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Sinopsis:

LIBRO 7 DE LA SERIE – Pía y Ángello son dos primos muy unidos, que buscan a la persona indicada para ser felices. Pía, como hija de Alex, ha crecido con amor y cumpliendo sus sueños de ser bailarina de ballet. Ángello ha crecido con el amor incondicional de su padre, Gabriel, preparándolo para asumir la dirección de la empresa de los Manterola.

Pero, lo que ellos no se esperan, es que su búsqueda los llevará a enamorarse el uno del otro, saltándose las prohibiciones que no les permiten estar juntos. ¿Podrán vencer lo prohibido?

Capítulo 1

Termino de maquillar mis ojos con tonos nude, me aplico un brillo labial que solo resalte mis naturales labios rosas y luego sonrío al ver lo que he conseguido.

Me suelto el cabello, lo peino con mis dedos, consiguiendo que se formen ondas y me pongo de pie. Me doy una vuelta frente al espejo de cuerpo completo, a mi figura le sienta bien la blusa de color azul oscuro con vuelos en la cintura y que deja mis hombros descubiertos, el pantalón blanco, los tacones de cinco centímetros porque no me gusta verme más alta de lo que soy.

Si hay algo que asumí desde pequeña es que no necesito verme más alta para demostrar mi valor. Saqué un promedio de mis padres… bueno más cercana a mi madre. Pero con mi metro setenta he conseguido manejar a mi padre y a mis hermanos, que parecen gigantes al lado de las mujeres de la familia.

Eso tampoco ha sido impedimento para mi pasión… el ballet.

Desde los cuatro años quise ser bailarina de ballet, mis padres me dieron el gusto y me ayudaron a cumplir mi sueño. Alex se encargó de la pintura, Lorenzo del fútbol, Francesca de las artesanías y Piero de la computación. Todos nos encargamos de mantener corriendo a distintos lugares a mi padre, que era quién nos cuidaba.

Con los años, Alex dejó la pintura, Lorenzo el fútbol y Francesca cambió la artesanía por las maquetas. Solo Piero y yo nos quedamos fijos en nuestras elecciones de la niñez.

Hoy soy una de las bailarinas principales de la compañía de danza del teatro municipal de Santiago, donde cada año se abren tres cupos para la compañía de danza nacional y uno para The National Ballet of Canada, uno de mis grandes sueños por cumplir.

Podría irme a Rusia, Italia, Francia, Inglaterra… pero prefiero Canadá, se me hace más bello que cualquiera de los otros países.

Tomo mi abrigo, mi teléfono y mis documentos. Debo aprovechar mi recién estrenado carné de conducir, siempre con responsabilidad si no quiero terminar como Lorenzo.

Apago las luces de mi habitación y salgo, justo cuando veo a Alex salir de su habitación. Levanto las cejas, porque lo veo listo para una fiesta y es que mi hermano odia las fiestas.

-¿A dónde vas? – me pregunta muy serio -.

-A una fiesta – le digo sin detenerme -.

-¿Vas sola?

-Sabes que no.

-Entonces vas con Ángello.

-Obvio, es el único que me acompaña. A ti no te gustan las fiestas, Lorenzo es pésimo para cuidarme y Piero no tiene edad para ir conmigo.

-Dile a Fabio – me dice con una sonrisa mientras bajamos las escaleras -.

-Quiero ir a divertirme, no a servir de niñera.

Nos reímos, porque todos sabemos que Fabio es un niño adorable, tiene casi doce años y es tan maduro como Alex, pero divertido como Lorenzo.

Al llegar abajo, nuestro padre nos mira interrogante.

-¿Van saliendo juntos? – no puede evitar el tono de sorpresa -.

-Claro que no, papi – le digo dándole un beso cuando se agacha para que lo alcance -. Alex es muy aburrido.

-Pero no vas sola, ¿verdad?

-Voy sola…

-Entonces llama a Ángello, seguro que va contigo.

-Eso es lo que te iba a contar, Ángello irá conmigo, me voy sola hasta su casa, él conducirá.

