, incluso iba a seguir con la conversación, pero ella se adelantó.

—Anaelise… —luego de pronunciar estas palabras la chica se giró y casi de forma obligada entró al salón donde casi todos sus compañeros ya estaban sentados esperando.

No observó a nadie, pasó derecho a los últimos puestos, mientras divisó como aquel chico llamado Andrew, prefirió sentarse adelante. Así que justo cuando se estaba acomodando en su lugar, vio como él volvió a mirarla con una sonrisa sincera.

«¿Acaso tenía ella algo extraño en la cara?», se preguntó Anaelise.

Una mujer alta y delgada, y muy hermosa, llegó a su clase enmudeciendo a todos los que estaban en el lugar. Anaelise detalló la seguridad con que la mujer caminaba, y la expresión que emanaba por donde pasara. Incluso escuchó murmullos hacia su alrededor de algunos muchachos que se les había explotado las hormonas al verla.

—¡Buenos días, chicos! Imagino deben estar emocionados de estar aquí, y lo entiendo —dijo asomando una perfecta sonrisa blanca—. Yo seré su profesora de metodología de la investigación, una materia clave para su tesis, mi nombre es Olivia Giove, y créanme, escribirán muchos informes conmigo… ¿Por qué…?

Olivia hizo varios círculos con su dedo esperando que alguien completara la oración.

—¿Debemos escribir bien? —respondió alguien interviniendo, pero ella negó con la cabeza.

—Ammm, tal vez… debamos dar las recetas entendibles para no matar al paciente —esta vez el salón se inundó en carcajadas después que una chica muy atractiva intervino.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Olivia hacia la chica.

Ella asomó una sonrisa girando hacia ambos lados, parecía que su chiste aceptado por sus compañeros la hizo subir de nivel en su salón. «Y en el primer día», pensó ella.

—Missy… —respondió con seguridad.

La sonrisa de la profesora de literatura se borró arrugando el ceño de Anaelise, quien la detallaba desde su lugar.

—Mi querida Missy, estamos en la universidad cariño, así que los chistes y esas estupideces que solías hacer para llamar la atención de los chicos, ha quedado en el pasado. Estás estudiando medicina, ¡madura ya!

Un silenció inundó el lugar mientras Olivia la miraba retadora.

Entonces ese chico llamado Andrew decidió levantar el brazo y Olivia despegó su mirada de Missy.

—Creo que es por el hecho de que debemos escribir mucho sobre el paciente. Me explico, otros deberán leer nuestros informes, informes realmente detallados sobre las condiciones de la persona. Así es necesario ser claros en puntos específicos a la hora de realizar un caso clínico.

El rostro de Olivia se contrajo de satisfacción al escuchar a Andrew.

—¡Perfecto! ¡Este es el tipo de intervenciones que valen la pena!… Parece que has leído antes de venir aquí.

La tensión se podía sentir en el lugar, Anaelise era experta en ese tema. Sin embargo, había algo extraño que de cierta forma la hizo sentir bien en ese momento, y eso confirmó que esto era lo que quería hacer.

Pudo describir con exactitud lo que Andrew sustentó. Había comido muchos libros, y conoció a profundidad cómo se debía tratar un caso clínico. No saldría como una profesional en Psiquiatría de estos 5 años, que era la profesión que anhelaba, debía primero hacer una residencia después de graduarse de medicina, y luego realizar su especialización. Era un camino largo.

Por lo tanto, ir a sus terapias de cierta forma la ayudaban a ganar confianza mientras llegaba a su objetivo final. Sabía lo que Oliver hacía con ella. Literalmente él trataba de trabajar con su mente, contrarrestando todos los pensamientos negativos, suplantándolos con otros y eso sumado por la medicación que ella tomaba.

Pero… en cuanto a esto que tenía enfrente, no tenía la suficiente confianza como para demostrar todo lo que ella podía dar frente a otras personas, así que sabiendo esto soltó el aire y vio como la mujer se dio la vuelta, tomó un marcador y comenzó a escribir diferentes nombres en la pizarra acrílica desviando todos sus pensamientos.

