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SINOPSIS

Marco Russo tuvo una infancia realmente difícil, algo que lo llevó a tornarse un hombre frío y calculador, pero no contaba que algunas decisiones de su vida lo llevarían a tocar fondo.

Tras divorciarse de Pía Cavalcanti, Marco debe enfrentarse a una nueva realidad. Vuelve con sus hermanos e inicia el proceso de redimirse de todo el daño que causó, pero el dolor acumulado por años más las nuevas heridas, lo llevarán al borde del abismo.

Pero no todo está perdido para él, porque llega a su vida una chica de carácter. ¿Podrá Daniela ayudarlo a sanar y a aprender a amar?

Capítulo 1

Mi madre llega del hospital con mi pequeña hermana menor. Con apenas dos días de nacida puedo decir que será mi consentida.

La llevo a la cuna que me conseguí por ahí con una vecina, mi madre no quiere amamantar, por lo que vendiendo unos juguetes y la ropa que no me queda en la feria hice dinero para comprarle leche. Espero que el tarro me alcance para el mes, porque si no… no tengo idea de dónde sacar.

-No seas porfiado -me dice Magaly-. Deja que vaya dónde los abuelos y les pida plata.

-No, porque cada vez que lo haces, ellos te mandan con un “encargo». No te quiero metida esas cosas, yo me las arreglaré. Para eso soy el hombre de la casa.

-Ja, vo’ po, tienes diez años nada más.

-Igual más que tú.

Magaly tiene ocho años, José tres años y Gabriela, nuestra nueva hermanita era la nueva integrante de esta familia extraña.

A mi corta edad iba al colegio por las mañanas, llegaba temprano para lustrar los zapatos de mis compañeros y algunos profesores. Es que tú ropa puede estar ropa, manchada o como sea, pero los zapatos deben estar impecables.

Como soy inteligente, a veces cobro por hacer tareas. Que me paguen hasta con un paquete de fideos o un kilo de arroz, para mí es suficiente. Ya con eso tengo para alimentar a mis hermanos.

Luego de salir de clases me voy a una panadería, allí me espera un “triciclo» que es una especie de bicicleta que empuja un carrito con ruedas, en él salgo a vender pan y, no es por presumir, pero soy un excelente vendedor. Cada día salgo con cincuenta kilos y nunca le he regresado siquiera un pan a don Sergio, el dueño de la panadería. Mi pago son mil pesos y un kilo de pan puede parecer poco para tanto trabajo, pero para mí son treinta mil pesos en el mes, que me sirven para pagar cuentas.

Llego a casa como a las seis de la tarde y me doy una hora para estudiar, hacer mis tareas y ayudar a Magaly, que es más burra que un… burro. A ella no se le da lo del estudio y falta seguido al colegio.  Yo me molesto con ella por eso, porque al menos si va al colegio tiene asegurado el desayuno y el almuerzo. Además, le digo que la única manera de salir de nuestra situación es estudiando, para ganar becas y llegar a la universidad, pero ella dice que nuestros abuelos no tienen nada de eso y ganan mucho dinero.

Todos sabemos que las drogas dejan dinero, pero a costa del sufrimiento de otros.

Luego de mis estudios, preparo de comer, hago que mis hermanos se bañen y luego a dormir. Pero yo no, cuando estoy solo me encargo de esas tareas que nunca me faltan, de esos compañeros desesperados.

Incluso, hace poco me llegaron trabajos de niños de cursos más adelantados que yo. Apenas curso sexto básico y ya he hecho los trabajos de octavo básico.

Hoy, la cosa es diferente y mis horarios cambiarán, porque debo ocuparme de Gabriela. Mi madre solo se ha dedicado a dormir todo el día, afortunadamente es sábado y he podido ocuparme de mi hermanita. No dejo de mirarla, es un pequeño angelito. Su nariz y boca pequeñas me causan mucha ternura.

Cuando consigo dormirla en su cuna escucho llaman a la puerta. Voy a ver quién es y me encuentro al novio de mi mamá.

-Está durmiendo, que quieres -le digo seco, sin abrir mucho la puerta para que no entre -.

-«¿Qué quieres?” – me imita burlándose de mi manera de hablar-. Sale pa’ llá mocoso, vengo a ver a tu mamá, no a vo’.