-Todavía no le tiene confianza – se ríe Alex y le doy un golpe en las costillas -. ¡Ouch! Las mujeres de esta familia tienen la mano bastante pesada.

-Agradece que es un golpe en las costillas y no un tirón de orejas – le digo fingiendo molestia -.

-Eso sería imposible – dice riéndose Lorenzo atrás de nosotros -. Tendría que subirse a una escalera para alcanzar nuestras orejas.

Los tres se ponen a reír, hasta que la voz de mi madre aparece desde el pasillo que da a la cocina.

-Si una madre quiere castigar a sus hijos por burlarse de su estatura, siempre encuentra la manera.

Se quedan callados, mi madre aparece con un espectacular vestido rojo, me imagino la pelea de la mañana entre mis padres por ese atuendo, porque mi padre es el hombre más amoroso y tierno, pero también muy celoso.

-Si van a salir, háganlo ahora. A sus hermanos los mandé a encerrarse con música y ustedes tienen permiso de llegar a… – mira su reloj, cuenta y nos mira -. A la una, ni antes ni después. Si llegan antes, esperan afuera. Si llegan después, ya saben lo que pasará.

-Nos quedamos afuera, lo sabemos – respondemos los tres juntos -.

-¡Excelente! No puedo ser mejor madre – dice mi madre riendo y subiendo la escalera -. Si hasta en coro aprendieron la regla… – se voltea a la mitad de la escalera y dice seria -. Alex, ¿no vienes? Hay una pelea que terminar.

-Sí, sí, ya voy – dice con tanta alegría, que es obvio que no van a pelear -.

-Ok, yo me voy – digo y corro hasta la puerta -.

Me coloco el abrigo mientras camino hacia el auto, me subo a él, pero antes de poder salir, Lorenzo me espanta parándose en la ventana del conductor.

-¡Lorenzo! Me diste un susto de muerte.

-Lo siento… ¿me llevas?

-No.

-Soy tu hermano mayor.

-¿Y? – le digo colocando mi teléfono en la base del auto -.

-Vamos, Alex tampoco quiere llevarme y vamos a la misma fiesta.

-Toma un taxi – le digo encogiéndome de hombros -.

-Pía, no seas así, por favor. Te hago la tarea.

-No es necesario, yo estudio mucho – le saco la lengua -. Adiós, hermanito, si quieres puedo prestarte para el taxi.

Salgo riéndome de mi maldad, eso es karma, muchas veces le pedí que me llevara a mis clases de ballet y me decía que no, que tomara un taxi. Incluso, un par de veces él mismo lo llamó y me daba el dinero, solo para molestarme.

Tomo el camino a casa de mi tío Gabriel, justo cuando mi ángel me llama.

-Pía, estoy listo.

-Siempre lo estás – me río, porque da lo mismo qué tan repentina sea mi llamada, él siempre está listo -. Ya voy a tu casa, estaré allí en unos diez minutos.

-¿Saliste hace mucho?

-No, recién, luego de dejar tirado a Lorenzo después de suplicarme…

-Pía, envíame tu ubicación.

-¡Ay no, otra vez no!

-Hazlo, detente y envíame tu ubicación, porque no puedes llegar aquí en diez minutos, es un trayecto de al menos veinte y sabemos que a esta hora hay tráfico.

-Aaggghhh… – me hago a un lado de la calzada y hago lo que me dice -. Te quiero mucho, primo, pero en verdad te pasas de sobreprotector.

-Te amo demasiado para dejar que hagas una locura así.

-Y yo te odio demasiado, porque siempre termino haciendo lo que me pides. Te dejo, para concentrarme.

Le corto, coloco música para bajarme la furia y arranco a buscar a mi sobreprotector primo.

Ángello me lleva por un año, pero desde pequeños siempre fuimos unidos. Mientras Alex se dedicaba a estudiar y Lorenzo a meternos en problemas, Ángello siempre me ayudaba a escapar o me convencía de no caer en las trampas de mi hermano.