—Deberán acostumbrarse a mí —dijo Olivia escribiendo—. Aquí les estoy escribiendo los nombres de los profesores que darán las diferentes materias de su horario.

Anaelise tomó su lapicero y comenzó a copiar los nombres al lado de las materias correspondientes.

Olivia estaba por terminar la lista cuando de repente se giró y dijo:

—¡Ah!, hay una cosa importante que se me olvidó decirles… —una sonrisa volvió a su rostro—. A lo largo de la carrera tendrán varios profesores, esto depende del nivel y complejidad de la materia; pero, hay algunos profesores que serán sus verdugos durante estos 5 años.

Ella trató de dar una carcajada natural, pero salió más bien cínica.

—¡Oh! ¡No me miren así!, es mi trabajo advertirles. Así que… —tomando su marcador hizo cuatro equis (X) enormes en el tablero, al lado de ciertos nombres de la lista—. Nosotros acompañaremos su hermosa estadía durante estos 5 años, así que veremos que están hechos, chicos.

 Olivia sonrió complacida como si la información le hiciera entrar en éxtasis.

A Ana, la profesora de metodología, ya le había caído como una patada en el trasero. Así que no dejó pasar más tiempo y mientras la mujer seguía hablando del plan de estudio, ella decidió resaltar esos cuatro nombres que mujer había sugerido como… peligro.

Olivia Giove x

James Garesche x

Howard Miller x

Xavier Cox x

Capítulo 2

Era seguro que, en el final de su subconsciente, el sentido de la audición le gritaba que debía escuchar algo insistente. Así que batalló por removerse sin ni siquiera saber qué día era hoy y en qué lugar se encontraba.

Esta sensación se la adjudicaba a los efectos que dejaban los medicamentos, esta era la parte que no le gustaba mucho de quedar completamente dopada. Sin embargo, Anaelise prefería esta sensación cada mañana que tener pesadillas. «Porque sus pesadillas no eran nada normales».

Ella podía levantarse empapada como si hubiese entrado en una ducha, y no conforme con eso su día era un completo desastre. «Así que no, ella nunca las dejaría», pensó abriendo los ojos lentamente.

Cuando sus sentidos se pusieron más alertas, entendió que era su móvil sonando, y cuando lo tomó, la alarma ya tenía media hora de atraso.

Saltó de la cama muy asustada, «hoy era viernes», y estaba segura de que ultimaría su semana conociendo las dos materias que faltaban para completar sus profesores que tendría en este primer año de medicina.

“Psiquiatría y caso clínico”. No eran las materias que todos esperaban en la carrera de medicina como tal, pero conocía su objetivo final, y para ella, estas eran las más importantes.

Había esperado toda una semana para esto, y justo se había levantado tarde.

Tomó una ducha, jamás iba a vestirse sin bañarse, era una controladora de la limpieza y prefería unos minutos más de retraso a ponerse la ropa recién levantada.

Se duchó el cabello porque no pudo más con lo grasoso que estaba, se colocó unos jeans rápidamente y una blusa blanca que era su favorita de mangas cortas. Tomó su mochila y pensó que hoy era el día en que debía gastar en un taxi para llegar al menos unos diez minutos tarde.

Cuando el auto llegó a su casa se subió enseguida y sacó rápidamente un peine para desenredar su cabello. Colocó un poco de polvo sobre su cara y luego guardó los utensilios mirándose por el espejo retrovisor.

El auto se detuvo frente a la universidad y ella pagó sin esperar mucho. Nada más puso el pie en el suelo, comenzó a correr llamando la atención de todos por donde pasaba. Sacó rápidamente en su trote el horario, inspeccionando que estaba cerca del número del salón que le correspondía. Así que sintió su corazón acelerado cuando vio que la puerta estaba cerrada y que dentro estaban todos los compañeros con los que ella había visto clase toda la semana.

Se colocó de espaldas hacia la puerta y cerró sus ojos. «No podía entrar».

Ella jamás iba a tocar esa puerta y si lo conseguía, lo más posible es que la tratarían como una mierda.

Lo peor de todo es que era el profesor que vería durante todos sus 5 años consecutivos de universidad. Era de esos que daba varias materias importantes, y le jodían la existencia a cualquier estudiante.