-Está descansando, pero si trajiste plata o comida te dejo entrar. Tu hija está en mi pieza, por si la quieres conocer.

-Sale pa’ llá – me aparta de un manotazo y entra -. Yo no tengo críos con nadie. Si ella la quiso tener es cosa suya. Vengo por otra cosa.

Y yo a qué. Esos sonidos desagradables se me hacen asquerosos. Mis hermanos duermen, esos no escucharían ni un auto estrellarse en la casa, así que me voy por Gabriela, la cubro con una manta y salgo de la casa.

Me voy donde la única persona en la que confío, la vecina de enfrente. Una anciana que no tienen a nadie más en la vida, nunca tuvo hijos y enviudó. Yo soy el que le repara el techo, le hace mandados y compañía. Me recibe con una sonrisa, le hace arrumacos a mi dormida hermana y me lleva a la habitación que me deja para cuando quiero escapar.

-Ay, mi’ jo. Y recién parida la viene a molestar… pero no importa. Duerme tranquilo, nadie te sacará de ahí.

Cierro mis ojos, con mi hermanita acomodada a mi lado. Aquí estaremos tranquilos, al menos por esta noche.

Capítulo 2

Luego de una semana de llegada Gabriela a casa, mi mamá tuvo que ser internada en el hospital por un problema de infección o algo así.

Como no tengo con quien dejar a Gabriela tuve que quedarme en casa. José se va con una vecina y Magaly se quedó acompañándome, porque cuidar a un bebé no es sencillo. Mientras yo cumplo con el trabajo de las tardes, ella se queda con nuestra hermana.

Por una amiga de mamá supimos que no saldrá hasta la próxima semana, por lo que a ella misma le pedí que avisara en el colegio que no asistiríamos a clases para cuidar a nuestros hermanos pequeños.

Como hoy es domingo, no tengo que ir a trabajar a la panadería, pero sí me iré a la feria para vender algunas cosas que ya no usamos y están en buen estado.

Busco la cesta de mimbre en donde cargaba a José cuando era pequeño y coloco allí a Gabriela. Lo bueno de vivir en Arica es el clima, aunque estemos en invierno, no hace frío.

Cargo un carrito con las cosas de la venta, con una mano lo llevo y con la otra, cargo a Gabriela.

Mientras camino hacia la feria, muchas personas se me quedan viendo, pero nadie pregunta o ayuda. Al llegar, me instalo en un lugar donde no moleste a nadie, así tengo menos posibilidades de que me echen o peor, me quiten mis cosas.

Poco a poco la gente comienza a llegar, al parecer hoy podré irme temprano, ya que en una hora he conseguido vender más de la mitad de artículos. Me dedico a leer “El Cantar de Mío Cid», no es una tarea para el colegio, pero como me gusta leer es una buena manera de matar el tiempo muerto.

Gabriela se despierta llorando, lo bueno de su llanto es que no te revienta los tímpanos. Busco el biberón que envolví en una pequeña manta para para se mantuviera caliente y se la doy. En eso pasa una señora, que me pregunta curiosa.

– ¿Tu mamita ya regresa?

-Mi mamá está en el hospital. Yo cuido de mis hermanos mientras se recupera.

-Oh. Con trece o catorce años, eres muy responsable. Seguro serás un buen padre cuando crezcas.

-Tengo diez – Gabriela termina su leche, la acomodo con su cabecita en mi hombro y la ayudo a soltar sus gases -.

-Eres todo un hombrecito. Me gustaron algunas cosas.

– Claro, solo dígame lo que quiere y le saco las cuentas.

La señora se llevó unos cuantos artículos. Dejo a Gabriela en la cesta, la animo con un juguete que encontré por ahí en casa y luego se duerme.

Sigo con mi lectura, este libro me gusta mucho. Aunque está en castellano antiguo y a veces debo leer un verso dos o tres veces para entenderlo, la historia me encanta. Me gustaría ser un caballero alguna vez, con tanto honor y prestigio como Rodrigo Díaz de Vivar.

Estoy realmente concentrado en la historia cuando una señora me pregunta:

– ¿Vendes el libro?

-No, es mi lectura personal.