Pero creo que nuestro lazo es más fuerte, porque ambos nacimos solos. Alex, a pesar de todo, es unido a Lorenzo, al igual que Francesca y Piero, porque han estado juntos desde el vientre.

Esa es la razón por la que mi primo me ha cuidado, defendido y aconsejado. Toda la vida.

Cuido de no pisar el acelerador, porque si no a mi primo le dará un ataque. Efectivamente, veinte minutos después, llego a su casa. Me estaciono en la calle, le envío un mensaje totalmente innecesario porque es obvio que esperaba detrás el portón de su casa. Corre para abrirme la puerta, me ayuda a bajar y me acompaña al asiento del copiloto, me abre la puerta y me ayuda a subir. Rodea el auto y sube al volante.

-¿Sabes que es tonto eso que haces? – le digo asegurando mi cinturón y me entrega una rosa, lo miro sorprendida, pero prefiero seguir riñendo con él -.

-¿Qué cosa? – me pregunta inocente -.

-Eso de ayudarme a bajar para luego ayudarme a subir, no entiendo por qué lo haces.

-Porque eso es lo mínimo que te mereces y para que cuando encuentres un hombre, si no hace estas cosas “tontas” por ti, entonces debes mandarlo al carajo.

-Exageras, además, los chicos de ahora no están interesados en hacer estas cosas.

-Yo las hago.

-Tú eres… tú – me encojo de hombros -. Eres único.

-No lo soy, debe haber alguno más por allí, solo asegúrate de encontrarlo.

No le respondo, pero no puedo evitar sonreír ante el detalle, me quedo mirando a la ventanilla pensando en sus palabras, oliendo de vez en cuando la rosa.

Lamentablemente, es difícil que encuentre a alguien, porque los dos hemos acordado hacernos pasar por novios para evitar que los chicos buitres me ataquen, lo mismo que a él las chicas fáciles, pero con la condición de “terminar” si encontramos a alguien que de verdad nos interese.

Me salvará de toques incómodos, bailar con borrachos y que me pidan el teléfono, en la universidad de los admiradores y acosadores.

Sin embargo, una parte de mí quisiera que fuera más real, pasar de los abrazos, olvidando que somos primos, solo para terminar con mi curiosidad de cómo debería ser un beso… pero un beso de él.

Capítulo 2

Salgo de la ducha con rapidez, Pía me ha llamado hace diez minutos para decirme que quiere ir a una fiesta a la que fue invitada.

Pasará por mí porque quiere manejar su nuevo auto, le han dado su licencia de conducir hace un mes y le doy en el gusto, porque no puedo hacer más que eso, es mi prima consentida desde toda la vida.

Me pongo unos jeans, una polo negra y una chaqueta verde musgo de cuello alto estilo militar, dejo mi cabello despeinado y salgo de la habitación, bajo las escaleras y llego a la sala.

Mi madre me ve aparecer y sonríe como siempre, la acompañan mis hermanas menores, Rebeca y Josefa. Nos llevamos por muy poco tiempo, yo tengo diecinueve, Rebeca dieciocho y Josefa diecisiete años. Qué puedo decir, mis padres no eran de esperar mucho, luego del tercer embarazo mi padre se practicó la vasectomía y mi madre se quedó mucho más tranquila cuando ella se puso un implante subdérmico, para descartar cualquier falla.

Vivimos en la casa que fue de mis abuelos paternos, un lugar espacioso y hermoso, donde mi padre mantiene un jardín al que le ha dedicado tiempo desde su juventud. Precisamente lo veo allí, observando sus flores.

Voy con él, porque quiero pedirle una rosa para llevarle de regalo a Pía. Al verme abre los brazos y me abraza.

-Hijo mío, ¿a dónde tan guapo?

-A una fiesta, con Pía.

-Te cuidas y la cuidas a ella.

-Siempre, padre – me sonríe y saca una rosa -.

-Me imagino que quieres llevarle una de estas – asiento y toma las tijeras de podar -. Vamos a cortarle las espinas, para que no vayan a dañar a la mejor bailarina del mundo.