Ya había perdido.

«Puedes explicar que tomas medicamento para dormir. ¡Eso jamás! Te entenderán. ¿Alguien te ha entendido en toda tu vida? ¡No es tu culpa! Por supuesto que es tu culpa, siempre serás…»

—¡Basta!

Anaelise abrió sus ojos de golpe y pensó por un momento que había gritado esa palabra, pero solo la había dicho en su mente, «sí, eso era», pensó.

Sin embargo, por un momento casi se cayó de espaldas cuando tiraron la puerta del salón hacia adentro y se irguió rápidamente hacia adelante tratando de recuperar el equilibrio.

—¿En qué puedo ayudarla? —una voz ronca, dura, y carente de todo, la hizo girar tan rápido que sintió mareos.

Apretó su bolso en su mano cuando su mirada comenzó a recorrerlo. Su rostro, sus facciones, incluso algo que emanaba y salía de ese hombre que estaba de pie frente a ella, la hizo sentir pequeña. Diminuta.

Quería responderle de inmediato, pero su mente, incluso aquellos pensamientos que en muchas ocasiones eran los responsables de sus desajustes, ya no estaban.

El hombre era alto, con el cabello oscuro y cejas pobladas. Anaelise sabía que debía ser su profesor de Psiquiatría, conocía los rostros de todos sus compañeros, aunque no compartiera con ellos. Además, el hombre que estaba frente a ella debía tener por lo menos unos 30 y algo de años.

En comparación con sus otros profesores, este carecía de… carisma.

—Yo… tengo clase aquí —intentó decir.

El hombre arrugó el ceño y luego alzó su muñeca para inspeccionar la hora en su reloj.

—Son las 8:30… y la clase comenzó a las 8:00 de la mañana, señorita.

—Sí, lo sé, lo que pasó fue que…

Las palabras de Anaelise se disiparon en cuanto su profesor tomó la puerta y la cerró en sus narices, sin decirle una palabra más, ni aceptar alguna excusa.

El cuerpo le vibró ante el impacto del acto mientras sus pies caminaron hacia alguna parte. Por un momento sintió que la rabia había tomado lugar en su cuerpo y necesitó ir al baño para tratar de controlar su respiración.

Sentada con un pastel en su boca, esperó que la hora se pasara y así podría entrar a su siguiente clase de caso clínico y que estaría acompañado de una rama, que también le interesaba mucho. Conoció en persona a uno de los profesores que ella había titulado el terror de las equis, recordando como su profesora de metodología los había etiquetado desde un principio.

Deslizó el móvil en sus dedos y miró la hora, ya estaban saliendo de clase de Psiquiatría y maldijo para sus adentros nuevamente por haber sido tan tonta, estaba segura de que no recuperaría nada de lo que se vio, y eso era un punto negativo para ella.

Escuchó por mucho tiempo como siempre entraban 100 personas a un primer año de medicina y a duras penas se graduaban 5. Y eso sumado a que ningún caso se especializaba en psiquiatría, todos optaban por algo más… cotidiano.

No era una carrera fácil y ella lo sabía, así que, por más de que pensó durante toda su preparatoria, nunca hubiese escogido algo más. «O era eso, o no haría nada con su vida».

La cafetería de ese lado de la universidad se comenzó a llenar. Esa parte era la menos concurrida de todo el recinto, ya que el área de Medicina era el que menos matricula tenía, en comparación con otras carreras de Fort Lewis College.

Limpió su boca con una servilleta y luego comenzó a navegar en su teléfono cuando sintió una mirada inquisitiva sobre ella.

Estaba dispuesta a levantar su mirada, pero una voz llamó su atención.

—¡Hey!

«¡Esto no puede ser cierto!», pensó observando como Andrew estaba tomando asiento en su mesa.

—Ese tipo es un loco —dijo él con el rostro serio—. Podrán decir que es uno de los mejores, pero es un completo patán.

Andrew estaba explotando sus sentimientos a flor de piel con Anaelise a la vez que ella lo detallaba impactada por su sobrada confianza. No obstante, la boca abierta de Ana terminó de caer cuando sus ojos viajaron en la dirección donde se encontraban aquellos ojos negros profundos, mirándola insistentemente con el ceño pronunciado.