-Lo necesito. Te pago todo lo que tengo, mi hijo debe leerlo y no lo encontramos por ninguna parte. Ni en la biblioteca pública está disponible – Abre su cartera, busca el dinero y me pide desesperada-. Tengo veinte mil pesos – abro la boca, porque eso es demasiado por un libro viejo y usado -. Si no lo lee lo reprobarán, está en cuarto medio.

Miro la primera hoja, tiene mi nombre con hermosa caligrafía y la fecha en que lo adquirí por mil pesos hace unos meses, luego de vender todo aquí.

-Por favor – me suplica -.

Estoy a punto de decir que no, pero Gabriela se despierta llorando y sé que es por el pañal. En casa ya no me quedan, la mujer vuelve a buscar y saca otro billete más.

-Que sean treinta mil y le compras pañales a tu hermana.

-Está bien – hacemos el cambio, reviso que los billetes no sean falsos y la mujer se va totalmente agradecida -.

Siento que he vendido una parte de mí, ese libro es lo único que he conseguido comprar con mi trabajo y lo vendí por leche y pañales para mi hermana.

-Pero por esa hermosa sonrisa, lo vale todo.

Decido quedarme unos minutos más, esperando a vender lo que me queda, ya que ese dinero será para comida.

Estoy en eso cuando aparece la orientadora del colegio.

-Marco, niño ¿Qué haces aquí? – ve a mi hermana y se acerca rápidamente-. Tu hermana ya nació.

-Sí, tiene un poco más de una semana. La estoy cuidando mientras mi mamá está en el hospital.

-Pero… – no tengo idea que va a decirme, más se retracta, supongo-. Por eso no te vi en el colegio, pensamos estabas enfermo, al igual que Magaly.

– ¿No les avisaron? Le pedí a una amiga de mi mamá que les dijera, la próxima semana tampoco podré ir, Magaly se queda ayudándome con Gabriela y José, hasta que mamá salga del hospital.

No pregunta nada más sobre eso, me compra las cosas que me faltaban, carga a mi hermana un momento mientras recojo la manta donde exhibía los artículos y luego nos despedimos.

Me voy al centro de la ciudad, para comprar leche y pañales para mi hermana. Al entrar la vendedora no deja de observarme mientras saco los pañales y, al llegar al mostrador, le pido la leche. Me mira con curiosidad, no puede evitar preguntarme sobre la bebé que cargo en la cesta.

Se queda sorprendida con mi historia, un hombre que llega a comprar también se queda escuchando, se le nota que tiene dinero por la ropa que trae.

El hombre me pregunta si voy al colegio y le cuento que sí, pero que no he conseguido ir esta semana por la salud de mi madre, además de no tener con quien dejar a mis hermanos pequeños.

Tanto la mujer como el hombre me miran con compasión. No es eso lo que esperaba, yo no quiero la compasión del mundo, quiero oportunidades. Tengo mis manos buenas, salud, juventud e ingenio. Quiero que en lugar de verme como un pobre niño sacrificado me vean como un futuro hombre que hará grandes cosas.

Entre ambos me regalan más leche y pañales, además de otras cosas que podría necesitar mi hermana. La mujer me deja pasar al baño para que la cambie, ya que por más que se ofreció en hacerlo ella, no se lo permití. Una vez limpia, Gabriela me dedica algo así como una sonrisa.

Magaly me dice que los bebés no sonríen, solo lloran, berrean, comen y duermen. Pero para mí ella me sonríe cada vez que me ocupo de ella.

Cuando regreso a la tienda, ellos han acomodado varias cosas en mi carrito. El hombre me pregunta dónde vivo y se ofrece a llevarme. No me parece mala idea, porque ahora me queda de subida y el carro está más pesado. Una mano no me bastará para tirar de él.

Él compra lo suyo, me lleva hasta su auto el cual me deja impresionado. Es uno de los más lindos he visto por la ciudad, espero algún día tener el mejor auto del momento, en donde pasear a mis hermanos. Me ayuda a subir en la parte trasera, me aferro a la cesta para que no le suceda nada a Gabriela si frena de golpe.

Tras varias indicaciones, llegamos hasta mi casa. El hombre baja para ayudarme, mientras José sale de la casa de la vecina corriendo hacia mí para darme un abrazo.

– ¡Mano! Te estañé – me ha costado mejoré su lenguaje, pero va bien para su edad -.

– ¿En serio? Yo también. Ve a casa, iré a preparar la comida.