Sonrío por sus palabras, porque muchas veces cuando era pequeño discutía con todos acerca de que Pía era la mejor bailarina que había visto… a los siete años no eran muchas.

Voy con mi padre a la sala, con la rosa entre mis manos, mis hermanas sonríen y se despiden de mí y corren a la cocina para buscar algún postre. Mi madre me dice que le dé mis saludos a Pía, le da un beso a mi padre y sube a la habitación.

Llamo a Pía, porque quiero saber si ya viene en camino.

-Pía, estoy listo – le digo en cuanto me responde -.

-Siempre lo estás – se ríe la muy desordenada -. Ya voy a tu casa, estaré allí en unos diez minutos.

-¿Saliste hace mucho? – le pregunto preocupado -.

-No, recién, luego de dejar tirado a Lorenzo después de suplicarme…

-Pía, envíame tu ubicación – la interrumpo, seguro que quiere apretar el acelerador -.

-¡Ay no, otra vez no! – me dice molesta, pero no voy a ceder -.

-Hazlo, detente y envíame tu ubicación – le digo mientras camino de un lado para otro, mi padre me observa y se ríe -, porque no puedes llegar aquí en diez minutos, es un trayecto de al menos veinte y sabemos que a esta hora hay tráfico.

-Aaggghhh… – ese gruñido le sale desde lo profundo, escucho el sonido que indica que está detenida y eso me asegura que me hizo caso -. Te quiero mucho, primo, pero en verdad te pasas de sobreprotector.

-Te amo demasiado para dejar que hagas una locura así – se lo digo con honestidad, le hago una seña a mi padre y salgo de la casa -.

-Y yo te odio demasiado, porque siempre termino haciendo lo que me pides. Te dejo, para concentrarme.

Me corta, miro el reloj y puedo creer que respetará la velocidad.

Siempre me he dedicado a cuidar de Pía, soy un año mayor que ella, pero eso no me impide protegerla de cualquier cosa, incluso de su imprudencia.

Cuando éramos pequeños, Lorenzo siempre nos metía a todos en problemas. Tanto Alex como yo aprendimos que no debíamos seguirle el juego, pero los demás se dejaban llevar por la diversión que mi primo prometía.

Y eso terminaba muy mal.

Una oportunidad, Lorenzo quiso excavar en el jardín de mi padre, porque supuestamente había un tesoro. El asunto es que salió pésimo, mi tía se molestó tanto con todos sus hijos, que los castigó dos semanas sin sus actividades favoritas. Todos lo aceptaron de buena manera, pero Pía lo pasó muy mal.

Tanto, que terminó enferma, con fiebre en cama, de tanto llorar.

Recuerdo que mi padre me llevó a visitarla, ella se aferró a mi cuello con sus cinco añitos, y me prometió que siempre iba a escucharme, porque hasta Alex esa vez fue castigado.

Me llega un mensaje que ya está afuera. Salgo corriendo para abrirle la puerta, la ayudo a bajar y luego la ayudo a subir, escondiendo en tras de mí la mano que sostiene su regalo. Rodeo el auto, tomo asiento tras el volante y la miro.

-¿Sabes que es tonto eso que haces? – me dice asegurando el cinturón y le entrego la rosa, para que ya no discuta más conmigo. La veo sonreír y negar con la cabeza -.

-¿Qué cosa? – le pregunto inocente -.

-Eso de ayudarme a bajar para luego ayudarme a subir, no entiendo por qué lo haces.

-Porque eso es lo mínimo que te mereces y para que cuando encuentres un hombre, si no hace estas cosas “tontas” por ti, entonces debes mandarlo al carajo.

-Exageras, además, los chicos de ahora no están interesados en hacer estas cosas.

-Yo las hago.

-Tú eres… tú – se encoje de hombros -. Eres único.

-No lo soy, debe haber alguno más por allí, solo asegúrate de encontrarlo.

Salgo al tráfico. No me responde, se queda viendo por la ventanilla, de vez en cuando la veo acercar a su rostro la rosa para olerla.