«Era el mismo hombre que le cerró la puerta en la cara».

El cuerpo se le sacudió de una forma que ella no pudo entender, colocó sus palmas en la mesa porque los nervios le crearon una inseguridad apabullante. Quitó la mirada de ese hombre y la centró en Andrew mientras intentaba acompasar su respiración con la boca abierta.

—Quise decirle que quizás te perdiste, pero el hombre es una roca. No sé tú, Anaelise, pero no puedo imaginar cómo puede tratar con un paciente —siguió Andrew hacia ella mientras abría una gaseosa.

Ella estaba sacada del contexto, no quería entablar ninguna conversación con ese chico. Pero incluso si ese hombre aun ya no la miraba, podía sentir la energía de su presencia en todo el lugar. Decidió tener un pretexto para su cuerpo agitado y su mente aturdida.

—¿Tomarás refresco de gas a esta hora? —le preguntó al chico asqueada.

Andrew soltó una risa en su rostro, y luego le colocó la tapa a su botella retornable.

—Ok… eres de las que les gusta lo orgánico.

—Escucha —intervino Ana tratando de levantarse del puesto—. No sé quién te dijo que quiero amigos. No los quiero. No quiero saber nada de lo que quieres decirme, ni tampoco te diré nada sobre mí, ¿entendido? Por favor, no vuelvas a molestarme…

Andrew enmudeció ante su actitud y por un momento se quedó estático. Entonces cuando vio que Anaelise comenzó a caminar, él tomó el aire y se unió a su paso colocándose a un poco de distancia.

—Me parece perfecto, porque a mí no es que me guste contar mis cosas… nos la llevaremos bien —informó Andrew mientras Ana lo traspasó con la mirada.

Estaba incrédula con la actitud de ese muchacho, y la razón por la que lo dejó continuar caminando a su lado, no fue otra sino esa mirada que le pesaba sobre los hombros.

Anaelise se sentó en el mismo lugar el cual había escogido desde el primer día que llegó a esta clase. Estaba preparando sus libretas cuando un señor regordete entro al salón. La clase enmudeció, así como lo estaban haciendo cada que llegaba otro profesor a presentarse. Este era el último de la semana como también el que faltaba por conocer.

El hombre colocó sus cosas en el escritorio y juntó sus manos en un porte más bien delicado.

—Hola a todos, yo soy Howard Miller. O también pueden llamarme Casos clínicos.

Las risas se esparcieron por todo el salón y el profesor forjó una sonrisa. Él debía de tener unos 45 años.

—Bien… hoy realizaremos una tarea importante. No sé si ya se me adelantaron, pero yo estaré con ustedes todos los 5 años de carrera, comenzaremos con embriología, esa es mi materia en sí, en esta ocasión —Howard sonrió mirando a todos los del lugar—. Pero no es de temer, yo soy una persona igual que ustedes, solo espero que nos podamos llevar bien. Quiero que muchos de ustedes vayan allá afuera a tratar de ayudar a gente que lo necesita. Porque ustedes pasaran a ser héroes, con una bata blanca.

Anaelise lo miraba fijo, todas las cosas que salían de la boca de Howard le parecían asombrosas y muy acordes con su estado de ánimo.

—En esta lista —dijo Howard tomando una hoja de su carpeta—. Tengo los inscritos en este curso. Ustedes son 30. Hay otra sección abierta con 28 estudiantes más, así que no se extrañen que en algunos casos puedan compartir clases con sus otros 28 compañeros, y que, en algunos casos, no se vean estos mismos rostros en algunas semanas.

—Quiere decir que será intermitente… —preguntó otro compañero de la clase.

—Quiere decir que no siempre serán los mismos —Concluyó Howard para todos.

La conversación se alargó un poco más de la cuenta mientras Ana resaltaba algunos puntos que pensó eran importantes no olvidar. En esa actividad su teléfono vibró y solo lo ojeó comprobando que era una notificación de Oliver.