– ¿Tú cocinas? – me pregunta el hombre -.

– Claro, desde los ocho años. Nunca me he quemado ni cortado un dedo -le digo orgulloso-.

– ¿Cuántos años tienes?

-Diez, pero en dos meses cumpliré los once.

-Te ves mayor, pensaba tenías catorce o quince años.

-Según mi mamá seré alto como mi papá.

Luego de unas palabras más nos despedimos, pero antes me deja una tarjeta con la dirección de su oficina.

“Gustavo Montes, Defensor Público.”

No tengo idea lo que significa su trabajo, pero guardo la tarjeta por si llego a necesitar su ayuda algún día.

Al entrar, José tiene sobre la mesa una bolsa de fideos, un sobre de salsa de tomates y unas salchichas.

-Así que eso es lo que quieres comer – asiente con entusiasmo y le sonrío -. Bueno, eso será. Ve por Magaly para que alimente a Gabriela.

-No tá. Fue casa buelos.

-¿Fue a la casa de los abuelos? – le digo preocupado-.

-Shi.

En otras circunstancias, hubiera ido por ella. Pero no puedo salir tras Magaly con Gabriela en una cesta, además ese sector es muy peligroso y no puedo exponer a mi hermanita.

Me resigno a que Magaly no tiene remedio, para ella la vida que llevan mis abuelos es atractiva, fácil y con muchas recompensas. Eso a mí no me atrae, porque creo que, en el trabajo limpio, con mi ingenio sacaré a mis hermanos adelante.

Capítulo 3

Llaman a la puerta con insistencia, abro un ojo para ver la hora en mi reloj despertador. Son las diez de la mañana, me levanto apurado, veo la cuna de Gabriela y está allí dormida. No pasó una buena noche y logré dormirla como a las cinco de la mañana.

Voy a la puerta para ver quién es, al abrirla me encuentro a la orientadora y a dos carabineros.

-Hola Marco, ¿llegó tu mamá del hospital?

-Sí, ¿necesita hablar con ella? – le digo bostezando-. Disculpe, es que anoche mi hermanita no durmió bien y logré calmarla en la madrugada. Pasen, iré por ella.

Voy a buscar a mi mamá, duerme plácidamente en la cama que comparte con Magaly, la que ya no está por supuesto. Despierto a mi mamá, que se molesta por supuesto, pero al decirle que dos carabineros y la orientadora del colegio la buscan, se pone pálida. Busca algo con qué cubrir el pijama y sale a la sala.

Yo me voy a mi cuarto para ver si Gabriela despertó. Ya casi cumple un mes, está rellenita, me preocupo de alimentarla a tiempo. Veo que se mueve, así que la tomo en brazos, comienzo a buscar su ropa limpia para cambiarla antes de alimentarla.

Cuando estoy terminando de ponerle una chalequita, entra mi madre acompañada por uno de los carabineros, que recién ahora me percato es mujer.

-Al parecer solo están ellos dos. José debe estar con la vecina y Magaly debió irse con sus abuelos, me dijo les estaba ayudando con algo.

-Ya veo – responde la mujer-. Hola, Marco. Soy la Cabo Terner, vengo a buscarte para llevarte a un chequeo médico y luego iremos a un lugar donde hay más niños, pero eso será solo por un tiempo, luego irás a Iquique.

-Muy bien, pero siempre que me prometan iré con todos mis hermanos. Ella me necesita.

-Y tú, Marco. ¿Necesitas a alguien?

-No, ya soy grande y me puedo cuidar solo.

Veo a mi mamá arada en la puerta, mientras la Cabo se acerca a mí para ver a Gabriela. Me pide permiso para cargarla y Gabriela se echa a llorar. Extiendo mis brazos, para calmarla poco a poco.

-Ni siquiera yo puedo calmarla, cuando Marco sale por las tardes a su trabajo es toda una odisea.

La mujer no dic nada, veo que mi madre ha estado llorando de manera silenciosa, eso no me importa, ya sus lágrimas me tienen sin cuidado.

Muchas veces le pedí que consiguiera trabajo, para que yo pudiera cuidar a José por las tardes y estudiar más, pero no quiso. Ahora se le va el sustento, va a tener que trabajar igual para comprarse sus cosas y darle dinero al novio de turno.