Casi cuarenta minutos después, llegamos al lugar donde será la fiesta. Busco un estacionamiento cercano a la casa y luego bajo, doy unos pasos y miro hacia atrás, Pía sigue sentada en el auto. Veo que me sonríe y me saluda, pongo los ojos en blanco mientras sonrío y niego con la cabeza, mi prima es una chica demasiado especial.

-Creí que encontrabas tontas estas cosas – le digo abriendo la puerta del auto y ayudándola a bajar -.

-Puede ser, pero me gusta que lo hagas – se ríe divertida de mi cara -.

Tira de mi chaqueta y me da un beso en la mejilla, abre la cajuela del auto y saca una botella de agua, vuelve hacia en el asiento del copiloto, bota un poco de agua en el césped y deja la rosa allí. Posa la botella entre los asientos y luego cierra el auto.

Caminamos de la mano, porque esa es nuestra jugada.

Al entrar, hay mucha gente, todos hacen algo, como bailar, beber, conversar, saltar a la piscina. Distingo a Alex y a Agustín, pero no voy a saludarlos, porque Pía tira de mí hacia la terraza y comienza a bailar, se mueve alrededor de mi cuerpo para invitarme a hacer lo mismo.

-Vamos, Ángello, tú tiene un excelente ritmo – golpea mi cuerpo con su cadera y me invita a bailar -.

Me río y hago lo que quiere, porque siempre es así con ella. Cuando comienzo a moverme, ella ríe y levanta los brazos, dejándose llevar por la música, su abrigo sale volando a una de las sillas, dejando sus brazos al descubierto. Veo a unos chicos de reojo mirarla sin pudor, haciendo gestos con la cara que me provoca partírselas, así que hago lo de siempre.

Pongo mis manos en su cintura.

-¿Buitres? – asiento y ella disimuladamente mira por ahí, mientras se mueve al ritmo de la música -. Tienen cara de degenerados.

Pone sus manos en mi cuello y nos acercamos un poco más, bajo un poco para acortar esos dieciocho centímetros que nos separan y pego mi frente a la de ella. Nos seguimos moviendo canción tras canción, hasta que sale una algo más lenta que otras.

-Amo estas – me dice, abrazando mi cuerpo y enterrando su rostro en mi pecho -. Me hace pensar en cuando encuentre a ese hombre especial y me abrace así.

-Y yo me encargaré de que te respete – me mira y sonríe -.

-Ángello, los dos sabemos que, como tú, no voy a encontrar nunca, así que déjame meter la pata tranquila cuando llegue el momento.

La fiesta sigue a nuestro alrededor, luego de que termina la canción, ella me lleva a buscar algo de beber, nos encontramos con una de las chicas de la compañía de ballet, hablan un par de cosas y se ríen a carcajadas. La chica de vez en cuando me mira y se muerde el labio inferior, Pía me toma la mano y me dice.

-¿Seguimos bailando, amor?

-Por supuesto – le respondo besando su mano -.

-No sabía que tenías novio – le dice la chica evidentemente molesta -.

-Ya ves, no lo saben todo de mí.

Volvemos a la terraza, me quito la chaqueta y ella hace una expresión divertida.

-Uy, la cosa se puso seria.

Y así nos mantenemos en nuestro mundo, bailando, de vez en cuando con una caricia, un acercamiento, para que no nos molesten. Cerca de la una, Pía me dice que quiere marcharse, se despide de la anfitriona y vamos al auto.

-A la tuya o a la mía – le pregunto cuando me subo y pongo a correr el motor -.

-A la tuya – responde con un bostezo -. Hay menos ruido los sábados por la mañana.

Asiento y hago el trayecto hasta mi casa con precaución, porque nunca se sabe cuando te puede salir un conductor imprudente, sin dejar de pensar que mañana no es sábado.

-Sabes que conduces como viejito – se ríe adormilada -.

-No me gustaría que nos chocaran, en especial porque eso podría perjudicar tu carrera.

-Eres un exagerado.

El resto del camino lo hacemos en silencio, sonrío al llegar a casa, porque ella no dice ni una sola palabra lo que significa que se durmió.