“No olvides tu terapia”

Asomó un poco la sonrisa mientras negó guardando su celular. Esta notificación llegaba cada viernes, a la misma hora preparándola para que sin falta estuviese en aquel lugar donde procedía la paz para ella. Allí solo podía ser Anaelise sin ningún prejuicio, sabía que podía decir cualquier cosa, o bueno, casi todo.

Por un momento esa mini sonrisa que Oliver le hizo gestar se vio opacada por los recuerdos. Recuerdos amargos, dolorosos y devastadores.

«¿Cuándo sería el día en que por fin aquellos pensamientos no le dolieran?, ¿llegaría el momento en que su alma tendría paz?», se preguntó Anaelise mientras un suspiro salió de su boca. Muchas veces quería entender su propia mente, una mente muy difícil de llevar, con inseguridades, huecos y sobre todo mucho miedo.

—Anaelise —su nombre resonó por todo el lugar mientras parpadeo varias veces. Todas las miradas estaban fijas en ella, situación que le aceleró el corazón y la puso nerviosa.

Giró varias veces la cabeza para llegar al punto que había pronunciado su nombre, y era Andrew, que parecía le decía algo con los ojos, pero que no pudo entender por el momento.

Se había sumido en los pensamientos y había olvidado por completo el lugar donde estaba. Y ahora no podía culpar a los fármacos. Si no más bien a su idiotez de desconcentrarse justo en clase.

—Nos estamos presentando… —susurró una chica a su lado.

—Señorita, estaba diciéndole a usted —Howard acentuó las pablaras como si le hablase a una tonta y esto picó a Ana—, y a todos sus compañeros que hoy haremos una dinámica… especial.

Anaelise abrió sus labios para disculparse, pero justo en el momento en que se puso de pie, “ese hombre”, abrió la puerta de su salón y entró como si fuese una normalidad.

«¿Qué es esta mierda?», se preguntó mientras la agitación se apoderó de su pecho.

El profesor Howard se giró recibiendo a su acompañante e hizo un ademán para que se pusiera a su lado.

—Perdona —le informó el profesor con la palma extendida hacia Ana—. Ustedes ya conocen al profesor de Psiquiatría, mi colega, Xavier Cox. Por supuesto, él los acompañará en otras materias importantes.

«No lo conozco», casi gritó Anaelise en su pensamiento y se quedó de pie, mientras todos se concentraban en el par de hombres que estaban frente a ella, y aunque estaba muy atrás, podía sentir incluso como ese hombre respiraba.

«¿Qué le estaba pasando? ¿Qué era todo esto?»

Sus manos comenzaron a sudar, este no era un síntoma de su inquisidora personalidad, esta era una sensación, incluso, una emoción diferente. Su cuerpo se estremeció cuando generó ese pensamiento. Xavier Cox, no la había detallado ni un segundo, pero algo le decía que, por alguna razón, él estaba pendiente de cualquier acción suya.

«Esto era insoportable», pensó.

—Estamos comenzando la dinámica —informó Howard a Cox mientras volvía a tomar la lista en sus manos.

«¿Qué? No, no, no, no, no, ¡por favor!», pidió Ana en su mente suplicando porque este momento no fuera cierto. No podía tener tan mala suerte.

—Para esta dinámica estaremos los dos presentes —continuó Howard mirando hacia el salón y precisó hacia Ana—. Muchas veces Psiquiatría, medicina general, y varias materias, estarán involucradas de lleno con otras, y viceversa; así que compartiremos muchas veces. Y como son 5 largos años, pues… es bueno que nos conozcamos desde ya. Entonces Anaelise, puedes continuar…

La mirada profunda, seca y muy penetrante de ese hombre, barrió con el salón para llegar hasta ella dejándola sin aliento. Xavier, aunque estaba en su desempeño de profesión, deslizó los ojos negros por todo el cuerpo de Anaelise hasta frenarse en su rostro sin asomar un ápice de expresión en él.

Ella no sabía si correr ahora mismo y esconderse en el rincón más lejano del mundo, todos esperaban una respuesta y todos habían enmudecido esperando su presentación. Tenía todo en su cabeza, su nombre, apellido, incluso su edad, pero su mirada perdida en los ojos negros de Xavier Cox, solo le hicieron temblar los labios de anticipación.

Esto no podía ser real, ella estaba en una pesadilla…

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