Les digo que debo ir a la cocina, porque ya es hora de alimentar a Gabriela. En la sala la orientadora está con José y el otro carabinero, mi mamá y la Cabo Terner me acompañan a la cocina.

Dejo a Gabriela en la cesta, coloco la tetera, busco una olla exclusiva para las cosas de mi hermana, en donde coloco a esterilizar su biberón. Ambas me observan con cuidado, la Cabo se sienta a la mesa mientras juega con mi hermana.

-¿Haces esto cada vez que le das de comer?

-Sí. Una vecina me dijo que debía hacerlo, para que no se enferme. No uso cloro en sus cosas, solo jabón y agua.

Me siento a esperar, le doy la mano a mi hermana y me la aprieta con fuerza.

-No me respondió antes, ¿iré con todos mis hermanos?

-Me temo que no. Tú y Magaly irán a un centro juvenil, con niños de su edad. José y Gabriela quedarán en un lugar en donde cuidan a los niños pequeños.

-Entonces no me voy a ninguna parte, ni siquiera el papá de Magaly nos separó, como para que vengan ustedes a hacerlo.

-Marco, es un lugar lindo en donde no te preocuparás de nada más que de hacer lo que te guste. Cuidarán de ti con gusto, son personas con mucho amor.

-No me interesa. Yo quiero a mis hermanos conmigo.

Apago la tetera, me encargo del biberón de Gabriela, preparo su leche y la tomo en brazos. Salgo de la cocina, camino hacia la sala y me siento frente a la orientadora.

-Es muy hermosa, se ve que la has cuidado bien.

-Por supuesto, es mi hermana, mi pequeña princesa, y ustedes me quieren llevar lejos de ella.

-Marco, es por el bien de los cuatro. Tu madre está de acuerdo en que es lo mejor.

-Claro que está de acuerdo ahora – respondo sin dejar de hacerle muecas a Gabriela, quien se bebe su leche sin parar, es una pequeña tragona-. Le estorbamos para que se quede aquí, con su novio, en la casa que mi padre dejó para nosotros antes de morir.

-Marco – intenta reprenderme mi mamá-. Eso no es así, yo no estoy bien y no puedo hacerme cargo de ustedes.

-Si podías, no debiste tener a José y Gabriela, aunque eso me da lo mismo. Yo los quiero, me gusta ocuparme de ellos.

Gabriela termina su biberón, la acomodo en mi pecho y le doy suaves golpecitos para que expulse los gases. Miro a los adultos presentes, José revolotea de un lado a otro. En eso entra Magaly, que se pone pálida al ver a los carabineros.

-¿Qué pasó aquí?

-Arregla tus cosas, nos vamos a un hogar porque esta señora no se la puede con los hijos que trajo al mundo.

No me queda más remedio que aceptarlo. Porque, aunque le rogara a mi mamá que no permita nos lleven, Magaly seguirá yendo a casa de mis abuelos.

Y lo último que quiero es a mi hermana en la cárcel por culpa de esos viejos narcos.

Me voy a mi cuarto, cierro con llave para cambiarme de ropa y buscar mis cosas, las de Gabriela y arrodillarme ante la cuna de mi hermanita.

-Perdóname -le digo con lágrimas en los ojos, mientras ella me aprieta el dedo con su manito-. Pero te prometo que un día estaremos juntos otra vez y allí nadie nos separará.

Salgo con las cosas de Gabriela en un pequeño bolso y se las entrego a la Cabo Terner.

-Come seis veces al día. No le gusta la tengan mucho tiempo alzada y se duerme con una melodía cualquiera, puedes inventar una, pero que sea lenta.

-Marco… – Valeriana, la que era mi mamá, intenta acercarse, pero mi gesto la detiene-.

-No se acerque, señora. Hubiese preferido que me llevara la policía porque mi mamá me pegaba, pero nunca me sacaré de la mente que me llevan porque mi mamá no me quiso lo suficiente para ocuparse de mí.

Vuelvo a mi habitación, saco mis cosas y paso por el lado de ella sin siquiera mirarla.

-Los espero a todos en la calle.

La Cabo Terner sale conmigo, mientras carga a Gabriela. Al parecer ella está tranquila con esta extraña, al menos ella no tendrá en el recuerdo el día que nuestra mamá nos dejó ir.

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