La cargo en mis brazos y me voy directo a mi habitación, muevo las cobijas hacia atrás, la recuesto en la cama, le quito los zapatos y la tapo. Entro al baño a lavarme los dientes y a colocarme la pijama, al salir ella está sentada en la cama medio dormida, se quita el abrigo y el brasier, quedando con la blusa nada más.

-¿Quieres un pantalón más cómodo para dormir?

-Mmm…

Le busco algo en mi cómoda, se lo paso y me meto al baño. Veo volar el pantalón lejos de la cama y así sé que ya está lista, salgo y la veo con su cabello desparramado, sus ojos cerrados y la mano izquierda extendida como buscando algo.

Me acuesto a su lado, ella se acerca a mí y me abraza. No me tardo en caer en mi propio sueño, uno donde me imagino cómo sería amarla a ella, de la misma manera que ahora, pero en lugar de verla como prima, poder verla como mujer.

Capítulo 3

Salgo de la universidad temprano y decido ir por Pía a su ensayo, están preparando el recital de invierno como cada año, donde ella es una de las protagonistas de la presentación. El tráfico a esta hora de la tarde recién comienza a despertar, por lo que manejo con precaución.

Llego al estudio donde ensayan, antes de montar cualquier espectáculo en el teatro, veo la hora y decido entrar, porque le falta al menos una hora para que termine. El guardia de la entrada me deja entrar si mayores preguntas, porque ya me conoce, lo hago con cuidado y en silencio para no distraer a nadie.

Me siento en la última fila de asientos, desde donde distingo a Sarita Gallardo, la directora del ballet, una mujer de unos cuarenta años, meticulosa, alegre y muy estricta.

-¡Paren, paren, por favor! ¡Me están matando! – la mujer sube al escenario, mientras todos la miran serios -. Florencia, ese <retiré> está mal… Pía, ven aquí – Pía se acerca con su actitud de bailarina y se para derecha frente a su maestra -. Hazlo.

Pía lo hace y Sarita aplaude.

-¡Eso es lo que quiero! Señoritas, aquí estamos en las ligas medias, esto es básico, el primer paso para hacer todo lo demás, si hacen mal esto… todo lo demás será terrible. ¡Otra vez, posiciones!

Pía regresa a la parte trasera con uno de sus compañeros, con quien apenas se miran, pero una vez que vuelven a iniciar y al parecer Florencia no me te la pata, Pía pasa por entre sus compañeras seguida por el chico. Al llegar adelante, él la levanta poniendo las manos en su cintura y Pía hace un movimiento en el aire, se me hace parecida a las bailarinas de aquellas cajitas musicales.

-¡No, Esteban, por favor! Para que se vea elegante, tus manos entre la cintura y la cadera. Si las manos van en la cintura, no le das altura, si las manos van en la cadera, la levantas demasiado… equilibrio, Esteban, equilibrio – se para atrás de Pía y le muestra dónde -. Observa.

Se lleva a Pía al lugar desde donde partió, hace de nuevo ese paso y al llegar, la toma y la levanta sin ningún problema, algo que no me extraña, porque Pía debe ejercitarse para levantar peso, pero también debe mantenerse delgada.

-¡Otra vez!

Vuelven al inicio y rehacen todo, esta vez Esteban la levanta bien, la baja y se miran al rostro muy cerca, ella pone un mano en su mejilla y comienzan a moverse como si fueran una pluma.

Hasta que Pía sale sola otra vez y hace un… ¿pas couru? Seguido de un <grand battement> y termina en el suelo con las piernas extendidas.

-¡Bravo, bravísimo, Pía! – aplaude Sarita -. Todos, lo han hecho maravilloso, así que ahora con música, desde el inicio.

Inician esta vez con música, Pía se mueve como si esos pasos fueran de toda la vida, sus movimientos son elegantes y la hacen ver como si flotara. Terminan la pieza y Sarita aplaude.

-Perfecto, es todo por hoy, mañana practicaremos la parte de Florencia y Joaquín. Recuerden que falta poco para el recital, así que esta semana terminaremos con los solos de parejas y desde la próxima será todo junto. Los veo mañana.

Todos aplauden unos segundos, veo que Pía baja las escaleras del escenario y se va a una de las sillas. Esteban la sigue, le dice algo que es evidente a mi prima no le gusta, lo que me borra la sonrisa y me hace ponerme de pie para ir por ella.

Veo que él le toma la mano y Pía se molesta, en la medida que me voy acercando, escucho la discusión.

-Esteban, te lo digo cada ensayo, no quiero salir contigo, salgo con alguien más…

-No te creo, siempre te veo sola.

-Eso es porque siempre te vas a los vestidores – se ríe ella -. Pero generalmente siempre vienen por mí.

-A ver, y ahora ¿dónde está ese “alguien” que no lo veo?

-Aquí – le digo con voz profunda -. Pía, cariño, ¿nos vamos ya?

Tomo su chaqueta y la ayudo a que se la coloque, Esteban no se mueve ni un poco, tomo el bolso de Pía y me lo cuelgo, pero él le sale al paso y le vuelve a rogar.

-Por favor, te juro que, si te aburres conmigo, no vuelvo a molestarte.

Lo tomo del brazo y lo aparto de ella, coloco a Pía tras de mí para enfrentarme al tipo, que es unos pocos centímetros más bajo que yo.

-Ella ya dijo que no, muy claro y varias veces. También te dijo que sale con alguien más, entonces… o te falta inteligencia o te falla la audición.

Esteban me empuja, pero no me muevo, hago lo mismo y se mantiene estático, nos acercamos para provocarnos, nuestras miradas evalúan al otro con desprecio. Veo que tiene los ojos de un negro profundo, parecido a los míos, su cabello castaño oscuro lo hace ver peligroso, pero a mí no me intimida.

-Ya, basta… Ángello, tú no eres así – me dice Pía parándose frente a mí y obligándome a mirarla a la cara -. Mírame, tú eres un ángel… vámonos.

Me toma de la mano y tira de mí, alejándome de Esteban, que se queda con mala cara.

Salimos a la calle y se ríe, la miro sorprendido de su reacción.

-¡Oye, eso estuvo intenso! Está bien que me cuides, pero no quiero que llegues a los golpes por eso, menos con mi pareja de baile, si le destrozas la cara, me dejas sin baile.

-Alguien más puede bailar contigo – le digo caminando molesto -.

-Ya no, porque estamos encima del recital y no tendría reemplazo, por lo tanto, me quedo sin bailar.

-Lo siento, me comportaré la próxima vez.

-Eso espero, porque de esa manera será difícil que alguien se me quiera acercar.

Se ríe con esa risa jovial y espontánea. Subimos a mi auto, planeando lo que haremos.

-Primero quiero una ducha, porque estoy muy sudada y apesto – dice colocando los pies sobre la guantera -.

-No apestas, pero si quieres ir a darte una ducha, te llevo y te espero – le digo bajándole los pies -. Quiero ir a comer hamburguesa.

-No puedo subir de peso… – vuelve a subir los pies -.

-Yo me como una hamburguesa y tú te comes una ensalada – le digo bajando sus pies otra vez -.

-Eso es injusto… te comes una ensalada igual que yo y me pienso de ir contigo a comer – sube otra vez los pies -.

-Está bien – digo suspirando con pesadez, porque por más que insista, no bajará los pies -. Pero luego del recital me debes una hamburguesa.

-Las que quieras, primo bello… ahora, vamos por mi ducha.

Emprendemos el rumbo a su casa, mientras hablamos de los nervios de saber quién será la elegida para el principal en el recital de fin de año, yo le insisto en que será ella, porque es la mejor, pero como siempre, ella me dice que prefiere esperar, porque no podrá manejar la presión de su cerebro ante la expectativa.

No me canso de verla hablar de su sueño, de lo que le gusta, sus ojos se iluminan, esos ojos verde y azul, que la hacen ver única, al menos para mis ojos.

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